El cielu por asaltu

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miércoles, septiembre 16, 2009

Entrevista a Octavio Cabezas Moro

Octavio Cabezas Moro (Oviedo, 1933) escribió en 2005 «Indalecio Prieto, socialista y español», una de las últimas aportaciones biográficas a la figura de uno de los dirigentes del PSOE esenciales para comprender la Revolución del 34. Cabezas defiende la memoria de aquel movimiento, pese a su fracaso. «Emocional y sentimentalmente, para los hombres de izquierda, la Revolución de Asturias es un faro ideal de objetivos permanentes, utópicos, pero movilizadores», señala.

-¿Cómo es posible que Prieto, un socialdemócrata moderado, se viese involucrado en aquella aventura?

-Era un momento de mucha tensión, desde la pérdida de las elecciones de 1933. El Partido Socialista se había radicalizado bajo la dirección de Largo Caballero y había muchas presiones. La CEDA y Lerroux estaban insistiendo en terminar con los avances de la República azañista. La CEDA estaba derivando hacia una visión fascista, y aquella primavera de 1934, Döllfuss había machacado al socialismo austriaco, sin olvidar la toma del poder por Hitler en enero de 1933. Prieto no estaba a favor de la revolución de la clase obrera, tenía muchas dudas de que una huelga general fuese efectiva para derribar el Gobierno de la derecha pero era un hombre de obediencia al partido.

-Tuvo un papel crucial en la preparación de la insurrección.

-Muy activo, especialmente en el affaire «Turquesa», el barco que trajo armas a San Esteban de Pravia, pero estuvo muy ayudado por el Sindicato Minero de Belarmino Tomás, que aportó pertrechos y mandos a la revolución. Es el sindicato, con mandos como Teodomiro Menéndez o Graciano Antuña, el que lleva adelante la insurrección y el que resiste a los casi 25.000 soldados enviados por el Gobierno. Tras el fracaso de la revuelta, Prieto se queda en su casa unos días con Largo Caballero. Éste decide ir a su domicilio y allí lo detienen. Prieto pudo salir a Francia con la ayuda de Hidalgo de Cisneros y otros amigos, y allí moviliza a los sindicatos internacionales contra las penas de muerte dictadas contra González Peña y el resto. Gracias a su lucha se evitó que fuesen ajusticiados.

-¿Qué régimen buscaban aquellos socialistas?

-Tenía una visión muy ambigua. Aquella izquierda socialista nunca tuvo nada clara su arquitectura revolucionaria. Querían un modelo socialista, pero no lo tenían nada claro. Antes de la revolución, Prieto elaboró las bases de un Gobierno muy progresista, e insistía en la colaboración con los republicanos de izquierda. El fracaso de la Revolución de Octubre del 34, le lleva a proponer a Prieto la necesidad de volver a otros planteamientos. No se podía derrocar por las armas al régimen, y de hecho, Prieto, González Peña, Belarmino Tomás y otros defiende la República.

-Desde cierta historiografía se plantea la revolución como el primer capítulo de la Guerra Civil.

-Imagino que se refiere a gente como Pío Moa o César Vidal. No creo que sean dignos de ser tomados en cuenta. Ese planteamiento ya lo defendió Madariaga, un personaje nefasto, que traicionó a la República. Esta claro que el levantamiento de los militares golpistas de 1936 había sido preparado con varios meses de antelación. Estaban arrebatados por el asesinato de Calvo Sotelo, pero también estaban dispuestos a levantarse contra la República desde siempre. Al no triunfar el golpe de Estado, tienen que recurrir a los nazis alemanes y los fascistas italianos. Y la República tiene que recurrir a la Unión Soviética, porque las democracias no la defendieron. La política de no intervención fue una operación británica para acabar con la República. Ligar la Revolución de 1934 con el golpe de julio de 1936 está fuera de lugar.

-¿Por qué la revolución triunfa sólo en Asturias?

-Había medios, dirigentes, armas. El mundo estaba muy organizado y el Sindicato Minero Asturiano proporcionó capacidad organizativa y logística. Además, no hay que olvidar la alianza revolucionaria en la que entran socialistas y anarquistas. En Asturias había gente bregada, que tenía ya tradición de lucha. Pero estaba muy mal planteada, y además le falló todo el mundo: los catalanes, Madrid, los vascos...

-Hubo excesos...

-Es cierto que durante la revolución hubo momentos de gran dureza, pero la reacción posterior fue terrible. Hubo asesinatos y torturas, como las que recibió Teodomiro Menéndez, que se tiró desde el quinto piso de la cárcel modelo de Oviedo. No murió, pero quedó en muy malas condiciones. Yo le escuchaba en casa de mi padre, Juan Antonio Cabezas, que fue redactor jefe de «Avance» de Gijón durante la guerra. Y también a Javier Bueno, director del mismo periódico, que se hizo fusilar al finalizar la guerra en Madrid, porque no quería huir más. Graciano Antuña fue otro protagonista de la revolución fusilado, pero en 1936, en Oviedo, de donde no se marchó por tener a su esposa enferma. Mi padre sí escapó. Si hubo excesos por parte de los revolucionarios, no fueron nada comparados con las atrocidades del comandante Doval de la Guardia Civil, un personaje siniestro.

-Tres cuartos de siglo después, ¿qué enseñanza cabe sacar de aquello?

-No fue un error, como diría Prieto en el año 42, durante la apertura en México del ciclo dedicado a Pablo Iglesias. En aquel acto pidió perdón, yo creo que en realidad el problema era que se daba cuenta de que había actuado rompiendo con su línea de pensamiento. Pero yo creo que sí valió la pena, porque la reivindicación de la amnistía de los 40.000 presos le sirvió a Prieto para ganar las elecciones de febrero de 1936. Y creo que la revolución fue un aldabonazo que permitió detener la deriva fascista que habían tomado las fuerzas derechistas y que hubiesen permitido a Gil Robles obtener el poder absoluto.

-¿Y qué nos dice a la gente de hoy en día?

-Emocional y sentimentalmente, para los hombres de izquierda y para los asturianos, la Revolución del 34 sigue siendo un faro de objetivos permanentes, dentro de la utopía, pero movilizadores. Fue un movimiento positivo que enardeció a la izquierda de este país.

L. Á. Vega


Publicado en: La Nueva España, 22 de mayo de 2007.
Fuente: La Nueva España.

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