El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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jueves, mayo 31, 2007

La conciencia femenina de los pozos

Muchas mujeres de mineros, como Anita Sirgo, jugaron un papel fundamental en la «huelgona» del 62, al organizar piquetes y recabar alimentos para los presos y deportados

Anita Sirgo ofrece instintivamente el oído derecho cuando mantiene una conversación. El tímpano del izquierdo se lo dejó hace 45 años en un calabozo de Sama, como consecuencia de los golpes recibidos tras uno de los interrogatorios posteriores a la «huelgona» del 62. La cabeza rapada de esta langreana, rasurada por los carceleros como método de coacción, se convirtió en un símbolo de la resistencia obrera contra el franquismo. Sirgo perdió la melena pelirroja, pero no el espíritu de lucha, que mantuvo hasta la caída del régimen.

En los paros de 1962, Anita Sirgo -junto a cientos de mujeres de las comarcas mineras, entre las que destacaron otros nombres como Constantina Pérez, «Tina»; Celestina Marrón o Amor Gutiérrez- asumió la primera línea de la lucha con la organización de piquetes de huelga. Las mujeres también se ocuparon de la parte logística de la protesta, recorriendo las Cuencas de una punta a otra para transmitir las noticias de la huelga y recabando la solidaridad de los comerciantes para mandar alimentos a los presos y deportados.

La «huelgona» del 62 no cogió desprevenidas a las mujeres de los mineros. Al desatarse los primeros paros en Mieres, ya empezaron a planificar la resistencia en previsión de la extensión de la protesta al valle del Nalón. Las reuniones eran rotatorias y se celebraran al amparo de un café o un chocolate con churros. «Así, si venía la Guardia Civil, podíamos decir que estábamos merendando», explica Sirgo. Las mujeres se organizaron en tres grupos: las de Lada cortaron el paso al Fondón, las de La Joécara se apostaron a la salida de este barrio obrero y las de La Nueva cercaron la entrada al pozo María Luisa. A las cinco de la mañana las cabecillas empezaron a picar timbre por timbre a las demás integrantes del piquete para evitar deserciones entre las indecisas. El relevo de las seis ya no entró a trabajar.

«Nosotras íbamos pacíficamente, pero estábamos preparadas para todo. El primer día, al ver el maíz en el suelo (la forma de llamar «gallinas» a los esquiroles) se daban la vuelta y avisaban a los que venían detrás para que hiciesen lo mismo», rememora Sirgo. En el piquete había mujeres de todas las edades, casi todas hijas, madres o esposas de mineros, tal y como relata esta vecina de Lada. «Había una mujer a la que llamaban La Caravana. Tenía 80 años pero llevaba un tocho de madera arrancado de una banqueta por si tenía que defenderse». Todo esfuerzo era insuficiente. «Había que dar la vuelta a los esquiroles como fuera para no romper la huelga», apostilla Sirgo.

El dominio de la situación de las mujeres duró poco porque la Guardia Civil movió ficha y acudió a desarmar los piquetes: «Un día una pareja de guardias llegó al Fondón y empezó a disparar tiros al aire para avisar a los demás». Las manifestantes fueron trasladadas hasta las cuadras de mulas, el lugar que actualmente ocupa el economato de Hunosa. Allí las cabecillas fueron señaladas para ser detenidas, lo que provocó una reacción airada de las demás mujeres: «Empezamos a gritar que o todas o ninguna. Al final no se llevaron a ninguna». El grito ha vuelto a retumbar estos días en el cielo de Langreo como parte del rodaje del cortometraje de Amanda Castro sobre las mujeres de la «huelgona» del 62, en el que el papel de Anita Sirgo (figurante en algunas escenas) es interpretado por la actriz Cristina Marcos.

A Sirgo, el espíritu de lucha ya le venía de niña. Fue enlace de la guerrilla y cada día subía al monte para llevar comida a un grupo de «fugaos» en el que estaba su tío, ejecutado poco después. «A mi padre también lo mataron en el monte, pero no sabemos dónde pudo ser», relata. Los interrogatorios mientras su padre y su tío estaban con vida se hicieron frecuentes: «Yo tenía 8 o 9 años en aquella época. Nos sacaban a toda la familia de casa de madrugada para peguntarnos por mi padre. Pegaban a mi madre mientras a mi hermano y a mí nos ponía el fusil en el pecho para asustarnos». Y eso que asustar a Anita Sirgo nunca fue una tarea fácil. Uno de los momentos más duros de su vida tuvo lugar en 1963, año en que se intensificó la represión tras los coletazos de las huelgas del año anterior.

«No tenía miedo a los palos porque luchaba por el pan de mis hijos»
Esther Amaro Suárez asegura que el papel de las mujeres «a veces fue más importante que el de los hombres»


Cuando uno mira a Esther Amaro Suárez cuesta imaginarla formando piquetes de huelga, apedreando esquiroles o soportando golpes en la cárcel. Pero lo hizo, al igual que otras muchas mujeres anónimas de las Cuencas. Por eso cuando esta langreana de 77 años recuerda los tensos episodios vividos durante la «huelgona» del 62 lo hace con orgullo y sin el menor asomo de pesar en el rostro. Se aferra a un argumento irrefutable. Era lo que había que hacer. «Nunca tuve miedo a los palos ni a los golpes porque luchaba por el pan de mis hijos», sentencia.

Al estallar el conflicto laboral, Amaro -esposa de minero y madres de tres hijos- vivía en La Joécara, en Sama. Las mujeres de este barrio fueron de las primeras en organizarse y ponerse al frente de la lucha con la formación de piquetes de huelga. Al «frente» de La Joécara pertenecieron otras ilustres como Constantina Pérez, «Tina», y Amor Gutiérrez.

En los primeros días de la huelga, las mujeres de La Joécara se repartían frente a las casas de los potenciales esquiroles para intimidarles y no dejarles acudir a la mina. Si esta estrategia no funcionaba, el piquete femenino recurría a métodos más expeditivos. «Les tirábamos piedras en cuanto asomaban la cabeza por el portal; entonces corrían escalera arriba que se mataban. Alguno no volvió a hablarme, pero me da lo mismo». Sin embargo, la dispersión facilitaba la burla del cerco. Por eso empezaron a parapetarse en el paso a nivel, el punto estratégico que impedía el paso a los mineros de La Joécara.

De vuelta a casa, tras finalizar la jornada de protesta, esta mujer de Langreo tenía que ingeniárselas para dar de comer a su familia en un situación que llegó a tildarse de «indigencia familiar». Era todo un desafío cuando no había ingresos y la huelga seguía arrancando hojas al calendario. «Salíamos adelante con una cesta de patatas que me traía mi hermana o un kilo de arroz», explica Amaro, que añade: «En los comercios no pagaba casi nadie porque no había dinero. Los tenderos se portaron muy bien porque fiaban a la gente, hasta que no pudieron hacerlo más porque ellos también estaban endeudados y se quedaban sin existencias».

Esther Amaro fue una de los muchos encarcelados que sufrió el castigo del cinturón del cabo Pérez. Le tocó de rebote, mientras otra mujer intentaba protegerse de los golpes junto a ella: «Nos interrogaron en el cuartel de Sama y después nos llevaron a Oviedo, a la cárcel modelo, pero el que estaba al mando dijo que él no iba a encarcelar a madres de familia con delincuentes comunes. Al final acabamos en Gijón, donde pasamos una semana hasta que nos dejaron en libertad».

Esta langreana no se dejó amedrentar y se mantuvo en primera línea en los años sucesivos, cuando la represión volvía a emerger de manera esporádica. «Recuerdo los encierros en las iglesias y los líos que se formaban cuando la Policía iba a desalojar a los mineros. Nosotras íbamos detrás a intentar impedirlo», rememora Amaro. Y añade: «Sabían donde pegar. En El Entrego no se atrevían porque la vías del tren estaban cerca y había muchas piedras; en Sama era más difícil hacerles frente». De cualquier forma, esta langreana poseía sus propias técnicas de evasión. «Era ruinuca, pero corría mucho», apostilla. Al echar la vista atrás, Amaro elogia el arrojo de las mujeres que la acompañaron. «Había compañeras como Tina o Morita, además de otras muchas que tenían un gran valor. El papel que jugaron las mujeres fue muy importante, a veces más que el de los hombres», asegura.


La Cenicienta y las bestias negras del capitán Caro y el cabo Pérez

Esta langreana y su marido Alfonso Braña fueron conducidos al cuartel de la Policía municipal, utilizado por el capitán Caro y el cabo Pérez, de la Guardia Civil, para sus interrogatorios. A Sirgo la metieron en una celda con Constantina Pérez, «Tina». Su marido estaba en un calabozo contiguo. «De madrugada empezamos a oír golpes. Piqué en la pared y no tuve respuesta, así que supuse que les estaban torturando», rememora Sirgo, que añade: «Empezamos a gritar que eran unos asesinos por un ventanuco que daba a la calle, hasta que apareció el capitán Caro en pantalones cortos y con la camisa llena de sangre».

Sirgo fue trasladada entonces a otra habitación para ser interrogada por el paradero de Horacio Fernández Inguanzo, «El Paisano». «Me cortaron el pelo con una navaja y empezaron a golpearme; de la paliza me quedé sorda de un oído. Les dije que estaba embarazada para ver si así dejaban de pegarme y me respondieron que mejor, que de esa forma habría un comunista menos». De vuelta al calabozo, Sirgo tuvo tiempo para abalanzarse sobre una rejilla de la celda donde se encontraba su marido. «Casi no pude reconocerle porque tenía la cara hinchada como un tomate y la cabeza rapada con la forma de una cruz en la cabeza. Otro compañero, Tonín Zapico, estaba tirado en el suelo vomitando sangre».

Tina (fallecida de enfermedad unos años más tarde) y Anita fueron encarceladas después durante un mes en Oviedo, mientras les crecía el pelo, ante su negativa de cubrirse la cabeza con una pañoleta para ocultar lo sucedido. Allí volvieron a interrogarlas sobre Fernández Inguanzo. «Claro que sabía donde estaba "El Paisano"; el día anterior se había refugiado en mi casa. Salí de la cárcel sin pelo, pero con la cabeza bien alta porque nunca delaté a nadie», asevera Sirgo.

Otras de las revueltas de protesta protagonizadas por esta langreana tuvo lugar en la sede del Sindicato Vertical en Sama. Tras penetrar en el edificio fueron desalojadas por decenas de Policías. «Recuerdo que había uno en cada peldaño de la escalera dándonos toletazos. Al salir a la calle saqué el zapatón de tacón que llevaba en el bolso para protegerme y empecé a darle con él a un guardia; se me perdió en medio del tumulto».

Sirgo relata con humor que a partir de aquel día se la empezó a conocer como la Cenicienta. «A todas las mujeres que detenían les probaban el zapato para ver si era la que había agredido al policía. Lo tenían complicado porque yo calzo un 41».

A requerimiento de los dirigentes comunistas -para trasladar unos documentos a Francia y dejar que las cosas se calmasen en España- Sirgo se desplazó a Francia con un pasaporte falso. Allí estuvo dos años. «Los compañeros no querían que regresase, pero yo tenía que hacerlo porque no podía estar más tiempo separada de mi marido y mis hijos». A la vuelta se personó ante las autoridades. Le cayeron cuatro meses de prisión en una celda de la cárcel modelo de Oviedo.

Sirgo nunca abandonó su lucha y en los años setenta participó, junto a otras 30 mujeres, en un encierro en la catedral de Oviedo. Anita Sirgo resalta la labor desempeñada por las mujeres de los mineros en el movimiento de resistencia obrera de los últimos años del franquismo. «Pasamos penalidades y llevamos muchos golpes, pero mereció la pena. Las mujeres siempre estuvieron al frente y, sin nosotras, no sé si se habría llegado a donde llegamos», concluye.

Miguel A. Gutiérrez


Publicado en: La Nueva España, 2 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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domingo, mayo 27, 2007

¡A la huelga!: enseñanzas de la acción directa

UN AÑO DE LUCHA OBRERA TRAS LA LEGALIZACION SINDICAL

Este Primero de Mayo de 1978 hace exactamente un año que se legalizaron los sindicatos obreros en nuestro país, después de cuarenta años de clandestinidad y represión. Su legalización, ¿ha frenado o ha impulsado la lucha de los trabajadores por una vida más digna y una sociedad más justa? Este «dossier» sugiere algunas enseñanzas, sorprendentes para muchos, extraídas de doce meses de ininterrumpidas luchas sociales.

Hemos escogido para elaborar este «dossier» un conflicto especialmente significativo y del que tuviéramos noticia directa en cada ámbito regional o nacional.

Estas informaciones proceden de los propios protagonistas, sea en comunicación personal o en crónicas publicadas en boletines del respectivo Sindicato del ramo en la CNT. Las direcciones de contacto permiten ampliar y actualizar información y solidaridad en los casos analizados (casi todos han sufrido duras sanciones y la necesidad es mucha). Se reseña por otra parte, un conflicto en Andalucía occidental y otro en la oriental, pero no tenemos datos suficientes y directos para un análisis de conflictos significativos en Murcia, Mancha o Rioja. Otra vez será; quedamos, como siempre, a la espera de nuevos datos y abiertos, por supuesto a cualquier rectificación

En todos ellos se llegó (o se llega, porque los rescoldos de estos conflictos sociales no se han apagado) a la huelga abierta y prolongada, y las formas de lucha sindicales y las asamblearias hubieron de confrontarse: las tácticas y concepciones forjadas por el joven movimiento obrero contra la dictadura contrastaban con las recogidas por la memoria histórica de la clase de antes del 36 y que ahora los recién legalizados sindicatos pretendían reanudar.

De mayo del 77 a mayo del 78, la clase obrera ibérica no ha dado tregua a los explotadores. Rotativa e intermitentemente, sector tras sector, provincia tras provincia, ha saltado a la lucha: al final del análisis de los conflictos significativos, ofrecemos una rápida panorámica de los conflictos de este año lleno de enseñanzas. Ahora queremos destacar las principales, comunes tanto a los conflictos analizados con detalle como a los simplemente enumerados.

Un año de duro aprendizaje obrero

1) Asambleas y sindicatos: Allí donde la organización asamblearia del conflicto ha sido auténtica, la conciencia reivindicativa del sector ha dado un salto decisivo en sentido autogestionario. Pero si las asambleas son condición necesaria para la efectividad de las luchas, no son condición suficiente. Hacen falta además las formas de coordinación más allá del aislamiento entre las empresas, que dan las organizaciones sindicales. Allí donde asambleas y sindicatos actuaron al unísono, las reivindicaciones se ganaron. Allí donde la traición de las burocracias sindicales se impuso a un movimiento asambleario insuficientemente coordinado, las negociaciones «por arriba» trajeron frutos magros y, amargos, pagados en despidos masivos. Ni sindicalismo ni asambleísmo a secas dotan a los trabajadores de] arma de lucha que sólo un sindicalismo revolucionario respetuoso de las asambleas unitarias proporciona.

2) No ha habido «descenso» en la lucha obrera autónoma: Ni la legalidad de los sindicatos, ni las elecciones políticas han desmovilizado a los trabajadores, que bajo la dictadura han acumulado una larga cuenta pendiente con el capital. El análisis de los conflictos y el resumen de luchas habidas en el año revela una combatividad impresionante, quizá la mayor en todo el movimiento obrero europeo. Está por ver si los nuevos «jurados de empresa» configurados tras los Pactos de la Moncloa y las elecciones sindicales asfixian la protesta obrera y la doman hacia un reformismo «europeísta». Las barricadas de Vigo y de Cádiz este mes de abril, los despidos y encierros de comités de empresa, como el de Amilco en el pueblo madrileño de Coslada, indican que liarán falta algo más que palabras para que los trabajadores ibéricos renuncien a sus reivindicaciones.

3) Sectores y formas de lucha. Los sectores laborales más combativos son también los más olvidados bajo el franquismo: construcción, hostelería, limpiezas, pero prácticamente todos los sectores han mantenido conflictos extendidos y prolongados. Las formas de lucha no han sido sólo el paro y las asambleas: los piquetes de huelga, las manifestaciones solidarias, las cajas de resistencia que atendían miles de familias obreras por zonas y que, como en la construcción de Asturias, recogieron millones de pesetas duro a duro; incluso los economatos obreros, como el formado en el calzado alicantino, todas las formas de extender la solidaridad popular han sido fundamentales. Los conflictos que no se han aislado han sido más duros de pelar para la patronal.

4) Reivindicaciones y actitud patronal: Las motivaciones indican que los trabajadores no se dejan coger ya en la trampa de la mera subida salarial, pronto anulada por la inflación. Y su enunciación revela también hasta qué punto ha sido dura la explotación capitalista en nuestro país: treinta días de vacaciones, cuarenta horas semanales, control sobre seguridad e higiene, sobre ritmos de rendimiento agotadores, son todavía reivindicaciones pendientes. Frente a las subidas porcentuales que busca la patronal para estratificar a los trabajadores, se han exigido subidas lineales, más igualitarias, y sueldos base dignos. Es evidente también la necesidad de coordinar las luchas a escala nacional para evitar las divisiones en convenios provinciales, pero cuidando de no perder el control asambleario sobre las negociaciones. En las luchas ha aparecido cada vez más clara la respuesta obrera a la crisis, la denuncia de fraudulentas suspensiones de pago, la solidaridad frente al paro forzoso, contra los destajos y las horas extra, por aumentar puestos de trabajo. Pero los casos de reivindicaciones autogestionarias, de imponer un control obrero frente a la crisis capitalista, son todavía raros (ver número 5 de BICI, abril 78, página 20). Ahora bien, la motivación a veces más directa de los conflictos fue la intransigencia patronal. Para el capital, los obreros españoles ganan demasiado. En estos conflictos, la prensa casi siempre ha estado en contra de la lucha obrera, y se ha echado en falta una auténtica prensa obrera, diaria e inmediata. La información es hoy tan importante como la organización. En cuanto a la actitud de las autoridades, cuando su mediación no era claramente manipuladora para mantener el «orden público» por encima de cualquier otra consideración, era directamente represiva. Legalidad sindical no es libertad obrera, y demasiadas asambleas han sido disueltas violentamente por los «inevitables» uniformes armados. En suma, el pulso entre el trabajo y el capital ha sido desigual porque había trampa: la trampa del Estado.

5) Finalmente, es triste comprobar hasta qué grados ha llegado el amarillismo (depender de la política es tan amarillo como depender de la patronal) de las centrales sindicales, cuya legalización fue acogida con júbilo afiliatorio por grandes sectores obreros. Obsesionadas por el electoralismo y la «estabilidad democrática», boicotearon a menudo las asambleas obreras y trataron de desplazarlas en las negociaciones. Pero si es evidente que el sindicalismo es necesario (reducir la lucha a las asambleas dispersas en las empresas fue una táctica patronal que rompió varias huelgas) para forjar la combatividad solidaria de la clase, sólo un sindicalismo respetuoso de las asambleas puede ser revolucionario aquí y ahora: es alarmante en este sentido ver qué poco han aprendido los sectores que se presentan últimamente como la «ortodoxia de la CNT» de este año de luchas. Aunque la trayectoria cenetista es ejemplar en los conflictos aquí analizados, por su apoyo a la voluntad asamblearia y a la autoorganización obrera, hoy vemos que compañeros que (como ocurrió en la huelga de la construcción de Asturias, cuando el comité nacional de la CNT en Madrid se negó a todo protagonismo que interfiriera en las gestiones de los delegados elegidos y controlados por las asambleas de trabajadores, en contraste con las manipulaciones de las burocracias de otras centrales) en sus luchas cotidianas han aprendido que asambleísmo y sindicalismo revolucionario no son contrapuestos, sino complementarios, hoy recitan de memoria anatemas anti-asamblearios. Este cambio no nace ni de la experiencia de lucha ni de mandatos de la militancia cenetista. Nace de presiones ajenas a la CNT, ancladas en dogmas mal aprendidos hace cuarenta años y que es preciso denunciar si no queremos que la CNT se convierta en una central amarillista más y que se pierda ese firme bastión de la lucha obrera que el presente «dossier» documenta. Esperamos que la atenta lectura de estas páginas y las enseñanzas que de ellas se desprenden refresque la capacidad crítica de algunos trabajadores que se dicen anarquistas por mera afiliación a unas siglas, y que hoy parecen querer olvidar las auténticas fuentes del anarcosindicalismo: no los textos clásicos ni las consignas, sino la lucha cotidiana de la clase trabajadora por su emancipación.

Construcción asturiana: la huelga más larga triunfó

Treinta mil trabajadores de la construcción, de unas 1.300 empresas, estuvieron más de cien días en lucha por su convenio provincial.

Las asambleas de zona en Mieres, Avilés, Nalón, Gijón, Oviedo y Pola de Siero discuten en la primavera una tabla que, al coordinarse mediante delegados, pasa a ser plataforma reivindicativa cara al convenio, Estas asambleas decidieron desde el principio que la negociación sería mediante representantes directamente elegidos y controlados por todos, al margen de todo intermediario político o sindical. Ese fue su mayor acierto.

La plataforma era larga, de 28 puntos, destacando las cuarenta horas semanales, seguridad en el trabajo, libertades sindicales y un jornal mínimo de 900 pesetas. Al negarse la patronal a reconocer a la negociadora («comisión de los veinte»), se va a la huelga el 1 y 2 de abril.

UGT se opone al asambleísmo y exige la negociación a través de los sindicatos. CCOO tiene varios representantes entre los elegidos por la zona (aunque comprometidos a ser portavoces de sus asambleas y no negociar más que con el mandato de éstas), y la CNT apoya el procedimiento asambleario elegido por los trabajadores.

La patronal sigue negándose y trata de dividir contactando con UGT: la huelga se generaliza mediado abril, esta vez no sólo por el reconocimiento de la comisión, sino también por la plataforma reivindicativa.

Finalmente, la patronal reconoce a los negociadores, pero no sus reivindicaciones. Empiezan las maniobras: la comisión llama a volver al trabajo mientras ellos negocian. En Gijón rompen así la huelga en mayo, pero los trabajadores no se fían: en Oviedo y Mieres mantienen la huelga, organizan cajas de resistencia. En Gijón las asambleas revocan a dos delegados.

Cuando el cansancio aislaba a las empresas más luchadoras, se conoce el 9 de mayo la ridícula oferta patronal de 510 pesetas, y también los primeros despidos y represalias. Mediado mayo, la huelga es total en la provincia. Las zonas coordinan sus cajas de resistencia y sus asambleas de delegados de tajo, creando un comité de huelga con 10 delegados por zona: esta autoorganización obrera da a las asambleas el protagonismo efectivo de la lucha, superando el aislamiento en que tenía a las zonas la negociadora.

Las grandes empresas obligan a los pequeños empresarios a una actitud de intransigencia en sus ofertas económicas: para cargarse de razón, y después de estudiar los datos reales, la asamblea provincial del 24 de mayo da un mandato para negociar un jornal cotizable base de 732 pesetas, incluido el plus de asistencia, aparte de las pagas extra y las vacaciones. Pero decide también mantener la huelga como presión.

La prueba de fuerza

El gobernador se mete a mediar, pero no logra que la patronal suba de las 566 pesetas de jornal. Entonces, el 6 de junio, amenaza con prohibir las de junio, amenaza con prohibir las asambleas y enviar la policía para reprimir a los piquetes de huelga. La coordinadora vacila, sus 17 miembros responden a zonas de combatividad muy diferente: pero no toman postura por sí, sino que se mantienen fieles a la decisión de las asambleas, limitándose a informarlas. La presión oficial aumenta: cargas policiales, obreros heridos, detenidos como «rehenes» para que se vuelva al trabajo. La respuesta obrera es firme: siguen las asambleas y el paro total; el 9 de junio hay manifestaciones. Pero la huelga se hace intermitente, clandestina y «salvaje» como en tiempos franquistas.

En este clima vota Asturias en las elecciones del 77. Las centrales partidistas, que, a todo esto, se habían dedicado a sabotear la huelga para «estabilizar» la democracia, vuelven a apoyarla, negocian que el gobernador autorice las asambleas. Ahora lo que tratan es de capitalizar la lucha para sus campañas de afiliación, y montan una manifestación regional en Gijón y una jornada de lucha. El 25 se concentran más de 50.000 trabajadores en la plaza de Alvargonzales, de Gijón, no sin enfrentamientos entre obreros de la construcción y líderes políticos empeñados en un protagonismo oportunista. El 28 de junio pararon más de 100.000 trabajadores, de Ensidesa a la minería. Once cenetistas fueron detenidos en las manifestaciones habidas en Oviedo.

Ante la situación crítica para los miles de familias sostenidas por las cajas de resistencia de las zonas, las asambleas de trabajadores deciden que se hable con el ministro en Madrid. Hay promesas, y reintegro parcial al trabajo, pero sin hacer horas ni destajos, a espera del laudo. Se proyecta una marcha sobre Madrid, y se considera la paralización total de obras que no tuvieran fines sociales, sino de servicio al capital (como el hipermercado de Lugones o la autopista de Huerna hacia Madrid). Finalmente, llega el laudo, forzando a la patronal a acceder a las reivindicaciones obreras. Ante esta solución favorable, se vuelve al trabajo, no en todos los tajos, el 15 de julio. Fue una gran victoria de la unidad obrera desde abajo.

Contactos: Sindicato de Construcción CNT. Carpio, 8-10, bajo. Oviedo.


Publicado en: Bicicleta, nº6 (mayo 1978).
Fuente: Bicicleta.

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miércoles, mayo 23, 2007

Jaque minero al franquismo

La «huelgona» del 62 supuso el resurgimiento del movimiento obrero, cohesionó a la oposición y reveló la vulnerabilidad del régimen por primera vez desde la guerra civil

Las noticias que llegaban al palacio del Pardo desde Asturias no eran buenas. La huelga iniciada en el pozo Nicolasa a principios de abril de 1962 -una más entre las protestas aisladas que se producían con relativa frecuencia en la minería- se había extendido de forma frenética e inesperada por toda Asturias y por una parte importante del resto del país. Los números cantaban: 65.000 trabajadores en huelga en Asturias y 300.000 en el conjunto de España en los dos meses que duraron los paros. Los jerarcas del régimen se mostraban inquietos. La situación amenazaba con escapárseles de las manos.

Tenían razones para el desasosiego. La represión inicial se había revelado inútil. Por eso, al estado de excepción decretado por el Consejo de Ministros el 4 de mayo en Asturias, Guipúzcoa y Vizcaya le siguió un cambio de estrategia basada en la negociación. Franco no manda a un interlocutor cualquiera. Envía a un ministro -José Solís, secretario general del Movimiento- para tratar directamente con los mineros, en un hecho inédito hasta entonces. Todas las pretensiones de los huelguistas son atendidas y se inicia un regreso escalonado a los pozos. Sin embargo, el precio de la paz social alcanzada es demasiado alto para el régimen franquista que, por primera vez desde el fin de la guerra civil, se muestra vulnerable.

La «huelgona» del 62 tuvo múltiples efectos colaterales. A la evidente mejora de las condiciones laborales de los mineros (con un aumento salarial que en muchos casos llegó a duplicar los sueldos) hubo que sumar repercusiones políticas de mucho más calado para el país. El conflicto social, en el participaron directamente cristianos de base y algunos sectores del clero, fracturó la hasta entonces inquebrantable entente entre Estado e Iglesia. Los paros y la posterior represión también contribuyeron a cohesionar a la oposición antifranquista, así como a movilizar a buena parte de los intelectuales del país en la denominada «insurrección firmada».

Sin embargo, uno de los efectos más importantes de la huelga iniciada en Asturias fue el resurgimiento del movimiento obrero como forma de resistencia activa contra el orden establecido. El propio Stalin había aconsejado a los dirigentes comunistas en el exilio que debían orientar los esfuerzos a combatir el régimen «desde dentro». Ese renacimiento sindical se plasmó en la eclosión de una nueva generación de dirigentes, la consolidación de las comisiones obreras y la sentencia definitiva del Sindicato Vertical, arrinconado por el propio régimen, que optó por negociar directamente con los representantes de los huelguistas ante la necesidad de contar con un interlocutor válido.

La huelga también destapó las contradicciones del régimen y la lucha de poder entre la Falange y los tecnócratas ligados al Opus Dei, que habían introducido el plan de estabilización y medidas de racionalización económica que incluían la congelación de salarios, la apertura al exterior y, en definitiva, la superación del período autárquico. En ese clima, Solís -enviado de Franco conocido como la «sonrisa del régimen»- trató de ganarse con sus concesiones el beneplácito de los mineros, para obtener así una victoria política y recuperar el terreno perdido por la Falange en los órganos de poder franquistas.

En lo que casi todos los historiadores coinciden es en que la «huelgona» del 62 marcó un hito en el devenir de la Historia reciente de España que puso en jaque a las estructuras del régimen. Así lo explica Francisco Palacios, profesor de Historia, para quien los paros de 1962 supusieron «una fractura» para los cimientos del régimen, así como «gran descrédito a nivel internacional».


La huelga acentúo las contradicciones internas y la lucha entre falangistas y tecnócratas

Tal y como explica Palacios, la «huelgona» del 62 en Asturias «coincidió en el tiempo con otros paros mineros en Francia y en Bélgica, aunque allí tuvieron un estricto carácter laboral, mientras que en nuestro país se mezclaban con reivindicaciones políticas democráticas». El historiador local también certifica que los paros obreros de la primavera de 1962 enterraron definitivamente las estructuras sindicales del régimen, ya que «el Sindicato Vertical fue desbordado por las comisiones obreras, interlocutoras en las negociaciones con los ministros del Gobierno».

Además, en opinión de Palacios, el encuentro de Múnich en 1962, que reunió a representantes de la oposición franquista de los más variados sectores, se convirtió en «una respuesta a escala internacional de lo que a escala nacional habían supuesto las luchas mineras. El objetivo de aquel "contubernio", en el que participaron distintas organizaciones políticas -desde monárquicos hasta socialistas y del que sólo quedaron excluidos falangistas y comunistas-, era concienciar a la opinión pública europea sobre la violación por parte del franquismo de las libertades políticas, sindicales, de expresión y de reunión».

En una línea similar se manifiesta Rubén Vega, profesor de Historia de la Universidad de Oviedo y ex director de la Fundación Juan Muñiz Zapico, para quien el conflicto de 1962 supuso un «patrón» de resistencia obrera para el resto de España. «A partir de entonces lo que hacían los mineros asturianos se convirtió un poco en el modelo de otras provincias de España», indica Vega. A juicio de este historiador, el golpe a los cimientos del franquismo fue demoledor. «Puede que no echara abajo las paredes del franquismo, pero las resquebrajó para siempre», apunta.

Vega, que coordinó las dos publicaciones editadas hace cinco años por la Fundación Juan Muñiz Zapico sobre las huelgas del 62, certifica que el éxito de la revuelta social se debió a su inesperada y rápida propagación: «La sanción a los siete picadores de Nicolasa se transformó en una chispa que incendió toda la pradera y que desbordó incluso a las organizaciones clandestinas. Antes de 1962 los conflictos obreros habían sido muy localizados, pero en ese año se generalizó en toda España y tuvo unas repercusiones internacionales muy importantes».

Para Vega también fueron claves las contradicciones internas del régimen y la consolidación de las comisiones obreras. En una línea similar, Ernesto Burgos, profesor de Historia y experto conocedor de la historiografía de las Cuencas, concede una importancia capital al resurgimiento del movimiento obrero. «De las huelgas del 62 surgió un sindicalismo nuevo basado en las comisiones obreras. Esto dio lugar a unas estructuras sindicales totalmente renovadas, con unos representantes designados por los propios obreros y en las que todas las decisiones emanaban directamente de la asamblea; en algún sentido era un sindicalismo mucho más fresco del que puede existir ahora».

Para Burgos, la aceptación de las demandas obreras por parte del régimen socavó su autoridad y provocó que los mineros y, por extensión el resto de los trabajadores, «tomaran conciencia de su poder». «El resultado de la huelga de la primavera del 62 fue una bajada de pantalones del régimen que envalentonó a los obreros. Además fue una protesta con un gran apoyo social de otros sectores, no sólo de mineros; había un malestar latente y la "huelgona" canalizó la reacción de la gente», concluye Burgos.

«Me trataron como a un criminal cuando lo único que pedía era una subida de sueldo»
Eugenio Muñiz, uno de los «siete de Nicolasa», relata la tensión vivida y las visitas de la Guardia Civil a su casa de Mieres en plena madrugada


«Oye, a ver si ahora van a montar una huelga y mañana tengo a la Guardia Civil en casa». Eugenio Muñiz Martínez bromea cuando se acerca a las instalaciones del pozo Nicolasa, en Mieres. Hace 45 años fue uno de los siete picadores que desataron la chispa del conflicto al ser sancionados por paralizar su actividad. «Ganábamos poco y las condiciones de trabajo eran muy malas, así que algo había que hacer», relata este vecino del barrio de La Peña, que aún hoy se sorprende cuando reflexiona sobre las repercusiones de la «huelgona» minera que tambaleó las estructuras del franquismo y fue secundada por 65.000 trabajadores en Asturias.

Muñiz formaba parte del grupo de siete trabajadores que dieron origen al conflicto obrero: «Sé que tres de ellos murieron, creo que otro vivía en Gijón y al resto les perdí la pista», indica este ex picador de Nicolasa. Eladio Gueimonde, uno de esos compañeros, vive actualmente en Palencia y el domingo pasado también relató en LA NUEVA ESPAÑA las experiencias vividas durante la «huelgona» del 62.

Eugenio Muñiz nunca tuvo miedo a significarse laboralmente. «Al que subía un par de veces a reclamar al ingeniero ya le llamaban comunista. Al final se beneficiaron muchos compañeros de aquella huelga porque la situación mejoró mucho».

Sin militancia política

Este mierense de 74 años se autocalifica «de izquierdas», aunque precisa que nunca militó en partido alguno. «Nunca estuve metido en política, pero sí es verdad que era un poco revolucionariu, porque jamás me callé ante nadie cuando creía que lo que defendía era justo». La reacción de la empresa ante la decisión de los «siete de Nicolasa» de dejar de picar carbón el 7 de abril no se hizo esperar. Sancionó a los trabajadores a la espera de resolver el expediente sobre su despido definitivo. «Cuando se enteraron el resto de compañeros decidieron no entrar a trabajar», rememora Muñiz, que tenía tres hermanos trabajando en San Nicolás.

A ex minero no se le olvida «la solidaridad de los compañeros» ni la represión posterior al estallido del conflicto. «Cada poco me llevaban al cuartel y un día la Guardia Civil vino a buscarme a casa a las cuatro de la mañana y con el fusil por delante. Me trataban como a un criminal cuando yo sólo quería mejorar mis condiciones de trabajo y que me subieran el sueldo», recuerda.

Después de Nicolasa, Muñiz pasó por Barredo y el pozo Entrego, explotaciones en las que también fue sancionado como represalia por la empresa. «Me tenían enfiláu, pero no me arrepiento porque había que dar la cara», concluye.

[Semeya: Mineros asturianos deportaos tras la huelgona del 62, nuna reunión en León.]

Miguel A. Gutiérrez


Publicado en: La Nueva España, 4 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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domingo, mayo 20, 2007

La CNT hoy: el anarcosindicalismo no pacta

Ha llegado la hora de la verdad. Las centrales sindicales de obediencia partidista tratan de sustituir el movimiento asambleario por órganos representativos elegidos según una normativa pactada con el poder estatal. La C.N. T. ha denunciado el montaje. ¿Quién es esta insólita organización que irrumpe en el bien montado espectáculo de las elecciones sindicales?

Los trabajadores que hacemos BICICLETA pensamos, sin triunfalismo alguno, que las posibilidades de emancipación social de los pueblos ibéricos -quizá uno de los principales focos revolucionarios bajo el capitalismo multinacional, pese al control electoral que sobre ellos intentan ejercer actualmente el fascismo-reformado y la socialdemocracia-, dependen en gran medida del proceso reorganizativo anarcosindicalista.

Los análisis que aquí dedicamos a la realidad actual de la Confederación Nacional del Trabajo pretenden calibrar con exactitud la situación efectiva de esta organización en el contexto español actual; tratamos con ello de contribuir a romper el cerco de silencio informativo montado por la prensa burguesa y los medios oficiales, pero también de superar la propaganda apologética de las mismas publicaciones confederales. Nuestro Boletín no respetará las habituales normas burocráticas de «lavar la ropa sucia dentro de casa», porque pensamos que ante los trabajadores la C.N.T. no puede tener intimidad privada.

En números sucesivos iremos analizando con detalle temas candentes como: la situación contradictoria de los «Líderes» (históricos o recientes) en una organización que niega el dirigismo, pero que precisamente por su idiosincrasia, fuertemente individualista, puede fácilmente sucumbir a las tendencias informativas de la sociedad masificada a personalizar, como compensación, todo movimiento u organización en figuras destacadas. La proliferación de publicaciones cenetistas forman hoy una verdadera red de prensa obrera. Pero la ambigüedad de los planteamientos cenetistas ante la difícil cuestión de la violencia social y política, entre la legalización por el Estado monárquico y la solidaridad militante con los presos marginados, y otras cuestiones no menos complejas y de definición harto difícil, nos inspiran la necesidad de un objetivo esclarecimiento.

¿Quién teme a la asamblea obrera?

En este primer número recogemos la original posición de la C.N.T., llanera solitaria» que se opone al electoralismo que entre las centrales políticas y el Gobierno están negociando para colocar como camisa de fuerza que inmovilice al temido movimiento obrero asambleario. El horror al «vacío» de poder que produce la liquidación aparente de¡ verticalismo, tanto en las burocracias sindicales como en la patronal y en las autoridades políticas, está precipitando unas fórmulas de ingeniería electoral calcadas del parlamentarismo e impuestas en las empresas a golpe de «Boletín Oficial del Estado», y contra las que se levanta el último Pleno Nacional de Regionales de los anarcosindicalistas.

La C.N.T. contra las elecciones sindicales

Al año del relanzamiento organizativo, los núcleos dispersos de anarcosindicalistas, que reunían algunos centenares en las primeras asambleas abiertas tras la muerte del dictador, y pronto miles y miles en los mítines públicos tolerados, se han convertido ya legalmente en un centenar largo de millares de afiliados.

Pese a la notoria resistencia de los cenetistas a extender carnets masivamente como hacen otras centrales, y aún la de muchos ácratas a aceptar siquiera la disciplina sindical y las reuniones y cotizaciones regulares, abandonando los hábitos de los grupos de afinidad clandestinos, el anarcosindicalismo ha probado tener raíces profundas en la clase trabajadora española.

Protagonistas de la más importante experiencia autogestionaria del siglo XX (las colectivizaciones revolucionarias del 36-39) y alma de la resistencia armada a la dictadura, los cenetistas fueron diezmados a sangre y fuego en los años 40, aunque algunos como el Quico Sabaté resistieron con las armas en la mano hasta el 60. Aparentemente, los brotes de protesta que surgieron con las nuevas generaciones nacidas bajo el fascismo eran capitalizados por los partidos marxistas y la izquierda católica, mejor adaptados al autoritarismo persistente y dotados de apoyos internacionales considerables. Pero el rescoldo ácrata estaba latente bajo las cenizas de millares de muertos, y el movimiento obrero asambleario, al menor asomo de libertades, está rechazando los intentos de someterlo a las vanguardias políticas, y encuentra de nuevo una forma natural de organización en el sindicalismo autónomo de la C.N.T.

La C. N. T. echa un órdago a la grande

Hoy la veterana Confederación, nutridos sus sindicatos mayoritariamente de obreros muy jóvenes, rechaza orgullosamente el montaje pactista de las conversaciones Gobierno-oposición que han engendrado el remedio verticalista de las «elecciones sindicales». Al lanzar este desafío, tanto al Gobierno como a los partidos de la oposición parlamentaria que controlan las grandes centrales sindicales, se plantean algunas preguntas: ¿ha medido bien sus fuerzas la C.N.T.? ¿Cuál es la potencia real de las distintas Confederaciones Regionales que habrán de protagonizar el boicot electoral e impulsar alternativas asamblearias? A estos interrogantes tratamos de responder con el presente informe, confeccionado con datos facilitados por fuentes confederales.

Analizamos pues, cada una de las Regionales que en el último Pleno de la C.N.T. se comprometieron unánimemente al boicot electoral:

REGIONAL ASTURIANA


ASTURIAS: Los frutos de una huelga

N.º Federaciones: 7
Organo de Prensa: «Acción Libertaria»
N.º Militantes: 5.000
% del total asal.: 2
% de los sindic.: 4

Dirección: Campo Sagrado, 33. Bajo, Gijón

Otras Centrales:
- CC.OO.: 40.000
- UGT: 55.000
- USO: 10.000

Las federaciones locales asturianas, con la comarcal de Cuenca del Nalón, tienen un rápido crecimiento, especialmente a raíz de la decidida postura cenetista en defensa de¡ movimiento asambleario durante la última huelga de la construcción. Otros sindicatos crecen también velozmente, sobre todo metal y minería. Se atribuye a los anarcosindicalistas asturianos un fuerte pragmatismo proudhoniano, que da buenos resultados de organización.

La labor propagandística, comenzada hace ya un año con varios mítines públicos, se acentúa con la tirada creciente del portavoz regional «Acción Libertaria»; aunque se denomina órgano de la C.N.T. de Asturias, León y Palencia, según la tradición organizativa centrada en las cuencas mineras, parece que los vínculos entre Asturias y las comarcales palentinas y leonesas tienden a debilitarse, mientras estas últimas contactan con algunas federaciones del oeste de la vieja Castilla para preparar la constitución de una nueva Regional, que desgajaría así también agrupaciones de la actual Regional Centro. Los datos que tenemos sobre la militancia palentino-leonesa son escasos, aunque en su día recibimos el n.º de «Colectivización», portavoz de los cenetistas de León, y sabemos del éxito del mítin de junio en San Andrés de Rabanero, a raíz del cual ingresaron cientos de nuevos afiliados. No obstante, algunos de los militantes «clásicos» objetan ciertas actitudes «pasadas» de los acampados durante la confraternización libertaria en aquellas fiestas de la tierra natal de Durruti. Pero es polémica ésta que se da en todas las regionales, y sobre la que nos extenderemos en un próximo número.


Publicado en: Bicicleta, nº1 (noviembre 1977).
Fuente: Bicicleta.

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miércoles, mayo 16, 2007

Las jornadas asturianas de Mijail Koltsov

El periodista de «Pravda» recorrió el Frente Norte como comisario político de Stalin durante los primeros meses de la guerra y de todo aquello dejó un diario


Todos los historiadores están de acuerdo en que el papel de Mijaíl Yefímovich Koltsov en la guerra civil española no fue el del simple «corresponsal de Pravda» que pretendía ser. Testimonios diversos lo describen como agente del NKVD (Policía secreta de Stalin), comisario político, agente de propaganda, organizador de la censura, asesor militar e incluso informador personal del propio Stalin. Su amigo Iliá Ehrenburg, corresponsal de «Izvestia» en esa época, llegó a decir: «Sería difícil imaginar el primer año de guerra sin M. Ye. Koltsov». Su «Diario de la guerra española» (versiones españolas: Editorial Ruedo Ibérico, 1963, Akal 1978) constituye un documento imprescindible, a pesar de sus desviaciones propagandísticas, y en él se reflejan muchas de estas actividades, aunque apócrifamente atribuidas a un inexistente comunista mexicano: Miguel Martínez.

Mijaíl Koltsov nació en 1898 en Kíev, y tras participar en la revolución y la guerra civil rusas, desarrolló una importante carrera literaria y periodística que le llevó al consejo editorial de «Pravda». En agosto de 1936 viaja a España y se instala en Madrid. Su diario recoge impresiones de la ciudad y sus entrevistas con los políticos republicanos en un relato de enorme interés histórico. Al poco tiempo, su voluntad de hacerse una idea cabal de la situación del país le hace plantearse un viaje a la zona republicana aislada en la cornisa cantábrica. Así, el 7 de octubre, en compañía del fotógrafo y cineasta ruso Román Karmén emprende un viaje en avión a través del territorio faccioso y, tras un accidentado vuelo, llegan a Santander: «Con los motores parados, tras un viraje interminable, aterrizamos y rodamos suavemente por la hierba mojada, levantando chorros de agua. Abrimos puertas y ventanas. Caía una menuda lluvia fina, la primera lluvia desde que despegué de Velikie Luki. Las ovejas mojadas, los tejados mojados, las casas de ladrillo a lo lejos, el aire húmedo del mar, todo me recordaba Inglaterra». Sus oscuras impresiones de la ciudad burguesa y de las dificultades de movimiento que les plantea el Gobierno local del Frente Popular se diluyen cuando habla por teléfono con Gijón: «Los asturianos se alegraron mucho de nuestra visita, la de los primeros rusos, y nos piden que vayamos inmediatamente, sin ningún pase especial. Vendrá a encontrarnos a Llanes el secretario del partido».

Asturias

El 8 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov llega a Asturias. Su primera impresión es la del paisaje: «Es una región majestuosa y bella. Los picos nevados de Morcín y del Aramo dominan severos el horizonte. En las montañas y los barrancos se ocultan pequeñas ciudades y pueblos. Esto es Suiza, más Donbáss y una pizca de nuestro litoral del Pacífico. Para ser el Cáucaso le sobran humedad y niebla. Hace muy poco estas bellezas atraían a los viajeros más refinados y exigentes. Ahora la temporada no es apta para los turistas». En Gijón, acogido por los responsables locales del partido, Koltsov se siente como en casa. En su entrevista con Belarmino Tomás, éste, emocionado, le ruega que transmita al pueblo soviético su agradecimiento por toda la ayuda prestada. Al mismo tiempo, le explica algunos detalles de la difícil situación. Asturias, asediada por todas partes y con un enclave faccioso en su mismo centro resiste con coraje. Al mismo tiempo, los asturianos son perfectamente conscientes de que en su tierra se está desarrollando el primer acto de una dura guerra de la clase obrera contra el fascismo. Koltsov nos describe la vida en Gijón y la moral de los luchadores: «Aquí la gente acepta la guerra, no como un espectáculo o como un cataclismo, sino como un trabajo. Guerrean con la seriedad y el tesón del minero. Nuestra llegada les ha dado ánimos. Ha creado en ellos la sensación de no estar tan lejos ni tan aislados».

Los días siguientes, Koltsov recorre la región, sus factorías y sus minas, muchas de ellas cerradas: «Los mineros se fueron al frente. En las galerías arden, con luz mortecina, las lámparas de los mineros. Caras jóvenes pálidas y amarillentas; macilentas caras de ancianos; sólo trabajan menores de dieciocho años y viejos». También se acerca a visitar los distintos frentes del Oviedo asediado. Juan Ambou, comunista, encargado de guerra del Gobierno asturiano, le acompaña en estos viajes. El 11 de octubre están presentes en un ataque republicano que consigue penetrar en la zona sur de Oviedo. Poco después, presencian el bombardeo de la ladera del Naranco por tres trimotores alemanes: «Nadie molesta a los "Junkers", no hay cazas ni artillería antiaérea. En toda Asturias, los republicanos cuentan con una avioneta deportiva monoplaza». No obstante, los republicanos toman la zona de la plaza de toros y planean un nuevo ataque para unirse a los que han llegado a la plaza de América. Juan Ambou sueña: «-Pronto acabaremos con Oviedo; después enviaremos nuestro ejército minero a Galicia, León, Burgos. Nos abriremos paso hacia Castilla». Koltsov comenta a esto: «Hay que darle crédito. En Asturias saben combatir. Pero están muy mal equipados». Esa noche, Koltsov traba conocimiento con una bebida desconocida para él: «Durante la comida nos enseñaron a beber la asombrosa sidra asturiana. La gente de aquí se da una maña especial para echar la sidra en el vaso con un chorro largo; bajan el vaso en la mano y suben la botella muy por encima de la cabeza. Así se obtiene espuma. Yo puse mucho interés en aprender y después no lograba dar con mi habitación».

El 12 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov deja Asturias y a través de Santander hace una visita al País Vasco. El día 17 está de vuelta en Madrid. En los meses que siguen, su actividad política y como asesor militar es frenética y está fielmente recogida en su diario, aunque a veces se adjudica a Miguel Martínez. Todos los testimonios concuerdan en que era un hombre duro y pragmático, y algunos historiadores consideran que fue uno de los responsables de los crímenes de Paracuellos del Jarama.

En noviembre de 1937 fue llamado de regreso a Moscú, donde, según el testimonio de su hermano menor, el caricaturista y cartelista Borís Yefímov, Stalin y cuatro de sus más cercanos le interrogaron durante más de tres horas. Cuando la conversación terminó, parece ser que Stalin comenzó a bromear. Se levantó, se llevó la mano al corazón e hizo una reverencia.

-¿Cómo hay que llamarle en español?, ¿Miguel?

-Miguel, camarada Stalin, contestó él.

-Bien, don Miguel. Nosotros, los nobles españoles, le agradecemos de corazón su interesante informe. Hasta luego, don Miguel, adiós.

-Sirvo a la Unión Soviética, camarada Stalin.

Se dirigió a la puerta, pero entonces de nuevo Stalin le llamó y le preguntó de forma extraña:

-¿Tiene usted revólver, camarada Koltsov?

-Sí, camarada Stalin, contestó sorprendido.

-Pero, ¿no piensa suicidarse con él?

-Por supuesto que no -contestó él aún más sorprendido. De ningún modo.

Mijaíl Koltsov fue encarcelado poco después, acusado de actividades antisoviéticas y ejecutado en 1940, o en 1942 según otras fuentes. La reciente puesta en circulación de algunos documentos del archivo personal de Stalin ha arrojado luz sobre esta misteriosa detención. Parece ser que Koltsov fue denunciado por André Marty, máxima autoridad de las Brigadas Internacionales. Una carta personal de Marty a Stalin con graves acusaciones sobre Koltsov así parece indicarlo. El enfrentamiento entre los dos hombres era bien conocido en el Madrid republicano. En «Por quién doblan las campanas», de Ernest Hemingway se describe una dura escena entre ellos (Koltsov es presentado como Kárkov en la novela): «Továrich Marty -dijo Kárkov-, voy a averiguar hasta qué punto eres intocable (...) André Marty le miró sin que su rostro expresara más que cólera y disgusto. No tenía en su mente más que Kárkov había hecho algo contra él. Muy bien, por mucho poder que tuviera, Kárkov tendría que estar alerta en adelante».

Jesús Aller


Publicado en: La Nueva España, 3 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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domingo, mayo 13, 2007

Informe policial sobre la detención de Mario Huerta

TELEFONEMA RECIBIDO A LAS 17,40 DE HOY, 4 DE OCTUBRE DE 1941.

Delegado Orden Público Gijón a Coronel Jefe Orden Público Asturias.
Oviedo.
Por la policía ha sido detenido el huido MARIO HUERTA GARCÍA, de 27 años de edad, natural de Villaríz (Trubia). Fue Comisario político del Batallón rojo número 249, y se le supone autor de varios asesinatos y otros hechos delictivos durante la dominación roja en esta provincia. –Tenía documentación falsa a nombre de LUIS CASTIERES FERNÁNDEZ, de 25 años, natural de Madrid. –
Se está practicando diligencias para ponerlo a disposición del Excmo. Sr. General Gobernador Militar de Asturias, con las pruebas de los cargos. –

Oviedo, 4 de octubre de 1941.


«COMPARECENCIA
R. S. nº 5.793

«En Gijón y su Comisaría del Cuerpo General de Policía, ante el agente de Guardia que suscribe y siendo las diez y nueve horas del día tres de octubre de mil novecientos cuarenta y uno, comparecen el Jefe de la Brigada Político-Social Don Juan Sánchez Pérez y los funcionarios también afectos a esta plantilla Don José Martínez Mendieta y Don Antonio Morán García presentando, en calidad de detenido, al que dijo ser y llamarse LUIS CASIELLES FERNÁNDEZ, de veinticinco años, soltero, natural de Madrid y domiciliado en esta villa, calle de Numa Guilhou, cinco, bohardilla, y el funcionario primeramente nombrado manifiesta: Que hace aproximadamente dos meses tuvo noticias de que un tal MARIO HUERTA, de unos veintisiete años, alto, delgado, pelo castaño y vecino de Trubia, donde es muy conocido por ser un destacadísimo dirigente comunista y grado de peligrosidad elevado, que ha tenido una actuación muy significada en el período de dominación roja, durante el cual fue miembro del Comité de Guerra de Trubia, Comisario Político y autor de asesinatos, se hallaba en esta villa, después de haber estado unos dos años huido por el monte complicado seguramente en los muchos desmanes cometidos por estos fugitivos y que ya con ocasión del movimiento revolucionario de octubre de mil novecientos treinta y cuatro tuvo una intensa actuación, el cual para pasar desapercibido y burlar mejor la acción de la Justicia llevaba en su poder documentación falsa y cuando salía a la calle utilizaba unas gafas, lo que oportunamente puso en conocimiento del Señor Comisario Jefe de esta plantilla, con el fin de prestar atención preferente a este servicio y, al efecto, con los funcionarios que también comparecen, montó un servicio especial de vigilancia, después de haber practicado hace un mes aproximadamente un registro en la calle de Casimiro Velasco número catorce, bohardilla, domicilio de la que se dice es amante del detenido, y que se llama M.C.A. (1), diligencia que, en previsión de que este sujeto no se encontrara en el mismo, se hizo en forma que no pudieran sospechar el fin que se perseguía, fingiendo se trataba de un asunto relacionado con la Fiscalidad de Tasas. – Que esta gestión no dio el resultado apetecido y después de numerosos trabajos, en la tarde de hoy, los comparecientes se dirigieron al Paseo de la Playa, por haber averiguado que el sujeto en cuestión acostumbraba a pasear por aquellos alrededores. – Que sobre las diez y ocho horas divisaron a un individuo en dicho lugar, cuyas señas personales coincidían con el que venían buscando, al que siguieron discretamente hasta poder examinarle de cerca y poder fundamentar más las sospechas y cuando intentaron su detención en la calle Marqués de Casa Valdés, esquina a la calle de Luis Gómez, en el momento que se le hacían las oportunas preguntas para su identificación, de una manera inopinada y con asombrosa facilidad, se dio a la huida, lanzándose a su persecución los funcionarios comparecientes, que corrieron tras él hasta la calle del Molino y en cuyo trayecto, más de quinientos metros, para amedrentarle y teniendo en cuenta la afluencia de gente, especialmente chiquillos, que en aquel momento había por aquellas calles, y en evitación de víctimas inocentes, el Jefe de la Brigada Político-Social hizo cinco disparos al aire y al oído de los mismos y en el momento culminante de la persecución, se presentó el Guardia Municipal número nueve Don Ricardo () Iglesias, que también comparece, sin cuya eficaz colaboración hubiese sido muy difícil la captura del huido»

Notas:
(1) En el texto figura el nombre completo pero por razones de discreción reproducimos únicamente las iniciales.

FUENTE: Archivo Histórico Provincial (Oviedo), Sección Gobierno Civil, Orden Público, leg. 227, expte. 22.366.


Publicado en: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea, Xixón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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miércoles, mayo 09, 2007

Sobrevivir en tierra de nadie

Ciento veintiséis mineros asturianos fueron deportados a otras provincias en un intento de la dictadura por dejar sin líderes a un movimiento obrero fortalecido tras la huelga del 62

La «huelgona» de 1962 se dio por finalizada una vez que los obreros consiguieron una serie de beneficios sociales y salariales. Sin embargo, poco después de su conclusión, el descontento por la mala aplicación de estos avances provocó una nueva huelga, en el mes de agosto. La dictadura intentó sofocar el paro de forma expeditiva, deportando a los líderes mineros de cada pozo y a aquellos obreros «subversivos» que ya estaban «fichados». En total se desterró a 126 personas, que fueron a parar a algunas de las zonas más pobres de España. La situación duró 15 meses.

Los regímenes totalitarios siempre han recurrido a la represión para acallar las voces que critican sus actos. La persecución policial a las familias, la cárcel o las palizas son algunos de los métodos que las dictaduras han utilizado contra sus críticos. Una de las formas más duras de represión es la deportación: alejar al «elemento subversivo» de su lugar de origen llevándolo a un sitio, sin familia, sin amigos, sin apoyos, donde apenas tenga oportunidades para salir adelante. Esto fue lo que les ocurrió a 126 mineros asturianos, deportados tras la segunda gran huelga de 1962. Eran algunos «cabecillas» del movimiento obrero asturiano, otros eran hombres «fichados» por la justicia «no por ser delincuentes, si no por luchar por derechos legítimos que hoy recoge la Constitución». El exilio forzado duró quince largos meses, entre agosto de 1962 y noviembre de 1963, cuando, tras otra serie de paros, los mineros consiguieron que sus compañeros retornaran a sus casas.

La deportación fue el método utilizado por el régimen franquista para intentar que la segunda gran huelga del 62 fracasase: la dictadura pensó que, si se «extraían» a los líderes obreros de su lugar de trabajo, el resto de mineros dejaría de protestar. El segundo gran paro de este año se originó a causa del incumplimiento de una de las promesas a las que se comprometió el Gobierno tras la primera huelga, que concluyó en el mes de junio: el pago de 75 pesetas por tonelada de carbón extraída a los trabajadores. En agosto, los mineros comenzaron a hartarse de que esta cantidad, que podía ayudar a completar su salario, no repercutiese en quien sacaba el carbón.

«La mayor parte del dinero se quedaba por el camino», relata Vicente Gutiérrez Solís, actual presidente de la Federación de Vecinos de Langreo y uno de los obreros deportados tras la «huelgona». «Se lo quedaban entre capataces, vigilantes y gente del Sindicato Vertical. Al final el trabajador no veía ni un duro», indicó Gutiérrez Solís. Los 126 obreros fueron deportados a varias regiones, por lo general, de las más pobres del país en aquella época: Lugo, Zamora, León, Valladolid, Soria, las provincias extremeñas, Andalucía, «donde encontramos la solidaridad de la gente más humilde».

Las huelgas del 62 supusieron la primera gran contestación de la sociedad civil contra la dictadura franquista. «Toda una generación», según Avelino Pérez, que permaneció en el exilio desde el 62 al 75, «hijos de vencidos y también de vencedores de la guerra civil demostramos de la dictadura que no tenía futuro. El único camino era la democracia».

«Pedíamos trabajo fuera, pero en cuanto sabían que éramos deportados nos decían que no»
«Cuando había huelga acababa en la cárcel», asegura Luis Vázquez, de Mieres


Luis Vázquez salió un día de abril de 1962, junto a otros 25 compañeros del pozo Barredo, de Mieres, en dirección a una cárcel de Valladolid, allí pasó 27 días. Su «pecado», según recuerda, era haber sido uno de los cabecillas en las huelgas mineras de ese año. En la capital castellana se encontró con otros 95 compañeros asturianos. Vázquez conserva una gran memoria a sus 86 años. Uno de sus recuerdos más nítidos son los días que pasó fuera de su casa por reivindicar «lo que nos correspondía». «Tan sólo queríamos que se redujeran las horas de trabajo, de ocho a siete, y que se nos incrementara el precio de la rampa», apunta.

A pesar de todo, asegura que «había muchos compañeros muy temerosos, que hablaban mucho antes de iniciarse las movilizaciones, pero que cuando comenzaban se echaban para atrás». Tras su «viaje» a Valladolid, Vázquez regresó a Asturias, pero la historia volvía a repetirse unos meses más tarde, concretamente, el 6 de septiembre de 1962. Ese día, el minero mierense, tras participar en una gran movilización, fue de nuevo encarcelado por la Guardia Civil. «Hasta el 4 de mayo de 1963 no volví a casa. Durante ese tiempo estuve cuatro meses en Cuenca y otros tantos en León, en ésta última ciudad junto a otros compañeros pedimos en varias ocasiones trabajo, pero en cuanto se enteraban de que éramos deportados asturianos nos decían que no», señaló. El culpable de sus encarcelamientos durante esos años fue su capataz, según cree. «Me quería muy mal, cada vez que había una huelga yo acababa en la cárcel». La última vez que regresó a Asturias, a su puesto de trabajo, la situación había cambiado mucho. «Me mandaron a los relevos y a conservar pozos, cuando tenía la categoría de posteador, y en el primer mes de paga me quitaron 4.000 pesetas de la nómina, pero en esa época no se podía hablar», afirma. Hace apenas un mes, se encontró en un bar de Mieres con el que había sido su capataz durante aquellos años. El minero, que se jubiló en 1971, no quiso ni hablar con su jefe, a pesar de que éste último sí intentó acercarse. «Parece que no se acordaba de lo que me había hecho pasar», sentenció.

«Dispararon y perdí el culo corriendo, luego me tiré al río para escapar»
Avelino Pérez huyó del cuartel de la Guardia Civil de Sama y permaneció trece años exiliado en Toulouse (Francia)


«Sabía que era el último del comité al que habían detenido y tenía la certeza de que me iban a moler en el cuartel. Por eso, en cuanto me quitaron un momento las esposas, tiré a los dos guardias y empecé a correr. Fue el instinto de supervivencia». Así relata Avelino Pérez, ex diputado regional e histórico socialista langreano, su fuga del cuartel de la Guardia Civil de Sama en la madrugada del 1 al 2 de mayo de 1962. La historia de su fuga comenzó ese día, pero no finalizó hasta las Navidades de 1975, cuando, animado por la muerte de Franco, se decidió a volver a España después de 13 años en el exilio francés. Pérez no fue uno de los obreros deportados en agosto de 1962, pero lo hubiera sido de no haber escapado, ya que era uno de los «fichados» por la dictadura.

«Formaba parte de uno de los dos comités que tirábamos propaganda durante la huelga», recuerda Pérez. Junto a él, otros dos mineros, Luis Fernández y José Luis Fernández, y dos albañiles, Florentino Vigil y Ramón García. «La huelga no era sólo cosa de la mina, era algo de todos», recuerda el histórico socialista langreano, que cuando estalló la huelga trabajaba en el pozo Venturo. «Teníamos los aparatos de impresión en El Ceacal, en Tuilla», continúa. Todos ellos sabían que tenían sus domicilios vigilados para que el día que regresasen pudieran ser detenidos. Pese a ello, Avelino Pérez volvió a su casa. «Mi mujer estaba embarazada de siete meses», rememora. En ese momento la Guardia Civil lo atrapó y se lo llevó al cuartel de Sama, situado en la calle Dorado. «Mi esposa y mi suegra quisieron esconderme, pero preferí salir, para que ellas no pagaran por mí», afirma Pérez. En cuanto le quitaron las esposas logró escapar, iniciándose una peligrosa persecución que duró dos días.

«Eché a correr cuanto pude. Entonces oí que disparaban por detrás y entonces sí que perdí el culo corriendo. Llegué al parque de Sama y allí salté una verja que había. Los guardias iban bastante atrás», relata Avelino Pérez. Entonces, cuando parecía que iba a poder despistar a sus perseguidores, se encontró cara a cara «con los grises», que estaban patrullando. «No me lo pensé dos veces y me tiré al río», a la altura de lo que hoy en día es la calle Cervantes. «Había una riada bastante gorda. Siempre había sido un buen nadador, pero era demasiado». Por eso decidió refugiarse en la desembocadura del colector que viene de la zona de Modesta. «Los guardias bajaron a buscarme con linternas, pero no me encontraron. El hedor era insoportable».

Pérez aguardó a que la búsqueda cesase para lanzarse definitivamente al río. «Suponía que me iban a seguir buscando por allí. Por eso me dejé llevar por la fuerte corriente, para alejarme». A la altura del pozo Fondón logró salir del agua. Tenía un destino claro en su cabeza: la zona de la Güeria Carrocera, donde tenía amigos y compañeros que lo ayudarían. «Tardé día y medio en llegar a la Güeria por el monte», afirma Pérez, «iba calado del todo. El catarro me duró mucho tiempo». Tras mes y medio escondido en una casa de Les Felechoses, pudo emprender viaje a Erandio (Vizcaya). Allí, el que fuera secretario general de los socialistas vascos, Ramón Rubial, lo acogió un mes, «hasta que tuve preparados los papeles y un guía para pasar a Francia», Pérez tardó cinco años y medio en ver a su hija pequeña y permaneció, hasta 1975, en Toulouse, trabajando de escayolista.

El retorno no fue fácil, pese a que Franco ya estaba muerto. «Pasé la frontera sin problemas y celebré las Navidades en familia. El día 27 fui a la Policía para evitar problemas y me confiscaron toda mi documentación, pero gracias a Gregorio Peces Barba» (que acabó siendo uno de los ponentes de la Constitución) «pude recuperarla». «Estoy orgulloso de estar donde estuve porque fue una forma de luchar por la democracia», concluye. [José Luis Salinas]

«Pasamos hambre y mucho frío, pero recibimos la solidaridad de la gente»
Vicente Gutiérrez estuvo desterrado en Soria y en León, donde «quisieron agotarnos económica y físicamente»


«Llegamos de vacío y vivimos gracias a la solidaridad de la gente, personas que apenas tenían nada y que lo compartían todo con nosotros». Así recuerda Vicente Gutiérrez Solís su estancia en Soria como deportado por el régimen franquista. Este histórico militante del Partido Comunista, presidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Langreo, afirma que los desterrados «pasamos mucha hambre, frío y el acoso de la Policía. Pero recibimos el cariño y la solidaridad de la gente».

La deportación no fue la primera medida represiva que sufrió Gutiérrez Solís. Ya en el año 1960 le metieron en la cárcel, cuando trabajaba en Carbones de La Nueva. Tras salir en libertad, participó en las movilizaciones de la primavera del 62. Cuando la huelga se reanudó, «cambiaron de táctica. Nos apresaron y estuvimos en comisaría varios días. Luego fuimos deportados». Gutiérrez Solís recuerda que «éramos 126. Llevaron a gente a muchas zonas distintas, sin avisar a las familias, que no sabían donde estábamos». En su caso, la provincia a la que fue trasladado fue Soria. «Por aquel entonces era una de las zonas más pobres de España».

El viaje, «en un camión de carga», duró dos días. Junto a él iban otros once mineros. Al llegar «lo primero que hicieron fue registrarnos "en condiciones"». Luego, «nos dijeron que debíamos presentarnos en comisaría dos veces al día». ¿Y después? «Nada. Nos soltaron con lo poco que llevábamos y nos dijeron que nos las arregláramos». Según Gutiérrez Solís, «a partir de ese momento recibimos la solidaridad enorme de las gentes de Soria». Encontraron alojamiento en la barriada del General Yagüe. «Dormíamos tres o cuatro en cada habitación». Una vez encontraron un techo en el que cobijarse, el siguiente objetivo era «encontrar empleo». «Trabajamos en una fábrica de tejas, también en distintas obras», recuerda. Entonces «pudimos ir devolviendo a la gente que nos acogió parte de lo que nos prestaron». Sus familias, desde Asturias, también enviaban algunos víveres. A los seis meses de estar en Soria, y tras entrar en comunicación todos los deportados, se planteó al Gobierno la petición «de que nos reagruparan».

La unión de los desterrados se hizo efectiva en la provincia de León. En la provincia vecina recibieron la ayuda de muchas familias conocidas de Asturias. «Vivimos en casas que utilizaban para ir de veraneo, aunque algunas hubo que alquilarlas». En León la exigencia inicial de presentarse dos veces al día en comisaría se rebajó a una. «Estábamos controlados, la situación era muy precaria. Las autoridades se movían para impedir que pudiésemos encontrar trabajo. Querían agotar económica y físicamente a la gente. Había familias con hijos que se mantenían gracias a la ayuda de los compañeros», afirma el presidente de la Federación de Vecinos. «Fue un período de mucho sufrimiento». En 1963 la presión popular logró que se admitiese su vuelta a casa. Era el 30 de noviembre. Lo que no se pudo lograr fue la readmisión en sus trabajos. «Algunos volvieron, otros no». Gutiérrez Solís, junto con algunos otros, no pudieron volver a trabajar hasta 1978, con la llegada de la democracia.

[Semeya: Un grupo de mineros deportados por la huelga de 1962, en León, donde se reunieron tras los seis primeros meses de destierro.]

Luisma Díaz


Publicado en: La Nueva España, 3 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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domingo, mayo 06, 2007

Clandestinos


GÓMEZ FOUZ, José Ramón: Clandestinos. Prólogo de José Ignacio Gracia Noriega. Pentalfa, Uviéu, 1999.

Índice:
Prólogo: "Sobre la clandestinidad y la delación"
1. El Partido Comunista y Asturias (Horacio Fernández Inguanzo, Mario Huerta y Ángel León, tres hombres para la leyenda)
2. La policía se llama Claudio Ramos
3. Años 1957 y 1958: comienzo de las huelgas, desarticulación del Partido y clandestinidad de Horacio
4. El IV Congreso del Partido Comunista en Praga y las repercusiones en Asturias
5. Años 1962 y 1963. La Gran Huelga. Llegada del Capitán Caro
6. Ángel León y Horacio al frente del Partido
7. El caso de Juanón el Picador
8. Asalto a la comisaría de Mieres y a la Casa Sindical de Sama
9. Se mueve la Universidad, los intelectuales y los pseudointelectuales
10. La caída de Horacio
11. La detención de Julio Gallardo y Ángel León

Fuente: Pentalfa Ediciones.

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jueves, mayo 03, 2007

La Camocha, una leyenda con historia

Se cumple medio siglo de la huelga de 9 días en el pozo gijonés que desafió al franquismo, considerada el mito fundacional del sindicato CCOO




En enero de 1957 un falangista conocido, un comunista clandestino, un militante católico, un socialista de corazón y un minero sin ideología declarada plantaron durante nueve días cara a la dictadura franquista. Su acción, con el respaldo de casi 1.500 trabajadores de La Camocha, dio origen a un mito: la mina gijonesa fue la cuna de Comisiones Obreras.

De aquel conflicto se acaban de cumplir 50 años. En estas cinco décadas la leyenda creció alimentada por la literatura de la resistencia. Protagonistas y estudiosos coinciden en calificar aquellos hechos de «mito fundacional» del sindicato. Pero también comparten que aquella leyenda tiene su historia. Y muchos nombres propios.

Casimiro Bayón González es uno de ellos. Nacido en 1925 en La Foyaca (Langreo), se trasladó, como tantos otros mineros de las Cuencas, a trabajar a La Camocha, emergente explotación hullera de la posguerra. Era trabajador, considerado como buen compañero y con dotes de liderazgo. Además, desde 1950 era militante comunista.

En 1956, el PCE le responsabilizó de canalizar la lucha antifranquista en La Camocha. Y en enero de 1957 se presentó la ocasión. «Yo era activo, no estaba fichado y se daban las condiciones necesarias para dar un paso al frente», recuerda Casimiro Bayón en conversación telefónica desde su casa en Campello (Alicante), donde reside desde 1984.

La posguerra asturiana había sido especialmente cruel y larga. La dura represión y los «fugaos» en el monte retrasaron la articulación de una oposición sindical y política que plantase cara al franquismo. Antes de 1957, ya se habían generado conflictos laborales, con huelgas de brazos caídos y con algún resultado exitoso.

Pero en La Camocha de enero de 1957 se daban las condiciones necesarias para articular una respuesta más sólida. Las demandas de los silicóticos, las quejas por el trabajo en las galerías anegadas por el agua y el desacuerdo con el precio de los destajos desencadenó el pulso con la dirección de Solvay, propietaria de la explotación gijonesa.

Los mineros, sus familias y los habitantes de la parroquia gijonesa de Vega, asentados en un hábitat social con sólidos mecanismos de solidaridad, hicieron el resto al respaldar las demandas laborales.

La dirección del PCE apostó por la creación de comisiones de trabajadores como mecanismos de interlocución en los conflictos laborales, que orillasen al sindicalismo vertical franquista. Era su estrategia. Los precedentes de Jerez, Vizcaya y Asturias respaldaban esta fórmula.

Y ahí es donde Casimiro Bayón toma las riendas. En enero de 1957 se crea la comisión de La Camocha para negociar las demandas de los mineros, en la que se integran trabajadores de prestigio. Es decir, honrados, cumplidores en el tajo y con capacidad de mando. Bayón compartió ese liderazgo con Gerardo Tenreiro, un falangista gallego que combatió con la División Azul, y con Pedro Galache, un minero sin adscripción ideológica conocida, «pero buen orador y mejor persona», recuerda Bayón. Los historiadores sitúan también a otros dos trabajadores como integrantes de esta comisión. Se trata de un miembro de las Juventudes Obreras Católicas (JOC) identificado como Francisco «El Quicu» y otro joven minero, del que se desconoce su identidad, y considerado un socialista sin carné. «Nos tenían como gente formal, seria y trabajadora, con prestigio», puntualiza Bayón, «Tenreiro era más voceras, pero daba la cara; Galache, un hombre sensato, con formación y con muchísimo prestigio».

Aquella «comisión obrera» negoció durante nueve días las mejoras laborales ante representantes de la empresa y del Gobierno civil. «Trataron de romper la huelga, diciendo que era política, cosa de los comunistas, pero la gente no se echó para atrás y todos aguantamos», rememora Bayón.

Al que menos gustaron aquellas acusaciones de comunista fueron al divisionario Gerardo Tenreiro. Ante los directivos de La Camocha y los representantes del Gobierno, el falangista gallego se desabrochó la camisa y mostró las heridas de guerra. «Y les espetó que cómo le podían acusar de comunista a él que había ido a luchar con los nazis en la ofensiva contra la Unión Soviética», recuerda Casimiro Bayón.

Aquella escena protagonizada por el falangista Tenreiro fue un salvoconducto para el movimiento huelguista de La Camocha. En conflictos posteriores, como las huelgas de 1962, la presencia de personas vinculadas al franquismo y militantes cristianos en las comisiones de obreros fue un blindaje de cara a la interlocución con empresarios y autoridades de la dictadura.

La huelga fue un éxito y eso abrió las puertas al mito. Tras nueve días de paro, las demandas fueron atendidas. ¿Por qué cedieron? «Porque temían que se encendiese la chispa y hubiese más conflictos, pero en otras circunstancias no hubiesen cedido», argumenta Casimiro Bayón.

Los principales estudiosos del movimiento obrero asturiano identifican otros factores que contribuyeron al triunfo del conflicto de La Camocha: una cultura de resistencia, una nueva generación de mineros jóvenes que se incorporan a la lucha antifranquista (unos de izquierdas, otros de organizaciones católicas), una actitud «flexible» de la empresa ante el diálogo, la presencia de directivos y técnicos (el ingeniero jefe Jesús Rivas Batalla o el jefe de personal Laudelino Salgado) que abrieron las puertas a trabajadores fichados por su militancia política o sindical, y la existencia de fuertes lazos sociales en la parroquia de Vega, que incluso se extendía a los guardias civiles y sus familias.

Rubén Vega, uno de los historiadores que con más detalle ha estudiado el movimiento obrero asturiano, considera que «tiene un cierto sentido que se haya escogido La Camocha como el mito fundacional de Comisiones Obreras, pero sus promotores nunca hubieran pensado ni en el mayor de sus delirios que hubiesen fundado un sindicato».

Casimiro Bayón resta relevancia a su protagonismo personal en la comisión de La Camocha y la cede toda «al Partido», como denomina al PCE. «Teníamos experiencias previas, pero en La Camocha la estrategia del Partido funcionó a la perfección e inauguró un modelo clave para articular una oposición sindical a la dictadura, se convirtió en un referente para el movimiento obrero».

El veterano militante facilita las claves del éxito del conflicto del pozo gijonés: «Aceptaron la comisión, las reivindicaciones y no hubo detenciones, se terminó con la apatía que existía frente al régimen, se venció al miedo y vimos que se podía plantar cara a la dictadura».

Y tuvo consecuencias directas en la representación de los mineros del pozo gijonés. El falangista Antonio Pastrana, enlace sindical (denominación franquista de los representantes laborales), fue destituido y relevado por el comunista Casimiro Bayón, que se hace con la presidencia de la Junta Sindical del Combustible.

Aquí se produce un cambio. Hasta la fecha, los sindicatos UGT y CNT habían optado por el boicot a las elecciones controladas por el sindicalismo vertical. Después de La Camocha, la apuesta fue el entrismo en la organización sindical, aprovechar la legalidad. «Hasta ese momento, y más a los mineros, no nos entraba en la cabeza participar en el sindicalismo franquista», puntualiza Casimiro Bayón, «después todo cambió y se convirtió en una estrategia de lucha».

La oposición a concurrir en las elecciones sindicales del franquismo fue una seña de identidad de la UGT y la CNT, mientras que los sindicalistas comunistas y católicos realizaron una firme apuesta por esta fórmula e impulsó el nacimiento de nuevas centrales, caso de CC OO y USO.

El mito de La Camocha fue sólidamente alimentado por la cúpula del PCE. Santiago Carrillo y Víctor Claudín, dos de las principales figuras del comunismo español en el exilio, citaron en París a Bayón para que les relatara su experiencia. «Me preguntaban lo de la presencia de falangistas en las comisiones y vieron que era una fórmula acertada para evitar represalias y alcanzar los objetivos de los trabajadores».

La mecha de La Camocha rápidamente se prendió en otros pozos de las Cuencas y en las fábricas de las zonas industriales. Se sucedieron los conflictos sindicales en un momento en el que el dictador optó por relevar a algunas «camisas viejas» (en 1957 se produce la salida del Gobierno de José Antonio Girón) e incorporó a los tecnócratas vinculados al Opus Dei, que prepararon el plan de estabilización de 1959 para enterrar la autarquía.

Pero a la vez, el franquismo endureció su respuesta. Casimiro Bayón fue detenido y despedido al desatarse otro conflicto en la Camocha en 1958. De nada le sirvieron las credenciales de enlace sindical. En aquella nueva comisión obrera ya figuraban otros militantes comunistas o socialistas, como Marcelo García, presidente del PSOE gijonés. Todos fueron duramente represaliados. Después vino el estallido de 1962, «la huelgona», una de las mayores respuestas de los trabajadores al franquismo, la consolidación del nuevo movimiento sindical, fruto de La Camocha, una leyenda con mucha historia.

El retiro alicantino de una pareja de luchadores por la libertad

Casimiro Bayón y Ana María Rivera son los «comunistas» de Campello, una localidad alicantina en la que recalaron en 1984 para cuidar su precaria salud. Son un matrimonio de pensionistas más, pero que rechazaron jubilarse de su compromiso social y político. Casimiro y Ana María, ambos langreanos, siguen siendo militantes del PCE y de CC OO y no renuncian a las ideas de justicia, igualdad y libertad. El matrimonio se tuvo que exiliar a principios de la década de los sesenta y se instalaron en Bruselas, donde crecieron sus dos hijos. Con la muerte de Franco y la amnistía, regresaron a Asturias. La enfermedad les pasó factura y encontraron en Campello su lugar en el mundo para seguir luchando. «Hasta el último suspiro», sentencia Bayón.

[Semeya: Casimiro Bayón, a la izquierda, en una foto tomada en 1956 ante el castillete de la mina de La Camocha. Bayón ya era militante del PCE. A su lado, otro minero identificado únicamente por su nombre de pila, Fermín.]

J.C. Iglesias


Publicado en: La Nueva España, 25 de febrero de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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