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miércoles, mayo 23, 2007

Jaque minero al franquismo

La «huelgona» del 62 supuso el resurgimiento del movimiento obrero, cohesionó a la oposición y reveló la vulnerabilidad del régimen por primera vez desde la guerra civil

Las noticias que llegaban al palacio del Pardo desde Asturias no eran buenas. La huelga iniciada en el pozo Nicolasa a principios de abril de 1962 -una más entre las protestas aisladas que se producían con relativa frecuencia en la minería- se había extendido de forma frenética e inesperada por toda Asturias y por una parte importante del resto del país. Los números cantaban: 65.000 trabajadores en huelga en Asturias y 300.000 en el conjunto de España en los dos meses que duraron los paros. Los jerarcas del régimen se mostraban inquietos. La situación amenazaba con escapárseles de las manos.

Tenían razones para el desasosiego. La represión inicial se había revelado inútil. Por eso, al estado de excepción decretado por el Consejo de Ministros el 4 de mayo en Asturias, Guipúzcoa y Vizcaya le siguió un cambio de estrategia basada en la negociación. Franco no manda a un interlocutor cualquiera. Envía a un ministro -José Solís, secretario general del Movimiento- para tratar directamente con los mineros, en un hecho inédito hasta entonces. Todas las pretensiones de los huelguistas son atendidas y se inicia un regreso escalonado a los pozos. Sin embargo, el precio de la paz social alcanzada es demasiado alto para el régimen franquista que, por primera vez desde el fin de la guerra civil, se muestra vulnerable.

La «huelgona» del 62 tuvo múltiples efectos colaterales. A la evidente mejora de las condiciones laborales de los mineros (con un aumento salarial que en muchos casos llegó a duplicar los sueldos) hubo que sumar repercusiones políticas de mucho más calado para el país. El conflicto social, en el participaron directamente cristianos de base y algunos sectores del clero, fracturó la hasta entonces inquebrantable entente entre Estado e Iglesia. Los paros y la posterior represión también contribuyeron a cohesionar a la oposición antifranquista, así como a movilizar a buena parte de los intelectuales del país en la denominada «insurrección firmada».

Sin embargo, uno de los efectos más importantes de la huelga iniciada en Asturias fue el resurgimiento del movimiento obrero como forma de resistencia activa contra el orden establecido. El propio Stalin había aconsejado a los dirigentes comunistas en el exilio que debían orientar los esfuerzos a combatir el régimen «desde dentro». Ese renacimiento sindical se plasmó en la eclosión de una nueva generación de dirigentes, la consolidación de las comisiones obreras y la sentencia definitiva del Sindicato Vertical, arrinconado por el propio régimen, que optó por negociar directamente con los representantes de los huelguistas ante la necesidad de contar con un interlocutor válido.

La huelga también destapó las contradicciones del régimen y la lucha de poder entre la Falange y los tecnócratas ligados al Opus Dei, que habían introducido el plan de estabilización y medidas de racionalización económica que incluían la congelación de salarios, la apertura al exterior y, en definitiva, la superación del período autárquico. En ese clima, Solís -enviado de Franco conocido como la «sonrisa del régimen»- trató de ganarse con sus concesiones el beneplácito de los mineros, para obtener así una victoria política y recuperar el terreno perdido por la Falange en los órganos de poder franquistas.

En lo que casi todos los historiadores coinciden es en que la «huelgona» del 62 marcó un hito en el devenir de la Historia reciente de España que puso en jaque a las estructuras del régimen. Así lo explica Francisco Palacios, profesor de Historia, para quien los paros de 1962 supusieron «una fractura» para los cimientos del régimen, así como «gran descrédito a nivel internacional».


La huelga acentúo las contradicciones internas y la lucha entre falangistas y tecnócratas

Tal y como explica Palacios, la «huelgona» del 62 en Asturias «coincidió en el tiempo con otros paros mineros en Francia y en Bélgica, aunque allí tuvieron un estricto carácter laboral, mientras que en nuestro país se mezclaban con reivindicaciones políticas democráticas». El historiador local también certifica que los paros obreros de la primavera de 1962 enterraron definitivamente las estructuras sindicales del régimen, ya que «el Sindicato Vertical fue desbordado por las comisiones obreras, interlocutoras en las negociaciones con los ministros del Gobierno».

Además, en opinión de Palacios, el encuentro de Múnich en 1962, que reunió a representantes de la oposición franquista de los más variados sectores, se convirtió en «una respuesta a escala internacional de lo que a escala nacional habían supuesto las luchas mineras. El objetivo de aquel "contubernio", en el que participaron distintas organizaciones políticas -desde monárquicos hasta socialistas y del que sólo quedaron excluidos falangistas y comunistas-, era concienciar a la opinión pública europea sobre la violación por parte del franquismo de las libertades políticas, sindicales, de expresión y de reunión».

En una línea similar se manifiesta Rubén Vega, profesor de Historia de la Universidad de Oviedo y ex director de la Fundación Juan Muñiz Zapico, para quien el conflicto de 1962 supuso un «patrón» de resistencia obrera para el resto de España. «A partir de entonces lo que hacían los mineros asturianos se convirtió un poco en el modelo de otras provincias de España», indica Vega. A juicio de este historiador, el golpe a los cimientos del franquismo fue demoledor. «Puede que no echara abajo las paredes del franquismo, pero las resquebrajó para siempre», apunta.

Vega, que coordinó las dos publicaciones editadas hace cinco años por la Fundación Juan Muñiz Zapico sobre las huelgas del 62, certifica que el éxito de la revuelta social se debió a su inesperada y rápida propagación: «La sanción a los siete picadores de Nicolasa se transformó en una chispa que incendió toda la pradera y que desbordó incluso a las organizaciones clandestinas. Antes de 1962 los conflictos obreros habían sido muy localizados, pero en ese año se generalizó en toda España y tuvo unas repercusiones internacionales muy importantes».

Para Vega también fueron claves las contradicciones internas del régimen y la consolidación de las comisiones obreras. En una línea similar, Ernesto Burgos, profesor de Historia y experto conocedor de la historiografía de las Cuencas, concede una importancia capital al resurgimiento del movimiento obrero. «De las huelgas del 62 surgió un sindicalismo nuevo basado en las comisiones obreras. Esto dio lugar a unas estructuras sindicales totalmente renovadas, con unos representantes designados por los propios obreros y en las que todas las decisiones emanaban directamente de la asamblea; en algún sentido era un sindicalismo mucho más fresco del que puede existir ahora».

Para Burgos, la aceptación de las demandas obreras por parte del régimen socavó su autoridad y provocó que los mineros y, por extensión el resto de los trabajadores, «tomaran conciencia de su poder». «El resultado de la huelga de la primavera del 62 fue una bajada de pantalones del régimen que envalentonó a los obreros. Además fue una protesta con un gran apoyo social de otros sectores, no sólo de mineros; había un malestar latente y la "huelgona" canalizó la reacción de la gente», concluye Burgos.

«Me trataron como a un criminal cuando lo único que pedía era una subida de sueldo»
Eugenio Muñiz, uno de los «siete de Nicolasa», relata la tensión vivida y las visitas de la Guardia Civil a su casa de Mieres en plena madrugada


«Oye, a ver si ahora van a montar una huelga y mañana tengo a la Guardia Civil en casa». Eugenio Muñiz Martínez bromea cuando se acerca a las instalaciones del pozo Nicolasa, en Mieres. Hace 45 años fue uno de los siete picadores que desataron la chispa del conflicto al ser sancionados por paralizar su actividad. «Ganábamos poco y las condiciones de trabajo eran muy malas, así que algo había que hacer», relata este vecino del barrio de La Peña, que aún hoy se sorprende cuando reflexiona sobre las repercusiones de la «huelgona» minera que tambaleó las estructuras del franquismo y fue secundada por 65.000 trabajadores en Asturias.

Muñiz formaba parte del grupo de siete trabajadores que dieron origen al conflicto obrero: «Sé que tres de ellos murieron, creo que otro vivía en Gijón y al resto les perdí la pista», indica este ex picador de Nicolasa. Eladio Gueimonde, uno de esos compañeros, vive actualmente en Palencia y el domingo pasado también relató en LA NUEVA ESPAÑA las experiencias vividas durante la «huelgona» del 62.

Eugenio Muñiz nunca tuvo miedo a significarse laboralmente. «Al que subía un par de veces a reclamar al ingeniero ya le llamaban comunista. Al final se beneficiaron muchos compañeros de aquella huelga porque la situación mejoró mucho».

Sin militancia política

Este mierense de 74 años se autocalifica «de izquierdas», aunque precisa que nunca militó en partido alguno. «Nunca estuve metido en política, pero sí es verdad que era un poco revolucionariu, porque jamás me callé ante nadie cuando creía que lo que defendía era justo». La reacción de la empresa ante la decisión de los «siete de Nicolasa» de dejar de picar carbón el 7 de abril no se hizo esperar. Sancionó a los trabajadores a la espera de resolver el expediente sobre su despido definitivo. «Cuando se enteraron el resto de compañeros decidieron no entrar a trabajar», rememora Muñiz, que tenía tres hermanos trabajando en San Nicolás.

A ex minero no se le olvida «la solidaridad de los compañeros» ni la represión posterior al estallido del conflicto. «Cada poco me llevaban al cuartel y un día la Guardia Civil vino a buscarme a casa a las cuatro de la mañana y con el fusil por delante. Me trataban como a un criminal cuando yo sólo quería mejorar mis condiciones de trabajo y que me subieran el sueldo», recuerda.

Después de Nicolasa, Muñiz pasó por Barredo y el pozo Entrego, explotaciones en las que también fue sancionado como represalia por la empresa. «Me tenían enfiláu, pero no me arrepiento porque había que dar la cara», concluye.

[Semeya: Mineros asturianos deportaos tras la huelgona del 62, nuna reunión en León.]

Miguel A. Gutiérrez


Publicado en: La Nueva España, 4 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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