El cielu por asaltu

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domingo, marzo 04, 2007

Manuel Sánchez Noriega "El Coritu"

Manuel Sánchez Noriega nació hacia 1890 en el concejo de Cangas de Onís, aunque otras versiones le hacen natural de la zona de Peñamellera. Como otros muchos habitantes de la región emigró a México cogiéndole de lleno los peores momentos de la revolución en el país azteca. Según sus propias palabras, Sánchez Noriega ejercía como tratante de ganado en el norte, y allí se enroló en las unidades irregulares de caballería del general Francisco Villa.

Regresó a España con algunos fondos y se dedicó de nuevo a su profesión de comerciante de vacuno, ingresando en el Partido Socialista. Su principal campo de trabajo era la zona central de Asturias, en las fronteras con Santander y León, por lo que al comenzar la guerra civil su conocimiento del terreno y su fama de “macho” le convirtieron en el jefe de los grupos de voluntarios que conservaron la zona de los puertos de León.

Sánchez Noriega, al que apodaban “El Coritu”, tenía una personalidad ostentosa y le gustaba la fama, por lo que se fue formando sobre su persona una leyenda que él mismo alimentaba. Corrían rumores de que Villa le había encargado comprar armas en Europa y que había vuelto a España apropiándose de los fondos, que fue oficial con Villa y que había matado a mucha gente en duelo. Lo que sí era cierto es que su chófer y guardaespaldas era un tipo mexicano cien por cien al que conocían como “El Chingao”, que andaba cargado de armas y cananas y que había venido de México con “El Coritu”.

Lo de su participación en las luchas con Villa debía ser cierto, ya que la operación más brillante del “Coritu” (al que la transformación de las milicias había convertido en flamante comandante de brigada con tres batallones a sus órdenes) fue una incursión en la zona de Valdeón que los participantes bautizaron como la “gran cabalgada”. Un grupo de exploración a las órdenes directas del “Coritu” atacó el depósito de ganado de la zona nacional en Valdeón y se llevaron todos los animales allí concentrados. Con disparos y explosiones causaron una estampida en el ganado que, una vez encauzado, y a toda velocidad, fue trasladado por las rutas de montaña hacia Cangas, donde se habilitó, a la entrada de la villa, un gran prado en el que se clasificaron los cientos de cabezas robadas en León, que fueron al poco tiempo repartidas en los distintos sectores de los frentes asturianos.

El “machismo” proverbial del “Coritu” motivó frecuentes altercados con otras unidades, altercados que llegaron a causar incidentes, a los que echó tierra Belarmino Tomás, como presidente del Consejo Soberano. Uno de los más significados se dio con las unidades vascas.

Después de la caída de Santander, la Brigada Vasca se estableció en la zona de Cangas de Onís, en donde estuvo unos días de descanso. Dependientes de su aprovisionamiento del depósito instalado en Cangas de Onís, el jefe de la brigada envió unos camiones a por gasolina. A los conductores vascos les explicaron en el almacén que era necesario un vale firmado por el “Coritu” y se dirigieron a su Estado Mayor, instalado en un antiguo caserón a las afueras de la villa. El “Coritu” no sólo no les dio el vale necesario, sino que además insultó a los conductores vascos llamándoles cobardes y traidores, responsables de la caída de Bilbao y mentándoles la madre “a la mexicana”.

Los conductores dieron parte a su jefe y entonces fue una comisión vasca a pedir explicaciones de los insultos. Formaban el grupo el mayor Cristóbal Errandonea y Ricardo Gómez, jefes de división, el capitán Tacho Amilibia y el diputado socialista Miguel Amilibia. Al pedir explicaciones al irascible “Coritu” se encontraron con que éste les repetía los mismos insultos a grandes voces. Tacho Amilibia reaccionó por las malas y de un tortazo sentó al “Coritu” en el suelo. Éste salió corriendo a la sala de la guardia, se apoderó de un fusil Mauser y empezó a disparar contra el grupo vasco, que corría a toda prisa por los prados cercanos en un auténtico maratón. Por suerte los disparos del “Coritu” no alcanzaron a nadie, mientras que el diputado Amilibia trataba de poner un poco de paz a la situación. El resultado del incidente fue que el “Coritu” dio parte de la agresión sufrida a Belarmino Tomás y se empeñó en que se juzgase a su atacante por el Código de Justicia Militar, por agresión a un superior, y no hubo forma de apearle de la burra. El capitán Amilibia tuvo que andar medio escondido entre las tropas vascas hasta que consiguió huir de Gijón en la catástrofe final.

Su carácter violento e impulsivo se manifestaba no sólo con los extraños, sino también con sus propios amigos. Su principal hombre de confianza era Remigio Arduengo, que como él, había estado muchos años en México y que fue uno de los principales organizadores del robo del ganado en la zona de Valdeón. Arduengo tenía fama de ser buen tirador de pistola y era tan “bocón” como el “Coritu”, con el resultado de que ambos acabaron discutiendo y rompiendo la amistad. Cierto día se encontraron delante del Ayuntamiento de Cangas de Onís al pasar el “Coritu” en su coche. Se detuvo éste y salió con la pistola en la mano insultando a Arduengo. Remigio desenfundó su arma y se dirigió al coche contestando a los insultos. A medida que se acercaban, ambos iban bajando la voz, mientras los espectadores buscaban refugio para apartarse del inminente tiroteo. Ya junto al coche hablaron un rato en voz baja y acabaron por darse la mano y marcharon cada uno por su lado, con lo que la tragedia quedó reducida a sainete.

El “Coritu” era hombre de gestos espectaculares, pero en el fondo una buena persona. Abundan sus rasgos con los soldados heridos, llegando a descalzarse él y descalzar a sus oficiales para entregar las botas a soldados que no las tenían y su coche se empleó muchas veces como ambulancia improvisada para trasladar al hospital a los congelados. Lo que no era obstáculo para que emplease su vehículo oficial para sus animadas juergas.

En una ocasión el coche conducido por Luciano González, empleado del departamento Comercial del Gobierno, tuvo que frenar para no estrellarse contra el coche del “Coritu”, que cayó al río. El mayor Sánchez Noriega salió dando gritos y empuñando la pistola, mientras de su coche salía también su chófer y dos mujeres. A los gritos, González contestó que había una orden del jefe militar de la zona prohibiendo transportar mujeres en coches militares, con lo que los gritos del mayor, que era el firmante de la orden, se acabaron y allí no pasó nada.

A Manuel Sánchez Noriega se le debe la salvación de la imagen de la Virgen de Covadonga y de las joyas. Él envió la Santina a Gijón, de donde más tarde fue trasladada a Francia por Eleuterio Quintanilla, y gracias a su gestión pudo volver al santuario finalizada la guerra.

Su actuación para con el personal civil fue más que correcta, ya que se ocupó de evitar represalias contra conocidos derechistas de la zona de Onís. Ante la propaganda oficial franquista de que sólo los culpables de delitos de sangre pagarían, Sánchez Noriega se creyó sin problemas pero aceptó el salvoconducto de Belarmino Tomás y se embarcó en el mismo pesquero en que huían Arturo Vázquez y Lucio Deago entre otros jefes. Interceptados por el Cervera, fueron conducidos al campo de concentración de Camposancos en Pontevedra. Al “Coritu” le trasladaron a Asturias y después de un consejo de guerra sumarísimo fue fusilado en Gijón.

Juan Antonio de Blas


Publicado en: Historia general de Asturias, tomo X: La Guerra Civil (2ª parte); VVAA. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Extraído de: Frente Norte.

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