El cielu por asaltu

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jueves, diciembre 21, 2006

Discurso de Agripina García Feliciate (PCE) en Radio Emisora Gijón

Discurso de Agripina García Feliciate, Secretaria Femenina del Comité Provincial del Partido Comunista en Radio Emisora Gijón.
Septiembre de 1936


Agripina García Feliciate, inteligente secretaria del Comité Provincial del Partido Comunista, pronunció, a las ocho y media de ayer, ante el micrófono de Radio Emisora Gijón, el siguiente discurso:

Compañeras asturianas, mujeres que me escucháis de todas las edades y creencias. Os dirijo la palabra en nombre del Partido Comunista, pretendiendo llevar a vuestro convencimiento la necesidad de que participéis, con más intensidad aún, en la lucha que sostienen en España el fascismo y el antifascismo.

Me dirijo a todas vosotras, cualquiera que sea vuestra convicción. No es éste el momento de diferenciar a las mujeres antifascistas en sectores. Cada una con su filiación o sin ella; cada una encuadrada en su partido, debe unirse a todas en la misma aspiración: ser útiles en la lucha que padece nuestro país por la vesanía de unos desalmados que no vacilan en encharcar en sangre nuestra España para satisfacer ansias de dominio.

Fascismo y antifascismo están frente a frente. La República democrática con sus libertades y la tiranía que tiene por símbolo un yugo.

Gracias a la República, que ha elevado nuestra condición social, ya no somos las mujeres meros apéndices del hogar sin más derechos que el de pudrirnos en la cocina. Ya no somos máquinas de dar hijos.

Para el fascismo, en cambio –así lo manifiestan sin recato– las mujeres somos instrumentos. Incubadoras. Jóvenes y agraciadas, instrumentos de placer. Más tarde, de limpieza.

Y si esto es así, si el fascismo considera que la mujer ha de limitarse al hogar, sin otro horizonte que el fogón y la cama, y en cambio la República nos ha concedido un más alto nivel, no cabe duda de que es con la República democrática con quien debemos estar las mujeres.

El fascismo es la guerra. Siempre nuestro Partido Comunista ha identificado la barbarie guerrera con el fascismo. La realidad nos demuestra hasta qué punto era acertada nuestra expresión: El fascismo es la guerra.

Y la guerra es un torrente de sangre y de lágrimas. Es un inmenso clamor de heridos. Es dolor, miseria, desolación.

No la queremos. No queremos la guerra; y sin embargo estamos en ella. Tampoco queremos las enfermedades y éstas surgen. Y de igual modo que ante una enfermedad de nuestro hermano, de nuestro padre, nos esforzamos en atenuar los efectos, en cortar el avance del mal, idénticamente ante el hecho triste de la guerra –infinita enfermedad nacional– hemos de participar en la curación de los males que la guerra trae consigo.

Ellos la han provocado. Nosotros hemos de aceptarla, porque con todos sus errores, aún es peor el fascismo que la guerra.

Aún es peor el régimen que quieren imponer que los sacrificios que cuesta impedirlo.
Os quieren alejar de nuestro lado excitando en muchas de vosotras los sentimientos religiosos. Yo soy comunista y por tanto no practico religión alguna. Los comunistas no ocultamos nuestras convicciones. Pero con la misma franqueza que proclamamos nuestra ausencia de religión, reconocemos que no por practicarla una persona honrada es enemiga nuestra.

Para la mujer que con honradez cree y reza; para la compañera que al acostarse eleva una plegaria a Dios y al hacerlo no busca otra cosa que el consuelo interior, todo nuestro respeto.

Para la compañera que el domingo madruga, y quitando una hora del descanso despacha antes su trabajo para oír misa, toda nuestra estimación aunque la consideremos equivocada.

Para la señorita que va a misa de doce a lucir un vestido o a flirtear, todo nuestro desprecio, todo nuestro asco.

Y es así y no de otra manera como somos los comunistas; que no sirva, pues, el argumento de nuestra irreligiosidad para arrastraros al fascismo. Republicanas, católicas incluso, están hoy a nuestro lado en la lucha contra el fascismo.
Ello demuestra la falsedad capciosa del argumento que escriben. Es más: llevamos hasta tal punto el respeto a los que practican honradamente la religión, que juzgamos desacertados los incendios de iglesias cuando el móvil no es otro que la destrucción del templo. Estimamos, repito, que destruir una iglesia es propio de sectarios intransigentes.

En el frente, nuestros compañeros caen en la línea de fuego, nuestros milicianos soportan la lluvia, el viento, el frío, y al regresar al cuartel, al ser relevados del parapeto, tienen sus ropas empapadas, sucias. Nuestros gobernantes se preocupan de los milicianos. Pero es tal la magnitud de los problemas que el frente crea, que aún no están atendidos como quisiéramos. Aún pasan días y días sin mudarse de ropas. Aún no tienen medios de coser sus prendas deshechas. Y sois vosotras, mujeres de Asturias, quien podéis remediar en gran parte estas deficiencias. Sois vosotras quien podéis atenuar la dureza de la vida de campaña.

¿Cómo poder hacerlo? De infinitas maneras. La compañera que quiera ser útil puede coser ropas, lavarlas, cocinar, atender a los niños de los milicianos. Multitud de trabajos podéis hacer. ¡Ayudad, contribuid!

Las que no vayáis al frente a combatir o realizar otros menesteres de campaña, las que no sirváis para la vida de combate, tenéis un puesto en la retaguardia. Precisamente por no estar en la avanzadilla tenéis un deber moral de laborar por la causa de todos. Los hombres en armas dejan huecos en la agricultura, en la industria, en todas las profesiones. Cubrid esos huecos. Compensad la falta de brazos masculinos con vuestros brazos de mujer, capaces de producir, de crear.

¡Contribuid, ayudar! Pero no es sólo el esfuerzo material el que os pido. No sólo de pan vive el hombre. No sólo podéis ayudar cosiendo o lavando: Hay valores morales de enorme fuerza, y en la guerra puede tener tanta importancia es espíritu de la retaguardia como el municionamiento del frente. No os desaniméis jamás, desanimando al que lucha. No desmoralicéis nunca a los combatientes con lamentaciones. Sed fuertes en la retaguardia como ellos lo son en la pelea. Prestadles calor y entusiasmo.

A vuestros hermanos, a vuestros maridos, a vuestros novios no les digáis nunca “¿por qué te metes? Deja que otros vayan”. No les digáis jamás que estáis desanimadas o temerosas. Alentadlos, estimuladlos; que a la ayuda material se una por vuestra parte una ayuda moral. Sed el sostén espiritual de los que luchan y buscan el descanso a vuestro lado.

Y en el lavadero, en la cola, en el parque no sembréis la alarma con difusión de rumores. El enemigo lanza noticias deprimentes. Que no sea cierto, como lo es, la leyenda de nuestra charlatanería. Moderad vuestro impulso de saber y comentar. Sed discretas en las conversaciones para no facilitar datos al enemigo, para no sembrar rumores que tanto daño causan.

Pero, vuestros esfuerzos, vuestra energía, no debe limitarse a una acción individual. Si no os organizáis, el ochenta por ciento de vuestra actividad se diluye en buenas intenciones que no cristalizan en nada práctico. El afán que tenéis de ser útiles, debe ser organizado. Todas vosotras, en cada pueblo, en cada barriada, debéis constituir Agrupaciones Femeninas Antifascistas.

Agrupaciones que condensen vuestras aspiraciones comunes de ser útiles. Y estas entidades serán las encargadas de estructurar vuestros esfuerzos para un superior rendimiento.

Cada Agrupación Femenina Antifascista debe tener un costurero. En cada localidad deben existir grupos de mujeres prestas a los servicios sanitarios si para ello son requeridas. Para las cocinas colectivas… para los lavaderos colectivos en los que regularmente se limpien las prendas de los milicianos.

Para poner vuestro grano de arena, constituid las Agrupaciones Femeninas Antifascistas. El Partido Comunista os invita a ello. Haciéndolo podéis pensar con orgullo mañana: “el fascismo no pasó, y en ello hemos tenido parte nosotras”. Podéis recordar con orgullo vuestra participación en el triunfo… Y mientras esto llega, sentiréis la inmensa alegría de ver a nuestros milicianos mejor atendidos. Sabréis que no pasaréis tanto frío, que no sufrirán tanto por vuestros cuidados…

Mujeres de Asturias: una comunista os habla. No renunciamos a la propaganda de nuestro Partido. Quisiéramos que ingresaseis en él. Pero al hablaros hoy, no pretendo atraeros a mi campo político. Quiero simplemente excitaros a que militéis activamente en el antifascismo, denominador común que nos une. Si no estáis de acuerdo totalmente con nuestro Partido Comunista, si no os sentís impulsadas hacia él, no por eso dejáis de ser compañeras mías. Por compañeras os tengo y como tal os hablo. Desde vuestro Partido, desde vuestra creencia, unámonos en el trabajo antifascista.

En la avanzadilla, en la trinchera, millares de compañeros combaten con bravura. Defienden su libertad, defienden también la nuestra. Millares de camaradas dan su vida para que la República Democrática no se hunda en el lodazal del fascismo.
Como esos millares de hombres organizados en las milicias, sufren con heroísmo y combaten con entereza, en la retaguardia millares de mujeres debemos ayudarlos. Organizándonos, dándoles nuestro apoyo.

Centenares de niños llevan surcos de lágrimas, que nos hacen estremecer de ternura. Caras menudas, que debieran rebosar de alegría, tienen marcado el dolor en recuerdo triste del padre muerto… Centenares de niñinos nos recuerdan constantemente la tragedia que viven con sus gestos de amargura… son los hijos de ellos… de los que cayeron… Son los hijos de los camaradas que dieron su vida por la libertad.

A la entrada de los hospitales, vemos mujeres llorosas. Aprietan el pañuelo contra la cara, en un afán impotente de contener los sollozos… Dentro de una cama está el héroe, que en la pelea perdió un brazo o una pierna… y hoy se agita entre sufrimientos… Miles de camaradas padecen dolores crueles… y sin embargo están deseando ser dados de alta para reanudar otra vez la lucha… para ayudar en algo.

¡Compañeras asturianas! Por el recuerdo de los que cayeron. ¡Por los sufrimientos de los que hoy yacen en los hospitales, os pido que trabajéis!

Unidas todas, organizadas todas, ayudemos al Frente.

¡Vivan las Milicias y fuerzas leales!

¡Vivan las mujeres antifascistas!

¡Viva la República Democrática!

¡Salud!



FUENTE: El Noroeste, Gijón, 28 de septiembre de 1936.


Publicado en: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea, Xixón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

que poder de convocatoria con 21 años apenas que diferentes las mujeres de antes a las de ahora hoy en dia mientras mas viejas mas idiotas!
que orgullo siento abuela

4:26 p. m.  

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