El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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jueves, junio 29, 2006

La toma de los cuarteles

A partir de las doce de la noche del cuatro de octubre los cuarteles de la Guardia Civil en el interior de Asturias son cercados por las fuerzas de la Revolución. Entre tres y cinco horas más tarde se iniciará el asalto. Al llegar la noche del día 5 sólo resisten el de Sama, el de La Felguera y el de Nava que caerán el día 6.

Eso, en los cuatro focos insurreccionales más potentes: Mieres, Nalón, Aller, Centro-Oriente. Además han sido tomados los cuarteles de Quirós, Teverga, Riosa y Grado, y se combatirá en Arriondas y en San Esteban de Pravia; caerá Trubia, y se ha obligado a que la Guardia Civil abandone 29 cuarteles más al concentrar las fuerzas para evitar que sean fáciles víctimas de pequeñas escuadras revolucionarias (Colloto, San Claudio, Jove, Natahoyo, Pinzales, Villalegre, Miranda, Salinas, Castrillón, Cornellana, Belmonte, Somiedo, Corvera, Luanco, Candás, Soto del Barco, El Pito, Boal, Vegadeo, Salas, Cangas de Onís, Cabrales, Posada, Lieres, Libardón, Caravia, Villamayor y Lugones), cediendo el control de la mayoría de los pueblos en que se encuentran estos cuarteles a contingentes de revolucionarios campesinos.

Al margen de la concentración militar de Oviedo y las de Avilés y Gijón, sólo permanecen bajo control de las fuerzas del orden zonas campesinas del Oriente y del Occidente de Asturias de muy poca importancia estratégica en el proceso revolucionario.

En esta primera oleada sangrienta de fuego y plomo se ha demostrado la vieja máxima revolucionaria de que la cadena se rompe por el eslabón más débil. El Gobierno ha pagado caro su proyecto de carácter eminentemente defensivo que concebía a los cuarteles de la Guardia Civil distribuidos a lo largo de toda la región, como una primera fuerza de contención que frenaría la revolución el tiempo suficiente como para permitir la concentración de fuerzas de apoyo enviadas desde los dos centros de poder militar que había en Asturias: Oviedo y Gijón.

En función de este plan equivocado, los guardias civiles se encierran en los cuarteles y resisten en la mayoría de los casos desesperadamente, cediendo la ofensiva a las escuadras revolucionarias, superiores en número aunque muy inferiores en armamento.

La falta de previsión del Gobierno, que equipara el movimiento de octubre a experiencias anteriores en otras partes de España (sobre todo producto de los alzamientos insurreccionales de la CNT en 1932 y 1933), falla lamentablemente al no poder proporcionar refuerzos a los cuarteles sitiados. Los envíos de camionetas de Guardias de Asalto desde Oviedo y Gijón, en forma tardía y en pequeño número, sólo producen nuevas derrotas: en Carbayín, en Sama, en Ciaño, en Mieres y finalmente en Olloniego, obteniendo un triunfo de muy escaso valor en Llanera.

La Revolución ha aprovechado bien sus fuerzas, no ha dudado. Cada cuartel que cae suministra armas, deja libre la retaguardia, aumenta la moral de los combatientes, incorpora a los grupos triunfantes nuevos luchadores que sin haber formado parte de la conspiración ni estar integrados en las escuadras, militan en las organizaciones sindicales.

Los errores del plan revolucionario obedecen más que a la claridad y capacidad de los Comités Revolucionarios locales, al plan de conjunto.

Es cierto que el plan se ve forzado por la estructura defensiva del Gobierno, pero atendiéndose a ella (a la necesidad de dedicar la noche del día 4 y madrugada del 5 al asalto del poder local), se ha medido incorrectamente el tiempo que tomaría a las escuadras mineras sumarse al asalto de Oviedo. Por eso más que por problemas de coordinación o porque no hayan volado los postes de luz fracasa la acción sobre la capital de las milicias socialistas en la noche del 4 y fracasará nuevamente en la noche del 5.

Por otro lado, se ha descuidado la conexión con el movimiento obrero de León y Palencia hacia la creación de un frente único, y es tan sólo la acción de los trabajadores de Pola de Lena la que impide que quede abierta la carretera de Pajares permitiendo un camino fácil al ejército hasta las mismas puertas de Mieres.

Asimismo, el plan tiene la debilidad enorme de subestimar Gijón y Avilés acentuada por el desastre de Llanera, donde aunque los revolucionarios no sufren grandes bajas, pierden el control de los depósitos de armas y municiones.

En resumen, a pesar de las deficiencias del plan original revolucionario, los errores del Gobierno en la formulación de un plan defensivo y la combatividad de las milicias locales en el asalto a los cuarteles han lanzado a la Revolución hacia delante. Las victorias revolucionarias en Campomanes y Manzaneda contrapesan el aplazamiento del asalto a Oviedo. Como notas marginales habría que señalar:

1. El descubrimiento por parte de los mineros de la dinamita como un arma fundamental en el combate urbano y en la lucha en las carreteras; un arma que añade a su poder destructivo, su poder aterrorizador. Un arma que se convertirá en parte de una mitología revolucionaria íntimamente ligada a la palabra Asturias y que perdurará durante cuarenta años.

2. El odio mutuo entre los mineros y los guardias civiles, que sorprende al observador que no haya recorrido la historia de Asturias en el siglo XX, cuajada de enfrentamientos entre los trabajadores y la vanguardia represiva del sistema social. Odio que se concreta en multitud de pequeños actos, como el disparar ambos bandos contra parlamentarios (en Mieres y en Sama los guardias civiles, y en Laviana los mineros), como el celo que ponen los guardias civiles en la defensa de los cuarteles o el furor con el que se los ataca. Odio que dejará en Asturias una profunda huella de sangre, una cicatriz que se abrirá profundamente tras la Revolución de Octubre, a manos de los instrumentos de tortura.

3. El carácter racional, humanitario de los cuadros sindicales que a todo trance sacrifican la sorpresa en aras de ofrecer una oportunidad a los sitiados. Que permiten treguas para sacar de los cuarteles a mujeres y niños, y que en la mayoría de los casos protegen a los prisioneros de la venganza de la multitud.

4. Una pregunta que a estas alturas puede parecer absurda: ¿Dónde aprendieron los mineros asturianos el arte de la insurrección? La sincronización de los grupos, la valentía demostrada en todas partes, el que no se sucedan las habituales espantadas comunes a toda tropa que hace su bautismo de sangre; la habilidad en el combate callejero, el valor individual que raya con locura (los casos de los dinamiteros de Sama, del minero de Carbayín, de los tres “locos” que roban una camioneta en las narices de los guardias de Asalto, etc.), en fin, todas las características de una fuerza con un alto nivel político y una buena organización militar. Hay que atribuirlo en buena medida al trabajo que han realizado las escuadras de las Juventudes Socialistas a lo largo de 1934; y ya no existen más elementos para explicar este fenómeno a no ser que nos asomemos a la solidaridad que se gesta en el interior de la mina, a la solidaridad y decisión que se han construido en la calle a lo largo de 1934, al uso de la dinamita y el contacto con el peligro en la vida cotidiana, y a las escaramuzas contra las fuerzas del orden sucedidas en el verano y final de septiembre.

5. La unidad ha operado magistralmente en esta primera etapa. Los comunistas se han sumado decididamente al movimiento dando muestras de un extraordinario valor dondequiera que han combatido; y la CNT no ha dudado en salir a la calle, en Mieres, en Ciaño o en Aller, y donde ha dudado (La Felguera), una vez decidido el combate, se ha incorporado a las escuadras de las Juventudes Socialistas de toda Sama que marchan hacia Oviedo. Ni roces ni tensiones entre las fuerzas del movimiento obrero asturiano que han encontrado en estos dos días de combates el más alto nivel unitario de toda su historia.

6. Un último factor: las dos primeras jornadas de la Revolución han señalado a los futuros cuadros militares: Otero en Sama, que ha destacado particularmente por su valor y su capacidad como organizador; Arturo Vázquez, Llaneza, en Mieres junto con el cenetista Solano y el comunista de izquierda Grossi; Agustín González en Llanera; Belarmino García y Lucio Deago en Olloniego y en Manzaneda; Roces, Angelín Rodríguez, Alonso, Mata. Surgirán nuevos cuadros militares socialistas, anarcosindicalistas y comunistas en los futuros combates de Oviedo y Gijón, pero la primera hornada de dirigentes de la Revolución ya tiene el fusil en la mano.



Publicado en: Historia General de Asturias, tomo VII: Octubre 1934 (El ascenso); Paco Ignacio Taibo II. Editor Silverio Cañada. Xixón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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