La Comuna de La Felguera
Es sabido que la historia siempre la hacen los vencedores, limando lo que no interesa y exagerando en beneficio propio aquellos actos de los que se puede sacar algún rendimiento publicitario. Esto no es nuevo, pero hay que decir que entre los perdedores también hay clases. De manera que en un episodio tan controvertido como el de la Revolución de Octubre siempre se da por hecho que los protagonistas más esforzados fueron los obreros marxistas, olvidando al otro gran bloque ideológico de la época: los anarquistas, que, arrastrados por el rodillo de los tiempos, parece que nunca existieron, y sin embargo -pongamos las cosas en su sitio- su esfuerzo fue al menos igual que el de sus compañeros.
Pero son tantos los mitos que nos han hecho creer que a veces resulta difícil aceptar lo que leemos en las hemerotecas, y si no vean el ejemplo: un panfleto distribuido en las Cuencas el día 4 de octubre de 1934, es decir, 24 horas antes del inicio de la revolución: «¡Trabajadores! No os dejéis engañar por ese falso camino que os brindan para la unidad. Vuestros jefes os traicionan. La Alianza Obrera es el nervio vivo de la contrarrevolución. ¡Abajo la Alianza Obrera de la traición!
El texto no nos sorprende hasta que leemos su firma: el Partido Comunista, que se opuso a la Alianza desde su constitución y que cuando comprendió que el movimiento era imparable se convirtió en su mayor defensor. En fin, hoy no voy a escribir sobre los aspectos militares de aquellos días ni sus consecuencias, que ya han sido analizados hasta la saciedad, sino sobre un punto que casi no tocan los historiadores que se refieren al 34 y que por su interés merece que alguien le dedique un trabajo más serio: la organización de la Comuna de La Felguera, una de las escasas ocasiones que se conocen en que los anarquistas pudieron poner en marcha su modelo de sociedad sin autoridad.
Apenas dos semanas de lucha y de revolución, pero en las que se evidenció el contraste que entonces existía entre las dos Cuencas. En el Caudal, zona de dominio absoluto de la UGT, se impuso la idea de la disciplina férrea y de lo que debería ser la dictadura del proletariado, con la abolición de la propiedad privada y la sujeción a las normas que se dictaban desde el Comité, e incluso en Sama también se dispuso la misma obediencia y la disciplina a las autoridades «militares». Sin embargo, en La Felguera -la única zona de Asturias, junto a Gijón, en la que eran mayoría los anarcosindicalistas de la CNT- se proclamó la anarquía. Dos ideas muy distintas, pero luchando en el mismo bando: el comunismo autoritario y el comunismo libertario.
Avelino González Mallada, que fue secretario nacional del sindicato en 1925 y más tarde alcalde de Gijón, escribió a este respecto: «Los trabajadores de Sama que no pertenecían a la religión marxista preferían pasar a La Felguera, donde al menos se respiraba. Allí estaban en presencia los dos distintos conceptos del socialismo: el autoritario y el libertario; a cada orilla del Nalón las dos poblaciones hermanas gemelas iniciaban una vida nueva: por la dictadura en Sama; por la libertad en La Felguera».
¿En qué consistía esto último? ¿Cómo era posible organizar una sociedad sin jefes ni autoridades y en la que cada individuo era dueño de sí mismo? Para empezar, todos debían ser iguales, y como la mayor causa de desigualdad es el dinero, pues había que hacerlo desaparecer. Alguien puede pensar que aquella disposición fue una postura cómoda para quienes nada tenían y que se hizo de cara a la galería, pero el caso es que se llevó al extremo. Es inmoral meter en el mismo saco lo sucedido en los diferentes pueblos de Asturias; es cierto que en todos la economía se basó en la distribución de vales, pero hay que saber que mientras las tropas de Ramón González Peña se incautaban del dinero depositado en el Banco de España, cuando la columna anarquista llegó a Infiesto rechazó abrir las cajas fuertes de los bancos locales en el convencimiento de que la moneda ya era cosa del pasado burgués. Increíble desde nuestro punto de vista y también desde quienes entonces ya sabían que la utopía no podía llegar lejos, ni aunque se ganase la revolución.
Conocemos la estructura de la organización social de aquellos días por el recuerdo de sus protagonistas y el testimonio de Manuel Villar, entonces director de Solidaridad Obrera, el órgano de la CNT de Cataluña: se formó un comité de abastos encargado de recoger y almacenar los productos de primera necesidad, y otro de distribución que los repartía a las familias según el número de bocas a alimentar.
Las requisas llegaron hasta los concejos vecinos y se centralizaron en almacenes para su reparto entre la población; para ello se utilizaban vales en los que figuraba el valor del canje en pesetas, aunque se aclaraba que «se hace así con el objeto de racionar mejor el consumo, quedando, por lo tanto, suprimida la circulación de la moneda».
Se nos ha contado, incluso por autores de izquierda, como los firmantes de la «Historia general de Asturias», dirigida por Paco Taibo II, que los comités de La Felguera «actuaron como autoridad indiscutible, no sujetos a ninguna otra forma de voluntad colectiva, a ninguna asamblea o reunión». No es cierto: los testigos -cada vez menos por la razón del tiempo inexorable- recuerdan perfectamente el funcionamiento de las asambleas populares y citan lo ocurrido en Nava o Valdesoto, donde se convocó al pueblo para contar y extender la experiencia felguerina, que fue aceptada de inmediato.
La sanidad y la atención a los heridos en combate se dejaron también en manos del colectivo sanitario, que organizó el servicio a su conveniencia, de forma que siempre hubiese retenes disponibles, y todos los vehículos -incluidos los particulares- pasaron a disposición del comité, que, dadas las circunstancias, autorizaba los viajes disponiendo de su propia brigada de conductores.
Un asunto prioritario fue el mantenimiento de la actividad en las minas y en los talleres de Duro Felguera, donde nunca dejaron de funcionar los hornos ni la distribución eléctrica, ampliándose además el trabajo para blindar camiones y fabricar un combustible basado en una mezcla de benzol y gasolina. En las escuelas de la empresa quedó establecido el cuartel general de los revolucionarios, y en la Escuela Industrial, la cárcel.
Como en otras partes, la iglesia parroquial y los archivos municipales fueron incendiados, pero aquí el trato a los mandos empresariales también fue distinto: desde el primer momento el director y los ingenieros de la fábrica fueron tratados con respeto y se les informó de su condición de compañeros e iguales y de la necesidad de sus servicios en la nueva sociedad que se estaba creando; sólo se demandaba su trabajo para ser considerados como uno más. Cuando todo acabó y el Ejército estatal llegó a la cuenca del Nalón, los propios directivos manifestaron la tranquilidad que siempre habían sentido y su respeto por «la hidalguía del pueblo de La Felguera».
Una experiencia breve e increíble desde el punto de vista del siglo XXI, que sirvió para otro intento de mayor calado: durante la guerra civil la CNT decidió abolir la propiedad en la zona rural que controlaba en Aragón y algunos pueblos del Levante. Llegaron a funcionar, a pesar del desarrollo del conflicto bélico, más de 450 granjas colectivas y en un año se logró poner a producir el 40 por ciento de las tierras incultas de la zona, atendiendo la economía sin utilizar otra cosa que el intercambio entre cooperativas y la distribución de la producción.
Finalmente, este modelo de sociedad libre, único en todo el devenir de la humanidad, fue aplastado por las columnas comunistas de Enrique Líster y de El Campesino. Y que cada uno asuma su historia.
Este julio nos dejaba, a los 91 años, Avelino F. Cabricano, uno de los últimos luchadores de La Felguera, que se mantuvo fiel a la Idea hasta el final. Sólo lo vi en una ocasión, hace un par de años, asistiendo en La Felguera a un acto en el que tuve el honor de intervenir, en el que se homenajeaba a Aquilino Moral -otro de aquellos cíclopes que dedicaron su vida a la Utopía-; más tarde supe de su vivencia, y ahora siento, como en otras ocasiones, la sensación de la oportunidad perdida. A él quiero dedicarle hoy este artículo. Alguien dijo una vez, y si no lo digo yo ahora, que los mejores archivos de las Cuencas están en sus cementerios.
Pero son tantos los mitos que nos han hecho creer que a veces resulta difícil aceptar lo que leemos en las hemerotecas, y si no vean el ejemplo: un panfleto distribuido en las Cuencas el día 4 de octubre de 1934, es decir, 24 horas antes del inicio de la revolución: «¡Trabajadores! No os dejéis engañar por ese falso camino que os brindan para la unidad. Vuestros jefes os traicionan. La Alianza Obrera es el nervio vivo de la contrarrevolución. ¡Abajo la Alianza Obrera de la traición!
El texto no nos sorprende hasta que leemos su firma: el Partido Comunista, que se opuso a la Alianza desde su constitución y que cuando comprendió que el movimiento era imparable se convirtió en su mayor defensor. En fin, hoy no voy a escribir sobre los aspectos militares de aquellos días ni sus consecuencias, que ya han sido analizados hasta la saciedad, sino sobre un punto que casi no tocan los historiadores que se refieren al 34 y que por su interés merece que alguien le dedique un trabajo más serio: la organización de la Comuna de La Felguera, una de las escasas ocasiones que se conocen en que los anarquistas pudieron poner en marcha su modelo de sociedad sin autoridad.
Apenas dos semanas de lucha y de revolución, pero en las que se evidenció el contraste que entonces existía entre las dos Cuencas. En el Caudal, zona de dominio absoluto de la UGT, se impuso la idea de la disciplina férrea y de lo que debería ser la dictadura del proletariado, con la abolición de la propiedad privada y la sujeción a las normas que se dictaban desde el Comité, e incluso en Sama también se dispuso la misma obediencia y la disciplina a las autoridades «militares». Sin embargo, en La Felguera -la única zona de Asturias, junto a Gijón, en la que eran mayoría los anarcosindicalistas de la CNT- se proclamó la anarquía. Dos ideas muy distintas, pero luchando en el mismo bando: el comunismo autoritario y el comunismo libertario.
Avelino González Mallada, que fue secretario nacional del sindicato en 1925 y más tarde alcalde de Gijón, escribió a este respecto: «Los trabajadores de Sama que no pertenecían a la religión marxista preferían pasar a La Felguera, donde al menos se respiraba. Allí estaban en presencia los dos distintos conceptos del socialismo: el autoritario y el libertario; a cada orilla del Nalón las dos poblaciones hermanas gemelas iniciaban una vida nueva: por la dictadura en Sama; por la libertad en La Felguera».
¿En qué consistía esto último? ¿Cómo era posible organizar una sociedad sin jefes ni autoridades y en la que cada individuo era dueño de sí mismo? Para empezar, todos debían ser iguales, y como la mayor causa de desigualdad es el dinero, pues había que hacerlo desaparecer. Alguien puede pensar que aquella disposición fue una postura cómoda para quienes nada tenían y que se hizo de cara a la galería, pero el caso es que se llevó al extremo. Es inmoral meter en el mismo saco lo sucedido en los diferentes pueblos de Asturias; es cierto que en todos la economía se basó en la distribución de vales, pero hay que saber que mientras las tropas de Ramón González Peña se incautaban del dinero depositado en el Banco de España, cuando la columna anarquista llegó a Infiesto rechazó abrir las cajas fuertes de los bancos locales en el convencimiento de que la moneda ya era cosa del pasado burgués. Increíble desde nuestro punto de vista y también desde quienes entonces ya sabían que la utopía no podía llegar lejos, ni aunque se ganase la revolución.
Conocemos la estructura de la organización social de aquellos días por el recuerdo de sus protagonistas y el testimonio de Manuel Villar, entonces director de Solidaridad Obrera, el órgano de la CNT de Cataluña: se formó un comité de abastos encargado de recoger y almacenar los productos de primera necesidad, y otro de distribución que los repartía a las familias según el número de bocas a alimentar.
Las requisas llegaron hasta los concejos vecinos y se centralizaron en almacenes para su reparto entre la población; para ello se utilizaban vales en los que figuraba el valor del canje en pesetas, aunque se aclaraba que «se hace así con el objeto de racionar mejor el consumo, quedando, por lo tanto, suprimida la circulación de la moneda».
Se nos ha contado, incluso por autores de izquierda, como los firmantes de la «Historia general de Asturias», dirigida por Paco Taibo II, que los comités de La Felguera «actuaron como autoridad indiscutible, no sujetos a ninguna otra forma de voluntad colectiva, a ninguna asamblea o reunión». No es cierto: los testigos -cada vez menos por la razón del tiempo inexorable- recuerdan perfectamente el funcionamiento de las asambleas populares y citan lo ocurrido en Nava o Valdesoto, donde se convocó al pueblo para contar y extender la experiencia felguerina, que fue aceptada de inmediato.
La sanidad y la atención a los heridos en combate se dejaron también en manos del colectivo sanitario, que organizó el servicio a su conveniencia, de forma que siempre hubiese retenes disponibles, y todos los vehículos -incluidos los particulares- pasaron a disposición del comité, que, dadas las circunstancias, autorizaba los viajes disponiendo de su propia brigada de conductores.
Un asunto prioritario fue el mantenimiento de la actividad en las minas y en los talleres de Duro Felguera, donde nunca dejaron de funcionar los hornos ni la distribución eléctrica, ampliándose además el trabajo para blindar camiones y fabricar un combustible basado en una mezcla de benzol y gasolina. En las escuelas de la empresa quedó establecido el cuartel general de los revolucionarios, y en la Escuela Industrial, la cárcel.
Como en otras partes, la iglesia parroquial y los archivos municipales fueron incendiados, pero aquí el trato a los mandos empresariales también fue distinto: desde el primer momento el director y los ingenieros de la fábrica fueron tratados con respeto y se les informó de su condición de compañeros e iguales y de la necesidad de sus servicios en la nueva sociedad que se estaba creando; sólo se demandaba su trabajo para ser considerados como uno más. Cuando todo acabó y el Ejército estatal llegó a la cuenca del Nalón, los propios directivos manifestaron la tranquilidad que siempre habían sentido y su respeto por «la hidalguía del pueblo de La Felguera».
Una experiencia breve e increíble desde el punto de vista del siglo XXI, que sirvió para otro intento de mayor calado: durante la guerra civil la CNT decidió abolir la propiedad en la zona rural que controlaba en Aragón y algunos pueblos del Levante. Llegaron a funcionar, a pesar del desarrollo del conflicto bélico, más de 450 granjas colectivas y en un año se logró poner a producir el 40 por ciento de las tierras incultas de la zona, atendiendo la economía sin utilizar otra cosa que el intercambio entre cooperativas y la distribución de la producción.
Finalmente, este modelo de sociedad libre, único en todo el devenir de la humanidad, fue aplastado por las columnas comunistas de Enrique Líster y de El Campesino. Y que cada uno asuma su historia.
Este julio nos dejaba, a los 91 años, Avelino F. Cabricano, uno de los últimos luchadores de La Felguera, que se mantuvo fiel a la Idea hasta el final. Sólo lo vi en una ocasión, hace un par de años, asistiendo en La Felguera a un acto en el que tuve el honor de intervenir, en el que se homenajeaba a Aquilino Moral -otro de aquellos cíclopes que dedicaron su vida a la Utopía-; más tarde supe de su vivencia, y ahora siento, como en otras ocasiones, la sensación de la oportunidad perdida. A él quiero dedicarle hoy este artículo. Alguien dijo una vez, y si no lo digo yo ahora, que los mejores archivos de las Cuencas están en sus cementerios.
Publicado en: La Nueva España, 28 de agosto de 2006.
Extraído de: Nenyure.
Etiquetas: Ochobre 1934
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