Introducción a "Del tiempo en que los violentos tenían razón"
Introducción a la primera edición de Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005)
El movimiento obrero asturiano ha constituido a lo largo de los tres primeros tercios del siglo pasado, junto con el catalán, la auténtica vanguardia del proletariado en el Estado español. La pervivencia de la huelga general revolucionaria de 1917 cuando fue aplastada en el resto del país, la insurrección y la Comuna de octubre de 1934, donde el proletariado se constituyó en clase pasando por encima de partidos, sindicatos e ideologías, la resistencia al golpe militar en 1936 y en las guerrillas en la inmediata posguerra y las huelgas mineras de 1962 con el nacimiento de las comisiones obreras como expresión de la autonomía de clase y el asalto a la comisaría de Mieres, son jalones de una lucha que convirtió al proletariado asturiano en una referencia para los revolucionarios de todo el mundo.
Tras la muerte del dictador, varios factores locales e internacionales (transacción democrática, reestructuración capitalista mundial, crisis del petróleo, incorporación al Mercado Común…) hicieron que se haya ido acentuando la crisis industrial que ha llevado al desmantelamiento de los sectores productivos tradicionales de Asturias. En paralelo, desde la legalización de los sindicatos y partidos políticos, asistimos a la decadencia y caída del movimiento obrero asturiano tradicional. Unos partidos y sobre todo sindicatos convertidos en auténticos poderes en la región, gestores de la crisis, con enormes presupuestos basados en desmesuradas subvenciones y una nueva clase social, la sindicalista, con sus privilegios, que han conseguido, en lo general, mantener dentro de los cauces democráticos y pactados las protestas que inevitablemente ha generado la crisis industrial, expresadas a veces de forma respetuosa –cuando los trabajadores no han podido o sabido librarse de los parásitos sindicales– o violenta –pasando por encima de los sindicatos–, y que han consistido en una utópica exigencia de reindustrialización. Los resultados están a la vista: no solo no han logrado una mísera conquista social, sino que se han vuelto cómplices de la devastación de las conseguidas durante más de un siglo de lucha de clases. Las compensaciones económicas obtenidas han favorecido única y exclusivamente a los sindicatos y a sus afiliados, sin conseguir parar la emigración de la juventud ni la desertización de las cuencas mineras. Increíblemente, una vez más, la socialdemocracia avanzó porque no se le rompieron las piernas, hasta el punto de que los antiguos enfrentamientos violentos entre fuerzas de orden y trabajadores han degenerado en simulacros destinados a los mass media previo pacto con la policía.
Es en este clima desesperanzador donde poco a poco se va constituyendo en Asturias la única voz discrepante. Frente a las utópicas posturas de los sindicatos y partidos, basadas en peticiones de reindustrialización no se sabe muy bien a quién e invariablemente defraudadas por la marcha real de la economía, sólo nuestro partido, el partido de la subversión proletaria, ha mantenido viva la llama revolucionaria del rechazo radical.
En ningún otro lado en Asturias, a lo largo de estos años que marcan el fin de una época, se han propugnado explícitamente los objetivos históricos del movimiento obrero, por los que mataron y murieron nuestros abuelos a lo largo de buena parte del siglo pasado. No hemos inventado nada nuevo, pero podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en ningún otro lado se ha conservado la memoria histórica del proletariado: el rechazo del trabajo asalariado y la mercancía, el internacionalismo proletario, la autonomía de la clase obrera por encima de pactos y claudicaciones, la destrucción del Estado y la liquidación social.
Nuestro partido es el partido de la primera Internacional, de la Comuna de París, de los revolucionarios rusos aplastados por los bolcheviques, de los espartaquistas, de la alianza obrera que culminó en la insurrección de octubre del 34, de los revolucionarios de julio del 36 y mayo del 37, de la Internacional Situacionista, del MIL y los Comandos Autónomos, de las Células Revolucionarias y la Brigada de la Cólera, de los obreros que se manifestaban en Berlín y Polonia contra los estalinistas, de los rebeldes húngaros del 56, del mayo francés del 68 y del 77 italiano; “el movimiento real que anula y suprime el estado de cosas existente”: el partido de las asambleas autónomas de trabajadores investidas de todo el poder, el viejo topo que sigue minando el edificio de la sociedad turbocapitalista, y cuya última manifestación visible se ha podido ver en los incontrolados de las periferias de las ciudades francesas, que han llevado a cabo una crítica en actos del urbanismo, de la economía, de la política y de la idea capitalista de felicidad, y a los que tan sólo les falta adquirir conciencia de lo que han hecho, de lo que son, y, por lo tanto, de lo que serán capaces de hacer.
Los textos que presentamos en este libro no han sido escritos por uno, dos o un grupo de teóricos. En su redacción ha participado la práctica totalidad de las personas que en algún momento formaron parte del movimiento autónomo internacionalista y revolucionario en Asturias a lo largo de estos 15 años. Todos hemos conocido las comisarías y algunos las cárceles de la democracia. Esta es otra característica que nos diferencia de la totalidad del espectro izquierdista asturiano: la abolición en nuestro seno de la división social del trabajo, de la división entre teóricos y activistas, entre dirigentes y militantes, evitando así reproducir en nuestro interior las condiciones jerárquicas del viejo mundo capitalista, y, como buenos obreros salvajes, procurando ser dialécticos.
“Para el triunfo final de los principios establecidos en el Manifiesto Comunista, Marx apostaba única y exclusivamente por el desarrollo intelectual de la clase obrera como resultado necesario de la discusión y de la acción política” (F. Engels).
Una izquierda asturiana que no puede evitar subrayar lo abominable de sus actos con lo ridículo de su jactancia. Los demócratas izquierdistas acostumbran a salir de las derrotas más ignominiosas tan inmaculados como inocentes entraron en ellas, con la convicción de nuevo adquirida de que tienen necesariamente que vencer, no de que ellos mismos y sus organizaciones tienen que abandonar las viejas posiciones, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con ellos. Víctimas de su necia concepción del mundo, estos héroes de las merendolas de los 1 de mayo, estos payasos serios ya no toman a la historia universal por una comedia, sino su comedia por la historia universal.
Durante estos años hemos podido asistir a la irrupción de la ideología nacionalista –totalmente ajena a la historia y tradición de la clase obrera asturiana– empapada además de un asqueroso interclasismo de carácter oportunista y miserable, como corresponde a sus orígenes pequeño burgueses; a la claudicación definitiva de una CNT encerrada en sí misma, cada vez más inoperante, cada vez más burocrática, y cada vez más alejada del mundo real, adquiriendo unos rasgos que la aproximan más a una secta religiosa que a una organización revolucionaria; a la conversión definitiva de la CSI en el apéndice sindical de imagen extremista que recoge las migajas de desesperación que CCOO y UGT se pueden permitir despreciar, y cuya ceguera les ha conducido a secundar la táctica de las centrales “mayoritarias” tendente a evitar la coincidencia de conflictos y su conexión solidaria; a la transformación de estalinistas, maoístas, trotskistas, etc,..en demagogos izquierdistas para los que todo es respetable y digno de humillarse por ello, empeñados en mil campañas según la estación del año(0’7%, antiglobalización, matrimonios gays, caridad con los inmigrantes, apoyo a Izquierda Unida y a cualquier disparate sindical,…); a las componendas, inconsciencia e irresponsabilidad de organizaciones como FUSOA, especialistas de la antirrepresión cuya inconsistencia teórica y desorientación práctica les lleva a vegetar entre detención y provocación fascista, incapaces de ir más allá de los tópicos izquierdistas sobre el antifascismo o la represión; todos empeñados en prolongar por un milenio más la queja del proletariado con el único fin de conservarle un defensor. La historia ha pronunciado su sentencia sobre todos, condenándolos al basurero del que nunca debieron salir ninguno de ellos.
A estas alturas sus reivindicaciones sólo expresan su grado de descomposición: derechos nacionales (léase intereses de sectores de la pequeña burguesía), derechos laborales (léase derecho a la tortura), derecho a la vivienda (léase derecho a vivir entre cuatro paredes de mierda en algún guetto) , etc; es decir, quieren, y están dispuestos a humillarse por ello, que la democracia funcione bien, que el capitalismo sea perfecto. Son incapaces de ver, todavía hoy, que democracia y trabajo asalariado son incompatibles; que las múltiples reconversiones, crisis y conflictos no son más que manifestaciones puntuales de las contradicciones cada vez más desarrolladas e irresolubles en el marco del capitalismo; y que éste “no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido en que es un producto histórico” (Marx-Engels, La Ideología Alemana) y por lo tanto transitorio, de la sociedad dividida en clases.
Para nosotros, que tenemos el vicio de llamar a las cosas por su nombre, y que podemos percibir día a día cómo la economía se desarrolla mientras nuestras vidas se deterioran, siguen manteniendo toda su vigencia las palabras de Marx en su crítica al programa reformista del partido socialdemócrata alemán de Gotha: “Después de la muerte de Lassalle, se había abierto paso en nuestro Partido la concepción científica de que el salario no es lo que parece ser, es decir, el valor –o el precio– del trabajo, sino sólo una forma disfrazada del valor –o del precio de la fuerza de trabajo. Con esto, se había echado por la borda, de una vez para siempre, tanto la vieja concepción burguesa del salario, como toda crítica dirigida hasta hoy contra esta concepción, y se había puesto en claro que el obrero asalariado sólo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida, es decir, a vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo para el capitalista (y, por tanto, también para los que, con él, se embolsan la plusvalía); que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolongación de este trabajo gratuito, alargando la jornada de trabajo o desarrollando la productividad, o sea, acentuando la tensión de la fuerza de trabajo, etc.; que, por tanto, el sistema del trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan las fuerzas sociales productivas del trabajo, aunque el obrero esté mejor o peor remunerado.”
Museos, hoteles, grandes superficies, parqués temáticos, turismo, trabajos inútiles, destrucción de la naturaleza y prostitución de las personas son las respuestas que nos dan los izquierdistas que nos gobiernan y aquellos que les apoyan. Para nosotros, por el contrario, la única solución pasa por el enfrentamiento y la acción directa, prefiriendo tomar y atacar a pedir y reivindicar. Nosotros no aceptamos las leyes de la economía, ni aceptamos la esclavitud del trabajo, y en un terreno aún más amplio, nos declaramos en insurrección contra la Historia.
Insumisión, solidaridad con luchas obreras, ocupaciones, lucha callejera,…los conflictos en los que nos vimos envueltos no fueron más que pequeños hechos episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la sociedad asturiana. Bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el abismo que se extiende por debajo. Demostramos que bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo necesitan ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos continentes enteros de duros peñascos. Proclamamos, de forma ruidosa a la par que confusa, la emancipación del proletariado, la vieja tarea histórica mil veces traicionada, pero nunca abandonada.
Así fue trazado el programa más idóneo para poner en entredicho el conjunto de la vida social: las clases y las especializaciones, el trabajo y el entretenimiento, la mercancía y el urbanismo, la ideología y el Estado; hemos demostrado que hay que echarlo abajo todo. Y semejante programa no contiene más promesas que la de una autonomía sin freno y sin reglas.
Hemos sembrado el viento. Recogeremos la tempestad.
Unión, Hermanos Proletarios
Publicado en: Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005). Llar Editorial / Klinamen, 2006.
Fuente: Editorial Klinamen.
El movimiento obrero asturiano ha constituido a lo largo de los tres primeros tercios del siglo pasado, junto con el catalán, la auténtica vanguardia del proletariado en el Estado español. La pervivencia de la huelga general revolucionaria de 1917 cuando fue aplastada en el resto del país, la insurrección y la Comuna de octubre de 1934, donde el proletariado se constituyó en clase pasando por encima de partidos, sindicatos e ideologías, la resistencia al golpe militar en 1936 y en las guerrillas en la inmediata posguerra y las huelgas mineras de 1962 con el nacimiento de las comisiones obreras como expresión de la autonomía de clase y el asalto a la comisaría de Mieres, son jalones de una lucha que convirtió al proletariado asturiano en una referencia para los revolucionarios de todo el mundo.
Tras la muerte del dictador, varios factores locales e internacionales (transacción democrática, reestructuración capitalista mundial, crisis del petróleo, incorporación al Mercado Común…) hicieron que se haya ido acentuando la crisis industrial que ha llevado al desmantelamiento de los sectores productivos tradicionales de Asturias. En paralelo, desde la legalización de los sindicatos y partidos políticos, asistimos a la decadencia y caída del movimiento obrero asturiano tradicional. Unos partidos y sobre todo sindicatos convertidos en auténticos poderes en la región, gestores de la crisis, con enormes presupuestos basados en desmesuradas subvenciones y una nueva clase social, la sindicalista, con sus privilegios, que han conseguido, en lo general, mantener dentro de los cauces democráticos y pactados las protestas que inevitablemente ha generado la crisis industrial, expresadas a veces de forma respetuosa –cuando los trabajadores no han podido o sabido librarse de los parásitos sindicales– o violenta –pasando por encima de los sindicatos–, y que han consistido en una utópica exigencia de reindustrialización. Los resultados están a la vista: no solo no han logrado una mísera conquista social, sino que se han vuelto cómplices de la devastación de las conseguidas durante más de un siglo de lucha de clases. Las compensaciones económicas obtenidas han favorecido única y exclusivamente a los sindicatos y a sus afiliados, sin conseguir parar la emigración de la juventud ni la desertización de las cuencas mineras. Increíblemente, una vez más, la socialdemocracia avanzó porque no se le rompieron las piernas, hasta el punto de que los antiguos enfrentamientos violentos entre fuerzas de orden y trabajadores han degenerado en simulacros destinados a los mass media previo pacto con la policía.
Es en este clima desesperanzador donde poco a poco se va constituyendo en Asturias la única voz discrepante. Frente a las utópicas posturas de los sindicatos y partidos, basadas en peticiones de reindustrialización no se sabe muy bien a quién e invariablemente defraudadas por la marcha real de la economía, sólo nuestro partido, el partido de la subversión proletaria, ha mantenido viva la llama revolucionaria del rechazo radical.
En ningún otro lado en Asturias, a lo largo de estos años que marcan el fin de una época, se han propugnado explícitamente los objetivos históricos del movimiento obrero, por los que mataron y murieron nuestros abuelos a lo largo de buena parte del siglo pasado. No hemos inventado nada nuevo, pero podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en ningún otro lado se ha conservado la memoria histórica del proletariado: el rechazo del trabajo asalariado y la mercancía, el internacionalismo proletario, la autonomía de la clase obrera por encima de pactos y claudicaciones, la destrucción del Estado y la liquidación social.
Nuestro partido es el partido de la primera Internacional, de la Comuna de París, de los revolucionarios rusos aplastados por los bolcheviques, de los espartaquistas, de la alianza obrera que culminó en la insurrección de octubre del 34, de los revolucionarios de julio del 36 y mayo del 37, de la Internacional Situacionista, del MIL y los Comandos Autónomos, de las Células Revolucionarias y la Brigada de la Cólera, de los obreros que se manifestaban en Berlín y Polonia contra los estalinistas, de los rebeldes húngaros del 56, del mayo francés del 68 y del 77 italiano; “el movimiento real que anula y suprime el estado de cosas existente”: el partido de las asambleas autónomas de trabajadores investidas de todo el poder, el viejo topo que sigue minando el edificio de la sociedad turbocapitalista, y cuya última manifestación visible se ha podido ver en los incontrolados de las periferias de las ciudades francesas, que han llevado a cabo una crítica en actos del urbanismo, de la economía, de la política y de la idea capitalista de felicidad, y a los que tan sólo les falta adquirir conciencia de lo que han hecho, de lo que son, y, por lo tanto, de lo que serán capaces de hacer.
Los textos que presentamos en este libro no han sido escritos por uno, dos o un grupo de teóricos. En su redacción ha participado la práctica totalidad de las personas que en algún momento formaron parte del movimiento autónomo internacionalista y revolucionario en Asturias a lo largo de estos 15 años. Todos hemos conocido las comisarías y algunos las cárceles de la democracia. Esta es otra característica que nos diferencia de la totalidad del espectro izquierdista asturiano: la abolición en nuestro seno de la división social del trabajo, de la división entre teóricos y activistas, entre dirigentes y militantes, evitando así reproducir en nuestro interior las condiciones jerárquicas del viejo mundo capitalista, y, como buenos obreros salvajes, procurando ser dialécticos.
“Para el triunfo final de los principios establecidos en el Manifiesto Comunista, Marx apostaba única y exclusivamente por el desarrollo intelectual de la clase obrera como resultado necesario de la discusión y de la acción política” (F. Engels).
Una izquierda asturiana que no puede evitar subrayar lo abominable de sus actos con lo ridículo de su jactancia. Los demócratas izquierdistas acostumbran a salir de las derrotas más ignominiosas tan inmaculados como inocentes entraron en ellas, con la convicción de nuevo adquirida de que tienen necesariamente que vencer, no de que ellos mismos y sus organizaciones tienen que abandonar las viejas posiciones, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con ellos. Víctimas de su necia concepción del mundo, estos héroes de las merendolas de los 1 de mayo, estos payasos serios ya no toman a la historia universal por una comedia, sino su comedia por la historia universal.
Durante estos años hemos podido asistir a la irrupción de la ideología nacionalista –totalmente ajena a la historia y tradición de la clase obrera asturiana– empapada además de un asqueroso interclasismo de carácter oportunista y miserable, como corresponde a sus orígenes pequeño burgueses; a la claudicación definitiva de una CNT encerrada en sí misma, cada vez más inoperante, cada vez más burocrática, y cada vez más alejada del mundo real, adquiriendo unos rasgos que la aproximan más a una secta religiosa que a una organización revolucionaria; a la conversión definitiva de la CSI en el apéndice sindical de imagen extremista que recoge las migajas de desesperación que CCOO y UGT se pueden permitir despreciar, y cuya ceguera les ha conducido a secundar la táctica de las centrales “mayoritarias” tendente a evitar la coincidencia de conflictos y su conexión solidaria; a la transformación de estalinistas, maoístas, trotskistas, etc,..en demagogos izquierdistas para los que todo es respetable y digno de humillarse por ello, empeñados en mil campañas según la estación del año(0’7%, antiglobalización, matrimonios gays, caridad con los inmigrantes, apoyo a Izquierda Unida y a cualquier disparate sindical,…); a las componendas, inconsciencia e irresponsabilidad de organizaciones como FUSOA, especialistas de la antirrepresión cuya inconsistencia teórica y desorientación práctica les lleva a vegetar entre detención y provocación fascista, incapaces de ir más allá de los tópicos izquierdistas sobre el antifascismo o la represión; todos empeñados en prolongar por un milenio más la queja del proletariado con el único fin de conservarle un defensor. La historia ha pronunciado su sentencia sobre todos, condenándolos al basurero del que nunca debieron salir ninguno de ellos.
A estas alturas sus reivindicaciones sólo expresan su grado de descomposición: derechos nacionales (léase intereses de sectores de la pequeña burguesía), derechos laborales (léase derecho a la tortura), derecho a la vivienda (léase derecho a vivir entre cuatro paredes de mierda en algún guetto) , etc; es decir, quieren, y están dispuestos a humillarse por ello, que la democracia funcione bien, que el capitalismo sea perfecto. Son incapaces de ver, todavía hoy, que democracia y trabajo asalariado son incompatibles; que las múltiples reconversiones, crisis y conflictos no son más que manifestaciones puntuales de las contradicciones cada vez más desarrolladas e irresolubles en el marco del capitalismo; y que éste “no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido en que es un producto histórico” (Marx-Engels, La Ideología Alemana) y por lo tanto transitorio, de la sociedad dividida en clases.
Para nosotros, que tenemos el vicio de llamar a las cosas por su nombre, y que podemos percibir día a día cómo la economía se desarrolla mientras nuestras vidas se deterioran, siguen manteniendo toda su vigencia las palabras de Marx en su crítica al programa reformista del partido socialdemócrata alemán de Gotha: “Después de la muerte de Lassalle, se había abierto paso en nuestro Partido la concepción científica de que el salario no es lo que parece ser, es decir, el valor –o el precio– del trabajo, sino sólo una forma disfrazada del valor –o del precio de la fuerza de trabajo. Con esto, se había echado por la borda, de una vez para siempre, tanto la vieja concepción burguesa del salario, como toda crítica dirigida hasta hoy contra esta concepción, y se había puesto en claro que el obrero asalariado sólo está autorizado a trabajar para mantener su propia vida, es decir, a vivir, si trabaja gratis durante cierto tiempo para el capitalista (y, por tanto, también para los que, con él, se embolsan la plusvalía); que todo el sistema de producción capitalista gira en torno a la prolongación de este trabajo gratuito, alargando la jornada de trabajo o desarrollando la productividad, o sea, acentuando la tensión de la fuerza de trabajo, etc.; que, por tanto, el sistema del trabajo asalariado es un sistema de esclavitud, una esclavitud que se hace más dura a medida que se desarrollan las fuerzas sociales productivas del trabajo, aunque el obrero esté mejor o peor remunerado.”
Museos, hoteles, grandes superficies, parqués temáticos, turismo, trabajos inútiles, destrucción de la naturaleza y prostitución de las personas son las respuestas que nos dan los izquierdistas que nos gobiernan y aquellos que les apoyan. Para nosotros, por el contrario, la única solución pasa por el enfrentamiento y la acción directa, prefiriendo tomar y atacar a pedir y reivindicar. Nosotros no aceptamos las leyes de la economía, ni aceptamos la esclavitud del trabajo, y en un terreno aún más amplio, nos declaramos en insurrección contra la Historia.
Insumisión, solidaridad con luchas obreras, ocupaciones, lucha callejera,…los conflictos en los que nos vimos envueltos no fueron más que pequeños hechos episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la sociedad asturiana. Bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el abismo que se extiende por debajo. Demostramos que bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo necesitan ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos continentes enteros de duros peñascos. Proclamamos, de forma ruidosa a la par que confusa, la emancipación del proletariado, la vieja tarea histórica mil veces traicionada, pero nunca abandonada.
Así fue trazado el programa más idóneo para poner en entredicho el conjunto de la vida social: las clases y las especializaciones, el trabajo y el entretenimiento, la mercancía y el urbanismo, la ideología y el Estado; hemos demostrado que hay que echarlo abajo todo. Y semejante programa no contiene más promesas que la de una autonomía sin freno y sin reglas.
Hemos sembrado el viento. Recogeremos la tempestad.
Unión, Hermanos Proletarios
Publicado en: Del tiempo en que los violentos tenían razón. Asturias (1990-2005). Llar Editorial / Klinamen, 2006.
Fuente: Editorial Klinamen.
Etiquetas: Democracia
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