Entrevista a Javier Rodríguez Muñoz
El historiador Javier Rodríguez Muñoz, director del Club Prensa de LA NUEVA ESPAÑA es el autor del volumen que el periódico entregará a partir del domingo en fascículos acerca de la revolución de las izquierdas asturianas, acaecida entre los días 5 y 19 de octubre de 1934, durante el Gobierno radical-cedista de derechas de la II República. Se cumple este año su 75.º aniversario.
-Sitúe la Revolución del 34 en el marco de la historia contemporánea.
-Es el último intento de una revolución armada por parte de la clase proletaria. Después, no vuelve a haber en Europa otro intento de la entidad que tuvo la comuna asturiana. Su modelo prototípico era la Revolución rusa, de la que sólo habían pasado 17 años. Esa referencia y modelo no se pueden olvidar en el caso de Asturias.
-¿Y respecto a la historia de Asturias?
-Mostró la capacidad de organización y lucha de una clase obrera que llevaba años de reivindicación sindical, y que lo hizo hasta el punto de enfrentarse a todas las fuerzas del Estado, mediante ataques sincronizados en muchos lugares y movilización de muchas personas. Puso también de relieve algo que las derechas anunciaban: el riesgo de una revolución socialista o comunista era real. Además, la revolución de Asturias marcaba los dos bloques ideológicos españoles del momento y obligaba a posicionarse a un lado o al otro. No es octubre del 34 el que abre la brecha, pero marca mucho más los extremos.
-¿Un movimiento antifascista?
-Confluyen objetivos distintos. Por un lado, se produce ese movimiento antifascista. En Italia ya estaba Mussolini en el poder. En Alemania había ganado las elecciones el partido nazi y se había producido ya la «Noche de los cuchillos largos». Y a comienzos del mismo 1934 Dollfuss inicia la persecución física de los socialistas austriacos. Movimientos fascistas existían en toda Europa y el riesgo de que eso se pudiera producir en España era real. No se inventaba un fantasma.
-¿Y las otras coordenadas?
-El programa del movimiento de octubre, en general, es reformista y pretende dar un golpe de timón a la República: sustituir a Alcalá Zamora como presidente, acabar con el poder de las órdenes religiosas, establecer el Estado laico, realizar la reforma agraria... El programa de ese movimiento -no de la revolución en particular de Asturias- no era revolucionario y no se ponía en cuestión el sistema. Pero en medio de ello surgen varios discursos, y entre ellos el de un personaje clave, Francisco Largo Caballero. Cuando los socialistas dejan el Gobierno, Largo empieza a lanzar un discurso cada vez más revolucionario y se le llama el «Lenin español». Dicho en tono coloquial, a Largo se le calienta la boca y suelta ideas poco meditadas. Pero esas ideas y las del periódico «El Socialista» hacen concebir a muchos que la República era burguesa y no satisfacía los intereses de los trabajadores. Y que había que ir a una República socialista. Ese discurso cala en sectores del Partido Socialista y, fundamentalmente, en las Juventudes Socialistas. Y cala totalmente aquí, en Asturias, con un órgano que agita la situación, el diario «Avance». Su director, Javier Bueno, es un periodista con méritos excepcionales, con capacidad para conectar con sus lectores, para los que el periódico era una auténtica directriz.
-¿Factores diferenciadores con el resto de España?
-Aquí empiezan a preparar una revolución que no se hizo en el resto de España. Empiezan a comprar armas, a conseguir fusiles, a sacar otros de la Fábrica de Armas, a reciclar armas viejas y a juntar dinamita, que va a ser un arma importante en el ataque de los cuarteles. Respecto al resto de España, en cierta medida Largo Caballero es un irresponsable que lanza a una revolución para la que no tenían armas, ni estaban implicadas las fuerzas de seguridad ni el Ejército. La fuerza de la huelga era todo lo que tenían.
-¿Qué es lo específico asturiano?
-La voluntad: la idea de asumirla y ponerse a ella. La gran diferencia entre Asturias y el resto es que aquí creyeron que era posible realizar el sueño de la clase trabajadora de conquistar el poder y cambiar el orden social. Se lo creyeron y, en cierta manera, hay algo de desmesurado en esa creencia de que con las fuerzas con que contaban se podían enfrentar a todo un Ejército. Es esa desmesura de que a los asturianos no se les pone nada por delante, de la misma manera que en 1808 no se cortan y le declaran la guerra al mayor Ejército del mundo, el de Napoleón. Aquí se lanzan a hacer una revolución sin parar en consideraciones de si tenían fuerza y medios para llevarla a cabo.
-Saborit dijo: «Os pedimos una huelga y nos disteis una revolución».
-Según cuenta Solano Palacios, un anarquista que escribe sobre la revolución, Saborit, que había sido diputado socialista por Asturias, viene a Oviedo a visitar en la cárcel a sus camaradas de partido. Y les recrimina que nadie les había dado la orden de hacer una revolución, sino que la orden era la huelga.
-¿Cifras de la revolución?
-Se dieron unas cifras disparatadas en su momento y se habló hasta de 50.000 revolucionarios. Pero no hubo una recluta en la que constase cuántos participaron en el movimiento. Se habla de unos 30.000 trabajadores, aunque tal vez el número real haya que reducirlo a bastantes menos, a la mitad. Los que realmente se movilizan y forman parte de columnas son unos 15.000. En cuanto a las pérdidas, es difícil dar cifras exactas. Según fuentes oficiales, murieron algo más de mil paisanos o revolucionarios -incluidos los represaliados- y 324 militares o miembros de las fuerzas de orden público. El número de heridos fue de más de 2.000 paisanos y alrededor de mil militares.
-¿Qué ofrece de nuevo el volumen que usted ha escrito?
-Un relato continuado y lo más completo posible, y con esta distancia del tiempo que permite más objetividad. Hoy hay numerosas fuentes que son más accesibles: el Archivo de Salamanca, la prensa de la época, el archivo de Yagüe o crónicas y libros difíciles de consultar.
J. Morán
Publicado en: La Nueva España, 15 de mayo de 2009.
Fuente: La Nueva España.
-Sitúe la Revolución del 34 en el marco de la historia contemporánea.
-Es el último intento de una revolución armada por parte de la clase proletaria. Después, no vuelve a haber en Europa otro intento de la entidad que tuvo la comuna asturiana. Su modelo prototípico era la Revolución rusa, de la que sólo habían pasado 17 años. Esa referencia y modelo no se pueden olvidar en el caso de Asturias.
-¿Y respecto a la historia de Asturias?
-Mostró la capacidad de organización y lucha de una clase obrera que llevaba años de reivindicación sindical, y que lo hizo hasta el punto de enfrentarse a todas las fuerzas del Estado, mediante ataques sincronizados en muchos lugares y movilización de muchas personas. Puso también de relieve algo que las derechas anunciaban: el riesgo de una revolución socialista o comunista era real. Además, la revolución de Asturias marcaba los dos bloques ideológicos españoles del momento y obligaba a posicionarse a un lado o al otro. No es octubre del 34 el que abre la brecha, pero marca mucho más los extremos.
-¿Un movimiento antifascista?
-Confluyen objetivos distintos. Por un lado, se produce ese movimiento antifascista. En Italia ya estaba Mussolini en el poder. En Alemania había ganado las elecciones el partido nazi y se había producido ya la «Noche de los cuchillos largos». Y a comienzos del mismo 1934 Dollfuss inicia la persecución física de los socialistas austriacos. Movimientos fascistas existían en toda Europa y el riesgo de que eso se pudiera producir en España era real. No se inventaba un fantasma.
-¿Y las otras coordenadas?
-El programa del movimiento de octubre, en general, es reformista y pretende dar un golpe de timón a la República: sustituir a Alcalá Zamora como presidente, acabar con el poder de las órdenes religiosas, establecer el Estado laico, realizar la reforma agraria... El programa de ese movimiento -no de la revolución en particular de Asturias- no era revolucionario y no se ponía en cuestión el sistema. Pero en medio de ello surgen varios discursos, y entre ellos el de un personaje clave, Francisco Largo Caballero. Cuando los socialistas dejan el Gobierno, Largo empieza a lanzar un discurso cada vez más revolucionario y se le llama el «Lenin español». Dicho en tono coloquial, a Largo se le calienta la boca y suelta ideas poco meditadas. Pero esas ideas y las del periódico «El Socialista» hacen concebir a muchos que la República era burguesa y no satisfacía los intereses de los trabajadores. Y que había que ir a una República socialista. Ese discurso cala en sectores del Partido Socialista y, fundamentalmente, en las Juventudes Socialistas. Y cala totalmente aquí, en Asturias, con un órgano que agita la situación, el diario «Avance». Su director, Javier Bueno, es un periodista con méritos excepcionales, con capacidad para conectar con sus lectores, para los que el periódico era una auténtica directriz.
-¿Factores diferenciadores con el resto de España?
-Aquí empiezan a preparar una revolución que no se hizo en el resto de España. Empiezan a comprar armas, a conseguir fusiles, a sacar otros de la Fábrica de Armas, a reciclar armas viejas y a juntar dinamita, que va a ser un arma importante en el ataque de los cuarteles. Respecto al resto de España, en cierta medida Largo Caballero es un irresponsable que lanza a una revolución para la que no tenían armas, ni estaban implicadas las fuerzas de seguridad ni el Ejército. La fuerza de la huelga era todo lo que tenían.
-¿Qué es lo específico asturiano?
-La voluntad: la idea de asumirla y ponerse a ella. La gran diferencia entre Asturias y el resto es que aquí creyeron que era posible realizar el sueño de la clase trabajadora de conquistar el poder y cambiar el orden social. Se lo creyeron y, en cierta manera, hay algo de desmesurado en esa creencia de que con las fuerzas con que contaban se podían enfrentar a todo un Ejército. Es esa desmesura de que a los asturianos no se les pone nada por delante, de la misma manera que en 1808 no se cortan y le declaran la guerra al mayor Ejército del mundo, el de Napoleón. Aquí se lanzan a hacer una revolución sin parar en consideraciones de si tenían fuerza y medios para llevarla a cabo.
-Saborit dijo: «Os pedimos una huelga y nos disteis una revolución».
-Según cuenta Solano Palacios, un anarquista que escribe sobre la revolución, Saborit, que había sido diputado socialista por Asturias, viene a Oviedo a visitar en la cárcel a sus camaradas de partido. Y les recrimina que nadie les había dado la orden de hacer una revolución, sino que la orden era la huelga.
-¿Cifras de la revolución?
-Se dieron unas cifras disparatadas en su momento y se habló hasta de 50.000 revolucionarios. Pero no hubo una recluta en la que constase cuántos participaron en el movimiento. Se habla de unos 30.000 trabajadores, aunque tal vez el número real haya que reducirlo a bastantes menos, a la mitad. Los que realmente se movilizan y forman parte de columnas son unos 15.000. En cuanto a las pérdidas, es difícil dar cifras exactas. Según fuentes oficiales, murieron algo más de mil paisanos o revolucionarios -incluidos los represaliados- y 324 militares o miembros de las fuerzas de orden público. El número de heridos fue de más de 2.000 paisanos y alrededor de mil militares.
-¿Qué ofrece de nuevo el volumen que usted ha escrito?
-Un relato continuado y lo más completo posible, y con esta distancia del tiempo que permite más objetividad. Hoy hay numerosas fuentes que son más accesibles: el Archivo de Salamanca, la prensa de la época, el archivo de Yagüe o crónicas y libros difíciles de consultar.
J. Morán
Publicado en: La Nueva España, 15 de mayo de 2009.
Fuente: La Nueva España.
Etiquetas: Ochobre 1934
1 Comments:
Qué pronto dejaste el misal y el rosariu pa ponete a quemar iglesies aunque sea de palabra, quién te ha visto y quién te ve,Javierín.
Publicar un comentario
<< Home