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lunes, noviembre 02, 2009

La Revolución, vista por un niño comunista

Aquilino Vega contempló los estertores de la revuelta en el alto del Ferrador, donde los mineros gastaron sus últimos cartuchos

La Revolución del 34 es para Aquilino Vega Menéndez una historia de valientes mineros que luchaban por un mundo mejor, de curas y falangistas con pistolas al cinto y de desfiles paramilitares por la «carretera del llano del río», que comunicaba con Tudela Veguín, con el pañuelo al cuello de los pioneros comunistas, la organización que encuadraba a los niños «rojos». El relato de este antiguo minero de casi 85 años tiene el aire de un cuento de hadas cruel. Con 10 años tuvo su propia inmersión en el infierno, aunque él le quita importancia. «Nosotros, a esa edad, ya estábamos acostumbrados a todo y no nos sorprendía», asegura.

A Aquilino, «El Chintu», lo metió en el partido un joven de la parroquia ovetense de Naves, al que «mataron a palos después de la guerra». Con 10 años ya mostraba una rebeldía que muchos ahora envidiarían. «Cuando pasábamos delante del cura del pueblo levantábamos el puño y gritábamos vivas a la República y abajos a la Iglesia», rememora con un punto de orgullo.

La víspera del movimiento, una partida de unos veinte revolucionarios llegó a La Grandota, un punto privilegiado desde el que se bombardearía Oviedo durante el asedio que sufrió en la Guerra Civil. Según Aquilino Vega, venían a preparar la entrada a Oviedo. Los mineros venían de acribillar la casa de un ingeniero en Tudela Veguín (mataron a una criada, asegura Aquilino Vega) y de requisar un toldo y un jamón de un par de bares-tienda. Iban requisando todas las armas que podían, pistolas y escopetas, «porque sólo tenían dinamita negra». «El toldo era porque aquel día orbayaba bastante. Aquí se apostaron y me invitaron a comer con ellos el jamón. Al día siguiente, se unieron a los mineros de Mieres y entraron en Oviedo», asegura.

De aquellos días de violencia, El Chintu recuerda la gran humareda que se levantaba de la ciudad. «No podíamos ver nada, nada más que el humo causado por los incendios y las explosiones», señala este viejo comunista. El día 13, los moros de Yagüe entraron en Oviedo. Aquilino Vega repite como una letanía todos los hitos del martirologio comunista. «Los moros entraron en los barrios de Oviedo, en el de Villafría (al pie de La Grandota), donde mataron a niños, mujeres y ancianos, y en San Pedro de los Arcos, donde mataron a Aida de la Fuente. También están los que mataron en el Naranco, y los de Cerdeño», rememora este antiguo minero. En la Casa del Abogado, junto al cementerio de El Salvador, «violaron a las mujeres delante de sus maridos y luego les dieron machete». El Chintu no para de repetir que muchas de estas cosas no están en los libros.

Desde el lugar privilegiado que es La Grandota, Aquilino pudo ver los estertores de aquella revuelta, en compañía de su abuelo, Pedro Menéndez Suárez. «Era por la mañana, el 20 de octubre. Los mineros iban ya de retirada cuando llegaron al alto del Ferrador. Allí quemaron la última dinamita que les quedaba. Mi abuelo y yo estábamos viendo la contienda, que estaba a unos tres kilómetros, cuando nos llegaron unas balas perdidas que casi nos matan», asegura. Luego, «los mineros bajaron por el Calderu a San Esteban de las Cruces y unos giraron a Mieres y otros al valle del Nalón. Si llegan a resistir hubiese sido una masacre. No hubo persecución, los moros volvieron a Oviedo».

A Aquilino Vega le quedaba por ver mucha guerra, muchas cartillas de racionamiento, mucha injusticia, por ambas partes. El relato de un cura atado a un árbol y quemado con gasolina se mezcla con los ejemplos de la cruel y calculada venganza del bando vencedor, tras el hundimiento republicano en Asturias, en octubre de 1937. A su abuelo le impusieron una multa de 200 pesetas por «desafección al régimen», tal como figura en un ejemplar de la sanción que El Chintu guarda como oro en paño. Para pagarla tuvo que vender la mejor de sus tres vacas y pedir un préstamo. Antes, durante la guerra, vio disparar varias veces a «La Leona», el cañón instalado en Bendones, que acertó a la torre de la catedral de Oviedo, donde se había instalado un nido de ametralladoras. Cerca de allí se vivirían fuertes combates durante la guerra, y después fusilamientos.

L. Á. Vega


Publicado en: La Nueva España, 31 de mayo de 2009.
Fuente: La Nueva España.

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