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jueves, mayo 28, 2009

La huída de El Musel en la noche más clara

Vicente Rodríguez Alonso relata su salida de Gijón, el 20 de octubre de 1937, ante la caída de la ciudad y del Frente Norte, cuando era un joven comunista de 16 años

«Nunca vi una noche tan clara y con tal Luna llena como la del 20 de octubre de 1937». Tal admiración la expresa el gijonés Vicente Rodríguez Alonso, de 87 años, y no lo hace en un sentido estético. Esa noche, con 16 años y siendo militante del Partido Comunista, huyó de Gijón por El Musel, como tantos ciudadanos que, al menos, lo intentaron, cuando las tropas nacionales estaban a punto de entrar en la ciudad.

Iban a caer la ciudad y el Frente Republicano del Norte -acaban de cumplirse 71 años- y Vicente Rodríguez ha narrado a LA NUEVA ESPAÑA lo que vivió aquella jornada en la que llegó corriendo al puerto gijonés a las nueve de la noche, cuando ya había perdido la oportunidad de salir antes, junto a su padre, Fernando Rodríguez, también comunista, en la huida organizada por el gobierno gijonés del Frente Popular.

«Sin ánimo de polemizar», Vicente Rodríguez cuenta que «a la hora en la que yo llegué a El Musel no vi ametralladoras, ni en los barcos, ni en tierra, ni a ninguna Brigada Vasca; no vi a ningún soldado armado, sino a gente desarmada, a soldados milicianos desarmados».

El veterano comunista rememora que «éramos cientos de personas y no había muchos barcos, pero sí algunos; buscábamos lo que podíamos y nadie me impidió encontrar un barco. Di con uno, bajé por la escala y me dijeron que me metiera en la bodega».

Después, a causa de la especial luminosidad de aquella noche, el crucero «Almirante Cervera», de la Armada Nacional, apresó el barco en el que viajaba aquel chaval.

Vicente Rodríguez Alonso había nacido el 14 de octubre de 1921 en La Felguera, pero al estallar la guerra se vino a Gijón, junto con su padre, Fernando Rodríguez, que era «secretario del Departamento de Guerra», encabezado por el comunista Juan Ambou, dentro del Consejo de Asturias y León, del Frente Popular.

El joven Vicente Rodríguez trabaja a su vez en la Consejería de Comunicaciones, «de la que era responsable Aquilino Fernández Roces, al que después detuvieron en Alicante y fusilaron». Dicha Consejería, «en la que yo era un auxiliar más, estaba en la Casa de Correos y de ella dependía la emisora de radio EAJ-34. Se daban los partes de guerra y recuerdo que había un locutor que era Joaquín Sánchez, que era rapsoda también, componía versos».

Avanzada la guerra, Vicente Rodríguez recuerda la declaración de soberanía del 24 de agosto de 1937, dos meses antes de la caída del Frente Norte, cuando se constituye el Consejo Soberano de Asturias y León, lo que significaba que el Gobierno asturiano, establecido en Gijón, rompía con el de la República, en Valencia. Era presidente de dicho Consejo el socialista Belarmino Tomás y, precisamente, el Partido Comunista se opuso a aquella medida de soberanía. «Belarmino Tomás quería asumir cargos de una manera muy personal», explica el veterano gijonés. «El Partido Comunista propugnaba un Ejército regular, mientras que Belarmino quería uno de milicianos; y, al mismo tiempo, él acusaba a los comunistas de querer crear un Ejército rojo». El caso es que, «cuando el coronel Prada fue destinado por la República al Ejército del Norte, prefería más tratar con los comunistas que con los socialistas de Belarmino», agrega.

«Finalmente, Belarmino destituye a Ambou y se nombra a sí mismo consejero de Guerra. Entonces, mi padre es destinado al consejo militar del Partido Comunista». Dicho partido tenía su sede «en la casa de Paquet, en el muelle, en la parte de arriba del edificio, subiendo por la cuesta». El consejo militar del Partido Comunista estaba comandado por «Casto García Roza, que en el año 1946 vino a organizar el partido, por orden de Santiago Carrillo, a La Camocha, pero le capturó la Policía y le llevaron a la Comisaría de la calle Cabrales, donde le torturaron y murió; en el parte de defunción decía que había fallecido de un infarto, pero ya sabíamos todos lo que eran esos infartos».

Lo que sucedió aquel 20 de octubre de 1937 constituye el preámbulo de la huida de este gijonés por El Musel. «A las doce del mediodía, hubo reunión del Consejo y se planificó la salida inmediata». Para aquel chaval iba a ser, en principio, «un día de vida normal; fui a Correos a trabajar y volví a casa a la hora de comer. Fue entonces cuando mi padre me dijo que a las cinco de la tarde, no más tarde, fuera a la casa de Paquet, para salir de Gijón».

A continuación, «a las tres de la tarde, vuelvo a Correos a trabajar y me llama el consejero, Aquilino Fernández Roces. "Antes de marchar, vete a inutilizar la emisora", me dijo».

Vicente Rodríguez hizo un rápido cálculo de horas y se percató de que no daba tiempo a cumplir su misión y llegar a las cinco a la cita con su padre. Pero obedeció la orden.

«La emisora estaba en la calle de Los Moros, antes de la calle de Tomás Zarracina. Tenía el locutorio abajo y los aparatos arriba. Llegué y el técnico de la emisora se mostró reacio a hacer nada. Yo le expliqué que bastaba con romper o inutilizar algunas lámparas, para que la emisora quedase inutilizada durante unas horas, las suficientes para que los nacionales no pudieran utilizarla al entrar en Gijón».

Entre las discusiones y la ejecución de lo previsto, «pasaron varias horas, y cuando llegué a la casa de Paquet ya eran las ocho de la tarde y allí no había nadie».

Vicente Rodríguez reflexiona hoy sobre el hecho de que su padre no le esperara. «La respuesta es bien fácil: él, como les pasó a muchos otros comunistas, sería con total seguridad fusilado y yo, por estar a su lado, pues también. Por ello optó, con muy buenas razones, por pensar que los dos por separado tendríamos más oportunidades de salvar el pellejo».

Tras encontrar vacía la sede del Partido Comunista, «junto a otros compañeros tomé rumbo a El Musel. Hice todo el trayecto corriendo todo lo que me daban las piernas y las zapatillas de esparto y pude observar con gran desolación que no estaban ni mi padre ni nadie conocido a quien yo pudiera pedir ayuda».

Eran las nueve de la noche y había comenzado ya la noche más clara que Vicente Rodríguez recuerda haber visto en toda su vida.

«Hice la instrucción en el "Cervera", el buque que años antes me capturó al huir por El Musel»

A las nueve de la noche del 20 de octubre de 1937, Vicente Rodríguez Alonso, de 16 años y militante del Partido Comunista (PC), llegó corriendo al puerto de El Musel. «Pasé junto al barco "Monseny" y bajé por la escala». Comenzaba así la huida de Gijón de aquel chaval que después iba a pasar 33 meses apresado en campos de concentración y batallones de trabajo.

Vicente Rodríguez Alonso (La Felguera, 1921) revive para LA NUEVA ESPAÑA los sucesos de aquel día en el que las tropas del Ejército nacional estaban a punto de entrar en Gijón, lo que supondría la caída del Frente Republicano del Norte. Ese mismo día 20, a la hora de comer, su padre, Fernando Rodríguez, un señalado dirigente comunista, le había dicho a Vicente que le esperaba antes de las cinco de la tarde en la sede del PC, en la casa de Paquet, junto al muelle de Gijón. Pero el chaval se retrasó por cumplir la orden de ir a las tres de la tarde a inutilizar la emisora gijonesa EAJ-34. Cuando llegó a El Musel, su padre ya no estaba.

«Éramos unos cientos los que llegábamos al puerto; entramos como Pedro por su casa, sin que nos tropezáramos con soldados armados o ametralladoras que nos impidieran buscar algún barco. Eso sí, había mucho barullo y se quedó mucha gente en tierra».

A bordo del «Monseny», Vicente Rodríguez observó que «era la noche más clara que he visto en toda mi vida, con una visibilidad de varias millas». En aquel tiempo, controlaban El Musel buques nacionales «como el "Cervera" o el "Júpiter"». El primero de ellos, el crucero «Almirante Cervera», fue el que interceptó al «Monseny», «hacia las doce de la noche, tras un par de horas de navegación», y Vicente Rodríguez acabó en los calabozos del buque. «Nos llevaron a Ribadeo y empezó a nublarse y a llover; ¡lástima que la noche nublada no hubiera sido la de ayer!, pensé». Vicente Rodríguez recuerda, asimismo, que «a las cuatro de la madrugada del día 21, cuando las tropas nacionales ya estaban en La Guía, salió del muelle el "Santa Elena", custodiado, porque llevaba enfermos; pudo salir y llegó a su destino».

Tras pasar la primera noche retenido en Ribadeo, «al día siguiente, nos llevaron a varios de los barcos capturados a La Coruña y nos preocupamos mucho cuando vimos a militares franquistas que colocaban ametralladoras frente a los barcos; pensábamos que nos íbamos a quedar allí, muertos». Sin embargo, «pasaba el tiempo y no disparaban; después supimos que aquellas ametralladoras eran para protegernos de la Falange, que quería hundir los barcos con nosotros dentro».

Después de 15 días en La Coruña, «nos llevaron a Muros de San Pedro, donde había dos campos de prisioneros, uno abierto y otro cerrado. Primero estuvimos en el abierto, amplio, sin alambradas, donde nos recibió un capitán requeté retirado, que se apellidaba Pardal».

Eran unos 600 prisioneros, «pero no había listas, de manera que no se sabía exactamente quiénes éramos los que estábamos allí recluidos». Hoy, a sus 87 años, Vicente Rodríguez reconoce que «no sé cómo enjuiciar aquello que nos sucedió con Pardal. Nos pidió que hiciéramos una carretera para que llegaran desde el pueblo los víveres al campo, y la hicimos. Pasado un tiempo, una noche oímos a Pardal que gritaba: "¡Hijos míos, hijos míos, que se me ha embarrado el camión, venid a ayudarme, por favor, por favor!". Estaba soplado. Fuimos y le sacamos».

Vicente Alonso iba a coincidir en ese campo con Higinio Carrocera, el militar anarcosindicalista, natural de Barros, que había batallado el septiembre anterior en El Mazucu contra el avance nacional. «Una mañana veo a Higinio en el campo y no me dice nada, pero a los diez minutos me manda a uno que me dice que vaya a la enfermería. "Desearía que no me reconociera nadie", me dijo, y yo le respondía que así sería por mi parte, automáticamente». Carrocera sabía que su vida valía muy poco en aquel momento. «Iban al campo contrapartidas de falangistas de La Felguera y Sama y, entonces, le ocultábamos bajo colchonetas».

Después, «en diciembre de 1937 o enero de 1938, cerraron el campo abierto y nos llevaron al cerrado, dentro del pueblo de Muros, amurallado. Entonces sí hubo listas y controles. Una pareja de la Guardia Civil llegó un día y cogió a Higinio Carrocera. Se dice que había sido un chivatazo, pero no se supo de quién. Le llevaron a Oviedo y en febrero lo condenaron a muerte».

Por lo que respecta al destino de Vicente Rodríguez, «en el campo cerrado se presentó un auditor de guerra y me interrogó. Había una disposición que decía que a los capturados de 16 años o menos, sin delitos de sangre, serían liberados. Era mi caso. Me llamó el auditor y me pidió la domiciliación».

Durante la guerra en Gijón, «había vivido con mi familia en el número 25 de la calle Uría, piso 4.º izquierda. En ese mismo edificio también había vivido la familia de Juan Ambou. Le dije al auditor que mi domicilio estaba en Gijón; si le digo que era de La Felguera me machacan, porque era el hijo de un destacado comunista». Sea como fuere, «el auditor pidió informes sobre mí, pero, al no recibir nada, mantuvo mi reclusión, aunque puede que recibiera algo de La Felguera, donde yo ya no tenía familia, salvo lejana».

Al tiempo que Vicente Rodríguez pasaba por todas estas vicisitudes, «mi padre había salido de El Musel en el barco "Conchita" y pasó a zona republicana. Le nombraron gobernador civil de Castellón y Teruel, que para entonces ya estaba tomado por los nacionales. Recuerdo que estando en el campo de Muros hubo compañeros que me decían que mi padre había sido gobernador». Al acabar la guerra, «le cogieron en Alicante. El hecho de haber sido gobernador significaba la condena a muerte, pero se la conmutaron y permaneció desterrado en Valencia. Al cabo de un tiempo, un juez le dijo que tenía que presentarse ante el Tribunal de Orden Público, que juzgaba a masones y a comunistas. Su pena iba a ser de un mínimo de 11 años, así que huyó». Cuando Fernando Rodríguez logró escapar, «su intención era venir a Asturias para incorporarse a la guerrilla, pero le falló el enlace. Vino de Soto de Rey a La Felguera y le dijeron que huyera inmediatamente, porque era uno de los comunistas más señalados».

Posteriormente, «el PC le ayudó a salir hacia París. "Me pasó la frontera un falangista, por una propinilla", me contó después, cuando nos encontramos en París 14 años más tarde». Vicente Rodríguez se había quedado sin familia directa en España. «Mi madre había muerto en el año 1933 y mis hermanos se habían ido a Rusia, como mi padre y su compañera. Intervinieron Pasionaria y Semprún para que pudiera entrar en Moscú. Falleció allí, en abril de 1968, a los 70 años».

El veterano gijonés considera que «mi padre se había aliado desgraciadamente con las Juventudes Socialistas Unificadas de Carrillo; porque hay dos tipos de político: el revolucionario y el de salón. Carrillo es político de salón y mi padre era revolucionario. Antes de la guerra, la Policía llegaba cada poco a mi casa y decía: "Fernando, vamos a dar un paseo". En aquellos tiempos había siempre un sabotaje que aclarar».

Vicente Rodríguez agrega que «el político revolucionario está o en la cárcel o perseguido. Mi padre no pudo formar familia: siempre estaba o en congresos del partido, o en prisión o perseguido».

En cuanto a él mismo, «no me dejaron libre en Muros y después me llevaron a Cedeira, también en la provincia de La Coruña. Estábamos en plena playa, donde había fusilamientos. Pasé después a San Pedro de Cardeña, Burgos, al monasterio, con prisioneros de las Brigadas Internacionales. Después me llevaron a un batallón de trabajadores en Fuenteovejuna, Córdoba, y en junio de 1940 me liberaron, cuando se deshizo el campo de Tarifa, Cádiz, que estaba junto al faro».

Tras aquellos 33 meses de reclusiones, «volví a La Felguera y recibí muchas palizas en las comandancias de la Guardia Civil. Había un teniente, Berenguer, descendiente del Berenguer de la dictadura. Estaba en la Comandancia de Barros, empeñado en encontrar a mi padre. Ponía delante de mí un despertador grande y señalaba una hora: "Cuando llegue aquí, me habrás dicho dónde está tu padre", y un golpe y otro...».

A aquel joven comunista le citaban en la Comandancia «a las once de la mañana, con lo que no podía trabajar; iba a la de Tuilla, por ejemplo, andando, y tenía que estar allí sentado un par de horas. "La semana que viene preséntate en Barros", me decían, y, si no había paliza, a las dos horas me iba».

Por fortuna, a Vicente Rodríguez le surge una oportunidad cuando piden voluntarios en la Comandancia de Marina de Gijón. «Me presenté, me admitieron y embarqué en el "Cervera" para la instrucción». Aquella ironía del destino, la de servir en el buque que le había capturado años atrás, se volvió incluso un sarcasmo cuando «el cabo de la batería del buque que había bombardeado Gijón se enteró de que había un gijonés a bordo y me llamó: "Vaya paliza que os dimos", me dijo». Después, «me demoraron la licencia seis meses y había vacante en Gijón, en la Comandancia, así que fui como secretario del juez de Marina, Juan González Toca. Por allí pasaban los jefes de Duro Felguera y del astillero de El Dique, así que le pedí un certificado de buena conducta a mi superior y también alguien me dio una tarjeta de recomendación».

Para entonces, «había echado novia en Gijón, y después hice algo en la construcción, pero decidí presentarme a Dimas Menéndez, que era jefe en Duro Felguera. No era fácil que te recibiera. Había que rellenar un papel y razonar la visita». Vicente Rodríguez rememora, asimismo, que «toda mi familia había trabajado en Duro Felguera».

Cuando Dimas Menéndez le recibe, «me pregunta: "¿Es usted ex combatiente?". "Serví en el 'Cervera' durante la Guerra Mundial". "Enséñeme documentos". Le mostré también los documentos que me habían dado en la Comandancia. "Con estas cartas y tarjetas pase usted por las oficinas de la empresa". El lunes siguiente empecé a trabajar. Entonces, me casé».

Vicente Rodríguez trabajó 27 años en Duro Felguera. En el presente mantiene una espina clavada. «Pedí los datos que tuvieran de mí a los archivos de la Guerra Civil de Salamanca, Guadalajara, Ávila y al Ministerio de Defensa y me contestaron que no había referencia alguna sobre mi persona durante aquellos 33 meses de reclusión. Pero tiene que haber documentos, porque en Fuenteovejuna había intendencia militar». El veterano gijonés afirma que «no persigo una indemnización, pero sí documentos que digan que fui antifranquista y que por ello fui a un campo de concentración, pese a mis 16 años. En balnearios, ciertamente no estuve. Quiero un papel que diga que estuve en el batallón de trabajadores número 131, 4.ª Compañía, de Fuenteovejuna. No sé adónde tengo que ir a por ese papel. Aparte de eso, yo no fui nadie».

J. Morán


Publicado en: La Nueva España, 2 y 3 de noviembre de 2008.
Fuente: La Nueva España, I y II.

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