El cielu por asaltu

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sábado, febrero 16, 2008

Un mierense en la III Internacional

Hay una anécdota poco conocida de Manuel Llaneza que me gusta recordar. Ocurrió en 1923, cuando volvía de una convocatoria de Cortes acompañado por su compañero Manuel Cordero; venían hablando de la delicada postura en la que se encontraba el líder sindical tras defender la no integración en la III Internacional y de las acusaciones que se le hacían, incluso desde las filas más leales del socialismo, por haber mantenido una postura demasiado conformista en una entrevista solicitada por el dictador Primo de Rivera. En aquel momento, Llaneza era más partidario de buscar las mejoras en el día a día del trabajo minero que de embarcarse en empresas revolucionarias, y al bajar el Pajares soltó una frase lapidaria: «Desengáñate, mira: primero Mieres y después la Internacional».

Efectivamente, ahí estaba la cuestión: el movimiento obrero de todo el mundo vivía la mayor escisión de su historia con la creación de los partidos comunistas, que desde aquel momento iban a recorrer caminos distintos a los de los socialistas, y en las Cuencas este enfrentamiento se vivía además con la existencia de dos tendencias que dividían a los mineros. Ahora es difícil imaginar la intensidad de aquellos debates en los que participaban trabajadores que apenas sabían leer y que, sin embargo, conocían de memoria los planteamientos de los grandes teóricos del marxismo, y sin embargo así era.

Entre quienes creían al contrario que Manuel Llaneza que la Internacional era más importante que Mieres estaba Jesús Ibáñez, un personaje por el que se pasa de puntillas en la historia de Asturias -estoy seguro que intencionadamente- y que, sin embargo, tuvo una dilatada vida política en la primera mitad del siglo XX. Entre otras cosas participó activamente en la formación de la III Internacional, y aunque sólo sea por la importancia de este episodio merece que lo recordemos.

Las Internacionales surgieron como un intento de unir a los trabajadores de los diferentes países. La Primera se fundó en Londres en 1864 por sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos y duró 12 años, hasta 1876; en 1889 se organizó la Segunda, que se mantuvo 25 años y en 1919 se convocó la Tercera por iniciativa del Partido Comunista ruso con el objetivo de superar el capitalismo, establecer la dictadura del proletariado y la República internacional de los soviets, abolir las clases y caminar así hasta una sociedad ideal de paz y libertad.

Fue una idea de Lenin y no resultó como se esperaba, ya que en vez de unir a los obreros los dividió facilitando la llegada del fascismo y el nazismo e incluso, según consideran algunos historiadores, pudo contribuir a provocar la guerra civil española y la posterior guerra mundial.

En diciembre de 1919 la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que entonces simpatizaba con la Revolución rusa, se adhirió a la convocatoria y tuvo que preparar con prisas una representación para enviar a Moscú. El primer español en llegar fue Ángel Pestaña, quien, según parece, causó una buena impresión a Lenin, y en el verano de 1920 ya intervino en las discusiones firmando algunos documentos y manifiestos, pero cuando hacía el viaje de regreso para informar a sus compañeros fue detenido y encarcelado en Milán, entonces el comité nacional del sindicato anarquista, cuyo secretario general era Andrés Nin, decidió reunir un pleno en Cataluña, entre otras cosas, para elegir a quienes debían acompañarle en su misión rusa.

Para despistar a las autoridades, los designados por las regionales fueron llamados a presentarse en Lérida, como si fuese allí donde debía tener lugar la reunión, pero según iban llegando Joaquín Maurín se encargaba de desviarlos a una casa situada en el barrio de la falda de Montjuich, en Barcelona. Por fin, en la mañana del 28 de abril de 1921, empezó el debate con la asistencia de Andrés Nin y Maurín, por Cataluña; el gallego Arenas; Hilario Arlandís, de Valencia; Arturo Parera, de Aragón, y Jesús Ibáñez representando a los asturianos.

Primero se discutió la estrategia del sindicato ante la represión que se estaba sufriendo en aquellos meses y luego se pasó a elegir la delegación de los trabajadores españoles en el III Congreso de la Tercera Internacional, que debía celebrarse en Moscú durante el mes de junio; finalmente fueron escogidos Andrés Nin, Joaquín Maurín, Hilario Arlandís y Jesús Ibáñez, por la CNT, y Gastón Leval, por la denominada Federación de Grupos Anarquistas, que sería el embrión de la FAI. No se crean ustedes que aquello se parecía en algo a uno de los encuentros sindicales que se celebran en la actualidad con desplazamientos en avión, hoteles caros y dietas apetecibles: a los pocos días emprendieron el viaje a Rusia cada uno por su lado, sin dinero y sin pasaporte, confiando en la solidaridad que podían encontrar entre sus compañeros extranjeros.

Hace unos años, escribiendo una serie de biografías mierenses, me encontré con la vida de Jesús Ibáñez, seguramente el más apasionante y olvidado de nuestros personajes. A pesar de que en su momento llegó a ser un escritor de éxito y aún viven algunos de quienes lo conocieron, es muy difícil seguirle el rastro, ya que su evolución -siempre dentro de la izquierda- resulta incómoda para todos los grupos políticos y nadie se atreve a reivindicar su memoria.

Ibáñez fue turonés, aunque la casualidad quiso que su madre, Celedonia Rodríguez, le pariese en el penal de Santoña, mientras visitaba al mítico bandolero Constantino Turón, y pasó su infancia y juventud en Mieres tratando de superar el hambre y la miseria; siendo niño sirvió de lazarillo a un ciego y luego trabajó como carpintero y albañil aprendiendo de los veteranos obreros de la Fábrica todo lo que necesitaba sobre las injusticias y la manera de hacerles frente. En diciembre de 1918, había fundado en Oñón el periódico «La Batalla», con la consigna de defender la dictadura del proletariado y la violencia revolucionaria; entonces militaba en las Juventudes Socialistas, pero su idea ya estaba más próxima a los métodos de acción de los anarquistas y los bolcheviques rusos. Dos años más tarde, volvió a la carga con «La Dictadura», un quincenal que se publicaba también en la villa del Caudal con tirada de mil ejemplares donde propugnaba la creación de un Partido Comunista en España.

Cuando llegó a Moscú como delegado para la III Internacional pertenecía al minoritario sindicato de la construcción de la CNT de Mieres y ya había pasado por varias cárceles españolas, aunque aún le quedaban las portuguesas, alemanas y belgas e, incluso, las rusas, adonde le llevó la Policía de Stalin bajo la acusación de simpatizar con el troskismo. En la Unión Soviética Jesús Ibáñez trabajó como funcionario de la Internacional y secretario de Andrés Nin, al tiempo que defendía en Asturias la unidad con la UGT junto a los anarquistas gijoneses Eleuterio Quintanilla y José María Martínez.

No pudo ser y, finalmente, el 18 de noviembre de 1922 las secciones escindidas del SOMA se reunieron en el Centro Obrero de La Felguera y, después de deliberar dos fines de semana, los obreros anarquistas y comunistas aprobaron el informe presentado por Ibáñez en nombre de la Internacional Sindical Roja (ISR); así nació una nueva organización, el Sindicato Único de Mineros de Asturias (SUM), con 25 secciones y 1.752 afiliados en las Cuencas. Su comité ejecutivo se estableció en Mieres -el feudo de Llaneza- y estaba compuesto por Jesús Rodríguez (presidente), José Prieto (vicepresidente), Benjamín Escobar (secretario), Críspulo Gutiérrez (vicesecretario) y Jesús Huelga (tesorero).

Jesús Ibáñez participó activamente en la Revolución de Octubre y en la guerra civil y siempre estuvo en el bando de los perdedores, incluso en las rencillas con sus propios compañeros; después de la guerra civil, marchó al exilio mexicano, donde falleció tras haber dedicado sus últimos años a la literatura, pero no intenten ustedes encontrar su obra en España, es imposible. Tampoco figura su nombre en ninguna calle de los ayuntamientos regidos por los socialistas ni en el listado de fundadores del PCE, a pesar de que su implantación en Asturias fue en gran medida obra suya, pero ya saben... la historia, como la hacemos los hombres, es el reflejo de nuestros complejos.

Ernesto Burgos


Publicado en: La Nueva España, 11 de diciembre de 2007.
Fuente: Fundación Andreu Nin.

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