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miércoles, mayo 16, 2007

Las jornadas asturianas de Mijail Koltsov

El periodista de «Pravda» recorrió el Frente Norte como comisario político de Stalin durante los primeros meses de la guerra y de todo aquello dejó un diario


Todos los historiadores están de acuerdo en que el papel de Mijaíl Yefímovich Koltsov en la guerra civil española no fue el del simple «corresponsal de Pravda» que pretendía ser. Testimonios diversos lo describen como agente del NKVD (Policía secreta de Stalin), comisario político, agente de propaganda, organizador de la censura, asesor militar e incluso informador personal del propio Stalin. Su amigo Iliá Ehrenburg, corresponsal de «Izvestia» en esa época, llegó a decir: «Sería difícil imaginar el primer año de guerra sin M. Ye. Koltsov». Su «Diario de la guerra española» (versiones españolas: Editorial Ruedo Ibérico, 1963, Akal 1978) constituye un documento imprescindible, a pesar de sus desviaciones propagandísticas, y en él se reflejan muchas de estas actividades, aunque apócrifamente atribuidas a un inexistente comunista mexicano: Miguel Martínez.

Mijaíl Koltsov nació en 1898 en Kíev, y tras participar en la revolución y la guerra civil rusas, desarrolló una importante carrera literaria y periodística que le llevó al consejo editorial de «Pravda». En agosto de 1936 viaja a España y se instala en Madrid. Su diario recoge impresiones de la ciudad y sus entrevistas con los políticos republicanos en un relato de enorme interés histórico. Al poco tiempo, su voluntad de hacerse una idea cabal de la situación del país le hace plantearse un viaje a la zona republicana aislada en la cornisa cantábrica. Así, el 7 de octubre, en compañía del fotógrafo y cineasta ruso Román Karmén emprende un viaje en avión a través del territorio faccioso y, tras un accidentado vuelo, llegan a Santander: «Con los motores parados, tras un viraje interminable, aterrizamos y rodamos suavemente por la hierba mojada, levantando chorros de agua. Abrimos puertas y ventanas. Caía una menuda lluvia fina, la primera lluvia desde que despegué de Velikie Luki. Las ovejas mojadas, los tejados mojados, las casas de ladrillo a lo lejos, el aire húmedo del mar, todo me recordaba Inglaterra». Sus oscuras impresiones de la ciudad burguesa y de las dificultades de movimiento que les plantea el Gobierno local del Frente Popular se diluyen cuando habla por teléfono con Gijón: «Los asturianos se alegraron mucho de nuestra visita, la de los primeros rusos, y nos piden que vayamos inmediatamente, sin ningún pase especial. Vendrá a encontrarnos a Llanes el secretario del partido».

Asturias

El 8 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov llega a Asturias. Su primera impresión es la del paisaje: «Es una región majestuosa y bella. Los picos nevados de Morcín y del Aramo dominan severos el horizonte. En las montañas y los barrancos se ocultan pequeñas ciudades y pueblos. Esto es Suiza, más Donbáss y una pizca de nuestro litoral del Pacífico. Para ser el Cáucaso le sobran humedad y niebla. Hace muy poco estas bellezas atraían a los viajeros más refinados y exigentes. Ahora la temporada no es apta para los turistas». En Gijón, acogido por los responsables locales del partido, Koltsov se siente como en casa. En su entrevista con Belarmino Tomás, éste, emocionado, le ruega que transmita al pueblo soviético su agradecimiento por toda la ayuda prestada. Al mismo tiempo, le explica algunos detalles de la difícil situación. Asturias, asediada por todas partes y con un enclave faccioso en su mismo centro resiste con coraje. Al mismo tiempo, los asturianos son perfectamente conscientes de que en su tierra se está desarrollando el primer acto de una dura guerra de la clase obrera contra el fascismo. Koltsov nos describe la vida en Gijón y la moral de los luchadores: «Aquí la gente acepta la guerra, no como un espectáculo o como un cataclismo, sino como un trabajo. Guerrean con la seriedad y el tesón del minero. Nuestra llegada les ha dado ánimos. Ha creado en ellos la sensación de no estar tan lejos ni tan aislados».

Los días siguientes, Koltsov recorre la región, sus factorías y sus minas, muchas de ellas cerradas: «Los mineros se fueron al frente. En las galerías arden, con luz mortecina, las lámparas de los mineros. Caras jóvenes pálidas y amarillentas; macilentas caras de ancianos; sólo trabajan menores de dieciocho años y viejos». También se acerca a visitar los distintos frentes del Oviedo asediado. Juan Ambou, comunista, encargado de guerra del Gobierno asturiano, le acompaña en estos viajes. El 11 de octubre están presentes en un ataque republicano que consigue penetrar en la zona sur de Oviedo. Poco después, presencian el bombardeo de la ladera del Naranco por tres trimotores alemanes: «Nadie molesta a los "Junkers", no hay cazas ni artillería antiaérea. En toda Asturias, los republicanos cuentan con una avioneta deportiva monoplaza». No obstante, los republicanos toman la zona de la plaza de toros y planean un nuevo ataque para unirse a los que han llegado a la plaza de América. Juan Ambou sueña: «-Pronto acabaremos con Oviedo; después enviaremos nuestro ejército minero a Galicia, León, Burgos. Nos abriremos paso hacia Castilla». Koltsov comenta a esto: «Hay que darle crédito. En Asturias saben combatir. Pero están muy mal equipados». Esa noche, Koltsov traba conocimiento con una bebida desconocida para él: «Durante la comida nos enseñaron a beber la asombrosa sidra asturiana. La gente de aquí se da una maña especial para echar la sidra en el vaso con un chorro largo; bajan el vaso en la mano y suben la botella muy por encima de la cabeza. Así se obtiene espuma. Yo puse mucho interés en aprender y después no lograba dar con mi habitación».

El 12 de octubre de 1936, Mijaíl Koltsov deja Asturias y a través de Santander hace una visita al País Vasco. El día 17 está de vuelta en Madrid. En los meses que siguen, su actividad política y como asesor militar es frenética y está fielmente recogida en su diario, aunque a veces se adjudica a Miguel Martínez. Todos los testimonios concuerdan en que era un hombre duro y pragmático, y algunos historiadores consideran que fue uno de los responsables de los crímenes de Paracuellos del Jarama.

En noviembre de 1937 fue llamado de regreso a Moscú, donde, según el testimonio de su hermano menor, el caricaturista y cartelista Borís Yefímov, Stalin y cuatro de sus más cercanos le interrogaron durante más de tres horas. Cuando la conversación terminó, parece ser que Stalin comenzó a bromear. Se levantó, se llevó la mano al corazón e hizo una reverencia.

-¿Cómo hay que llamarle en español?, ¿Miguel?

-Miguel, camarada Stalin, contestó él.

-Bien, don Miguel. Nosotros, los nobles españoles, le agradecemos de corazón su interesante informe. Hasta luego, don Miguel, adiós.

-Sirvo a la Unión Soviética, camarada Stalin.

Se dirigió a la puerta, pero entonces de nuevo Stalin le llamó y le preguntó de forma extraña:

-¿Tiene usted revólver, camarada Koltsov?

-Sí, camarada Stalin, contestó sorprendido.

-Pero, ¿no piensa suicidarse con él?

-Por supuesto que no -contestó él aún más sorprendido. De ningún modo.

Mijaíl Koltsov fue encarcelado poco después, acusado de actividades antisoviéticas y ejecutado en 1940, o en 1942 según otras fuentes. La reciente puesta en circulación de algunos documentos del archivo personal de Stalin ha arrojado luz sobre esta misteriosa detención. Parece ser que Koltsov fue denunciado por André Marty, máxima autoridad de las Brigadas Internacionales. Una carta personal de Marty a Stalin con graves acusaciones sobre Koltsov así parece indicarlo. El enfrentamiento entre los dos hombres era bien conocido en el Madrid republicano. En «Por quién doblan las campanas», de Ernest Hemingway se describe una dura escena entre ellos (Koltsov es presentado como Kárkov en la novela): «Továrich Marty -dijo Kárkov-, voy a averiguar hasta qué punto eres intocable (...) André Marty le miró sin que su rostro expresara más que cólera y disgusto. No tenía en su mente más que Kárkov había hecho algo contra él. Muy bien, por mucho poder que tuviera, Kárkov tendría que estar alerta en adelante».

Jesús Aller


Publicado en: La Nueva España, 3 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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