El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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miércoles, agosto 29, 2007

Vísperas de libertad, gérmenes de discordia. La militancia comunista en Asturias en el umbral de la Democracia

De la noche franquista al amanecer de la democracia: un partido en expansión

En junio de 1967, un examen por provincias de la situación organizativa del PCE arroja para Asturias un total de 753 militantes y 182 simpatizantes.1 Con datos referidos únicamente a la mitad de las provincias españolas, y teniendo en cuenta la ausencia de información sobre el PSUC, así como de Vizcaya y Sevilla entre otras, la organización asturiana viene a representar aproximadamente un 10% del total de efectivos encuadrados por el Partido en el interior del país, tan sólo superada por Madrid (aunque cabe suponer que también Barcelona cuente con un mayor número de militantes). La estructuración organizativa comprende en esta fecha un Comité Provincial, comités locales en Langreo, San Martín del Rey Aurelio, Laviana, Mieres, Turón, Oviedo, Gijón y Avilés y en más de una veintena de pozos y fábricas. A su vez, las Juventudes Comunistas tienen presencia en Oviedo, Langreo, Mieres y Gijón. El aparato de propaganda edita con cierta regularidad el órgano del Partido, Verdad, un periódico dirigido al movimiento obrero, Asturias, y otro de temática cultural, Clarín. Un balance relativamente favorable que ofrece, no obstante, notorias debilidades. La presencia es apenas significativa entre las mujeres (19), los campesinos (11) y lo que el informe designa con los imprecisos epígrafes de “clases medias” (23) e “intelectuales” (25).

Los estudiantes plenamente encuadrados no superan la docena, aunque arropados por una orla más extensa de simpatizantes más o menos activos, y los jóvenes suman 61, también reforzados por su presencia en clubs juveniles, de modo que en estos dos sectores la capacidad de actuación de los militantes comunistas y las posibilidades de movilización resultan apreciables. Pero, de acuerdo con su perfil tradicional de arraigo entre los mineros y en algunos enclaves metalúrgicos, la fuerza del PCE asturiano sigue residiendo indudablemente en el movimiento obrero, donde el desarrollo de Comisiones Obreras ha permitido en el año anterior obtener en las elecciones sindicales 56 enlaces y 35 jurados de empresa, si bien este auge ha empezado a resentirse de los embates represivos, que han conducido a prisión o llevado a la clandestinidad a los integrantes de la Comisión Provincial de Mineros.

Aunque el Comité Provincial es relativamente amplio, la clave de bóveda de todo el entramado clandestino del PCE descansa en estos años en unos pocos cuadros de dedicación absoluta: Horacio Fernández Inguanzo El Paisano, Ángel León Camblor y Julio Gallardo Alba El Moreno. Revestidos de una autoridad indiscutida que, en el caso del primero, se acompaña de una aureola casi mítica, el funcionamiento se basa en una tupida red de contactos personales que eventualmente incluyen reuniones más amplias. Entre los dirigentes clandestinos profesionalizados y la militancia obrera más tradicional se ha establecido una fuerte identificación que acabará por revelarse como un problema en el momento que se produzca la sucesiva detención de quienes han sido piezas clave a lo largo de años. Las formas personalizadas de relación y los hábitos de trabajo heredados de tiempos más duros se resistirán a transformaciones que incluyen órganos colegiados de dirección y moldes más abiertos, dentro de un franco proceso de diversificación de la base militante y de los frentes de lucha.2 Así se pondrá de manifiesto cuando, tras las sucesivas “caídas” de Horacio F. Inguanzo, Julio Gallardo y Ángel León, un nuevo equipo dirigente -más joven, de predominio no obrero y sin clandestinos de dedicación exclusiva - tome las riendas a comienzo de la década de los setenta.

Los ambiciosos objetivos formulados con ocasión de la campaña de fortalecimiento del Partido afrontada en 1970 (triplicar el número de militantes y la difusión de materiales, formar nuevos comités, extenderse entre los campesinos, organizar cursos…)3 dejan paso a un período contradictorio de dificultades organizativas en los bastiones tradicionales y ampliación de la influencia en sectores nuevos. En cualquier caso, el PCE asturiano ha dejado de constituir la referencia que había sido para el resto del Partido diez años antes y manifiesta serios retrasos en la plasmación de objetivos prioritarios como el fortalecimiento de su presencia en los movimientos de masas y la concreción de alianzas con otras fuerzas.4

Las dificultades de la organización asturiana persisten hasta el umbral de la Transición, especialmente en relación con el desarrollo que se está produciendo en otras zonas del Estado. Para abordar el estancamiento que en muchos terrenos se advierte tendrá lugar la I Conferencia Regional, celebrada en maratonianas sesiones durante dos días en París en junio de 1974, con asistencia de 34 cuadros del Partido en Asturias. De forma recurrente, las intervenciones giran en torno al desfase entre los objetivos planteados en lo que se percibe como la antesala de la conquista de las libertades y la precariedad de la organización que debe acometer esa tarea. La consigna de crear condiciones para una huelga general contra la carestía de la vida aparece como irrealizable en muchos de los ámbitos donde la organización está presente si se tiene en cuenta lo reducido de sus efectivos y la modestia de las acciones que están siendo capaces de desarrollar. El optimismo, en buena medida insuflado desde el exterior, encuentra a menudo sus límites en la realidad concreta en que se desenvuelve la militancia.

Respecto a la década anterior, las transformaciones más notables guardan relación con los progresos experimentados en medios no obreros. La sensible expansión conocida en Oviedo - una localidad tradicionalmente adversa- constituye el más claro reflejo de ello: una organización universitaria vigorosa complementada por militantes de Enseñanza Media y de las Juventudes, la apreciable presencia entre los trabajadores de banca, la actividad desplegada dentro del Club Cultural, la hegemonía alcanzada en el Colegio de Doctores y Licenciados, una influencia extraorgánica en sectores profesionales (abogados, médicos, economistas, arquitectos), la participación en los movimientos de profesores no numerarios (PNN) y médicos internos residentes (MIR) y, más reducida, en ANA (Amigos de la Naturaleza de Asturias), la única asociación ecologista existente, dan cuenta del inusual perfil que presenta la militancia comunista en la capital, donde, por el contrario, persiste la debilidad en los movimientos obrero, vecinal y de pensionistas. Es también en Oviedo donde se aprecia una tímida toma de contacto con las expresiones regionalistas y donde el comité local se desenvuelve con una mayor autonomía, seguramente en correspondencia con una organización joven y heterogénea.5

El funcionamiento orgánico es precario, en cambio, en las comarcas obreras donde el asentamiento ha venido siendo más sólido. Tanto Gijón como las cuencas del Nalón y del Caudal se hallan inmersos en procesos de renovación y ampliación de sus comités locales, cuyo funcionamiento adolece de serias deficiencias. Fuera de estas zonas, Avilés sigue constituyendo un territorio hostil donde, pese a haber rebasado los confines de la factoría de ENSIDESA, las posibilidades de actuación son limitadas, con fuerzas reducidas e iniciativas tímidas ante el retraimiento general del entorno. A su vez, Grado representa el único enclave de predominio rural donde se ha estabilizado una presencia comunista basada en mineros del caolín, con algunos estudiantes y profesionales y un vigoroso club cultural. Los obreros de la minería y el metal siguen representando, con la parcial salvedad de Gijón, donde la composición es más diversa, el grueso de la militancia en todas estas comarcas. A caballo entre las luchas estudiantiles y el movimiento obrero, los núcleos locales de Juventudes, en rápido desarrollo tras una reciente crisis, carecen de una coordinación efectiva a nivel regional y se resienten de cierta falta de perspectivas que los reduce habitualmente a la tirada de octavillas y la realización de pintadas, actividades, por otra parte, de alto riesgo que suelen ser motivo de detenciones.

Una red de sociedades culturales de signo antifranquista (tres en Gijón y una en Mieres, Langreo, El Entrego, Oviedo, Avilés y Grado) que vienen actuando como espacios propicios para la socialización de ideas y la confluencia de militantes de diversos movimientos constituyen un escenario preferente de trabajo en el que los comunistas tienden a ejercer la hegemonía o incluso, en algún caso, el monopolio.6 En los inicios de la década, estas entidades, con un status legal y un funcionamiento abierto, habían permitido la subsistencia de la nueva estructura clandestina en un momento especialmente adverso. Pero, a la altura de 1974, se echa en falta una política definida y se acusan tendencias endogámicas que privan de una mayor proyección pública a sus actividades (conciertos como los de José Afonso y Enrique Morente han pasado casi desapercibidos fuera del ambiente de las culturales, se señala),7 si bien la celebración anual, desde 1972, del Día de la Cultura en Gijón está inaugurando una combinación de los aspectos lúdicos, culturales y políticos llamada a convertirse en un acontecimiento de masas.

Los comunistas asturianos lideran además un combativo movimiento de pensionistas y son la pieza principal, tanto en términos de recaudación económica como en cuanto al número de beneficiarios, de un fondo solidario de ayuda a presos y despedidos (FUSOA). Su presencia es mucho más exigua entre las mujeres, donde los esfuerzos por alentar el Movimiento Democrático de Mujeres se han saldado con un fracaso. El panorama apenas ha cambiado respecto a la década anterior: un puñado de amas de casa, casi siempre ligadas al Partido por tradición familiar o matrimonio, están encuadradas en la organización, relegadas a funciones subsidiarias, poco valoradas y escasamente atendidas, salvo cuando se relacionan con el aparato de propaganda y las tareas clandestinas. La misma percepción de relegamiento tendrán las primeras en aproximarse desde el movimiento obrero en alguna fábrica gijonesa.8 La participación en asociaciones de padres y de amas de casa resulta aún débil, en tanto que el asociacionismo vecinal, aunque en 1974 no ha llegado a eclosionar, ofrece algunas experiencias notables, destacando las de La Calzada (Gijón) y Barredos (Laviana), en ambos casos alentadas conjuntamente por cristianos y comunistas.

Pero las más serias deficiencias organizativas se hacen sentir en lo que ha sido siempre el corazón mismo del comunismo asturiano. El movimiento obrero atraviesa una precaria situación que concentra las preocupaciones del Comité Provincial, que reclama tanto un incremento de la actividad como un mayor control sobre el desarrollo de los conflictos, aquejados a su juicio de una excesiva espontaneidad. Desde el Partido se está promoviendo un intento de relanzamiento que no sólo avanza con exasperante lentitud sino que provoca además resistencias en lo referente a una renovación de personas y métodos que está resultando traumática y ya ha dado lugar a tensiones con cuadros obreros en Gijón y Laviana.9

En Comisiones Obreras, la Coordinadora Regional y las locales, afectadas por los despidos de buena parte de sus integrantes e incapaces de superar una inercia de funcionamiento cada vez más inoperante, han entrado en descomposición. La dirección del Partido, integrada mayoritariamente por elementos de extracción no obrera, se siente atenazada por este problema, que resulta vital de cara a un relanzamiento de la movilización, pero carece de soluciones, encontrando no pocas dificultades para conectar con el componente más tradicional, en contraste con su sintonía respecto a las incorporaciones procedentes de nuevos sectores de militancia. Por extracción y sensibilidad, se encuentran más próximos a la joven organización ovetense que a la tradicional reserva que representan las cuencas mineras.10

La I Conferencia Regional se corresponde con un momento en el que todavía se arrastran problemas derivados de la difícil transición entre los moldes organizativos de la década anterior y los nuevos planteamientos de dirección colectiva y descentralización, así como entre un partido de abrumador predominio obrero y otro de base más diversificada. Las cuestiones orgánicas relacionadas con estas transformaciones constituyen el motivo principal de su convocatoria y presiden sus sesiones. En los casi tres años que median hasta la legalización, un crecimiento tanto cuantitativo como cualitativo que representa una auténtica metamorfosis convertirá al PCE asturiano en una genuina organización de masas. Por su tamaño, implantación, capacidad de elaboración y potencial de movilización, los comunistas representan, en el umbral del acceso a la legalidad, una fuerza social de primer orden que alberga ambiciosas expectativas. En cifras que no encuentran parangón en ninguna otra formación política en Asturias, los 3.793 carnets de afiliado repartidos antes de la II Conferencia Regional, celebrada en vísperas de la legalización, llegarán a convertirse un año después en 9.606. En la III Conferencia Regional (marzo 1978) están representados 10.000 afiliados, en tanto que la UJCE ha llegado a contar con 2.500. Mundo Obrero difunde en marzo de 1977 10.000 ejemplares y alcanza la cota de 14.000 en enero de 1978, mientras el órgano del Comité Regional, Verdad, mantiene una tirada que puede llegar en algunos números a los 8.000 ejemplares, aunque su venta no supera los 6.000.11

Un crecimiento de semejante magnitud conlleva una notable renovación de la militancia. Numéricamente, los afiliados recientes y las generaciones más jóvenes se convierten de pronto en mayoría. Los trabajadores no manuales, profesionales y estudiantes se multiplican por diez y los ámbitos de influencia del Partido se diversifican al máximo. La vieja organización de corte más bien monolítico se ve atravesada ahora por profundas diferencias en cuanto a experiencias y culturas militantes. En muchos sentidos, los moldes que históricamente han caracterizado al Partido en Asturias se han visto desbordados y su textura se ha vuelto acusadamente heterogénea respecto a los tiempos de abrumador predominio obrero y férreo sentido de la disciplina. Por el momento, las tensiones que esta metamorfosis encierra permanecen larvadas en el seno del núcleo de dirección, en tanto que la militancia discurre a menudo por cauces paralelos que encubren las diferencias hasta que la crisis se
manifieste de forma brusca en los prolegómenos de la III Conferencia Regional, desembocando en una fractura que conmueve las estructuras del edificio tan trabajosamente construido. Las razones explícitas de esta crisis hacen referencia a divergencias ideológicas, estratégicas y organizativas, pero su lógica remite igualmente a diferencias de sensibilidad y afinidades entre los diversos componentes de la militancia que guardan estrecha relación con la trayectoria reciente de la organización asturiana.

Culturas militantes

La recién estrenada legalidad y las tareas políticas de la Transición acabarán por configurar un nuevo escenario en el que la diversidad interna se pone de manifiesto sin la contrapartida de la cohesión proporcionada por el objetivo común de la lucha clandestina antifranquista en la que se ha forjado su militancia. Sensibilidades, culturas, lealtades, propuestas políticas y corrientes ideológicas diferenciadas se revelan cuando el Partido emerge públicamente con una fisonomía que le aleja de sus perfiles tradicionales. Fruto natural del crecimiento experimentado y de la pluralidad interna que lo acompaña, la síntesis resulta, no obstante, compleja e inestable. En buena medida, las diferencias que pueden ser apreciadas en el seno de la militancia comunista están conectadas con los medios sociales en que ésta se desarrolla y contienen un componente generacional acusado. La relación mantenida con la clandestinidad, que modela un tipo determinado de militante, y la extracción social o el frente de lucha en que se inserta cada cual prefiguran afinidades y patrones de conducta.

El PCE se había distinguido históricamente en Asturias por un marcado carácter proletario en su composición y obrerista en sus planteamientos y concepciones, la solidez de sus raíces y la pobreza teórica de sus reflexiones. Un partido de activistas abnegados y disciplinados, de larga tradición, refractario a las divergencias internas y al debate ideológico. La lucha parece absorber todas las energías, posponiendo sine die la reflexión teórica o estratégica y el análisis sobre la realidad asturiana. La urgencia de las tareas inmediatas sirve como justificante de esta desatención endémica: las intervenciones de los asistentes a la I Conferencia Regional giran insistentemente en torno a la carencia de cuadros con una mínima formación y reclaman la organización de cursos a tal efecto, pero precisan al mismo tiempo que la prioridad reside en cuestiones prácticas que proporcionen herramientas para el análisis de la coyuntura y argumentos para el discurso, desdeñando expresamente la teoría en la medida en que no resulte útil para la acción concreta. En estas preocupaciones no deja de pesar la consciencia de que muchos militantes, antifranquistas decididos pero carentes del más mínimo rudimento de marxismo, se están empezando a ver desbordados por la aparición de nuevos grupos (trosquistas, maoístas…) mucho más débiles pero con cuadros mejor formados y de oratoria más fluida.12

Esta tendencia a la penuria teórica, revestida incluso de un punto de desprecio en ocasiones, en una organización acostumbrada a “grandes verdades, muy claritas e inamovibles, que no aceptan la duda”13 se ve rota de forma parcial por la militancia más joven en los años de la Transición. Como si estuvieran inmersos en una burbuja que los separa del resto, la organización juvenil y, sobre todo, la universitaria muestran un inusitado interés por las cuestiones ideológicas y teóricas, a las que dedican un esfuerzo considerable. Se trata, por otra parte, de una exigencia inexcusable en el clima febril del momento, en el que proliferan formaciones juveniles y estudiantiles de la más diversa raigambre y las asambleas son el escenario primordial del debate entre unos universitarios en constante tensión movilizadora. El salto existente entre el grueso del Partido y las discusiones cultivadas por los estudiantes es abismal. En la Universidad se está debatiendo sobre la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura y sobre la revolución científico-técnica a partir de una bibliografía selecta. Los clásicos del marxismo (Marx, Engels, Lenin), Gramsci, los estructuralistas franceses (Poulantzas, Althusser), el cierre categorial de Gustavo Bueno y autores como Samuel Lylle, John D. Bernal o Radovan Richta, cuya obra La civilización en la encrucijada es de referencia obligada, constituyen un corpus de lecturas básicas. En este ambiente, la autoridad del libro es sagrada y cualquier discusión queda zanjada si uno de los interlocutores desconoce las obras. Esta pasión por la teoría se convierte incluso en una eficaz protección contra las infiltraciones policiales en los niveles de dirección desde el momento en que fabricar un dirigente capaz de sostener un discurso teórico creíble se vuelve una ardua tarea que requiere un considerable bagaje de lecturas.14

La importancia conferida a los aspectos teóricos y a la discusión sobre cuestiones ideológicas y estratégicas se liga a un gusto por la polémica y las actitudes críticas que convierte a los universitarios en elementos incómodos fuera de su propio ambiente. Para la dirección del Partido, aunque la estrategia general no llega a ser discutida hasta muy avanzada la Transición, encierran un riesgo permanente de contestación de sus decisiones mediante discursos bien fundamentados. Quizá por ello, los dirigentes estudiantiles permanecen confinados en la Universidad, sin ser incorporados al Comité Regional. Entre los cuadros obreros y los militantes más veteranos, acostumbrados a limitar las discusiones a la búsqueda de la mejor forma de poner en práctica consignas que en ningún caso se cuestionan, se produce una mezcla de fascinación por la oratoria de unos jóvenes formados teóricamente y de instintiva desconfianza hacia la solidez y consistencia que pueda haber tras esa deslumbrante fachada. Más aún cuando, al coincidir en las mismas agrupaciones tras la legalización, históricos militantes revestidos del prestigio de largos años de clandestinidad se sienten desplazados por estos recién llegados.15

En un plano más general, hayan accedido o no a la Universidad, las nuevas generaciones recién incorporadas a la militancia son portadoras de preocupaciones y actitudes que marcan un desfase generacional que no deja de ser reflejo del existente en el conjunto de la sociedad, superpuesto a rasgos específicos de la tradición comunista y las especiales condiciones de la clandestinidad. Las distancias eran menores en la década de los sesenta, cuando el reclutamiento de jóvenes descansaba primordialmente sobre hijos de militantes cuya actividad se centra en prestar cobertura a los conflictos obreros y asumir tareas de difusión de propaganda. En la Universidad, a la que los hijos de los trabajadores aún no han accedido y la politización se produce por otras vías, el recelo que provoca la anómala frecuencia de hijos de policías y otros elementos del Régimen es compensado por éstos con actitudes marcadamente obreristas. Pero en los años setenta las vías de incorporación a la militancia se han diversificado y la estela de Mayo de 1968 se hace sentir a través de cambios culturales profundos. En contraste con sus mayores, estos jóvenes confieren una notable importancia a la expresión musical, las formas de ocio y las cuestiones estéticas, así como a nuevas formas de relación entre sexos.

Este fenómeno desborda el movimiento estudiantil, afectando al conjunto de las Juventudes y alcanzando incluso enclaves tan tradicionales como las cuencas mineras. A caballo entre dos realidades sociales y culturales, los hijos de mineros ingresados en la Universidad comparten con jóvenes incorporados a la vida laboral espacios e inquietudes comunes. En El Entrego surge en 1975 una singular experiencia cultural que, bajo el nombre de Camaretá, se constituye como colectivo donde se combinan pintura, literatura y música, dentro de preocupaciones como la recuperación del bable y la identidad asturiana. De su seno nacerá Nuberu, el más destacado exponente del Nuevu Canciu Astur, y también un manifiesto sobre la cuestión regional que, a través de las páginas de Verdad, servirá de revulsivo para suscitar una primera reflexión en el PCE asturiano sobre un tema apenas atisbado hasta entonces.16 En su entorno, el periodista Pedro Alberto Marcos, algún integrante de la banda de rock Stukas y un grupo de militantes universitarios entre los que se encuentra el responsable político de la organización universitaria, Benigno Delmiro, configuran un panorama que rompe con la configuración de partido obrero y de rígido aparato que siempre había distinguido al valle del Nalón.

Para estos jóvenes, los espacios de relación giran en torno a realidades que los alejan de la sensibilidad de sus mayores. La discoteca Madison, el rock progresivo (Pink Floyd, The Doors…), las sustancias psicodélicas, el amor libre, las indumentarias desaliñadas y las largas melenas constituyen referencias generacionales que se avienen mal con los estrictos cánones que han observado durante toda su vida los cuadros más veteranos.17 Para éstos, crecidos en las penurias de la postguerra y forjados en la dureza de la lucha clandestina, la austeridad es un valor primordial y la disciplina una cuestión de principios que a menudo ha estado relacionada con la propia supervivencia de la organización. El hedonismo de los jóvenes les resulta extraño y su relajación, ya sea en el plano militante o en el de las relaciones sexuales, una irresponsabilidad que puede requerir incluso un tratamiento político. Si un seminario organizado por las Juventudes sobre Wilhelm Reich y la revolución sexual les puede parecer frívolo, los primeros casos de separaciones y relaciones extramatrimoniales entre dirigentes sindicales y políticos llegan a suscitar propuestas para su tratamiento en órganos de dirección.18

En tiempos de clandestinidad, la puntualidad en citas y reuniones era un asunto de seguridad y la observancia de una estricta moral tanto pública como privada un requisito del que dependía el prestigio y capacidad de liderazgo o las posibilidades de encontrar un arrope social en los momentos más adversos. Que el grupo de una docena de desterrados confinados en Soria a raíz de las huelgas de 1962 reaccione de forma tajante poniendo fin a la relación adúltera de uno de ellos con una joven soriana guarda directa relación no tanto con el puritanismo como con la necesidad de observar una conducta ejemplar ante quienes están siendo solidarios con su situación ofreciéndoles hospitalidad.19 La rigidez de costumbres y la austeridad es más férrea aún en los que han sido dirigentes clandestinos, dedicados en cuerpo y alma al Partido según el modelo leninista de revolucionarios profesionales. Biografías preñadas de entrega y sacrificios explican dudas como las de Mario Huerta, partícipe de la revolución de 1934 y de la guerra civil, con dos condenas de prisión y largos años de contactos clandestinos en el monte, quien a su vuelta del exilio teme que su gusto por el cine pueda ser visto como una frivolidad excesiva para un comunista. Ángel León Camblor, combatiente en 1934, en la guerra civil y en la Resistencia francesa, vuelto para sostener las estructuras clandestinas en 1962 y encarcelado en 1970, administra ya en legalidad los fondos de la organización con un celo rayano en la racanería, exigiendo cuentas hasta de los céntimos. Horacio Fernández Inguanzo, tres condenas de prisión y largos años -como cantara Víctor Manuel- “escondiéndose a diario, durmiendo por los pajares, desapareciendo al alba”, la pieza más codiciada por el comisario Ramos y la brigada político-social, prefiere, antes que entrar en un restaurante, mantenerse a base de bocadillos cuando estrena en 1979 su condición de diputado electo por Asturias.20

Esta troika de dirigentes históricos, revestidos de un inmenso prestigio, ha marcado con su impronta los tiempos más duros, imprimiendo un estilo de dirección muy personalizado y jerárquico. Su desaparición dejará un vacío que es cubierto, en la primera mitad de los setenta, por nuevos dirigentes de perfil muy diferente: pertenecientes a otra generación y a otra extracción social, José Manuel Torre Arca Pin Torre, catedrático de Instituto, y Vicente Álvarez Areces Tini Areces, profesor de matemáticas, desarrollan una actividad profesional y hacen vida legal al tiempo que asumen sucesivamente la dirección del Partido en Asturias. Este hecho, unido a su capacidad para relacionarse con medios en los que la presencia comunista ha sido hasta entonces muy débil y su voluntad de establecer una dirección colegiada mediante un Comité Provincial más amplio y menos jerarquizado, transforma el funcionamiento orgánico. Pero, a los ojos de los cuadros obreros de las cuencas mineras, en ningún caso estarán revestidos de una autoridad comparable a la de sus antecesores y las sensibilidades respectivas dificultarán la plena sintonía, abocando a un creciente pesimismo acerca de las posibilidades de reeditar las vigorosas movilizaciones del pasado. El proceso derivará en una progresiva autonomía del movimiento obrero respecto a la dirección política, aglutinando fuerzas en torno a unas Comisiones Obreras en las que Gerardo Iglesias comienza a desempeñar un papel clave, en especial tras el éxito, en febrero de 1975, de una convocatoria de jornadas de lucha que había sido motivo de controversia previa.21

Incluso en su ausencia, la figura de Horacio Fernández Inguanzo sigue gravitando sobre la organización asturiana. Así lo reconoce Vicente A. Areces en la I Conferencia Regional, al tiempo que señala la necesidad de abandonar estilos de dirección propios del pasado. Y en el mismo sentido se pronuncia, de forma inequívoca, el propio Santiago Carrillo: “el día que haya libertad en España y en Asturias, el líder del Partido Comunista en Asturias es Inguanzo, el líder de masas del Partido Comunista en Asturias es Inguanzo”.22 Las dificultades que entraña la adaptación al nuevo tipo de dirección son reconocidas por todos los implicados. Desde la dirección exiliada se echa en falta la entrega absoluta que anteriormente ofrecían los encarcelados, al tiempo que se valora la renovación y el carácter más democrático del funcionamiento adoptado. Desde la base se proyectan demandas de mayor tutela y atención por parte del Comité Provincial que chocan con la descentralización que éste propugna, invitando expresamente a acabar con los tiempos de reuniones en el monte y comités locales que parecían esperar soluciones de la presencia de una especie de “enviado del cielo” en vez de desarrollar vida política propia y adoptar decisiones de forma autónoma. En medio, los integrantes del Comité Provincial se ven absorbidos por tareas mecánicas que les impiden jugar el papel coordinador que debiera corresponderles.23

Esta situación dejará paso, en los años culminantes de la Transición, a una realidad radicalmente nueva en la que se afronta el reto de construir un partido de masas. Si ya en el período anterior la renovación en los estilos de trabajo y en el componente social de la militancia había entrañado dificultades, únicamente las expectativas depositadas en el cambio político que atraviesa el país y el entusiasmo por las libertades recuperadas pueden encubrir algunas fuentes de malestar incubadas en este proceso de profunda transformación interna. Aunque la Transición representa un momento excepcional, el PCA era cualquier cosa menos un partido de aluvión y las tradiciones siguen pesando. Para quienes han conocido las estrictas cautelas de la clandestinidad y ya venían percibiendo con recelo las formas más abiertas de militancia propias de los medios estudiantiles y juveniles, la apertura de las puertas hacia una afiliación indiscriminada siembra el desconcierto, cuando no enciende auténticas señales de alarma. De un partido basado en el principio de “pocos y escogidos”, en el que se ingresaba a través de la estricta confianza personal, avalado por dos militantes y sometido a un período de prueba, se pasa a la aceptación de todas las solicitudes de carnet, lo que en algún caso hace cundir la alarma: “Desde la legalización se ha introducido mucho irresponsable en el Partido. Se hace necesaria una vigilancia y un conocimiento sobre las personas que piden el ingreso”.24 La idea de que los comunistas han de dar testimonio de su integridad observando una conducta irreprochable se ve amenazada y no serán raros los casos en que militantes veteranos piden explicaciones por la admisión de personas de dudosa reputación o que en el pasado habían mostrado debilidades como no secundar una huelga.25

Entre los recién llegados se producen además cooptaciones a órganos de dirección y rápidas promociones que no se ven justificadas por una biografía militante sino, en el mejor de los casos, por la voluntad de renovar la imagen pública del Partido y de reforzar su capacidad política. En ocasiones, la fragilidad del compromiso o la posterior deriva ideológica de quienes son elevados a cargos de relieve acabará por avalar las desconfianzas iniciales.26

El vertiginoso crecimiento numérico experimentado a lo largo de 1977 supone incluso que en muchas agrupaciones los recién afiliados constituyen mayoría. Este mero hecho, unido a la apenas estrenada legalidad, entraña cambios en la convivencia entre camaradas, en la dinámica de las reuniones, las formas de discutir, el funcionamiento orgánico… “Cada vez aparecen más dirigentes de nuevo cuño, a los que nadie conocía hace escasos meses y que hoy se convierten en oráculos. A los viejos ni se nos escucha ni se nos considera”, se lamenta un grupo de militantes gijoneses que abandona el Partido en 1978.27 Dilatadas ejecutorias militantes son desconocidas o escasamente valoradas por nuevos elementos que a menudo gozan de mayor nivel cultural y más capacidad dialéctica, relegando a los más veteranos, cuya conducta política se ha regido más por el instinto que por la fundamentación teórica. En las nuevas condiciones, el valor, la entrega y la disciplina han dejado de ser un bien supremo, en tanto que la discusión abierta y la democracia interna son más apreciadas.

Desde el inicio de la Transición, las tensiones internas van generando diversas líneas de fractura en el seno de una militancia numerosa y heterogénea. Lo que convierte en frágil esta diversidad es la quiebra de expectativas determinada por los decepcionantes resultados electorales y la gestación de divisiones en el seno del Comité Regional que acabarán por ser trasladadas al conjunto de la organización en términos de confrontación abierta. Las diferencias políticas han permanecido largamente larvadas, sin trascender a un estrecho círculo de dirección, mientras la militancia permanece ajena al enfrentamiento hasta las vísperas de su estallido en la III Conferencia Regional (marzo 1978). Las afinidades personales, basadas primordialmente en factores generacionales y de ámbitos de militancia, se convierten, de este modo, en el principal factor a la hora de determinar los alineamientos, simplificando el problema hasta ser toscamente expresado en términos de enfrentamiento entre “obreros” e “intelectuales”. Encabezados respectivamente por Gerardo Iglesias y Vicente A. Areces, el ascendiente del primero (a la sazón secretario general de CC.OO. de Asturias) sobre la base obrera y el respaldo de Horacio Fernández Inguanzo resultarán decisivos para explicar el desenlace. La seria amputación sufrida en 1978 afecta principalmente a la Juventud, la Universidad y los sectores profesionales, precisamente los componentes que se habían visto más reforzados en los años precedentes. Con ellos se van los responsables políticos que han dirigido la organización entre 1971 y 1976 (Vicente A. Areces, expulsado, y José Manuel Torre Arca, que causa baja en solidaridad con los sancionados).

En medio de una crisis que prefigura lo que ha de ocurrir en el conjunto del Partido varios años más tarde, PCA retorna, tras un corto paréntesis, a sus perfiles más tradicionales, configurándose como una organización extraordinariamente homogénea, aglutinada en torno a su base obrera e identificada con la dirección, donde apenas encuentran eco corrientes críticas de cualquier signo. A su vez, las profundas raíces con que cuenta explican en buena medida su capacidad tanto para superar su propia crisis, pese a la nada desdeñable merma de efectivos que había representado desde el punto de vista cualitativo, como para amortiguar los efectos de la posterior debacle sufrida en el conjunto del Estado.

Rubén Vega García

Notas:

1 “Datos estadísticos de militancia del Partido por provincias”, junio 1967, Documentos, c. 48, AHPCE.
2 En torno a estas dificultades girará buena parte de la autocrítica realizada en la I Conferencia Regional: “Conferencia de la organización del PCE en Asturias”, junio 1974, paquete de cintas 55, AHPCE.
3 “Campaña de fortalecimiento y ayuda económica al Partido”, 1970, Documentos, c. 51, AHPCE.
4 VEGA GARCÍA, Rubén. El PCE asturiano en el tardofranquismo y la transición. En ERICE, Francisco (coord.). Los comunistas en Asturias 1920-1982. Gijón: Trea, 1996, pp. 175-181. Sobre la referencia asturiana en la primera mitad de la década de los sesenta, véase ERICE SEBARES, Francisco. Entre el mito y la memoria histórica: las huelgas de 1962 y la tradición épica de la Asturias roja. En VEGA GARCÍA, Rubén (coord.). Las huelgas de 1962 en Asturias. Gijón: Trea/Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002, pp. 429-434 y MOLINERO, Carme. La referencia asturiana en la oposición al franquismo. En VEGA GARCÍA, Rubén (coord.). Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional. Gijón: Trea/Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002, pp. 68-71.
5 “Conferencia de la organización del PCE en Asturias”, junio 1974, paquete de cintas 55, AHPCE.
6 LOBATO BLANCO, Luis Alfredo. Dos décadas del movimiento cultural y universitario en Asturias (1957- 1976). Gijón: Trea, 1998, pp. 101-160.
7 “Conferencia de la organización del PCE en Asturias”, junio 1974, paquete de cintas 55, AHPCE.
8 Ibídem.
9 Ibídem.
10 VEGA GARCÍA, Rubén. El PCE asturiano en el tardofranquismo…, op. cit., p. 195.
11 Verdad, abril 1977 y “Evolución afiliativa del PCA”, Oviedo, 1987, Archivo PCA. “Informe de la Secretaría de Propaganda”, Gijón, 21 enero 1978 (facilitado por Francisco Prado Alberdi). “Difusión y venta de Verdad”, Secretaría de Propaganda del Comité Regional del PCE, 21-XI-1977, Fondo hermanos Arias, Archivo Histórico Universidad de Oviedo.
12 “Conferencia de la organización del PCE en Asturias”, junio 1974, paquete de cintas 55, AHPCE.
13 Entrevista a María José Capellín Corrada, Gijón, 4-XI-1995.
14 Entrevista a Benigno Delmiro Coto, Gijón, 6-X-1995.
15 Entrevistas a María José Capellín Corrada, Gijón, 4-XI-1995, Benigno Delmiro Coto, Gijón, 10-X-1995 y Vicente Gutiérrez Solís, El Entrego, 10-II-2004.
16 DELMIRO COTO, Benigno. Nuberu en el tiempo. Mieres: Editora del Norte, 2001, pp. 41-49.
17 Entrevista a Manolo Blanco Peñayos, El Entrego, 17-II-2004.
18 Entrevistas con Francisco Prado Alberdi, Gijón, s.f., Santiago Marcelino Martínez, Gijón, 15-IV-1996 y Vicente Gutiérrez Solís, El Entrego, 10-II-2004.
19 Entrevista a Constantino Alonso González, Oviedo, 12-IV-2002.
20 Entrevistas a Francisco Prado Alberdi, Gijón, s.f. y María José Capellín Corrada, Gijón, 4-XI-1995.
21 Entrevista a Gerardo Iglesias y Francisco Prado Alberdi, Gijón, 24-II-1993.
22 “Conferencia de la organización del PCE en Asturias”, junio 1974, paquete de cintas 55, AHPCE.
23 Ibídem.
24 PCE-Zona del Caudal, documento interno sin fecha ni título (facilitado por Manuel Rodríguez Lito Casucu).
25 Entrevistas a Manuel Álvarez Ferrera Lito el de la Rebollada, Gijón, 11-X-1994, Jesús Carrión, Blimea, 10- XI-1995 y Vicente Gutiérrez Solís, El Entrego, 10-II-2004.
26 En Asturias, el caso más flagrante viene dado por Silvino Lantero, convertido en consejero del gobierno preautonómico apenas llegado al PCA, quien muy pronto abandona sus filas para convertirse en un vehemente anticomunista.
27 “Carta de 26 militantes de la Agrupación de El Llano comunicando su baja en el PCA”, Gijón, 16-XII-1978 (facilitada por Joaquín Fernández Espina).




Publicado en: Actas del I Congreso sobre la historia del PCE 1920-1977. Fundación de Investigaciones Marxistas, 2004.

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