El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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martes, julio 25, 2006

En recuerdo de... Ramón Álvarez

Ramón Álvarez Palomo, “Ramonín”, fue un histórico responsable anarcosindicalista, figura clave de la Revolución de Asturias de octubre de 1934 y miembro del Consejo Soberano de Asturias y León.

Nació en Gijón en el año 1913 y falleció en dicha ciudad el 14 de noviembre de 2003. Panadero de oficio, entregó su vida a la lucha obrera. Comenzó a trabajar de aprendiz en una farmacia a los 12 años, tras formarse en la escuela neutra de Eleuterio Quintanilla. A los 15 años ingresó en la CNT, siendo elegido tres años más tarde secretario de la sección de Panaderos de Gijón. Los veteranos militantes de la organización, como Segundo Blanco, Mallada, José Mª Martínez y Avelino García Entrialgo, le cogen cariño y delante de los demás se referían a él diciendo: “esti ye como si fuera fíu míu”; así que bajo esa protección y tutela se inicia su militancia y formación sindical. A los 20 años fue elegido secretario general de la CNT de Asturias, León y Palencia.

Encabezó los movimientos revolucionarios de la CNT de 1933 y de octubre de 1934 en Asturias, lo que le llevó a la cárcel, donde entabló estrecha amistad con el dirigente anarquista Buenaventura Durruti y otros como Mera o Isaac Puente. Amnistiado en abril de 1934 por el gobierno de Lerroux, Ramón Álvarez, como secretario del Comité Revolucionario de Gijón, volvió a organizar las barricadas en su ciudad natal. Al fracasar el movimiento revolucionario, huye de Gijón con Luis Meana, que era vicesecretario. Caminando monte a través, consiguen llegar a Rengos, donde estaba casada una hermana de Meana. Pasan allí el invierno y en Marzo del 35 deciden intentar llegar a Francia. Ramón Álvarez sale de Avilés por mar y consigue llegar a Bilbao gracias al gijonés, capitán de la marina mercante, Santiago Cifuentes Díaz, que sería fusilado, al igual que uno de sus hijos, al final de la guerra. En Bilbao, toma un taxi hasta la frontera y logra pasar a San Juan de Luz; y de allí, a París, donde permanece hasta la amnistía del Frente Popular.

Al estallar la guerra civil, formó parte del Comité de Defensa de Gijón. También fue consejero de Pesca del Consejo Interprovincial de Asturias y León en representación de la Federación de grupos anarquistas (Federación Anarquista Ibérica, FAI). A principios de 1937 se casa con Carmen Cadavieco, con la que tiene una hija, Diana. Luego de la desaparición del Frente Norte, en 1937, se instala en Cataluña, donde fue secretario del ministro de Instrucción Pública, Segundo Blanco.

Al ser ocupada Cataluña, vuelve a exiliarse en Francia, residiendo primero en Toulouse y más tarde en París. Desde el país vecino viajó por distintos países de Europa dando charlas en favor de la causa de la República. En Francia le sorprende la II Guerra Mundial, que pasa oculto en una zona ocupada por los alemanes, donde estableció contactos con la Resistencia francesa. Secretario del subcomité nacional del sindicato en Francia, pasó a España para participar en Madrid en reuniones decisivas del Comité Nacional de la CNT, en las que se adhiere a la corriente contraria a las tesis de Esglés y Montseny. En 1945 es nombrado, en Toulouse, Secretario del Comité Regional de Asturias en el exilio. El mismo año conoce a la que será su segunda esposa, Aurora Molina Iturbe, hija de un destacado anarquista de la FAI.

Por su casa parisina de la calle Louvel pasó casi toda la totalidad de la clandestinidad anarcosindicalista de Asturias, encargándose el matrimonio de buscarles trabajo y documentación.

A fines de la década de los sesenta contribuyó, junto con líderes de la UGT, a la creación del Fondo Unificado de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA), caja de resistencia destinada a recoger fondos en los centros de trabajo y barrios para ayudar a los obreros encarcelados o despedidos. Su relación con otras organizaciones antifranquistas fue fluida, sobre todo con los ugetistas, pero también con los nacionalistas vascos.

Ramonín retornó a Asturias por vez primera en 1972 y, de forma definitiva, en 1976. En 1978 volvió a ser elegido secretario regional de CNT. En el quinto congreso del sindicato fue uno de los más firmes opositores a la ortodoxia anarquista defendida, entre otros, por José Luis García Rúa. Las discrepancias en el seno del sindicato anarquista propiciaron la ruptura y su participación activa en la llamada CNT renovada (en la que la Regional Asturiana tuvo problemas con el resto de la organización por su posición contraria al NO en el referéndum OTAN) y en la posterior Confederación General del Trabajo, CGT, de la que fue uno de los fundadores (1990), como defensor de la participación de los anarcosindicalistas en la negociación colectiva y en las elecciones sindicales a comités de empresa.Fue director de varios periódicos libertarios, tales como Acción Libertaria (1978-1994), publicación de la Regional de CNT primero, y de CGT después. También escribió varios libros, entre ellos: “Eleuterio Quintanilla. Vida y obra del maestro”, “Avelino G. Mallada, alcalde anarquista”, “José María Martínez. Símbolo ejemplar del obrerismo militante”, “Historia negra de una crisis libertaria” y “Rebelión militar y revolución en Asturias”.

Pocos días después de su fallecimiento, Holm-Detlev Köhler, profesor titular de Sociología de la Universidad de Oviedo, recordaba su figura: “Ramonín tenía una utopía y unos ideales muy claros y los practicaba durante toda su vida [...] Ramonín dedicaba miles de horas al trabajo sindical sin cobrar jamás un duro ni gozar de una sola hora sindical de liberado. Ramonín ponía sus ideales y convicciones siempre por encima de la disciplina de la organización, lo que le convirtió en un crítico incómodo y disidente en muchas fases de la CNT [...] Ramonín, a pesar de trabajar desde los 12 años, era un gran intelectual formado por la vida, la militancia y la escuela librepensadora de Eleuterio Quintanilla. Todas estas cualidades de Ramonín forman la esencia del movimiento obrero y todas estas calidades están ausentes en las organizaciones políticas y sindicales que hoy pretenden representar la tradición del mismo” (artículo “El movimiento obrero ha muerto”, en diario La Nueva España, Oviedo, 18 de noviembre de 2003).

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