La "huelgona" global
Los paros mineros del 62 provocaron una oleada de solidaridad a nivel mundial y frustraron el ansia europeísta del régimen
No había teléfonos móviles, la televisión estaba en pañales y la censura franquista tampoco ayudaba mucho a propagar el mensaje. Sin embargo, en la primavera de 1962 pocos rincones del mundo ignoraban lo que estaba sucediendo en Asturias. Los paros de los mineros y la posterior represión provocaron una oleada de apoyo a los huelguistas que cristalizó en manifestaciones de solidaridad, recaudación de fondos para los represaliados, recogida de firmas y manifiesto de intelectuales. Los efectos políticos fueron tuvieron un calado aún mayor. La «huelgona» del 62 y el impacto del posterior «contubernio» de Múnich aumentaron las simpatías de la opinión pública internacional hacia la oposición franquista, frustraron las ansias europeístas del régimen y volvieron a poner de relevancia la necesidad de retomar de nuevo la «cuestión española».
El conflicto social de 1962 evidenció la naturaleza dictatorial del régimen, que por aquel entonces buscaba legitimarse con su acceso al Mercado Común Europeo. La falta de libertades y la represión derivaron en una oleada de solidaridad inteligentemente explotada con fines políticos por la oposición en el exilio. En las movilizaciones jugaron un papel fundamental los españoles emigrados, así como las organizaciones políticas y sindicales de izquierda. Los sucesos de 1962 también alentaron un cambio de rumbo en los tolerantes planteamientos de algunos gobiernos occidentales -como Estados Unidos- que hasta entonces veían en el franquismo un mal menor que podía actuar como aliado y dique de contención frente a la expansión del comunismo.
Sin embargo, el principal golpe para la política del franquismo fue el truncado acercamiento a Europa. El cambio de estrategia dentro del gabinete de Franco ya se había fijado años antes, con la puesta en marcha del plan de Estabilización y la entrada en escena de los tecnócratas ligados al Opus Dei. Éstos últimos -en contraposición a la Falange, partidaria de mantener las estructuras autárquicas- defendía una racionalización económica que necesariamente incluía la apertura al exterior para ganar mercados y revitalizar la economía nacional.
Según recoge el historiador Rubén Vega en el libro «Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional» -editado por la Fundación Juan Muñiz Zapico- el 9 de febrero el Gobierno español solicitó, en términos textuales, la apertura de «una negociación susceptible de llegar en su día a la plena integración» en el Mercado Común Europeo. El conflicto obrero frustró esa aspiración, al quedar al descubierto los reprobables déficits democráticos del régimen. De hecho los primeros contactos, meramente superficiales, no se produjeron hasta casi tres años después.
La reacción del franquismo ante la reunión del IV Congreso del Movimiento Europeo celebrado en junio en Múnich -interpretado por algunos historiadores como una respuesta a lo que habían supuesto las luchas mineras- tampoco ayudó a mejorar la imagen del régimen. En el encuentro participaron representantes de la oposición antifranquista de los sectores más diversos, desde socialistas hasta monárquicos, en lo que supuso -según palabras de Salvador de Madariaga- la escenificación del fin de la guerra civil. La feroz campaña de descrédito del régimen hacia el famoso «contubernio» no hace más que acrecentar los temores de la opinión pública internacional.
La reunión de Múnich fue, en cierta medida, el traslado a la moqueta de las huelgas obreras de España. Sin embargo, hacía meses que el apoyo estaba en la calle con manifestaciones de solidaridad que recorrían toda Europa con la «Internacional» cantada en español o la exhibición de banderas republicanas como símbolos de rechazo al orden político franquista.
Pese al papel de los partidos y los exiliados, la oleada de solidaridad no sólo tuvo apoyos políticos. Colectivos de intelectuales y asociaciones de derechos humanos también reaccionaron con determinación para movilizarse contra la ausencia de libertades en España. Estas protestas se acompañaron con recogidas de firmas y la recaudaciones de fondos para los represaliados. Nicolasa había traspasado fronteras. La «huelgona» ya era global.
Miguel A. Gutiérrez
Publicado en: La Nueva España, 4 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.
No había teléfonos móviles, la televisión estaba en pañales y la censura franquista tampoco ayudaba mucho a propagar el mensaje. Sin embargo, en la primavera de 1962 pocos rincones del mundo ignoraban lo que estaba sucediendo en Asturias. Los paros de los mineros y la posterior represión provocaron una oleada de apoyo a los huelguistas que cristalizó en manifestaciones de solidaridad, recaudación de fondos para los represaliados, recogida de firmas y manifiesto de intelectuales. Los efectos políticos fueron tuvieron un calado aún mayor. La «huelgona» del 62 y el impacto del posterior «contubernio» de Múnich aumentaron las simpatías de la opinión pública internacional hacia la oposición franquista, frustraron las ansias europeístas del régimen y volvieron a poner de relevancia la necesidad de retomar de nuevo la «cuestión española».
El conflicto social de 1962 evidenció la naturaleza dictatorial del régimen, que por aquel entonces buscaba legitimarse con su acceso al Mercado Común Europeo. La falta de libertades y la represión derivaron en una oleada de solidaridad inteligentemente explotada con fines políticos por la oposición en el exilio. En las movilizaciones jugaron un papel fundamental los españoles emigrados, así como las organizaciones políticas y sindicales de izquierda. Los sucesos de 1962 también alentaron un cambio de rumbo en los tolerantes planteamientos de algunos gobiernos occidentales -como Estados Unidos- que hasta entonces veían en el franquismo un mal menor que podía actuar como aliado y dique de contención frente a la expansión del comunismo.
Sin embargo, el principal golpe para la política del franquismo fue el truncado acercamiento a Europa. El cambio de estrategia dentro del gabinete de Franco ya se había fijado años antes, con la puesta en marcha del plan de Estabilización y la entrada en escena de los tecnócratas ligados al Opus Dei. Éstos últimos -en contraposición a la Falange, partidaria de mantener las estructuras autárquicas- defendía una racionalización económica que necesariamente incluía la apertura al exterior para ganar mercados y revitalizar la economía nacional.
Según recoge el historiador Rubén Vega en el libro «Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional» -editado por la Fundación Juan Muñiz Zapico- el 9 de febrero el Gobierno español solicitó, en términos textuales, la apertura de «una negociación susceptible de llegar en su día a la plena integración» en el Mercado Común Europeo. El conflicto obrero frustró esa aspiración, al quedar al descubierto los reprobables déficits democráticos del régimen. De hecho los primeros contactos, meramente superficiales, no se produjeron hasta casi tres años después.
La reacción del franquismo ante la reunión del IV Congreso del Movimiento Europeo celebrado en junio en Múnich -interpretado por algunos historiadores como una respuesta a lo que habían supuesto las luchas mineras- tampoco ayudó a mejorar la imagen del régimen. En el encuentro participaron representantes de la oposición antifranquista de los sectores más diversos, desde socialistas hasta monárquicos, en lo que supuso -según palabras de Salvador de Madariaga- la escenificación del fin de la guerra civil. La feroz campaña de descrédito del régimen hacia el famoso «contubernio» no hace más que acrecentar los temores de la opinión pública internacional.
La reunión de Múnich fue, en cierta medida, el traslado a la moqueta de las huelgas obreras de España. Sin embargo, hacía meses que el apoyo estaba en la calle con manifestaciones de solidaridad que recorrían toda Europa con la «Internacional» cantada en español o la exhibición de banderas republicanas como símbolos de rechazo al orden político franquista.
Pese al papel de los partidos y los exiliados, la oleada de solidaridad no sólo tuvo apoyos políticos. Colectivos de intelectuales y asociaciones de derechos humanos también reaccionaron con determinación para movilizarse contra la ausencia de libertades en España. Estas protestas se acompañaron con recogidas de firmas y la recaudaciones de fondos para los represaliados. Nicolasa había traspasado fronteras. La «huelgona» ya era global.
Miguel A. Gutiérrez
Publicado en: La Nueva España, 4 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.
Etiquetas: Franquismo
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