El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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jueves, marzo 15, 2007

Anarquistas y socialistas en Gijón a fines del s.XIX

No se sabe bien qué o quién empujó al obrero metalúrgico Ignacio Martín a emigrar desde Cataluña hasta Gijón. Comenzaba el invierno de 1892 cuando Martín llegó a Gijón, disponiéndose a trabajar en la recién creada Fábrica de Moreda, fundada trece años antes en París. El gran taller utilizará el carbón extraído en la comarca del Aller para la producción de trefilería.

Cuando Martín llegó a Moreda, ya la Agrupación Socialista local había logrado implantarse en la ciudad. El año anterior, en 1891, Pablo Iglesias había enviado a la región a Eduardo Varela y Francisco Cadavieco para crear allí los primeros núcleos socialistas. Cadavieco encontró trabajo como cargador en los muelles de Gijón y en poco tiempo logró constituir la Agrupación Socialista de Gijón, en la primavera de 1892, ocho meses antes de que Martín pudiese ocupar su trabajo en Moreda.

Ignacio Martín procedía de Cataluña y era anarquista. No se conoce muy bien su ideario, pero sí que era un firme partidario de amalgamar la lucha anarquista con la acción obrera y enemigo acérrimo de subordinar la acción obrera a la acción política partidaria y al “tacticismo previsor” o de constituir una organización de lucha sindical o política jerarquizada, con sus comités decisorios y rígidos estatutos y procedimientos, tal y como preconizaba Pablo Iglesias y le seguían fielmente los socialistas gijonenses. Enseguida, Martín inició su labor de difusión doctrinal, en primer lugar entre sus compañeros de trabajo en Moreda. Con gran sorpresa de los socialistas, ya organizados, la palabra de Martín caló con gran ímpetu en los medios obreros.

Manuel Vigil, a la sazón líder de los dirigentes socialistas asturianos, también obrero metalúrgico, tuvo que enfrentarse a Martín en varios actos públicos de propaganda. Los trabajadores imponían esas controversias, que servían para clarificar los planteamientos generales y valorar propuestas concretas. En esos debates, Martín insistía, con gran desesperación de los socialistas, en que la organización obrera habría de ser federal y fundamentada en el libre pacto, que la centralización y los comités jerarquizados perjudicaban la acción reivindicativa, que la libertad individual y la autonomía de las sociedades federadas lo eran todo, que las luchas empeñadas, basadas en la acción directa y no múltiple, debieran dirigirse hacia la transformación social y el comunalismo y no a la participación en el juego o poder político, que inevitablemente terminaría poniéndose del lado de los poderosos.

Los socialistas, cada vez más nerviosos al observar que perdían el apoyo de los obreros de Gijón, reaccionaron de mala manera.

El propio Manuel Vigil dirá poco más tarde: “Llegó un refuerzo para la hueste anarquista. Un tal Martín, que como todos los pedantes fue una calamidad […] hasta que obligado por las autoridades marchó del pueblo dejando ya casi terminada su obra de desorganización obrera. Gracias a la ignorancia de los obreros, y al charlatanismo del citado ácrata Martín, los anarquistas se hicieron casi dueños de la Fábrica de Moreda y Gijón, que constituyeron diversas sociedades […]”
Silencia Vigil -aunque se trasluce con gran nitidez de su amargo escrito- la verdad de los hechos, bastante más penosa de lo que él dice. Para desembarazarse de tan eficaz competidor, los socialistas intrigaron ante las autoridades políticas locales a fin de que expulsasen a Martín de la ciudad. Acusado de agitador, fue obligado a abandonar Gijón por orden gubernativa. Tenía razón Martín. Al final, los políticos entre ellos se entienden y usan de las mismas tácticas.

Sin embargo, en esta ocasión, no les valió de mucho. Pese a que la presencia de Martín en la ciudad portuaria fue muy breve, ya el árbol anarquista entre los obreros de Gijón había arraigado lo suficiente como para transformar en poda vigorizante lo que otros querían fuese mutilación.

Durante los seis años siguientes, entre 1893 y 1899, los obreros de Fábrica Moreda discutieron apasionadamente sobre la mejor táctica sindical. Aunque todos conocían muy bien su enemigo de clase, no todos coincidían en el mejor modo de batirlo. Unos, los más, seguían confiando en la “huelga reglamentaria” propugnada por los socialistas. Otros, todavía los menos, propugnaban la “huelga organizada según los principios anarquistas de solidaridad, autonomía y federalismo”. Con todo, la viveza del debate no lograba dar el paso a la movilización general, ya que los obreros desconfiaban de sus fuerzas para afrontar los despidos masivos con que eran amenazados al menor síntoma de rebeldía. Mientras las autoridades civiles detenían y deportaban a los obreros más activos, los empresarios elaboraban listas negras con los nombres de quienes serían despedidos, caso de declararse en huelga.

Sin embargo, la movilización llegó. En 1899, los salarios seguían congelados desde la crisis de la siderurgia asturiana en el 84-85 y la jornada se prolongaba hasta 12 horas, a un ritmo intenso que provocaba numerosos accidentes. Y este fue el detonante. Aunque los anarquistas mantuviesen en Moreda un núcleo muy activo, carecían de representación suficiente como para asumir la organización de una huelga. Por ello la convocaron los socialistas por “la jornada de ocho horas, la subida de salarios y la mejora de las condiciones de trabajo, que correspondía ofrecer a la empresa”. Desde el primer momento, los convocantes impusieron su táctica “reglamentista”. Constituyeron un Comité de la sociedad obrera “La Cantábrica” (socialista), que se dispuso a negociar con la empresa y llevar el control del movimiento huelguístico. Los obreros se reunían en asambleas y el Comité, al tiempo que informaba de sus gestiones ante la empresa, dictaba las normas a seguir en los días inmediatos.

A medida que iban pasando los días de huelga, los debates se hacían más vivos y aumentaba el número de los que urgían a intensificar el paro. Por su parte, los socialistas, cada vez más moderados, temían que el conflicto se les fuese de las manos y “aconsejaban entrar en negociación con la empresa, incluso a riesgo de reducir la tabla reivindicativa. Finalmente, fue eso lo que decidieron: firmar una subida salarial y renunciar a las ocho horas y a la modificación sustancial de las condiciones de trabajo y seguridad.

Satisfechos, se dirigieron a los obreros para reclamar la vuelta al trabajo. A medida que se iban conociendo los entresijos del pacto, lo que primero fue un sordo rumor pronto derivó en grave tumulto. ¡Claudicación!, se oyó gritar. ¡Las ocho horas!, gritaban otros. El alboroto subió de tono cuando uno del Comité señaló, como un elemento a valorar del pacto, el “que la empresa hubiese renunciado a efectuar despidos y practicar la selección de contratos sobre los huelguistas más destacados”. Un obrero le increpó a gritos: “¿Es que ahora eres tú quien nos amenaza? No contentos con birlarnos las ocho horas, ahora tratáis que traguemos tan vergonzoso pacto convirtiéndoos en colaboradores de la empresa y agentes de sus amenazas”.

Pese a la rabia de muchos, la asamblea decidió la vuelta al trabajo. Por un tiempo, los socialistas creyeron haber obtenido un importante triunfo, pero no era así. Aunque los obreros de la siderúrgica, siguiendo las consignas del comité socialista, se incorporaron al trabajo, la discusión en torno a la experiencia sindical vivida se mantuvo, ahora más encrespada que nunca. ¿Qué representa para los trabajadores la demanda de la jornada de ocho horas? ¿Es legítimo renunciar a ella por una subida salarial? ¿Qué criterios organizativos y sindicales deben seguir los Comités? El Comité de Fábrica Moreda, dominado por los socialistas, había ofrecido su respuesta a estas preguntas con el pacto suscrito con los empresarios. Ahora, apenas un año después, le tocará el turno a los anarquistas.

La empresa de litografía Moré Hermanos era un taller modélico. La calidad de sus planchas era internacionalmente reconocida. Sus doscientos obreros estaban dirigidos por técnicos y maestros centroeuropeos muy prestigiosos en su oficio. Sin embargo, la independencia de Cuba asestará un duro golpe a la empresa, al perder como clientes las grandes fábricas de tabaco, cuya fuerte demanda de vitolas y cajas representaba una importante carga de trabajo. Ante esta crisis, los propietarios plantearon la necesidad de despedir parte del personal.

Los obreros se negaron a aceptar los despidos e hicieron un llamamiento a la recién creada sociedad obrera “Artes Gráficas” que incluía la mayoría de los litógrafos, tipógrafos y encuadernadores de Gijón. Contra el parecer de los socialistas -que consideraban que el paro en favor de los obreros de Moré vulneraba lo prescrito en el cauteloso reglamento ugetista-, la sociedad “Artes Gráficas” decidió apoyar a sus compañeros de oficio, pero con la condición de incorporar a las reivindicaciones la “jornada de ocho horas, la subida salarial, el control de los contratos y ciertas condiciones de trabajo”. Prácticamente, la misma tabla con la que había comenzado el año anterior la huelga de Moreda, pero ahora agravada por la amenaza directa del despido masivo en Moré.

Desde el primer momento, los anarquistas hicieron un esfuerzo propagandístico sin precedentes. Tan irrenunciable era el trabajo para los de Moré como la conquista de las ocho horas para todos. ¡Ambas peticiones son la misma! ¡Habrá trabajo para todos ellos si imponemos las 8 horas!, insistían los anarquistas.

Por su parte, la empresa pretendió continuar con las labores de carga y descarga de material en el taller, pero los grupos obreros se lo impedían. Moré pidió protección a la Guardia Civil, que tuvo que vigilar la industria e incluso el domicilio particular de los propietarios.

Finalmente, ante la prolongación y firmeza de los huelguistas, a finales de abril, la empresa se vio obligada a aceptar las exigencias obreras. Se habían conseguido las ocho horas para todo el sector, el control obrero de las horas extraordinarias, la subida generalizada de salarios y la renuncia a los despidos. El final de la huelga, que coincidió con el 1° de Mayo de 1900, fue celebrado con extraordinario entusiasmo por la clase obrera gijonense. La acción sindical libertaria y el final exitoso de la movilización en Litografía Moré destacó todavía más la claudicación del Comité socialista de Fábrica Moreda el año anterior, así como el entreguismo de la filosofía sindical, moderada y reglamentista de la UGT, capaz de abandonar a su suerte a los despedidos de Moré y la solidaridad de clase por cuestiones de oportunidad organizativas, expresamente recogidas en su reglamento. Por muchos años del nuevo siglo que pronto comenzará, el anarcosindicalismo predominará en amplios sectores laborales de Gijón.

M. Genofonte


Publicado en: La campana, 2ª época, números 127, 128 y 129 (enero de 2000).
Fuente: Ateneo Virtual de "A las barricadas".

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