Homenaje a Asturias. Gijón, 1984-1985
La ofensiva mundial dirigida por el Capital contra los pobres tropezó en España, durante los años 83, 84, 85, con un amplio movimiento de agitación que se desplegó principalmente a partir de los sectores industriales condenados a desaparecer.
Ya en el mes de febrero del 84, España registró un aumento del 400% en los conflictos laborales respecto al año anterior. Esas huelgas afectaban prácticamente a todos los sectores: industria, textil, industria química, industria del automóvil (General Motors), construcción, minería, transportes.
Pero fue el "plan de reconversión" del sector naval, donde el Estado se había fijado como objetivo la supresión de veinte mil puestos de trabajo, el que provocó el conflicto de mayor duración, que se extendió desde Cádiz hasta todo el noreste de España (País Vasco, Asturias, Galicia) donde se concentran los mayores astilleros españoles.
La lucha de los obreros del sector naval de Bilbao y Gijón en particular ha confirmado la oposición entre los métodos legalistas de la negociación sindical y los utilizados por todos aquellos que han visto en la negociación sindical y la legalidad una limitación práctica de su lucha. Como osaron gritar los estalinistas en plena batalla de los astilleros Euskalduna de Bilbao: "Hay que luchar contra el ministro de Industria, no contra el ministro de Interior".
Como no quisieron tener miramientos ni con uno ni con otro, los obreros toparon de frente con dos enemigos directos: la policía y el reformismo sindical, a los que hicieron frente en Gijón de una sola forma: organizándose en asamblea.
En todas estas luchas hubo momentos que escapaban a la forma de un conflicto industrial clásico, y se empleaban métodos que les daban un carácter universal, fuese en Cádiz, en diciembre del 84, donde durante unos días el conflicto del sector naval se extendió con exacerbada violencia a varios barrios que se atrincheraron tras las barricadas, en Bilbao, donde la rabia y la determinación de los combatientes dieron a su lucha la forma de una guerrilla abierta contra la policía durante tres meses, o en Gijón, donde la asamblea que se reunía en el centro de la ciudad estaba a abierta a todos.
Oponiéndose a los despidos, los obreros querían aplazar la aplicación del "plan de reconversión" en su conjunto. Inscribirse en los "Fondos de Promoción de Empleo" significaba aceptar los despidos sin rechistar. Como resumía muy bien un obreros de Gijón: "Dentro de tres años, nos encontraremos en la calle y habrá que luchar, así que mejor que lo hagamos ahora". La lucha contra la inscripción en los FPE, por su objetivo mismo, hacía del momento de la negociación algo secundario. La alternativa estaba clara: se trataba de saber si se cedía a las condiciones del FPE o se rechazaban como un chantaje más. A partir de ese momento, ya no había lugar para la negociación. A través de la lucha contra los FPE, en la que cristalizaba la rabia contra una suerte común a miles de asalariados, fue la dependencia más general de la lógica de este mundo lo que se convirtió en blanco de la cólera.
Al principio en Gijón, durante el año 83, se trataba por lo esencial de formas de protesta convencionales. Por lo demás, durante todo ese periodo, que duraría hasta la primavera del 84, los obreros aún salían a la calle con las manos vacías, pese a que la presión del Estado se hacía más intensa. Los gobernantes españoles tenían prisa por mostrarse presentables en el mercado de la competencia mundial, máxime cuando para ellos se avecinaba un plazo decisivo: la entrada en la CEE. Se trataba de llevar a todos esos insatisfechos a la mesa de negociaciones lo antes posible. Como el encuadramiento sindical no podía desempeñar ese papel con la suficiente eficacia, la presión del gobierno se concentró en el chantaje de la inscripción en los FPE. ¡Inscripción o muerte! "Las condiciones que ofrecemos a los trabajadores son muy buenas... Existe la garantía de una reclasificación. Si hay una minoría que sigue negándose, es muy libre de hacerlo", declaraba cínicamente Solchaga, el ministro de Industria. A esas prisas de los gobernantes y burócratas por someter a unos obreros totalmente decididos a diferir las cosas, éstos respondieron con métodos de lucha que iban radicalizándose... Aquello que para los dirigentes era lo máximo que podían conceder, los obreros lo consideraban como un mínimo que iban a hacer pagar lo más caro posible.
El verano del 85 representó para los obreros de astilleros de Gijón la suspensión provisional de un período de lucha que había durado casi dos años sin interrupción. Fue entonces cuando tuvieron lugar los más bellos excesos destructores y cuando la dinámica asamblearia dio las mejores pruebas de su capacidad práctica, estimulando la combatividad, la imaginación y la organización en la lucha, y atrayendo por su existencia misma a otros proletarios ajenos a los astilleros.
Desde la primavera del 84, fueron muchos los elementos del mobiliario urbano que sufrieron la cólera de los obreros de los astilleros. Las barricadas de neumáticos se contaban por centenas; los autobuses incendiados por decenas. Los deshechos de trenes, utilizados por la cara y después quemados, yacen todavía hoy en la estación. Un gran almacén que no quiso cerrar durante una jornada de huelga general fue incendiado esa misma noche. Las cervecerías frecuentadas por los fachas fueron destrozadas en varias ocasiones. Durante varios meses las entradas de los bancos fueron apedreadas e incendiadas. La fachada del ayuntamiento también sufrió las tórridas caricias del fuego tras una jocosa estratagema: un simulacro de entierro permitió a una pequeña concentración atravesar la ciudad en las narices de la policía; los féretros (que simbolizaban la muerte del sector naval) llevados a hombros estaban rellenos de neumáticos que sirvieron para prender fuego a las puertas del ayuntamiento al terminar la procesión. La entrada de la Audiencia fue quemada, y poco después, las instalaciones de uno de los astilleros recién cerrados fueron pasto de las llamas.
Si los obreros del sector naval pudieron mantener durante tanto tiempo una presión sobre el conjunto de las fuerza coaligadas contra ellos, fue gracias a su práctica asamblearia.
Pero, antes de proseguir, es importante recordar que esa autonomía que la asamblea de Gijón supo mantener frente al control sindical guarda relación con algunas peculiaridades históricas del movimiento social asturiano.
En primer lugar, la propia tradición de lucha del proletariado en Asturias, que marcó durante la insurrección de octubre del 34 una larga epopeya revolucionaria y planteaba ya las condiciones de una revolución moderna. Esta tradición de lucha resurgirá sin cesar a lo largo de los años cincuenta y sesenta, cuando partiendo de las minas, se desencadenaron las huelgas más duras que España conoció en aquel entonces.
Fue en Asturias donde estalló, en febrero del 57, la primera huelga importante desde la guerra civil, y donde aparecieron las primeras formas de organización autónoma con delegados de pozos, que constituirían el embrión de lo que más tarde serían las asambleas. En marzo del 58, veinte mil mineros se declararon de nuevo en huelga reclamando aumentos de salario. Franco respondió con el cierre patronal y el estado de excepción en todas las cuencas mineras: fueron detenidos doscientos delegados de pozos. En el 63, cuando las huelgas se sucedían en las minas asturianas, Franco respondió con el destierro de trescientos mineros.
Otra peculiaridad de la región es la evolución local de la UGT. La UGT, que se apoyaba sobre la tradición de lucha en la minería, era el sindicato con más implantación en Asturias. Pero desde que el PSOE está en el poder y la UGT a sus órdenes, su desaparición como principal sindicato obrero ha dejado en Asturias un magnífico vacío sindical que, si bien ha podido ponerles los dientes largos a muchos aprendices de burócratas, también ha dejado despejado el terreno, facilitando la comunicación práctica -sin intermediarios- entre los proletarios.
En el 84, en una época en la que el movimiento de las asambleas de los años 76 al 78 retrocedía en España, los obreros de Gijón tuvieron el gran mérito de colocar de nuevo esa forma de organización de la comunicación en el centro de la lucha. Hasta la primavera del 85, la dirección de esa lucha se ha fraguado en la asamblea como órgano soberano y decisorio.
Los obreros, que llevaban meses luchando y levantaban barricadas delante de sus respectivos astilleros, estaban abocados a reunirse de forma regular durante los enfrentamientos. Cuanto más se repetían esos choques, más sentían los combatientes la necesidad de reagruparse fuera de la zona de los astilleros, donde siempre terminaban retrocediendo frente a la intensa presión de los polis. Para dar más eficacia a una lucha casi cotidiana, decidieron celebrar dos veces por semana una asamblea que los reuniera a todos. Ocuparon una sala de cine abandonada en pleno centro de la ciudad, dentro de la "Casa del Pueblo", edificio que pertenecía normalmente a los sindicatos.
Al reunirse de una vez por todas fuera de los astilleros, la asamblea rompe la dependencia de los obreros respecto a su lugar de producción. Y está abierta a todos. En ella participan obreros de otros sectores industriales, algunos mineros de las cuencas vecinas, los jóvenes de los centros de formación profesional y de los institutos técnicos, los parados y finalmente cualquier proletario.
De entrada, la asamblea rompe el corporativismo sindical. Entre los participantes, que discuten directamente entre sí, no se tratará sino del porvenir de la lucha en curso, de sus consecuencias para la vida de cada cual, del papel nefasto de tal o cual sindicato respecto de esta u otra acción. En este lugar, se discute poco acerca de las negociaciones o del estado de éstas con el gobierno. Esa tarea se deja deliberadamente al margen de la asamblea, a cargo de los representantes sindicales.
La asamblea de Gijón ha sabido dotarse de los medios para el debate libre: cada cual puede intervenir en ella sin dotarse de una etiqueta cualquiera. Allí se habla en nombre propio, y cada uno de los presentes puede ser interpelado y tiene que responder en público, lo que la diferencia radicalmente de tantos otros conflictos en los que los burócratas prohíben expresarse a los no delegados. Todas las votaciones son a mano alzada y no con papeletas secretas, de modo que a lo largo de los debates la correlación de fuerzas esté a la vista de todos; por lo demás, estos no se eternizan. Se trata casi siempre de criticar las acciones llevadas a cabo en días anteriores y de buscar un acuerdo sobre lo que conviene hacer de cara a las próximas intervenciones callejeras. Es preciso recordar este principio esencial: que no hay separación entre la asamblea y la calle, a la que se trasladan la casi totalidad de los presentes al final de los debates (entre trescientas y cuatrocientas personas cada vez).
Es la asamblea, pues, quien prosigue su propia acción en la calle. Durante todo el tiempo que duraron los enfrentamientos con la policía, las diferentes acciones contra los bancos, los autobuses, etc., la asamblea jamás perdió la iniciativa. Esa coherencia permite una estrategia que tiene como principio ser siempre ofensiva: escoger, al margen de toda consigna exterior, el momento, el lugar y los métodos más indicados para perjudicar.
Como en los momentos cumbre del movimiento de las asambleas de fines de los años setenta, en Gijón no existió separación entre la discusión, la decisión y la ejecución práctica; sólo la época ha cambiado.
Tras cada salida a la calle, dos veces por semana (como las asambleas), la gente se juntaba de nuevo, incluso en pequeños grupos, para discutir el cariz tomado por los acontecimientos, decidir una nueva línea de actuación a debatir en la próxima asamblea. De ese modo, la asamblea solo rinde cuentas ante sí misma. Por otra parte, cuando el público está reunido, los burócratas que aparecen por allí se guardan de criticar los métodos empleados.
La asamblea de Gijón ha concentrado sobre sí el interés del público. Ha propagado el gusto por la ofensiva entre aquellos que, aun cuando los despidos no les afectan directamente, comparten las ganas de lucha de los obreros más decididos de los astilleros. Ese ánimo de insubordinación que salía reforzado de la asamblea, dio lugar a algunas hermosas prolongaciones fuera del sector naval. Por ejemplo, a fines de enero del 85, el Centro de Formación Profesional de Oviedo fue destruido por alumnos del Centro que frecuentaban la asamblea. Varios coches, un montón de piezas de motor y varias terminales electrónicas fueron reducidos a cenizas. A mediados de marzo, en Ensidesa, una importante empresa siderúrgica de Gijón, dos encapuchados incendiaron y destruyeron la torre de control de una cinta transportadora de acero. Ese sabotaje fue reivindicado como un acto de solidaridad con los trabajadores de los astilleros en lucha y tuvo, además, el gran mérito de proporcionar un respiro a los trabajadores de la empresa. ¡De puta madre! Ese sabotaje no hubiese podido tener lugar sin amistosas complicidades dentro de la empresa, que no se había movido durante ese periodo turbulento. Que sepamos, ese tipo de iniciativas individuales jamás fueron condenadas por la asamblea como un desbordamiento de su acción: ¡todo lo contrario!
Frente a lo que pasó en Euskalduna, donde los obreros se sirvieron de su astillero como de un parapeto, los combatientes de Gijón apostaron por la movilidad desde los primeros enfrentamientos. Delante de las entradas de cada astillero, situadas en la misma avenida, se levantaban, en un ambiente tranquilo y de buen humor muy español, varias barricadas con trozos de grúas, traviesas de ferrocarril, y más a menudo, con centenares de neumáticos rociados con gasolina e incendiados. Esa arteria que comunica con el centro tiene una gran importancia estratégica para Gijón. Cuando el asalto policial se hacía demasiado apremiante, se organizaba el repliegue hacia la barricada que se había levantado mientras tanto delante del siguiente astillero, donde los combatientes podían desaparecer sin problemas.
Hace unos meses, cuando las escaramuzas se trasladaban hacia los inmuebles cercanos a La Calzada, una zona de viviendas de protección oficial, la policía recibió de parte de los habitantes de todas las edades una acogida bien merecida. Todo tipo de objetos domésticos fueron lanzados desde las ventanas sobre los cogotes de la pasma; un ama de casa nos aseguró haber visto caer una gran bombona de gas sobre los morros de la poli.
A lo largo de todo un año, los obreros y quienes se juntaban con ellos supieron mantener la iniciativa en los enfrentamientos. Muchas veces, las barricadas levantadas en el sector de los astilleros se vieron apoyadas por acciones en otros lugares de la ciudad. Así, en el mes de febrero del 85, una de las últimas veces en las que la policía lanzó un asalto muy violento contra combatientes refugiados en el interior de un astillero (las dos garitas de la entrada fueron totalmente destrozadas por la intensidad de los pelotazos de goma), otros grupos intervinieron para dar apoyo logístico, quemando en ese mismo momento varios vagones de dos trenes detenidos en la estación mientras otros levantaban e incendiaban barricadas en el centro de la ciudad. Simultáneamente, grupos de jóvenes atacaban una furgoneta de la policía a pedradas.
Más recientemente, en la primavera del 85, cuando una vez más tenían lugar serios enfrentamientos en los alrededores de un astillero, unos obreros que se encontraban en el centro se incautaron de unos autobuses para acudir en ayuda de los combatientes.
También apareció un arma temible, un lanzacohetes artesanal que devolvía las pelotas de goma contra la policía, al parecer con una violencia y una precisión multiplicadas.
La movilidad de los combatientes llevaba regularmente los enfrentamientos hasta el centro de la ciudad, donde las diversas intervenciones se hacían por pequeños grupos, la mayoría constituidos por los que salían de la asamblea. La rapidez de las acciones, que generalmente sufrían los bancos y los escaparates de las joyerías... hacía extremadamente delicada la intervención de la policía. La presencia de numerosos transeúntes entorpecía de forma considerable las cargas policiales y los disparos de pelotas o de gases. Esa movilidad servía de protección a los asaltantes. Cosa que entendió una beata agarrada a su reclinatorio dentro de una iglesia, y que se llevó un pelotazo de goma en la cabeza.
Ni que decir tiene que esa libertad de movimiento iba a la par con una vivacidad de ánimo que estuvo siempre presente en los momentos que exigían un máximo de unidad táctica y de determinación. Tal era la fuerza de la presión en la calle, que aunque hubo muchas detenciones, nunca duraron más allá de una detención preventiva. Así, una hermosa tarde de febrero del 85, cuando los "asaltantes", apoyados por unos jóvenes, atacaron las entidades bancarias incendiando las entradas con unos neumáticos y cócteles molotov, uno de ellos, de sobra conocido en las luchas, fue detenido. Unas horas más tarde, un reagrupamiento de unas cuatrocientas personas fue a rodear la cárcel, fuertemente custodiada, para exigir la liberación del prisionero. Una amenaza que no tardaría en tomar forma fulgurante se hizo perentoria: "si en las horas siguientes no se ha liberado al detenido, arderán dos autobuses, mañana cuatro, pasado mañana seis, y así sucesivamente...". La primera parte de la amenaza fue ejecutada en el acto. Dos autobuses ardieron en diferentes barrios de la ciudad. Hay que precisar que, en aquélla época, ya habían sido unos quince los autobuses totalmente devorados por el fuego. Al mediodía del día siguiente, nuestro hombre quedaba libre.
Los obreros de Gijón se han preocupado siempre de dar a conocer su lucha, por lo menos en Asturias. Siempre que iban a ocupar los estudios de la tele regional en Oviedo, a los que reprochaban silenciar su lucha, lo hacían en un ambiente de buen humor. En otra ocasión, sabotearon un partido de fútbol de máxima rivalidad emitido por la tele en toda España: la enloquecida carrera de un cochinillo en plena forma dio mucha guerra a los jugadores, evidentemente más acostumbrados a controlar un balón redondo. Al cerdo le sucedió un equipo de pollos. El colofón fue una lluvia de clavos que dificultó la continuación del encuentro, mientras aparecían en las pantallas pancartas alusivas a la lucha de Gijón.
Otro día, la cabina de una nave en construcción, previamente cortada con un soplete, fue depositada en el centro de Gijón para obstruir el tráfico.
Pese a que la existencia de la asamblea propicia un estado de ánimo anti-burocrático, los obreros de Gijón que se hallan presentes no rechazan abiertamente las diferentes representaciones sindicales. Si bien no se les prohíbe la entrada en la asamblea, los representantes sindicales sólo intervienen en ella a título personal o para exponer el único tema en el cual son expertos: el estado de las negociaciones con el gobierno. Sobre lo demás no se atreven a intervenir. En ningún momento desempeñan un papel de encuadramiento en la asamblea. No dan consignas, emiten opiniones.
En esas asambleas generalmente están presentes representantes de CCOO, de la CNT y de la CSI (Corriente Sindical de Izquierdas). Por su parte, la UGT se cuida mucho de aparecer.
El papel de la UGT consiste hoy en particular en la aplicación de los "planes de reconversión" en las empresas. Con saber que en sus filas abundan basuras reconvertidas de los sindicatos verticales franquistas, procurándoles de ese modo cuadros competentes y experimentados, está todo dicho. ¡Que revienten! Por lo demás, allí les dan muy mala vida. A principios del 85, en Vigo dos delegados ugetistas fueron perseguidos hasta sus locales por un centenar de obreros que querían partirles la cara. Sus oficinas fueron devastadas por completo, y dejaron las ventanas bien abiertas para que "todo el mundo pudiera disfrutar del espectáculo". En febrero del 85, en El Ferrol, parte de la vivienda de un conocido ugetista fue destruida por un incendio voluntario. En Santander, en la misma época, a varios representantes de la UGT les partieron la jeta cuando aparecieron en una manifestación. Por poner un último ejemplo de los sentimientos que suscitan estos gusanos, citemos la decisión del gobernador civil de La Coruña de procurar "un servicio de protección especial por parte de la policía contra hechos terroristas que atacan a la convivencia ciudadana" a los dirigentes del PSOE y de la UGT.
En cuanto a la folclórica CNT, cuyo número de afiliados en Gijón no debe pasar las tres decenas, se limita a pasar lo más desapercibida posible. Su rigidez ideológica la ha estrangulado hasta el punto de despojarla del uso de la palabra, cosa que nadie lamenta, y menos desde que logró la proeza de desacreditarse para siempre ante los asamblearios tras los enfrentamientos que tuvieron lugar en mayo del 85. Un día, unos obreros, perseguidos por la policía, se vieron obligados a refugiarse en la Casa del Pueblo donde se reúne habitualmente la asamblea. Cuando la batalla estaba al rojo vivo y la policía padecía un bombardeo intensivo de proyectiles desde los tejados, miembros de la CNT se encerraron dentro de sus locales, que se encuentran en ese mismo edificio, y se negaron a abrir sus puertas a aquellos a los que la policía estaba acosando. ¡Después de algo así resulta difícil aparecer en público!
Los burócratas de CCOO, en la asamblea de Gijón, tienen permanentemente un pie dentro y otro fuera. Si se pasan la mayor parte de sus intervenciones fustigando la acción de la UGT, es porque es el único terreno de acuerdo que les queda con la asamblea. Los estalinistas se debaten entre la necesaria imagen de representatividad de los trabajadores y la necesidad de no romper definitivamente con aquellos que constituyen la base dinámica de la asamblea. Situación muy incómoda (¡nunca lo bastante, desde luego!). Además, el relato de sus cabronadas en varios conflictos o acontecimientos recientes corre de boca en boca. Por ejemplo, se habla a menudo de su intervención en Madrid, donde el 15 de diciembre del 84, día de huelga general del sector naval, impidieron a los manifestantes asaltar el congreso nacional del PSOE, que ese mismo día se celebraba unas pocas calles más allá.
Si los estalinistas adoptaron durante tanto tiempo una posición oficial de oposición a la inscripción en los FPE en Gijón, fue sólo para permanecer dentro de un movimiento que los rechazaba cada vez más. El responsable local de la metalurgia de CCOO, al desaprobar los métodos de los obreros, fue obligado a dimitir en febrero del 85. Declaró: "Acciones como quemar autobuses, vagones de la RENFE, son prácticas prohibidas en CCOO desde siempre porque acentúa el aislamiento del sindicato... El progreso de hoy y el socialismo de mañana se hacen construyendo y produciendo, no destruyendo." Que reviente también.
La CSI desempeñó durante todo ese periodo un papel particular. La CSI es uno de esos neo-sindicatos, cada vez más numerosos en España, constituidos a principios de los años 80, de resultas del reflujo del movimiento de las asambleas. A menudo la iniciativa en la creación de ese tipo de corrientes parte de antiguos izquierdistas, e incluso antiguos asamblearios reconvertidos al activismo sindical.
La mayoría de los militantes de la CSI proceden de CCOO, con las que rompieron, reprochándoles un funcionamiento "demasiado burocrático" y su abierta participación en la gestión de los negocios del Estado. La CSI está organizada como sindicato autónomo desde el 81. Se ha dotado de sus propios estatutos, en los cuales se define a sí misma como antijerárquica y ajena a todo centralismo burocrático. Tiene delegados elegidos en los comités de empresa, lo que la lleva a participar en la concurrencia habitual entre sindicatos dentro de los procesos negociadores. La CSI reúne en Asturias a unos dos mil miembros, principalmente en los astilleros, pero también en la minería, la siderurgia... Defiende una posición de "sindicato de base", de "sindicato de lucha", que se ha puesto de manifiesto a lo largo del conflicto de Gijón desempeñando un papel de apoyo logístico a la asamblea. Muchos de sus más aguerridos combatientes se reunían en los locales de la CSI. Dentro de sus locales, todos los debates que concernían a la evolución de la lucha estaban abiertos a cualquier participante de la asamblea. Allí se decidían en particular las acciones duras, ilegales, que, por evidentes razones de seguridad, no se podían debatir en asamblea. En aquel momento, su papel no fue el de un sindicato clásico; apoyaba una lucha que se llevaba cada día a iniciativa de la asamblea. El principio de la asamblea extrae su vitalidad de su extensión a otros sectores, a otras asambleas. El peso relativo de la CSI se ha debido en gran parte al aislamiento al cual se vio sometida la asamblea de Gijón.
Al final de la primavera del 85, los tres astilleros que debían desaparecer fueron finalmente cerrados uno tras otro. Las prestaciones de los que se encontraban en paro se agotaban, o eran un porcentaje tan bajo que ya no bastaban (¡algunos incluso no percibían nada desde hacía varios meses!). Los obreros de los astilleros de Gijón, tras haber luchado durante más de un año contra su inscripción en los Fondos de Promoción de Empleo, se encontraron obligados a dar el paso y a ceder sobre ese punto.
Sin embargo, la presión que supieron ejercer sobre todo lo que gestiona y gobierna en esa parte de Asturias ha dado algunos resultados concretos. Al terminar un período de agitación que se había extendido a la mayoría de las regiones portuarias e industriales del norte de España, para el Estado era necesario terminar con el clima de insubordinación creado por los obreros de los astilleros de Gijón, y procurar que, una vez agotadas sus prestaciones por desempleo, los perturbadores fuesen bien tratados, no fuera que volviesen a entrarles ganas de movilizarse de nuevo.
Los recientes inscritos en los FPE se benefician de condiciones relativamente correctas, si se comparan, por ejemplo, con la suerte que han padecido en Francia, desde finales de los años setenta, las víctimas de las diferentes reconversiones industriales. Hoy, un obrero inscrito en los FPE de Gijón percibe, durante tres años y sin ruptura de contrato con su empresa, un salario de alrededor de unas veinticinco mil pesetas más del que percibía cuando trabajaba. Los FPE deben procurarle un empleo de una categoría correspondiente a su capacidad profesional durante ese período de tres años, a una distancia máxima de veinticinco kilómetros de Gijón.
Aquellos a quienes hemos visto recientemente nos confiaban que si bien esa perspectiva de quedarse tres años sin trabajar estaba lejos de desagradarles, pronto tendrían que reanudar las manifestaciones, pues son conscientes de que semejante acuerdo pueda volverse contra ellos en cuanto se relaje la presión en la calle. Añadieron que siempre existía la posibilidad de volver a hacer lo que habían hecho en octubre del 84, cuando trescientos de ellos fueron a asaltar el ayuntamiento, rompiendo puertas y ventanas, en el momento en que se celebraba una reunión entre los representantes del gobierno y de los sindicatos para decidir su suerte.
Mientras en otras regiones de España se desarrollaban luchas con orígenes similares, en ningún lugar como en Gijón ha resurgido con tanta nitidez el principio asambleario. Los proletarios de Gijón volvieron contra todos sus enemigos aquello que constituye su fuerza, la idea de la publicidad que se hace realidad. Supieron reanudar con lo mejor que se ha hecho en España volviendo a poner sobre el tapete algunas verdades universales: no esperar nada de los sindicatos, de la negociación, ni del recurso a la legalidad.
Nuestra fuerza radica en lo que deviene.
Publicado en: Os Cangaceiros, España en el corazón. Actas de la guerra social en el Estado Español (1868-1988). Pepitas de Calabaza, 2005.
Ya en el mes de febrero del 84, España registró un aumento del 400% en los conflictos laborales respecto al año anterior. Esas huelgas afectaban prácticamente a todos los sectores: industria, textil, industria química, industria del automóvil (General Motors), construcción, minería, transportes.
Pero fue el "plan de reconversión" del sector naval, donde el Estado se había fijado como objetivo la supresión de veinte mil puestos de trabajo, el que provocó el conflicto de mayor duración, que se extendió desde Cádiz hasta todo el noreste de España (País Vasco, Asturias, Galicia) donde se concentran los mayores astilleros españoles.
La lucha de los obreros del sector naval de Bilbao y Gijón en particular ha confirmado la oposición entre los métodos legalistas de la negociación sindical y los utilizados por todos aquellos que han visto en la negociación sindical y la legalidad una limitación práctica de su lucha. Como osaron gritar los estalinistas en plena batalla de los astilleros Euskalduna de Bilbao: "Hay que luchar contra el ministro de Industria, no contra el ministro de Interior".
Como no quisieron tener miramientos ni con uno ni con otro, los obreros toparon de frente con dos enemigos directos: la policía y el reformismo sindical, a los que hicieron frente en Gijón de una sola forma: organizándose en asamblea.
En todas estas luchas hubo momentos que escapaban a la forma de un conflicto industrial clásico, y se empleaban métodos que les daban un carácter universal, fuese en Cádiz, en diciembre del 84, donde durante unos días el conflicto del sector naval se extendió con exacerbada violencia a varios barrios que se atrincheraron tras las barricadas, en Bilbao, donde la rabia y la determinación de los combatientes dieron a su lucha la forma de una guerrilla abierta contra la policía durante tres meses, o en Gijón, donde la asamblea que se reunía en el centro de la ciudad estaba a abierta a todos.
Oponiéndose a los despidos, los obreros querían aplazar la aplicación del "plan de reconversión" en su conjunto. Inscribirse en los "Fondos de Promoción de Empleo" significaba aceptar los despidos sin rechistar. Como resumía muy bien un obreros de Gijón: "Dentro de tres años, nos encontraremos en la calle y habrá que luchar, así que mejor que lo hagamos ahora". La lucha contra la inscripción en los FPE, por su objetivo mismo, hacía del momento de la negociación algo secundario. La alternativa estaba clara: se trataba de saber si se cedía a las condiciones del FPE o se rechazaban como un chantaje más. A partir de ese momento, ya no había lugar para la negociación. A través de la lucha contra los FPE, en la que cristalizaba la rabia contra una suerte común a miles de asalariados, fue la dependencia más general de la lógica de este mundo lo que se convirtió en blanco de la cólera.
Al principio en Gijón, durante el año 83, se trataba por lo esencial de formas de protesta convencionales. Por lo demás, durante todo ese periodo, que duraría hasta la primavera del 84, los obreros aún salían a la calle con las manos vacías, pese a que la presión del Estado se hacía más intensa. Los gobernantes españoles tenían prisa por mostrarse presentables en el mercado de la competencia mundial, máxime cuando para ellos se avecinaba un plazo decisivo: la entrada en la CEE. Se trataba de llevar a todos esos insatisfechos a la mesa de negociaciones lo antes posible. Como el encuadramiento sindical no podía desempeñar ese papel con la suficiente eficacia, la presión del gobierno se concentró en el chantaje de la inscripción en los FPE. ¡Inscripción o muerte! "Las condiciones que ofrecemos a los trabajadores son muy buenas... Existe la garantía de una reclasificación. Si hay una minoría que sigue negándose, es muy libre de hacerlo", declaraba cínicamente Solchaga, el ministro de Industria. A esas prisas de los gobernantes y burócratas por someter a unos obreros totalmente decididos a diferir las cosas, éstos respondieron con métodos de lucha que iban radicalizándose... Aquello que para los dirigentes era lo máximo que podían conceder, los obreros lo consideraban como un mínimo que iban a hacer pagar lo más caro posible.
El verano del 85 representó para los obreros de astilleros de Gijón la suspensión provisional de un período de lucha que había durado casi dos años sin interrupción. Fue entonces cuando tuvieron lugar los más bellos excesos destructores y cuando la dinámica asamblearia dio las mejores pruebas de su capacidad práctica, estimulando la combatividad, la imaginación y la organización en la lucha, y atrayendo por su existencia misma a otros proletarios ajenos a los astilleros.
Desde la primavera del 84, fueron muchos los elementos del mobiliario urbano que sufrieron la cólera de los obreros de los astilleros. Las barricadas de neumáticos se contaban por centenas; los autobuses incendiados por decenas. Los deshechos de trenes, utilizados por la cara y después quemados, yacen todavía hoy en la estación. Un gran almacén que no quiso cerrar durante una jornada de huelga general fue incendiado esa misma noche. Las cervecerías frecuentadas por los fachas fueron destrozadas en varias ocasiones. Durante varios meses las entradas de los bancos fueron apedreadas e incendiadas. La fachada del ayuntamiento también sufrió las tórridas caricias del fuego tras una jocosa estratagema: un simulacro de entierro permitió a una pequeña concentración atravesar la ciudad en las narices de la policía; los féretros (que simbolizaban la muerte del sector naval) llevados a hombros estaban rellenos de neumáticos que sirvieron para prender fuego a las puertas del ayuntamiento al terminar la procesión. La entrada de la Audiencia fue quemada, y poco después, las instalaciones de uno de los astilleros recién cerrados fueron pasto de las llamas.
Si los obreros del sector naval pudieron mantener durante tanto tiempo una presión sobre el conjunto de las fuerza coaligadas contra ellos, fue gracias a su práctica asamblearia.
Pero, antes de proseguir, es importante recordar que esa autonomía que la asamblea de Gijón supo mantener frente al control sindical guarda relación con algunas peculiaridades históricas del movimiento social asturiano.
En primer lugar, la propia tradición de lucha del proletariado en Asturias, que marcó durante la insurrección de octubre del 34 una larga epopeya revolucionaria y planteaba ya las condiciones de una revolución moderna. Esta tradición de lucha resurgirá sin cesar a lo largo de los años cincuenta y sesenta, cuando partiendo de las minas, se desencadenaron las huelgas más duras que España conoció en aquel entonces.
Fue en Asturias donde estalló, en febrero del 57, la primera huelga importante desde la guerra civil, y donde aparecieron las primeras formas de organización autónoma con delegados de pozos, que constituirían el embrión de lo que más tarde serían las asambleas. En marzo del 58, veinte mil mineros se declararon de nuevo en huelga reclamando aumentos de salario. Franco respondió con el cierre patronal y el estado de excepción en todas las cuencas mineras: fueron detenidos doscientos delegados de pozos. En el 63, cuando las huelgas se sucedían en las minas asturianas, Franco respondió con el destierro de trescientos mineros.
Otra peculiaridad de la región es la evolución local de la UGT. La UGT, que se apoyaba sobre la tradición de lucha en la minería, era el sindicato con más implantación en Asturias. Pero desde que el PSOE está en el poder y la UGT a sus órdenes, su desaparición como principal sindicato obrero ha dejado en Asturias un magnífico vacío sindical que, si bien ha podido ponerles los dientes largos a muchos aprendices de burócratas, también ha dejado despejado el terreno, facilitando la comunicación práctica -sin intermediarios- entre los proletarios.
En el 84, en una época en la que el movimiento de las asambleas de los años 76 al 78 retrocedía en España, los obreros de Gijón tuvieron el gran mérito de colocar de nuevo esa forma de organización de la comunicación en el centro de la lucha. Hasta la primavera del 85, la dirección de esa lucha se ha fraguado en la asamblea como órgano soberano y decisorio.
Los obreros, que llevaban meses luchando y levantaban barricadas delante de sus respectivos astilleros, estaban abocados a reunirse de forma regular durante los enfrentamientos. Cuanto más se repetían esos choques, más sentían los combatientes la necesidad de reagruparse fuera de la zona de los astilleros, donde siempre terminaban retrocediendo frente a la intensa presión de los polis. Para dar más eficacia a una lucha casi cotidiana, decidieron celebrar dos veces por semana una asamblea que los reuniera a todos. Ocuparon una sala de cine abandonada en pleno centro de la ciudad, dentro de la "Casa del Pueblo", edificio que pertenecía normalmente a los sindicatos.
Al reunirse de una vez por todas fuera de los astilleros, la asamblea rompe la dependencia de los obreros respecto a su lugar de producción. Y está abierta a todos. En ella participan obreros de otros sectores industriales, algunos mineros de las cuencas vecinas, los jóvenes de los centros de formación profesional y de los institutos técnicos, los parados y finalmente cualquier proletario.
De entrada, la asamblea rompe el corporativismo sindical. Entre los participantes, que discuten directamente entre sí, no se tratará sino del porvenir de la lucha en curso, de sus consecuencias para la vida de cada cual, del papel nefasto de tal o cual sindicato respecto de esta u otra acción. En este lugar, se discute poco acerca de las negociaciones o del estado de éstas con el gobierno. Esa tarea se deja deliberadamente al margen de la asamblea, a cargo de los representantes sindicales.
La asamblea de Gijón ha sabido dotarse de los medios para el debate libre: cada cual puede intervenir en ella sin dotarse de una etiqueta cualquiera. Allí se habla en nombre propio, y cada uno de los presentes puede ser interpelado y tiene que responder en público, lo que la diferencia radicalmente de tantos otros conflictos en los que los burócratas prohíben expresarse a los no delegados. Todas las votaciones son a mano alzada y no con papeletas secretas, de modo que a lo largo de los debates la correlación de fuerzas esté a la vista de todos; por lo demás, estos no se eternizan. Se trata casi siempre de criticar las acciones llevadas a cabo en días anteriores y de buscar un acuerdo sobre lo que conviene hacer de cara a las próximas intervenciones callejeras. Es preciso recordar este principio esencial: que no hay separación entre la asamblea y la calle, a la que se trasladan la casi totalidad de los presentes al final de los debates (entre trescientas y cuatrocientas personas cada vez).
Es la asamblea, pues, quien prosigue su propia acción en la calle. Durante todo el tiempo que duraron los enfrentamientos con la policía, las diferentes acciones contra los bancos, los autobuses, etc., la asamblea jamás perdió la iniciativa. Esa coherencia permite una estrategia que tiene como principio ser siempre ofensiva: escoger, al margen de toda consigna exterior, el momento, el lugar y los métodos más indicados para perjudicar.
Como en los momentos cumbre del movimiento de las asambleas de fines de los años setenta, en Gijón no existió separación entre la discusión, la decisión y la ejecución práctica; sólo la época ha cambiado.
Tras cada salida a la calle, dos veces por semana (como las asambleas), la gente se juntaba de nuevo, incluso en pequeños grupos, para discutir el cariz tomado por los acontecimientos, decidir una nueva línea de actuación a debatir en la próxima asamblea. De ese modo, la asamblea solo rinde cuentas ante sí misma. Por otra parte, cuando el público está reunido, los burócratas que aparecen por allí se guardan de criticar los métodos empleados.
La asamblea de Gijón ha concentrado sobre sí el interés del público. Ha propagado el gusto por la ofensiva entre aquellos que, aun cuando los despidos no les afectan directamente, comparten las ganas de lucha de los obreros más decididos de los astilleros. Ese ánimo de insubordinación que salía reforzado de la asamblea, dio lugar a algunas hermosas prolongaciones fuera del sector naval. Por ejemplo, a fines de enero del 85, el Centro de Formación Profesional de Oviedo fue destruido por alumnos del Centro que frecuentaban la asamblea. Varios coches, un montón de piezas de motor y varias terminales electrónicas fueron reducidos a cenizas. A mediados de marzo, en Ensidesa, una importante empresa siderúrgica de Gijón, dos encapuchados incendiaron y destruyeron la torre de control de una cinta transportadora de acero. Ese sabotaje fue reivindicado como un acto de solidaridad con los trabajadores de los astilleros en lucha y tuvo, además, el gran mérito de proporcionar un respiro a los trabajadores de la empresa. ¡De puta madre! Ese sabotaje no hubiese podido tener lugar sin amistosas complicidades dentro de la empresa, que no se había movido durante ese periodo turbulento. Que sepamos, ese tipo de iniciativas individuales jamás fueron condenadas por la asamblea como un desbordamiento de su acción: ¡todo lo contrario!
Frente a lo que pasó en Euskalduna, donde los obreros se sirvieron de su astillero como de un parapeto, los combatientes de Gijón apostaron por la movilidad desde los primeros enfrentamientos. Delante de las entradas de cada astillero, situadas en la misma avenida, se levantaban, en un ambiente tranquilo y de buen humor muy español, varias barricadas con trozos de grúas, traviesas de ferrocarril, y más a menudo, con centenares de neumáticos rociados con gasolina e incendiados. Esa arteria que comunica con el centro tiene una gran importancia estratégica para Gijón. Cuando el asalto policial se hacía demasiado apremiante, se organizaba el repliegue hacia la barricada que se había levantado mientras tanto delante del siguiente astillero, donde los combatientes podían desaparecer sin problemas.
Hace unos meses, cuando las escaramuzas se trasladaban hacia los inmuebles cercanos a La Calzada, una zona de viviendas de protección oficial, la policía recibió de parte de los habitantes de todas las edades una acogida bien merecida. Todo tipo de objetos domésticos fueron lanzados desde las ventanas sobre los cogotes de la pasma; un ama de casa nos aseguró haber visto caer una gran bombona de gas sobre los morros de la poli.
A lo largo de todo un año, los obreros y quienes se juntaban con ellos supieron mantener la iniciativa en los enfrentamientos. Muchas veces, las barricadas levantadas en el sector de los astilleros se vieron apoyadas por acciones en otros lugares de la ciudad. Así, en el mes de febrero del 85, una de las últimas veces en las que la policía lanzó un asalto muy violento contra combatientes refugiados en el interior de un astillero (las dos garitas de la entrada fueron totalmente destrozadas por la intensidad de los pelotazos de goma), otros grupos intervinieron para dar apoyo logístico, quemando en ese mismo momento varios vagones de dos trenes detenidos en la estación mientras otros levantaban e incendiaban barricadas en el centro de la ciudad. Simultáneamente, grupos de jóvenes atacaban una furgoneta de la policía a pedradas.
Más recientemente, en la primavera del 85, cuando una vez más tenían lugar serios enfrentamientos en los alrededores de un astillero, unos obreros que se encontraban en el centro se incautaron de unos autobuses para acudir en ayuda de los combatientes.
También apareció un arma temible, un lanzacohetes artesanal que devolvía las pelotas de goma contra la policía, al parecer con una violencia y una precisión multiplicadas.
La movilidad de los combatientes llevaba regularmente los enfrentamientos hasta el centro de la ciudad, donde las diversas intervenciones se hacían por pequeños grupos, la mayoría constituidos por los que salían de la asamblea. La rapidez de las acciones, que generalmente sufrían los bancos y los escaparates de las joyerías... hacía extremadamente delicada la intervención de la policía. La presencia de numerosos transeúntes entorpecía de forma considerable las cargas policiales y los disparos de pelotas o de gases. Esa movilidad servía de protección a los asaltantes. Cosa que entendió una beata agarrada a su reclinatorio dentro de una iglesia, y que se llevó un pelotazo de goma en la cabeza.
Ni que decir tiene que esa libertad de movimiento iba a la par con una vivacidad de ánimo que estuvo siempre presente en los momentos que exigían un máximo de unidad táctica y de determinación. Tal era la fuerza de la presión en la calle, que aunque hubo muchas detenciones, nunca duraron más allá de una detención preventiva. Así, una hermosa tarde de febrero del 85, cuando los "asaltantes", apoyados por unos jóvenes, atacaron las entidades bancarias incendiando las entradas con unos neumáticos y cócteles molotov, uno de ellos, de sobra conocido en las luchas, fue detenido. Unas horas más tarde, un reagrupamiento de unas cuatrocientas personas fue a rodear la cárcel, fuertemente custodiada, para exigir la liberación del prisionero. Una amenaza que no tardaría en tomar forma fulgurante se hizo perentoria: "si en las horas siguientes no se ha liberado al detenido, arderán dos autobuses, mañana cuatro, pasado mañana seis, y así sucesivamente...". La primera parte de la amenaza fue ejecutada en el acto. Dos autobuses ardieron en diferentes barrios de la ciudad. Hay que precisar que, en aquélla época, ya habían sido unos quince los autobuses totalmente devorados por el fuego. Al mediodía del día siguiente, nuestro hombre quedaba libre.
Los obreros de Gijón se han preocupado siempre de dar a conocer su lucha, por lo menos en Asturias. Siempre que iban a ocupar los estudios de la tele regional en Oviedo, a los que reprochaban silenciar su lucha, lo hacían en un ambiente de buen humor. En otra ocasión, sabotearon un partido de fútbol de máxima rivalidad emitido por la tele en toda España: la enloquecida carrera de un cochinillo en plena forma dio mucha guerra a los jugadores, evidentemente más acostumbrados a controlar un balón redondo. Al cerdo le sucedió un equipo de pollos. El colofón fue una lluvia de clavos que dificultó la continuación del encuentro, mientras aparecían en las pantallas pancartas alusivas a la lucha de Gijón.
Otro día, la cabina de una nave en construcción, previamente cortada con un soplete, fue depositada en el centro de Gijón para obstruir el tráfico.
Pese a que la existencia de la asamblea propicia un estado de ánimo anti-burocrático, los obreros de Gijón que se hallan presentes no rechazan abiertamente las diferentes representaciones sindicales. Si bien no se les prohíbe la entrada en la asamblea, los representantes sindicales sólo intervienen en ella a título personal o para exponer el único tema en el cual son expertos: el estado de las negociaciones con el gobierno. Sobre lo demás no se atreven a intervenir. En ningún momento desempeñan un papel de encuadramiento en la asamblea. No dan consignas, emiten opiniones.
En esas asambleas generalmente están presentes representantes de CCOO, de la CNT y de la CSI (Corriente Sindical de Izquierdas). Por su parte, la UGT se cuida mucho de aparecer.
El papel de la UGT consiste hoy en particular en la aplicación de los "planes de reconversión" en las empresas. Con saber que en sus filas abundan basuras reconvertidas de los sindicatos verticales franquistas, procurándoles de ese modo cuadros competentes y experimentados, está todo dicho. ¡Que revienten! Por lo demás, allí les dan muy mala vida. A principios del 85, en Vigo dos delegados ugetistas fueron perseguidos hasta sus locales por un centenar de obreros que querían partirles la cara. Sus oficinas fueron devastadas por completo, y dejaron las ventanas bien abiertas para que "todo el mundo pudiera disfrutar del espectáculo". En febrero del 85, en El Ferrol, parte de la vivienda de un conocido ugetista fue destruida por un incendio voluntario. En Santander, en la misma época, a varios representantes de la UGT les partieron la jeta cuando aparecieron en una manifestación. Por poner un último ejemplo de los sentimientos que suscitan estos gusanos, citemos la decisión del gobernador civil de La Coruña de procurar "un servicio de protección especial por parte de la policía contra hechos terroristas que atacan a la convivencia ciudadana" a los dirigentes del PSOE y de la UGT.
En cuanto a la folclórica CNT, cuyo número de afiliados en Gijón no debe pasar las tres decenas, se limita a pasar lo más desapercibida posible. Su rigidez ideológica la ha estrangulado hasta el punto de despojarla del uso de la palabra, cosa que nadie lamenta, y menos desde que logró la proeza de desacreditarse para siempre ante los asamblearios tras los enfrentamientos que tuvieron lugar en mayo del 85. Un día, unos obreros, perseguidos por la policía, se vieron obligados a refugiarse en la Casa del Pueblo donde se reúne habitualmente la asamblea. Cuando la batalla estaba al rojo vivo y la policía padecía un bombardeo intensivo de proyectiles desde los tejados, miembros de la CNT se encerraron dentro de sus locales, que se encuentran en ese mismo edificio, y se negaron a abrir sus puertas a aquellos a los que la policía estaba acosando. ¡Después de algo así resulta difícil aparecer en público!
Los burócratas de CCOO, en la asamblea de Gijón, tienen permanentemente un pie dentro y otro fuera. Si se pasan la mayor parte de sus intervenciones fustigando la acción de la UGT, es porque es el único terreno de acuerdo que les queda con la asamblea. Los estalinistas se debaten entre la necesaria imagen de representatividad de los trabajadores y la necesidad de no romper definitivamente con aquellos que constituyen la base dinámica de la asamblea. Situación muy incómoda (¡nunca lo bastante, desde luego!). Además, el relato de sus cabronadas en varios conflictos o acontecimientos recientes corre de boca en boca. Por ejemplo, se habla a menudo de su intervención en Madrid, donde el 15 de diciembre del 84, día de huelga general del sector naval, impidieron a los manifestantes asaltar el congreso nacional del PSOE, que ese mismo día se celebraba unas pocas calles más allá.
Si los estalinistas adoptaron durante tanto tiempo una posición oficial de oposición a la inscripción en los FPE en Gijón, fue sólo para permanecer dentro de un movimiento que los rechazaba cada vez más. El responsable local de la metalurgia de CCOO, al desaprobar los métodos de los obreros, fue obligado a dimitir en febrero del 85. Declaró: "Acciones como quemar autobuses, vagones de la RENFE, son prácticas prohibidas en CCOO desde siempre porque acentúa el aislamiento del sindicato... El progreso de hoy y el socialismo de mañana se hacen construyendo y produciendo, no destruyendo." Que reviente también.
La CSI desempeñó durante todo ese periodo un papel particular. La CSI es uno de esos neo-sindicatos, cada vez más numerosos en España, constituidos a principios de los años 80, de resultas del reflujo del movimiento de las asambleas. A menudo la iniciativa en la creación de ese tipo de corrientes parte de antiguos izquierdistas, e incluso antiguos asamblearios reconvertidos al activismo sindical.
La mayoría de los militantes de la CSI proceden de CCOO, con las que rompieron, reprochándoles un funcionamiento "demasiado burocrático" y su abierta participación en la gestión de los negocios del Estado. La CSI está organizada como sindicato autónomo desde el 81. Se ha dotado de sus propios estatutos, en los cuales se define a sí misma como antijerárquica y ajena a todo centralismo burocrático. Tiene delegados elegidos en los comités de empresa, lo que la lleva a participar en la concurrencia habitual entre sindicatos dentro de los procesos negociadores. La CSI reúne en Asturias a unos dos mil miembros, principalmente en los astilleros, pero también en la minería, la siderurgia... Defiende una posición de "sindicato de base", de "sindicato de lucha", que se ha puesto de manifiesto a lo largo del conflicto de Gijón desempeñando un papel de apoyo logístico a la asamblea. Muchos de sus más aguerridos combatientes se reunían en los locales de la CSI. Dentro de sus locales, todos los debates que concernían a la evolución de la lucha estaban abiertos a cualquier participante de la asamblea. Allí se decidían en particular las acciones duras, ilegales, que, por evidentes razones de seguridad, no se podían debatir en asamblea. En aquel momento, su papel no fue el de un sindicato clásico; apoyaba una lucha que se llevaba cada día a iniciativa de la asamblea. El principio de la asamblea extrae su vitalidad de su extensión a otros sectores, a otras asambleas. El peso relativo de la CSI se ha debido en gran parte al aislamiento al cual se vio sometida la asamblea de Gijón.
Al final de la primavera del 85, los tres astilleros que debían desaparecer fueron finalmente cerrados uno tras otro. Las prestaciones de los que se encontraban en paro se agotaban, o eran un porcentaje tan bajo que ya no bastaban (¡algunos incluso no percibían nada desde hacía varios meses!). Los obreros de los astilleros de Gijón, tras haber luchado durante más de un año contra su inscripción en los Fondos de Promoción de Empleo, se encontraron obligados a dar el paso y a ceder sobre ese punto.
Sin embargo, la presión que supieron ejercer sobre todo lo que gestiona y gobierna en esa parte de Asturias ha dado algunos resultados concretos. Al terminar un período de agitación que se había extendido a la mayoría de las regiones portuarias e industriales del norte de España, para el Estado era necesario terminar con el clima de insubordinación creado por los obreros de los astilleros de Gijón, y procurar que, una vez agotadas sus prestaciones por desempleo, los perturbadores fuesen bien tratados, no fuera que volviesen a entrarles ganas de movilizarse de nuevo.
Los recientes inscritos en los FPE se benefician de condiciones relativamente correctas, si se comparan, por ejemplo, con la suerte que han padecido en Francia, desde finales de los años setenta, las víctimas de las diferentes reconversiones industriales. Hoy, un obrero inscrito en los FPE de Gijón percibe, durante tres años y sin ruptura de contrato con su empresa, un salario de alrededor de unas veinticinco mil pesetas más del que percibía cuando trabajaba. Los FPE deben procurarle un empleo de una categoría correspondiente a su capacidad profesional durante ese período de tres años, a una distancia máxima de veinticinco kilómetros de Gijón.
Aquellos a quienes hemos visto recientemente nos confiaban que si bien esa perspectiva de quedarse tres años sin trabajar estaba lejos de desagradarles, pronto tendrían que reanudar las manifestaciones, pues son conscientes de que semejante acuerdo pueda volverse contra ellos en cuanto se relaje la presión en la calle. Añadieron que siempre existía la posibilidad de volver a hacer lo que habían hecho en octubre del 84, cuando trescientos de ellos fueron a asaltar el ayuntamiento, rompiendo puertas y ventanas, en el momento en que se celebraba una reunión entre los representantes del gobierno y de los sindicatos para decidir su suerte.
Mientras en otras regiones de España se desarrollaban luchas con orígenes similares, en ningún lugar como en Gijón ha resurgido con tanta nitidez el principio asambleario. Los proletarios de Gijón volvieron contra todos sus enemigos aquello que constituye su fuerza, la idea de la publicidad que se hace realidad. Supieron reanudar con lo mejor que se ha hecho en España volviendo a poner sobre el tapete algunas verdades universales: no esperar nada de los sindicatos, de la negociación, ni del recurso a la legalidad.
Nuestra fuerza radica en lo que deviene.
Publicado en: Os Cangaceiros, España en el corazón. Actas de la guerra social en el Estado Español (1868-1988). Pepitas de Calabaza, 2005.
Fuente: Espacio del Ejército Negro (R).
Etiquetas: Democracia