Aida de la Fuente
El día 13 de octubre moría una joven comunista de 16 años. Su muerte, una más entre las muertes de los hombres y las mujeres que salieron a “tomar el cielo por asalto”, sería el origen de una de las leyendas rojas más extendidas de la Revolución.
No quiere el autor desdeñar o ignorar la figura de esa muchacha delgada, cuya sonrisa irradió millares de noviazgos platónicos desde la fotografía colgada sobre la cama del joven comunista o socialista a lo largo de toda la geografía española.
Quiere colocarla en su justo lugar, no como un icono rojo construido para la propaganda, sino en medio de una legión de combatientes enfebrecidos, iluminados de revolución.
Una más, simplemente.
Hija de Gustavo de la Fuente, pintor de carteles y decorados para el Teatro Campoamor, y de Jesusa Penaos. Formada políticamente en una familia de comunistas (su padre había sido fundador del Partido Comunista en Oviedo, y sus hermanos militaban en las Juventudes), Aida era una figura conocida en el movimiento juvenil de Oviedo en 1934. Sus compañeros la recuerdan como una excelente pegadora de carteles.
El testimonio de Alejandro Valdés la sitúa los días 7 y 8 colaborando en el hospital como enfermera. Otros autores hablan de su labor en la organización de las cocinas colectivas que se montaron en la periferia de Oviedo para abastecer a los combatientes, a los que se llevaba comida y café a la primera línea.
Durante la ofensiva del ejército el día 13 de octubre, Aida actúa como enlace entre el Comité Revolucionario de Oviedo y los grupos que se sostienen en el oeste de la ciudad.
Habla Juan Ambou, que se retira junto con un grupo de milicianos hacia el Depósito de Máquinas ante la ofensiva de los legionarios:
“La escena fue en el Puente de La Argañosa por debajo del cual corre el tren hacia el Depósito y hacia Trubia... “Aida”, grito. “Juan”, contesta ella. Venía con Ramón García Roza, veterano comunista que había sido secretario general del Regional.
-Traemos estas octavillas del Comité Revolucionario (del Segundo Comité se entiende) para vosotros.
Ramón García Roza nos dijo:
-Vuelvo a ver qué dice el Comité.
-Infórmales de que la Estación del Norte va a caer. Que esperamos en el Depósito –a Aida le digo-: Tú no vayas a San Pedro (a entregar las octavillas) porque hemos visto las fuerzas del Tercio. No son fantasmas.
Iba desarmada.
Después de frases animosas y de fuertes abrazos nos despedimos...
Ya no la volvimos a ver. Enviamos enlaces. Respuesta: En San Pedro está el enemigo... Habíamos estado con Aida al mediodía. Eran las cuatro de la tarde.”
El cadáver de Aida de la Fuente fue encontrado en la fosa colectiva que se cavó junto a una tapia de la iglesia de San Pedro de Los Arcos.
La versión difundida más ampliamente entonces, y qué recogieron, novelándola, la mayoría de los cronistas, surge del testimonia transmitido a la revista “Estampa” por el legionario Torrecilla, que sitúa a Aida de la Fuente en la iglesia de San Pedro de Los Arcos disparando con una ametralladora contra los legionarios que avanzan hasta la posición.
Habla Torrecilla:
“Nos mató con intervalo de unos segundos, a dos sargentos. Debía de tirar muy bien... Cuando recibimos la orden de entrar al cuerpo a cuerpo, no quedaban ya en la puerta más que otros dos revolucionarios y ella. Poco después cayeron los otros dos. En este momento, cuando yo, seguido de dos legionarios había avanzado hasta casi tocarla y le gritaba: “¡Ríndete!”, ella me dio un golpe muy fuerte con una barra que llevaba en la mano derecha y me derribó. Mis compañeros tropezaron conmigo y cayeron también. Entonces, aunque estaba medio aturdido por el golpe, vi que ella se había sacado una pistola del pecho. Iba a disparar... Pero yo fui más rápido en disparar la mía, y cayó... Iba toda vestida de rojo, y era guapa. Después lo he sentido...””
Esta versión fue repetida por historiadores de izquierda en un tono más o menos enriquecido por los detalles.
Pero el descubrimiento de lo que había pasado con los últimos defensores de San Pedro de Los Arcos sería la información que culminaría la investigación que le costó la vida a Luis de Sirval.
En su cuaderno de notas, escritas a lápiz, se podían leer las cuatro siguientes líneas para un artículo que nunca fue escrito:
“Daída Peña (probablemente por el segundo apellido de Aida: Penaos), 16 años, la fusiló el Teniente Dimitri Ivan Ivanov.
Iglesia de San Pedro.
Fusilaron 7 en seguida.”
Esta nota escueta, que motivó la muerte de Sirval a manos de Ivanov, enterado de que un legionario le había proporcionado este informe, corresponde con la versión obtenida por Alfonso Camín en los barrios del Naranco, y con la versión que ofrece Juan Ambou. Ambas parecen estar confirmadas por los trece impactos que Matilde de la Torre vio en el vestido de Aida que le fue mostrado por unos vecinos que lo habían recogido.
Trece tiros, no uno de pistola como sugiere el Sargento Torrecilla. Un fusilamiento, y no una muerte en combate, siguiendo lo que parece ser práctica habitual de legionarios y regulares ante los revolucionarios detenidos los días 12 y 13 en los barrios de Oviedo.
Y junto de Aida, siete compañeros más.
Juan Ambou cuenta:
“Los supimos después. Aida y doce más resistieron con las armas para proteger la retirada del grueso de las fuerzas revolucionarias... Murieron dos. Otros fueron heridos. Todos los que quedaron con vida fueron puestos contra el paredón de la iglesia, más bien del cementerio... Entre ellos Aida... Fueron ejecutados y enterrados en una fosa común... Desnudaron el cadáver de nuestra heroína. Buscaban, al decir del asesino Dimitri Ivan Ivanov, oficial del Tercio, documentos... Nada hallaron... Las prendas agujereadas por las balas y tintas de sangre fueron rescatadas por unos vecinos, las lavaron y las entregaron a la madre de Aida.”
Etiquetas: Ochobre 1934
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