El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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domingo, abril 29, 2007

1936-1937: La frágil unidad del Frente Popular

Se ha querido conservar intacta, entre los vencidos de 1939, la imagen de una Asturias íntimamente unida en la adversidad frente al destino, imagen que parte ya de la «huelgona» de 1917 y de la tentativa revolucionaria de octubre de 1934. La verdad nos obliga a decir que no siempre reinó la concordia entre los que, unánimemente, se opusieron desde sus comienzos a la sublevación de julio de 1936. A cuarenta años de distancia, se puede echar la vista sobre el acontecer político de la región sitiada en el Norte de España, ya que los aspectos militares han sido abundantemente tratados por especialistas eminentes, lo que no quiere decir que acaso un día no volvamos nosotros, actores y testigos, sobre el tema. Abre este debate importante, y por primera vez, el que fuera joven Comisario de Guerra del Frente Popular, Juan Ambou, con la publicación en París de un libro con marcado carácter polémico, al que debieran suceder otros, escritos por quienes, aún en vida, tuvieron su parte importante de responsabilidad en la dirección de la guerra y de la economía en Asturias. No puede ya cubrirse con el espeso manto del silencio o del olvido lo sucedido en el reducido territorio leal a la República. Que cada cual ocupe el lugar que le corresponde en la Historia, es lo que pretendemos hoy.

EL DOMINGO 19 DE JULIO EN OVIEDO.

Reunidos en torno al Gobernador Civil, Liarte Lausín, estaban los socialistas Amador Fernández, Ramón González Peña, Graciano Antuña e Inocencio Burgos, todos dirigentes del potente Sindicato Minero Asturiano; los comunistas Juan José Manso, diputado, y Juan Ambou; José Maldonado, de Izquierda Republicana, diputado y actual Presidente de la República en el exilio; los cenetistas Avelino González Manada y Avelino G. Entrialgo; y los médicos Carlos Martínez y Laredo, más el jefe de la Guardia Civil, Lapresa. «Amadorín» (diminutivo de Amador Fernández), sostenido por Peña, los cenetistas y el Gobernador, creía que se debía depositar toda la confianza en el coronel Aranda, del que Prieto respondía, al parecer, como inclinado hacia la República, mientras que los comunistas sostenían lo contrario y pedían su detención inmediata. En vano. Aranda se presentó, en las condiciones ya conocidas, acompañado del jefe de Estado Mayor, Loperena. Escuchó y, enigmático, se fue convencido de que no se debía armar al pueblo. Mientras tanto, se concentraban en Oviedo los guardias civiles de la provincia al grito de «Viva la República» y con el puño en alto. A partir de entonces, empieza la sublevación, se produce la encerrona del cuartel de Santa Clara, la muerte de algunos bravos e incautos combatientes y la caída de las caretas. El Gobernador continuó desmintiendo durante unas horas aún que hubiera sublevaciones en la provincia, pronunciándose frases despectivas e injuriosas en dirección de los «jovenzuelos» del PC.

Al salir del Gobierno Civil, Ambou dice a Antuña: —¿Qué pasa, Graciano? ¿Insisten en enviar 10.000 mineros a Madrid?

—Creo que sí —contesta el interpelado, nervioso.

—Pues mi Partido —el PC— ha ordenado que ningún militante se incorpore a la columna. ¿Quién y con qué se asegura que Oviedo queda en manos republicanas?

—¿Qué quieres? Prieto insiste en que el coronel es leal, lo mismo que Pozas.

El diálogo es tenso. El gigantón de Antuña dice que ya Burgos ha salido para la cuenca minera para organizar la columna. «Y Aranda está de acuerdo», añade.

Ambou le acusó de «estar entregando Oviedo», a lo que respondió Antuña que todo el mundo estaba de acuerdo, menos los comunistas. «Además—añadió—el capitán Ros va a distribuir armas a los mineros» en Santa Clara.

Ros, Liarte y Antuña fueron muertos por los sublevados poco después...

Las columnas mineras volvieron a Asturias sin poder llegar a la capital de España, Oviedo fue ocupado por insurrectos y nace ya el primer desacuerdo entre asociados del Frente Popular. Y las cosas se agravarían aún hasta alcanzar proporciones dramáticas.

CONSTITUCIÓN DEL COMITÉ PROVINCIAL DEL FRENTE POPULAR.

No obstante, el peligro une a todos y, con iniciativas (disparates a veces) individuales o colectivas, se organiza la resistencia, se cierran las brechas en el dispositivo y se estabilizan ya algunos frentes. Acuerdo total en cuanto a la creación de una dirección política y administrativa, exigencia apremiante. Parecía evidente también que había que terminar con el cantonalismo que reinaba en algunas zonas: en Sama estaba el Comité del Frente Popular para Asturias; y en Gijón funcionaba el Comité de Guerra, de -influencia anarco-sindicalista. Tarea difícil la de unificar, pero tarea que había que emprender. Esta situación era, sin embargo, explicable en sus principios teniendo en cuenta que las relaciones con las autoridades centrales eran esporádicas, irregulares, salvo por radio. Y la ocupación de locales, las «requisas» por parte de organismos políticos o sindicales, fueron un hecho al que se tenía que poner término y pronto, puesto que en los me-dios dirigentes se pensaba que la guerra sería larga. Que cada cual, pues, dejara de tomar por su cuenta decisiones, ocupaciones y requisas más o menos legales.

Así las cosas, el 6 de septiembre de 1936 se constituye en Gijón, bajo la presidencia del socialista Belarmino Tomás, el Comité Provincial del Frente Popular, dividido en Departamentos, con la siguiente composición:

Guerra: Juan Ambou (PC); Interior: Amador Fernández (PSOE); Obras Públicas: José San Martín (I. R.); Hacienda: Rafael Fernández (JS, luego JSU); Industria: José Turman (CNT); Comunicaciones: Angel González (FAI); Asistencia Social: Eladio Fanjul (FAI); Agricultura: José García Alvarez (PC); Sanidad: Joaquín F. Paredes (I. R.); Instrucción Pública: Manuel Suárez Vázquez (JS); y Marina Mercante y Pesca: Eduardo Vázquez (CNT).

El reparto de «carteras» fue cuidadosamente estudiado de acuerdo con la respectiva influencia de cada cual. UGT y Juventudes Libertarias estaban ausentes, pero indirectamente representadas.

Cuatro días más tarde se reunieron en Grado, en torno al Consejero de Guerra, los representantes provinciales del F. P. Reunión ésta de gran interés político y que sentó las bases de la militarización de los milicianos y donde se concretaron algunos aspectos en vista de la unidad de mando político-militar. Lo cual, hay que decirlo de pasada, no impidió que el Comité de Gijón continuara funcionando hasta noviembre.

En el curso de la reunión, los representantes de la FAI se opusieron a las medidas propuestas (instrucción militar, servicio obligatorio, responsabilización de los jefes que recibían las armas, elección de mandos, etc.), mientras que jefes anarco-sindicalistas prestigiosos (Carrocera, Onofre, Víctor Alvarez y otros) defendían el punto de vista de los demás participantes.

PRIMERA CRISIS GRAVE.

Operación militar de envergadura de la Asturias republicana, y, concordancia, en cuanto al objetivo, fueron uno de los motivos de la polémica entablada: el PC quería que se operara contra la columna «gallega»; los demás, que había que terminar con la resistencia en Oviedo «para dar satisfacción a Prieto», dirá Ambou. Y terminaron los combates sin que se rindieran los sitiados y quedara abierto el «pasillo» Grado-Oviedo, con la consiguiente preocupación para el «Gobiernín» asturiano y el enfrentamiento entre sus componentes.

La crisis se produjo en diciembre, una vez que las autoridades competentes hubieran nombrado, después de delicadas consultas con los mandos de batallones y jefes superiores, 980 jefes y oficiales, que dejaban de ser milicianos para incorporarse a la escala activa del Ejército. En la segunda quincena del mes, Madrid oficializa el organismo dirigente de la provincia y, cuando se creía que este reconocimiento mejoraría la situación, estalla, sorprendiendo a todos, el conflicto, el enfrentamiento, el choque entre dos concepciones de la dirección a seguir, de los objetivos político-sociales. Pero, principalmente, el choque es contra «el proselitismo, la política partidista» del PC, según Amador Fernández y Segundo Blanco (CNT), mientras que los comunistas acusan a los demás de ser blandos. Al margen, los jóvenes socialista unificados, a quienes se debe la iniciativa de un manifiesto-llamamiento al PC y al PSOE para forjar la unidad de acción, manifiesto que logró la firma de acuerdos en este sentido.

La Historia conservará el recuerdo de frases y actitudes agresivas, principalmente aquéllas de «Amadorín» respecto a Juan Ambou. Pero el anticomunismo casi visceral del primero y de algunos socialistas y anarco-sindicalistas del Consejo, no fue la única razón de la crisis. El PC acusaba a la CNT de no respetar los acuerdos del Frente Popular sobre la pequeña y mediana burguesía (en esto Amador coincidía con los comunistas) y de hacer que el control obrero en las empresas se convirtiera en «derecho absoluto y privado de propiedad». El Comité provincial del PC, con fecha 27 de diciembre de 1936, afirmaba que «la crisis encubría todas las incalificables anormalidades que se daban en la retaguardia». La crisis se resolvió... en ausencia de los representantes del PC, con la reorganización del Consejo el cambio del titular de Guerra. A finales de enero, sin embargo, PC y PSOE firmaban el acuerdo de unidad de acción.

EL CONSEJO INTERPROVINCIAL DE ASTURIAS Y LEON.

Esta reorganización consistió en denominar al Consejo «interprovincial de Asturias y León» y en cambiar titulares de Departamentos. Presidido igualmente por Belarmino Tomás, que ocupaba también la Consejería de Guerra, el Consejo quedó así constituido:

Comercio: Amador Fernández; Marina: Valentín Calleja (UGT); Comunicaciones: Aquilino Fernández Roces (UGT); Hacienda: Rafael Fernández (JSU); Justicia: Luis Roca de Albornoz (JSU); Industria: Segundo Blanco (CNT-FAI); Asistencia Social: Maximino Llamedo (CNTFAI); Trabajo: Onofre García Tirador (FAI); Pesca: Ramón Alvarez Palomo (FAI); Propaganda: Antonio Ortega (IR); Obras Públicas: José Maldonado (IR); Instrucción Pública: Juan Ambou (PC); Agricultura: Gonzalo López (PC), y Sanidad Civil: Ramón Alvarez Posada (JJLL). Quince consejeros en total; los representantes de la UGT son un socialista (Calleja) y un comunista (Roces). Se dividen algunas «Carteras» y se crean otras, como la de Propaganda. El ambiente por el momento había cambiado, pese a los sorprendentes acontecimientos anteriores, debido a la situación del Norte en general y a la fusión juvenil más los acuerdos unitarios PSOE-PC. Se cierra felizmente este período de incertidumbre, pero no por mucho tiempo.

Constituido el XVII Cuerpo de Ejército de Asturias, es preparada la ofensiva de febrero sobre Oviedo con el apoyo de brigadas vascas y santanderinas, que resultó fracasada y ocasionó perdidas importantes. Empezaba una nueva fase, los asturianos convencidos, al fin, de que Oviedo resistiría por mucho tiempo aún. Ahora, a ayudar a Euskadi.

EL PERIODO «UNITARIO»: UNIDAD SINDICAL UGT-CNT.

Aparecieron las resquebrajaduras en el Comité provincial del FP a medida que se precisaban los objetivos de cada uno de los grupos participantes. Inevitables, pero que pudieron ser superadas en tan dramática situación. De no haber triunfado la razón, se hubiera dado en Asturias el tristísimo espectáculo que se dio en Madrid al final de la guerra entre «casadistas» y «negrinistas» en lucha fratricida. Apaciguamiento que terminó con la creación del Consejo citado anteriormente. En esta curva ascendente y descendente entre comunistas y socialistas, al igual que en el resto de la Península, el periodo ascendente se manifestó, ya declarada la guerra, en el Pleno de Federaciones de la UGT, celebrado durante el mes de septiembre de 1936. La nueva CE de la veterana organización reunía a socialistas y comunistas. siendo un miembro del PC, Manuel Fernández Valdés, el secretario general.

En plena euforia unitaria se hizo una proposición a la CNT para la unidad de acción, pacto que fue aprobado, después de largas discusiones, el 5 de enero de 1937 y ratificado en abril. «No es el momento de hacer experimentos de comunismo libertario o estatal», se decía en la declaración común, salvando así el escollo y facilitando el entendimiento. Se establecen los controles obreros, se promete respetar a los pequeños propietarios de la ciudad y del campo, etc. Firman el acuerdo Silverio Tuñón (CNT) y Valdés (UGT). Pero, en abril, el Congreso de la UGT desplaza a los comunistas de la dirección; las acusaciones no varían.

Posteriormente se crea la Alianza Sindical, formando parte de la dirección Moisés Carballo, Manuel Martínez e Inocencio Burgos (UGT), y Avelino G. Manada, Acracio Bartolomé y Silverio Tuñón (CNT).

FUSIÓN DE LAS JUVENTUDES SOCIALISTAS Y COMUNISTAS.

La juventud, politizada hasta el extremo límite por aquel entonces, había iniciado ya su acercamiento antes de la guerra, concretamente durante el movimiento revolucionario de 1934. La guerra no había hecho más que aumentar el acercamiento. Los jóvenes estaban menos marcados que los mayores por las prolongadas querellas. Y, apenas iniciadas las conversaciones el, el plano nacional, avanzaron en la región asturiana las negociaciones, estableciéndose rápidas etapas para llegar a la fusión. Hubo algunas resistencias, si mal no recordarnos, en la región langreana, pero fueron superadas fácilmente durante el Congreso unificador celebrado en el Teatro Robledo, de Gijón, el 15 de octubre, en el que participaron los frentes y la retaguardia. Se respiraba ambiente de unidad por doquier y, en este clima apasionado y combativo, nació la Federación asturiana de las JSU, que eligió para el secretariado general Rafael Fernández, al que acompañaban en la Comisión, Ejecutiva Francisco Fernández («Pancho»), Lucio Losa, Andrés Ibargüen, Emilio Bayón, Luis Roca de Albornoz, Federico Patán, Purificación Tomás, Ángel León, Valentín Calleja, Marino Granda, Luis Coca y, más tarde, ya herido en el frente de Oviedo, se incorporo al trabajo el autor de estos apuntes.

Conviene destacar el hecho de que los jóvenes unificados contribuyeron más que nadie a distender la atmósfera a veces irrespirable en que se debatían PC y PSOE. Fueron los consejeros JSU, acusados de «submarinos» comunistas (injustamente como lo probaría la actuación ulterior de cada uno de ellos), quienes desdramatizaron la tensa situación. Esta afirmación merece san consignada para que se comprenda hoy el grado de madurez de la juventud en aquella época.

COMITÉ DE ENLACE PSOE-PC.

En abril de 1937, el CC del PC y la CE del PSOE publican una declaración en Madrid anunciando la creación de un Comité Nacional de Enlace, e instando a los Comités provinciales a imitar este gesto, que no tuvo, al parecer, el beneplácito de Largo Caballero, paladín, a la sazón, de la unidad de acción. Habían empegado ya las maniobras que conducirían al tan respetado líder a abandonar la presidencia del Gobierno.

En Asturias, a pesar de los pesares, este espíritu se adelantó al manifestado en Madrid. En efecto, dejando de lado los sinsabores de la «crisis„ de diciembre, se constituye en enero un Comité provincial, compuesto por Antonio Llaneza, Dutor y López Mulero (PSOE), y Ángel Alvarez, Félix Llanos y Juan Ambou (PC), este último nombrado secretario general.

El programa marca los objetivos, entre los cuales figuran «asegurar la unidad de voluntad y de acción de todo el pueblo», «asegurar la autoridad del Frente Popular», «acatar las órdenes del Estado Mayor», «reforzamiento de la disciplina», «mando único en la vanguardia y la retaguardia», «condena de la red de pequeños comités que entorpecen», más «la lucha contra los que debiliten la unión sagrada de la clase obrera». Los firmantes se comprometen a publicar un periódico en común.

Demasiadas cosas. Si el documento fue bien acogido por civiles y militares, su aplicación no se llevó a efecto más que en sus grandes líneas. Las disensiones internas se escondían tras la fachada de la unidad antifascista y proletaria.

NUEVA ALERTA A LA CRISIS.

El 17 de abril, el Gobierno central envía un telegrama a Belarmino, ordenando que cesara en sus funciones de Consejero de Guerra y que desapareciera la Consejería como tal. No se trataba, al parecer, de una censura o desautorización dirigida al Gobernador o al Consejo, sino el deseo de la Administración de incluir Asturias en el proceso de centralización y establecimiento de un mando único. Belarmino Tomás manifestó ruidosamente su desacuerdo y presentó su dimisión del cargo de Gobernador. El Consejo, no obstante la disposición, conservaba toda su autoridad, el Góbernador seguía siendo el representante del Gobierno central. ¿Por qué, pues, esta dimisión? Acaso la respuesta estribe en que, si Tomás continuaba aplicando en la región el programa político, las leyes y disposiciones que emanaban de Valencia, se había creado el Comisariado que trabajaba conjuntamente con el EM del XVII Cuerpo mandado por Linares. Y nadie, al parecer, ignoraba que entre el PC y el Teniente coronel existían las mejores relaciones. Se discutió en el Consejo la dimisión y, al final, Belarmino decidió continuar. La crisis no se había producido. Tormenta en un vaso de agua.

EL CONSEJO SOBERANO DE GOBIERNO. ¿HACIA EL ENFRENTAMIENTO TRAS LA RUPTURA?

Se esperaba la caída inminente de Santander después de la desbandada consecutiva a la toma de Bilbao por los nacionalistas, la concentración de «gudaris», desobedeciendo al Gobierno central, en Santoña, la rendición de estas fuerzas a los italianos, etc. Se enfrentan entonces los partidarios de dos políticas totalmente opuestas: la de resistir contra viento y marea, y la de buscar una salida airosa evacuando al mayor número de soldados (para lo cual no había, a pesar de las promesas oficiales, barcos suficientes ni la preparación indispensable).

En tan difícil situación política y militar, se produce el hecho singular de la transformación del Consejo interprovincial en Consejo Soberano de Gobierno por la publicación de un «decreto» que, textualmente, dice así:

Artículo 1º —El Consejo interprovincial de Asturias y León, a partir de la fecha de este decreto, se constituye en Consejo Soberano de Gobierno de todo el territorio de su jurisdicción; y a él quedan íntegramente sometidas las jurisdicciones y organismos civiles y militares que funcionan y funcionen en lo sucesivo dentro del referido territorio.

Artículo 2.°—El propio Consejo Soberano, a la vista de los acontecimientos favorables que se produzcan en el curso de la guerra, determinará el momento de despojarse de las funciones soberanas que hoy asume.

Artículo 3.°—De este decreto se dará cuenta al Gobierno para su convalidación, sin perjuicio de su absoluta vigencia, impuesta por el imperio de las circunstancias, desde este mismo momento de su promulgación.

La fecha del decreto: 24 de agosto de 1937. La hora: medianoche.

La proclamación del Consejo Soberano, quien se atribuye poderes que competen únicamente al Gobierno de la nación, crea una nueva tirantez entre los asociados en la dirección de la guerra y de la economía de la región referida. Máxime cuando una parte importante de las organizaciones del Frente Popular no están de acuerdo con esta medida, que estiman perjudicial, antiunitaria y cantonalista.

En la reunión celebrada inmediatamente después de la proclamación de la "soberanía", el enfrentamiento se produce de manera inacostumbrada, más violento e incorrecto tanto para con las personas como para con las organizaciones que éstas representaban.

El Partido Comunista se lanza el primero a criticar duramente la decisión. Rafael Fernández, secretario general de las Federaciones asturianas de las JSU y del PSOE, apoya esta posición y —en términos tan duros, pero en lenguaje menos ácido— condena el decreto y la pretendida "soberanía". En cuanto a los representantes de la UGT, como uno era comunista y el otro socialista, cada uno adoptó una posición diferente. Sucedió algo parecido con los consejeros de Izquierda Republicana, según le hicieron saber a Azaña los señores Menéndez y Laredo: «Reprueban —dice el que fue Jefe del Estado— la formación de este Gobierno extravagante y su conducta,» La idea había partido, al parecer, de «Amadorín», y era compartida por la mayoría de los dirigentes del PSOE y por Berlarmino, así como por Segundo Blanco y otros responsables de la CNT. Al producirse una crisis interna en el PSOE, Rafael Fernández perdió la secretaria general de la Federación asturiana.

En el curso de la discusión, cada vez más apasionada, se llegó al insulto personal: Segundo Blanco acusó a Rafael Fernández de apoyar a los comunistas en términos como éste: «¡Por culpa vuestra!», lo que significaba que, por culpa de las JSU, no se había aislado a los comunistas. Amador Fernández llegó a tratar de «hijo de p...» al joven unificado por las mismas razones. De ello podemos dar fe, puesto que así se nos informó en reunión de la Comisión Ejecutiva de la JSU, posteriormente a la del Consejo.

«Vivimos días de gran tensión —escribe Juan Ambou—. Las reuniones del Consejo eran borrascosas. En una de ellas levantó Blanco una silla en alto para descargarla sobre Rafael Fernández...»

«Y corno la tensión subía de punto y las amenazas eran cada vez más evidentes, tanto los dirigentes del Partido Comunista corto los de la JSU no tuvieron más remedio que ser protegidos por compañeros armados.»

«Es más: hubo un momento en que se pusieron en estado de alerta algunas unidades con mandos comunistas que estaban reorganizándose en la retaguardia. Y a buen seguro que las JSU tomarían también sus medidas. Esa era la angustiosa situación de aquellos días, que pudo haber tenido un desenlace trágico en Asturias v de funesta repercusión en el resto de la zona republicana.»

Añadiremos por nuestra cuenta a lo que dice el ferroviario de Oviedo que, en efecto, se movilizaron varios batallones, y alguno de entre ellos, hallándose en el frente camino de Santander, se preparó a volver hacia Gijón para intervenir militarmente. De haber habido enfrentamiento armado, la tierra asturiana se hubiera cubierto de sangre antifascista. No hay que olvidar que, en su mayoría, las unidades estaban mandadas por jóvenes unificados v comunistas (lo que era uno de los reproches lanzados por los partidarios de la «soberanía» en dirección del PC y de las JSU).

El Gobierno censuró esta actitud, sobre todo cuando tuvo conocimiento de que el Consejo Soberano se había dirigido «soberanamente» a la Sociedad de Naciones, denunciando los bombardeos facciosos y amenazando con ejecutar a los presos políticos. El Ministro de la Gobernación manifestó a Berlarmino «su sorpresa y su disgusto». El Gobernador contestó con un largo telegrama, que nunca leyó en reunión plenaria del Consejo.

En este testo importante, se dice: «Iniciativa funciones plenas Gobierno fue obligada, debido a deserciones Ejército, cuyos mandos eran primeros en incumplir órdenes militares. Tal acto no puede interpretarlo Gobierno como rebeldía. Deben conocernos suficientemente...». «Ejército hallase situación moral derrota, careciendo medios hacerle pelear...»

Más adelante, esta afirmación sorprendente y que no corresponde, cono hemos visto, a la realidad: «No existe discrepancia alguna entre partidos. Todos estamos de acuerdo.» Se calmaron, al fin, los ánimos y comenzó de nuevo el trabajo conjunto. En el Consejo se creó un vacío: Amador Fernández se había marchado a los pocos días de la publicación del decreto, según parece para vender sidra en Inglaterra; otros afirman que para avanzar negociaciones con vistas a conseguir apoyo británico y francés para organizar una evacuación por mar. Los restantes consejeros se constituyeron en estas Comisiones:

Comisión militar: Berlarmino Tomás (Delegado del Gobierno y Presidente del Consejo), Teniente coronel Linares (Jefe del E. M. del C. de Ejército), Segundo Blanco (Industria), Juan Ambou (Instrucción Pública) y Onofre García Tirador (Trabajo).

Comisión de Abastecimientos, Evacuación y Transportes: Amador Fernández (Comercio, ausente), Ramón Alvarez Palomo (Pesca), Calleja (Marina) y José Maldonado (Obras Públicas).

Comisión de Justicia, Orden Público, Propaganda y Comunicaciones: Luis Roca de Albornoz (Hacienda), Aquilino Fernández (Comunicaciones) y Antonio Ortega (Propaganda).

Comisión de Asistencia Social y Sanidad (civil): Maximiliano Llamedo (Asistencia Social) y Ramón F. Posada (Sanidad).

Comisión de Economía: Gonzalo López (Agricultura) y Rafael Fernández (Justicia). Así se fueron organizando los diversos servicios, con mayor o menor éxito, hasta que llegó la evacuación en la noche del 20 de octubre de 1937.

Alberto Fernández


Publicado en: Tiempo de historia, nº27 (noviembre 1977).
Fuente: Memoria republicana.

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miércoles, abril 18, 2007

Socialistas y católicos en Asturias

Presentación del libro Socialistas y católicos en Asturias

La obra que ostenta este título trata de la célebre y amistosa polémica que mantuvieron en su día el padre Gafo y el dirigente socialista Isidoro Acevedo, que fue después el representante de Asturias en la fundación del Partido Comunista de España. Agradezco a don Etelvino González, director de la entidad pedagógica que fue conocida históricamente como «Orfanato Minero», que tuviese la amabilidad de solicitarme un prólogo para su muy interesante libro. Con gran satisfacción le complací, ya que desde hace más de una década presido la Fundación Isidoro Acevedo constituida en su día en honor de tan relevante cuadro dirigente de la clase obrera asturiana.

Ya desde el principio de mi prólogo, quise valorar el extraordinario mérito del trabajo realizado por don Etelvino González. Su labor de investigación previa, tanto de ambos protagonistas de la polémica, como del contenido de ésta, así como del contexto histórico en que tuvo lugar la polémica, que fue de una gran minuciosidad y casi exhaustivo en cuanto a su amplitud y profundidad.

Una gran dificultad, con la que se tropezó Etelvino González, en su labor investigadora, es que no se conservan los números del periódico socialista Aurora Social, de Oviedo, en la que se desarrolló la polémica. De tal laguna material, se derivan algunas imprecisiones, que Etelvino González trató de reducir al mínimo, aportando muchos datos acerca de las fechas y titulares de tal publicación. Igualmente, transcribiendo un buen extracto de las valoraciones y comentarios que suscitó tan famosa polémica entre sus más relevantes contemporáneos.

El Marco Histórico: es asimismo excelente la descripción que Etelvino González realiza del marco histórico en que se desenvolvió la polémica que comentamos. Fue una etapa histórica marcada por el fuerte impacto que la Revolución Soviética causó en las sociedades europeas, tanto por sus acontecimientos históricos intrínsecos, como por la confrontación que creó entre la ya veterana Internacional Socialista (II Internacional) y la recién fundada Internacional Comunista, conocida internacionalmente como la III Internacional o Komintern. En España, ese impacto fue excepcionalmente agudo, por coincidir con una intensificación de la lucha de clases, que culminó con la Huelga General Revolucionaria desarrollada poco antes en forma de una confrontación entre el Gobierno vigente y los organizadores y seguidores de tan espectacular huelga. De tales acontecimientos nacionales e internacionales, se derivó el famoso Trienio Bolchevique (1918-1920) que Etelvino González estudia con gran rigor.

El autor del libro que estamos reseñando, sintetiza muy bien ese trienio, al precisar que «fueron tiempos de alta sensibilidad socialista, de crisis y debate a todo nivel. El atractivo de lo que acababa de suceder en Rusia, y las iniciativas para reproducirlo en los demás países, es la llamada de la III Internacional que, en un momento recibió cierto apoyo de un sector del denominado 'socialismo democrático' que se mueve entre el entusiasmo y el recelo, ante la implantación del marxismo soviético, sus posibilidades y riesgos».

Rerum Novarum: es también muy interesante, y como tal lo valoramos mucho, la descripción que Etelvino González realiza de las repercusiones que la publicación de la Encíclica «Rerum Novarum» tuvo en diversos círculos católicos y socialistas. En ese sentido, nos parece especialmente interesante la cita que hace de la carta que el socialista agrario Henry George dirigió al Papa y que tenía por título «Carta abierta al Papa León XIII en refutación de la Encíclica 'Rerum Novarum' sobre la cuestión obrera». Como socialista agrario, Henry George fue muy famoso en su época, ya que su socialismo era muy peculiar. Es significativo que, como precisa Etelvino González: «Henry George, en un tono muy respetuoso, con razonamientos que parten de una concepción cristiana del mundo, opone ocho negaciones a otras tantas razones del Papa, en torno a la propiedad privada de la tierra.»

Caracterización de ambos protagonistas: La caracterización que realiza Etelvino González es muy buena, tanto por reflejar sus rasgos principales, como por la equitativa y ponderada versión de la misma. Respecto a Isidoro Acevedo, como complemento de tan rigurosa caracterización, voy a profundizar más en su personalidad con algunos datos que tomo de un artículo que con el título de «Pablo Iglesias e Isidoro Acevedo» publiqué en el diario La Nueva España, con motivo del 75° aniversario del fallecimiento de Pablo Iglesias. Por su profesión, Isidoro Acevedo era linotipista. Al igual que en el caso de Pablo Iglesias, pertenecía al sector más culto de la clase obrera. Acevedo, que nació en Luanco en 1867, fue el organizador de los mineros del carbón de Asturias, de los metalúrgicos de Santander y de los mineros del hierro de Vizcaya. En el plano periodístico, dirigió los periódicos socialistas La Aurora Social, de Oviedo, La Voz del Pueblo, de Santander, y La lucha de clases, de Bilbao. De esta última ciudad fue, incluso, teniente de alcalde. Después de haber realizado una contribución destacadísima al desarrollo del PSOE, en la denominada «etapa heroica» del socialismo español, fue también presidente de la Federación Socialista Asturiana y, en 1921, y representó a Asturias en el Congreso fundacional del Partido Comunista de España. Además de innumerables artículos, Isidoro Acevedo publicó dos libros. El primero, una novela titulada Los topos, sobre la vida y trabajo de los mineros asturianos. El segundo, titulado Impresiones de un viaje a Rusia trata de un Congreso de la Comintern y del Congreso de la Internacional Sindical Roja. Posteriormente, en las décadas del 40 y del 50, también publicó trabajos históricos sobre la fundación de la UGT y la Huelga General de 1917. Además presidió la sección española del Socorro Rojo Internacional y falleció en Moscú en 1952.

La prolongada amistad entre Pablo Iglesias e Isidoro Acevedo, dio lugar a una amplia coincidencia en la que se cruzaron muchas cartas de ambos dirigentes obreros. Sobre tal base, se compuso el libro 100 cartas entre Pablo Iglesias a Isidoro Acevedo, que fue publicado inicialmente en la zona republicana de la Guerra Civil española, y reeditado en 1976 por la Editorial Hispamerca de Madrid. Su prologuista, Isidoro R. Mendieta, precisó: «La vida privada de Isidoro Acevedo, está en la vida del Partido Socialista hasta 1921. Está tan íntimamente ligada a la organización socialista, que es difícil señalar concretamente dónde empieza su vida particular y donde termina su vida de militante activo y de responsable del Partido. Pero la Revolución Rusa no había pasado en balde. Ni la creación de la III Internacional tampoco. Al seno del PSOE fueron las 21 condiciones de Moscú, Isidoro Acevedo, y con él Anguiano, Quejido, Perezagua, Virginia González y otros, defendieron la creación de la Internacional Comunista. Un Congreso extraordinario del PSOE lo aprobó, aunque con la condición de que se discutiese nuevamente, sobre la información que presentasen a su regreso de Rusia, Anguiano y Fernando de los Ríos. Este último se opuso al ingreso en la III Internacional, quedando así invalidado el ingreso acordado anteriormente.

La Escisión: «Se escindió el PSOE –dice en su prólogo R. Mendieta– y Acevedo, el viejo socialista, el que había forjado con Pablo Iglesias toda la vieja guardia socialista, aquella poderosa organización del Norte, marchó también de su Partido de siempre, con dolor en el alma y tristeza en lo más hondo de su ser. Alguien le recordó que el Partido Socialista temía mucho de su espíritu, y él convencido de la justeza de su posición replicó firme y sereno: «Si hoy nos separamos, algún día volveremos a unirnos». Tras esta amplia cita de Mendieta, finalizábamos nuestro artículo, deseando la unidad de la izquierda, pero siempre que no se desvirtúe tal izquierda, con aproximaciones al centro político con pretensiones electoralistas. Sin embargo, con ser ello relevante, no era la finalidad fundamental de nuestro prólogo.

Precedente de los diálogos cristiano-marxistas: En ese sentido, la perspectiva actual del debate en Asturias entre socialistas y católicos (I. Acevedo y el P. Gafo) es, en muchos aspectos, un precedente de los famosos diálogos entre cristianos y marxistas, que tanto auge alcanzaron en la década del 60 del siglo XX. Es obvio que el padre Gafo estuvo influenciado por la Escuela de católicos progresistas de Lovaina y por la tendencia demócrata-cristiana que había impulsado Luigi Sturzo, y continuado después de Gasperi.

Es obvio que a Isidoro Acevedo le resultó simpático el padre Gafo, porque este dominico preconizó siempre la unidad sindical de los obreros, cualesquiera que fueran sus concepciones religiosas o filosóficas. Ello primaba sobre tales concepciones ideológicas, y tanto más que en el caso de Isidoro Acevedo, su marxismo estaba influenciado por el positivismo de los científicos de la época. Suscita también nuestro interés, el extraordinario respecto personal con el que se desarrolló la controversia que llegó casi a extremos de amabilidad. No obstante, la pérdida de los números de La Aurora Social, en que se publicó la controversia, es posible seguirla en toda se extensión en la versión que Isidoro Acevedo proporciona de la misma en un apéndice de su libro Impresiones de un viaje a Rusia.

Sobrepasaría la finalidad de este prólogo, si nos detuviésemos a comentar las distintas etapas de tan célebre controversia. No obstante, no nos resistimos a citar como comienza Isidoro Acevedo, la transcripción de la Polémica en tal apéndice de su libro: «Los obreros deben ser todos morales, deben estar unidos y vivir fraternalmente en las fábricas y talleres», eso dice el fraile dominico, en su carta abierta. Y agrega a ello Isidoro Acevedo: «Por ese camino de la ética y de la disciplina interior y exterior, dirigida a los asociados, van ustedes derechos al triunfo que de otra forma no sería rápido y duradero.» ¿Qué misteriosa influencia habrá ganado el espíritu de este fraile –nos preguntamos, dice Isidoro Acevedo– al leer tan laudables manifestaciones que nos sorprendieron, claro está gratamente. ¿Sería que estos hombres –seguimos interrogándonos– se han convencido de que apartar de su organización a los trabajadores, es una insensatez y que la Iglesia Católica más pierde que gana fomentando el Amarillismo?, se pregunta Isidoro Acevedo.

Estas reflexiones de Isidoro Acevedo, nos han hecho recordar la ponencia que presentamos en el Congreso de Jóvenes Filósofos de 1995, celebrado en Oviedo. Tal ponencia, se titulaba «Perspectiva actual en el pensamiento marxista sobre Dios y la religión». El Congreso tenía por tema «Dios y la filosofía». En tal ponencia, expuse las concepciones sobre la religión tenían Marx y Engels, Lenin y otros autores marxistas. Me detuve especialmente sobre la exégesis de los textos marxistas acerca de los valores sociales del cristianismo, en los cuales figura la famosa frase, tantas veces sacadas fuera de contexto, «La Religión es el opio de los pueblos». En este texto, Marx y Engels elogian inicialmente a los profetas revolucionarios del Antiguo Testamento, que luchaban a favor de la emancipación de los pobres y humildes. Por el contrario, denunciaban la función alienante del cristianismo reaccionario, que trataban de apartar a las masas de la lucha por su emancipación social con el consuelo de un engañoso paraíso futuro en el que reinaría la igualdad después de la muerte. Además Engels comparaba, con razón, la lucha de los comunitas actuales con la lucha de los cristianos primitivos. Sólo me resta felicitar a don Etelvino González, por seleccionar el tema de su trabajo y la forma magistral con la que lo ha realizado.

José María Laso Prieto


Publicado en: El Catoblepas, nº47 (enero 2006), pág. 6.
Fuente: El Catoblepas.

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domingo, abril 15, 2007

La insurrección militar


La guerra no fue ni una consecuencia intrínseca del régimen republicano ni una maldición caída del cielo. La Guerra Civil española la desata un grupo de militares de alta graduación, encabezados por Mola, “Director”, que al fracasar el golpe de Estado que dan el día 17 de Julio de 1936, no dudan en lanzar a las tropas que tienen a sus órdenes a luchar contra la España que permanece fiel al Gobierno. Dicen alzarse contra la conversión de España en una colonia rusa, cuando todavía no había ni siquiera embajador, pero ellos son los primeros en echarse en brazos de Italia y Alemania, en traer aviones, barcos y soldados extranjeros para emplearlos contra sus connacionales. Mucho patriotismo, pero ventitantos años después no dudarían tampoco, para poder continuar en el poder, en enajenar la soberanía y el territorio nacional al permitir que otro ejército extranjero, el americano en este caso, instalase en España una gigantesca base aeronaval en Rota, tres bases aéreas más y diversas instalaciones auxiliares, además del correspondiente armamento nuclear.

Qué duda cabe que la situación del momento internacional de entonces fue determinante. Las potencias fascistas estaban en su auge, la crisis económica alcanzaba magnitudes nunca vistas y el descrédito del sistema y de la clase política que se había sustentado en el parlamentarismo burgués eran enormes. Ahora bien, el golpe militar de Julio del 36 lo prepara un grupo de militares carentes de una ideología política concreta, en el que cada uno de ellos tiene sus propias motivaciones, que van desde la ambición al resentimiento, de la envidia a los odios africanos; y oportunismo, mucho oportunismo. Azuza y financia a los militares golpistas la España de Fernando VII, la de la clerigalla torquemadesca, la de los financieros y patronos de la usura y el esclavismo, la de la nobleza y los terratenientes nostálgicos del feudalismo. También había mucho incauto.

No, no era un golpe fascista. Ya el embajador de la Italia de Mussolini, Cantalupo, se preguntaba en una carta dirigida a su ministro de Asuntos Exteriores, Ciano, escrita al poco de llegar a Salamanca y tal vez bajo la impresión del cuadro reaccionario que ofrecía la capital del “nuevo Estado”, si no se habrían equivocado de bando, porque allí no estaba la España de los trabajadores, sino la de los privilegios y los retrógrados. Lo que ocurre es que unos utilizaron el decorado y la coreografía fascista para amenizar su obra cuartelera; y los otros, aprovecharon propagandísticamente el término “fascista” como un insulto que servía, y sigue sirviendo, para descalificar a cualquiera que no pensase como ellos, desde Franco a Nin o Besteiro.

Los incautos fueron los falangistas joseantonianos, con su idealismo y su retórica de luceros, camisas y revoluciones nacionalsindicalistas. Los militares sublevados bien que les supieron utilizar como banderín de enganche de una juventud destinada a ser carne de cañón: “Alférez provisional, muerto definitivo”, que se decía; y si no, pues peor aún, a desempeñar el triste papel de represores en la retaguardia.

En “El Valle Negro”, para mí, el mejor libro sobre la Revolución del 34, su autor, el escritor asturiano Alfonso Camín, proscrito en la actualidad y con sus libros semirretirados de los estantes de las bibliotecas públicas, lejos del alcance de los lectores; pues bien, Camín lanza en ese libro una idea que hay que tener en cuenta: la de que del mismo modo que hoy se reconoce que el golpe de Primo de Rivera se produjo para evitar que se concluyese con la investigación y depuración de las responsabilidades por la desastrosa campaña marroquí, responsabilidades que alcanzaban al propio monarca, ¿por qué no aceptar, entonces, que muchos de los más destacados protagonistas del golpe del 36 lo fueron para evitar, precisamente, que nunca se conociesen sus responsabilidades en la represión de la Comuna asturiana de Octubre del 34?

Camín lo razona del siguiente modo: «Cuando el general López Ochoa parte para Asturias (durante la Revolución del 34), Franco espera que fracase y que se le indique a él y a otros militares de su confianza apagar la hoguera asturiana. La preponderancia que logre alcanzar, como el hombre de hierro, puede ser oportuna para adelantar su golpe de Estado y darle su “jaque-mate” a la República. Ya su retaguardia en esta zona la forman el coronel Aranda, Solchaga, Camilo Alonso y Doval. No falta más que Yagüe. Y, con la zancadilla que se le tiende al teniente coronel López Bravo, que viene con los Regulares y el Tercio, baza completa. ¡Yagüe en autogiro! Pero todo lo echa a perder López Ochoa, llegando, sin estrellarse, a las puertas de Oviedo. Empero, Franco no se conforma. Viene él a Oviedo y son sus militares de confianza los que rematan la campaña asturiana. Aranda se queda ahí. Es el centinela para el futuro. Casualidad... Coincidencia... Yagüe, Aranda, Solchaga, y Camilo Alonso, se sublevan en el 36 con Franco y son los que hacen también la campaña de Asturias. ¡Los mismos del 34! Sólo falta Doval en Oviedo. Y eso porque su ambición y su impaciencia le llevan al desastre, apenas sale de Ávila, en el combate de Peguerinos. Las cuatro figuras de cada pueblo –el industrial, el párroco, este paniaguado y el otro cacique– se despacharon el 34 a sus anchas, abarrotando las cárceles con denuncias anónimas y otras acusaciones más descarnadas a los vecinos que no pensaban a su imagen y semejanza. Naturalmente, cuando suben de nuevo las fuerzas contrarias, desde las de Maura “el Joven” a las de Peña y Albornoz, les entra ese pánico de delincuentes sociales.» Y añade Camín para terminar su razonamiento: «No tienen empacho las fuerzas negras en asesinar a diestro y siniestro, como los bandidos acorralados, en sembrar el terror por el terror y en comprometer, sin ningún provecho a la larga, la independencia territorial y económica de la tierra española. No les importa hipotecar ni a Dios ni a la Patria, porque saben que de perder la guerra, tan grande es la traición, tan infinitos los crímenes, que se verán sin Patria y sin Dios como los fariseos, sayones y escribas que crucifican a Cristo y aún escarnecen a la Dolorosa.»

Recordemos algunos hechos que quizá convenga relacionar entre sí: En Asturias, la candidatura electoral que agrupa a todas las derechas, menos a la Falange, no utiliza en su denominación ninguno de los adjetivos de la política al uso, tales como “liberal”, “republicana”, “democrática” o, sencillamente, “de derechas”; no, para que no quede ningún género de dudas de lo que se pretende, la habían bautizado con el definitorio nombre de “Candidatura Contrarrevolucionaria”; si a esto se añade que Melquiades Alvarez, nada más y nada menos que todo un Melquiades Alvarez, no se había cansado de proclamar en las Cortes, tras la revolución de Octubre del 34, que había que buscar diez mil culpables y fusilarlos “para salvar la República, como había hecho Thiers con la Comuna de París”. Con un planteamiento así, se comprende que para conseguirle en Febrero del 36 el acta de diputado por Asturias, hubiera que recurrir a todo tipo de argucias y manejos post electorales; él, siempre imbatible en las circunscripciones asturianas. Tengo que detenerme un momento en Melquiades Alvarez. ¡Qué lejos está este Melquiades “liberal-demócrata” de los años treinta de aquel otro Melquiades de los comienzos del siglo!, cuando en su enfrentamiento con el caciquismo retrógrado de la Restauración monárquica no dudaba en aliarse con los sectores obreros más avanzados y participar en la dirección de sus movimientos huelguísticos, tal que en el 17. Es como si su intelecto, sometido a la doble usura del paso del tiempo y del peso de las relaciones mercantiles, hubiera terminado por hacer de él un inverso del que fue. Luego, gentes de malos instintos, ignorantes empujados y tolerados por otros sin corazón, le asesinarían en la Cárcel Modelo madrileña en los sangrientos días del comienzo de la Guerra Civil. Dicen que Azaña quiso dimitir la Presidencia cuando le comunicaron el crimen cometido con el que había sido su primer mentor y maestro en política.

El sistema electoral de la República consistía, básicamente, en que cada elector pudiera votar a un número de candidatos inferior al total de la circunscripción. En el caso de Asturias, con 435.126 electores, le correspondían 17 diputados y cada votante solo podía marcar trece nombres. Salían elegidos los que mas votos hubieran obtenido, siempre y cuando sobrepasasen el veinte por ciento de los votos emitidos; los que no lo alcanzasen, concurrían en una segunda vuelta.

Gijón, por ejemplo, contaba a comienzos de 1936 con un censo de 42.341 electores (mujeres, 22.837; hombres, 19.504), divididos en 7 distritos con 81 secciones. A primeras horas de la mañana había ya en Gijón largas colas delante de los colegios electorales. Se votaba temprano para evitar los “forros”, o sea, gente que votaba por otros, incluidos los muertos.

Resultados electorales de Gijón

Candidatura para diputados a Cortes por Asturias del Frente Popular:


Matilde de la Torre Gutiérrez (PSOE)
21.682 votos
(12)
Dolores Ibarruri Gómez (PCE)
21.715
(8)
Alvaro de Albornoz Limiana (Indep. Rep.)
21.870
(1)
Amador Fernández Montes (PSOE)
21.707
(10)
Luis Laredo Vega (Izq. Republicana)
21.845
(3)
Inocencio Burgos Riestra (PSOE)
21.819
(5)
Félix Fernández Vega (Izq. Republicana)
21.707
(11)
Belarmino Tomás álvarez (PSOE)
21.708
(9)
José Maldonado González (Izq. Republicana)
21.740
(7)
Mariano Montero Mateo (PSOE)
21.826
(4)
Ángel Menéndez Suárez (Izq. Repuplicana)
21.851
(2)
Graciano Antuña Alvarez (PSOE)
21.796
(6)
Juan José Manso Abad (PCE)
21.283
(13)

Candidatura para diputados a Cortes del Frente contrarrevolucionario (CEDA y P. Liberal-Demócrata):


Melquiades Alvarez González (PLD)
12.191 votos
(13)
José M. Fernández Ladreda (CEDA)
12.297
(1)
Ramón Alvarez Valdés (PLD)
12.227
(10)
Romualdo Alvargonzález (CEDA)
12.213
(12)
Bernardo Aza (CEDA)
12.294
(3)
Vicente Madera (obrero anti-marxista)
12.285
(5)
Alfredo Martínez (PLD)
12.249
(8)
Gonzalo Merás (CEDA)
12.283
(6)
Mariano Merediz (PLD)
12.292
(4)
Pedro Miñor (PLD)
12.233
(9)
José Mª Moutas (CEDA)
12.295
(2)
Eduardo Piñán (CEDA)
12.280
(7)
Manuel Pedregal (PLD)
12.227
(11)

Candidatura para diputados a Cortes por Asturias de Falange Española:


José Antonio Primo de Rivera
215 votos
(1)
Manuel Valdés
138
(5)
Leopoldo Panizo
142
(4)
Enrique Cangas
167
(2)
Santiago López
144
(3)
José David Montes
124
(6)
Juan Francisco Yela
81
(9)
Juan Lobo González
83
(7)
Benito de la Torre
78
(11)
Juan Ruiz de Alda
83
(8)
Raimundo Fernández Cuesta
76
(13)
Manuel Mateo Mateo
77
(12)
Emilio Alvargonzález Matalobos
80
(10)

El total de votos emitidos en Gijón fue de 34.041; lo que supuso una participación del 80,40 por ciento.

Efectuado el recuento general de la región, obtuvieron el acta de diputado por Asturias en estas elecciones del 36 los trece miembros de la candidatura mayoritaria, la del Frente Popular, y estos cuatro candidatos de la minoría: Melquiades Álvarez, Jose Mª Fernández Ladreda, Romualdo Alvargonzález Lanquine y Jose Mª Moutas.

Para poder hacer una comparación, se detallan los resultados en Gijón de las anteriores elecciones para diputados a Cortes, celebradas el 19 de Noviembre de 1933:


Partido Liberal-Demócrata/Acción Popular
13.635 votos
Centro
4.156 votos
PSOE
5.541 votos
PCE
2.647 votos
UniÓn Izquierdas
720 votos
Radical-Socialistas
370 votos
Republicanos Federales
350 votos
La Izquierda
9.628 votos

Es decir, que en las elecciones de 1936 la Candidatura Contrarrevolucionaria perdió unos 1.300 votos, el Centro prácticamente desapareció y los partidos integrados en el Frente Popular consiguieron unos 12.000 votos más que en 1933. A mi modo de ver, la explicación se debe, por un lado, a los votos captados por Izquierda Republicana y Azaña, y por otro, seguramente el más numeroso, los que aporta el sector obrero cenetista.

Dos líderes de la derecha estorbaban los planes de los golpistas, y los dos fueron eliminados por la propia derecha reaccionaria. Uno, Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, ex-ministro de la monarquía, que cuando el principal reclamo de la propaganda golpista era, precisamente, la defensa de la religión católica, perseguida y amenazada, según ellos, ¡cómo no iba a estorbarles don Niceto!, si todos los domingos acudía devotamente con su mujer a oir misa en cualquiera de las parroquias madrileñas como un feligrés más. Bastaba una foto del Presidente de la República española saliendo un domingo al mediodía de la iglesia, para echar por tierra ante los ojos del mundo toda esa campaña que trataba de presentar a los republicanos como rojos comecuras a las órdenes de Moscú.

El otro que les estorbaba era José Antonio Primo de Rivera, el representante más genuino de aquel fascismo español de imitación que improvisaban los señoritos de derechas de las facultades de Derecho. Fue desposeído de su inmunidad parlamentaria, que era lo mismo que meterle en la cárcel, gracias a los votos de los diputados de derechas y a pesar de la habilidosa, y también oportunista, defensa hecha por Indalecio Prieto. Procesado y encarcelado como muchos otros dirigentes de Falange, José Antonio no pudo tomar parte ni en la preparación efectiva del golpe de Estado ni en el posterior desarrollo de los acontecimientos. La Falange quedó descabezada, fuera del control de sus jefes; era la forma en que los militares podrían utilizar mejor a sus afiliados y simpatizantes. Luego, vendría el juicio, la condena y su fusilamiento en la cárcel de Alicante: ¡con las imprevisibles consecuencias políticas a que habría dado lugar un José Antonio vivo durante y después de la Guerra Civil!

Los mandos de la mayoría de las capitanías militares tenían ya elaborados, en 1936, minuciosos planes de despliegue de tropas para llevarlos a cabo en caso de insurrección popular. Serán esos mismos planes los que pondrán en práctica para ocupar las capitales de provincia y las ciudades importantes cuando se subleven en Julio del 36 al declarar el estado de guerra: como Aranda en Oviedo. ¿Fueron esos planes una idea de Franco a su paso por el Estado Mayor Central, como preparación previa y necesaria ante la más que previsible reacción popular contra cualquier intentona reaccionaria?

Había odio y había temor. Ya la misma noche del 16 de Febrero de 1936, al conocerse los primeros resultados electorales que vaticinaban una victoria del Frente Popular, el general Franco, desde su puesto de jefe del Estado Mayor, parecía un tanto histérico al telefonear insistentemente al Ministro de la Gobernación y al propio Presidente, presionándoles con exageraciones para que declarasen “el estado guerra” en todo el país. Odio y temor a un Azaña que regresaba al Poder y al que ellos, sin ninguna prueba acusatoria, habían tenido encarcelado en Barcelona en Octubre del 34. Es el Azaña de la reforma militar que vuelve ahora con un respaldo parlamentario mucho mayor; un Azaña que ha sellado un pacto firme con los que exigen la liberación de los presos de la Revolución de Octubre y la depuración de las responsabilidades por los excesos cometidos durante la represión de la misma. ¿Se vería ya Franco sentado delante de un tribunal militar si el Frente Popular formaba gobierno y Azaña era nombrado ministro de la Guerra? Ya se sabe que, como primera providencia, le mandaron destinado a Canarias.

A la hora de dar un golpe de Estado, los militares golpistas cuentan con el factor sorpresa como una de sus bazas más importantes. Tienen en su contra la falta de resolución, el temor a actuar en los primeros momentos, los más decisivos, de aquellos mandos que, sin serles contrarios, no están activamente comprometidos en la preparación del golpe. Por su parte, el gobierno, es verdad que cuenta con todo el aparato del Estado, pero no es fácil, respetando la legalidad, encontrar las pruebas necesarias para destituir a un general, para procesarle. En nuestros días, lo pudimos comprobar perfectamente con el golpe del “23 F” de Tejero, Milans, Armada y compañía. Todo el mundo sabía que se estaba preparando, pero a pesar de los enormes y sofisticados medios de espionaje de que dispone en la actualidad el Estado, no solamente no sirvieron para impedir que unos centenares de guardias civiles secuestraran al ejecutivo y al legislativo en pleno, sino que, al día de hoy, aún no conocemos la trama golpista en su totalidad. En tales casos, siempre suele haber una amplia gradación de complicidades, simpatías y negligencias que socavan las posibilidades de defensa del Estado. En sentido contrario, como ejemplo de resolución, compromiso y voluntad de defender el régimen republicano, hay que recordar aquí a Benjamín Balboa López, un simple oficial tercero radiotelegrafista, que desde su puesto en la estación de radio del Estado Mayor de la Armada consiguió, adueñándose de las comunicaciones, que la mayor parte de la Flota permaneciese leal al gobierno republicano. Le bastó para ello mantenerse en permanente contacto por radio con los radiotelegrafistas de los buques para que las dotaciones, alertadas contra los planes insurreccionales de la oficialidad, pudiesen reaccionar a tiempo.

En aquellos días, 17, 18, 19 y 20 de Julio de 1937, ¿cuántos generales, coroneles y otros mandos del Ejército, de la Guardia Civil, de Asalto; cuántos gobernadores civiles, alcaldes y dirigentes de los sindicatos dudarían, buscarían información, temerían dar cualquier paso que pudiera provocar una reacción contraproducente? Un ejemplo: si la famosa columna “minera” que, engañada o no engañada por Aranda, salió de Gijón, de Oviedo y de las cuencas, por tren y por carretera hacia Madrid, se hubiera quedado en León y hubiera asegurado para la República esa provincia...; pues a lo mejor no hubiera habido guerra o no habría durado ni un mes. Mismamente, si se les hubiera ocurrido desviarse y pasar por la base aérea leonesa, donde los suboficiales y soldados estaban dispuestos para detener a los mandos que se alzasen, ¿qué desmoralización no habrían sentido, Aranda en Oviedo y Pinilla en Gijón, si, al contrario de lo que ocurrió, la aviación les hubiera bombardeado desde el primer día, privándoles de cualquier posiblilidad de recibir ayuda de ningún tipo, dejándoles en la soledad y el desamparo más absolutos?

Porque el golpe fracasa, y aunque los sublevados consiguen hacerse con el ejército de África e ir dominando amplias regiones en pocos días, los gubernamentales retienen las grandes ciudades, el litoral mediterráneo y cantábrico, las zonas industriales y, sobre todo, Madrid, la capital de España. Y el golpe fracasa gracias a la enérgica reacción popular, pero también por la política de nombramientos y traslados de mandos militares emprendida por el gobierno del Frente Popular. Según el historiador Julio Merino y el ex-ministro del gobierno republicano en el exilio, Antonio Alonso Bolaño, el mismo 21 de Febrero de 1936 en que Franco es cesado como Jefe del Estado Mayor Central y trasladado a la Comandancia Militar de Canarias, se inicia un baile de generales con el que el gobierno pretende remover a los más desafectos e ir situando en los puestos clave a los que considera más leales. El resultado fue que de un total de 72 tenientes generales, generales de división y de brigada, 35 no se sublevaron, mientras que 26 sí lo hicieron, volviéndose uno de ellos atrás; dos fueron destituidos, uno estaba de permiso, otro dimitió, otro permaneció indeciso y otro neutral; uno murió en accidente, otro fue expedientado, dos se pasaron a los nacionales y uno a los republicanos. Las cosas quedan todavía más claras al saber que solamente se sublevó uno de los ocho capitanes generales al mando de las ocho regiones militares del país y que, por dar otro dato más, los seis generales de la Guardia Civil se mantuvieron leales a la República. Traducido en hechos, eso significó que el general sublevado Saliquet, para poder proclamarse jefe de la VII Región Militar (Valladolid), tuvo que mandar fusilar al titular de la misma, el general de división Nicolás Molero; para encaramarse al mando de la II Región Militar (Sevilla), Queipo de Llano tuvo que hacer fusilar a su capitán general, José Fernández Villabrille...En total, que los militares sublevados fusilaron a dieciseis generales. Con razón afirma el ex-ministro republicano Antonio Alonso Baño que “nunca jamás se había vertido tanta sangre de jefes militares de alta graduación”, y concluye diciendo que “los primeros defensores de la República, las primeras víctimas del alzamiento del 18 de Julio de 1936, no fueron los gobernadores civiles, ni los alcaldes, ni los diputados a Cortes, ni los miembros de los partidos políticos de izquierdas o de los sindicatos obreros, sino los generales con mando en el Ejército.”

El propio Mola, el “Director” del golpe de Estado, fue trasladado por el gobierno del Frente Popular desde Marruecos a Navarra. Cuando se sublevó, solamente se pudo hacer cargo de la VI Región Militar (Burgos) después de mandar fusilar a su superior, el general Domingo Batet. Esta región militar abarcaba las provincias de Burgos, Palencia, Santander, Vizcaya, Guipúzcoa, Alava, Navarra y Logroño.

Estamos ya en lo que va a conformar el territorio del Frente Norte. Los acontecimientos, según Martínez Bande, se precipitan cuando Mola, comandante militar de Navarra, proclama el estado de guerra el sábado día 18 y domina la provincia sin encontrar resistencia, excepto en Alsasua; y ese mismo día, por la noche, consigue que triunfe el golpe en Burgos, donde solamente se reseña cierta resistencia en Miranda de Ebro. El domingo, día 19, se alzan los militares en Alava, en Guipúzcoa, en La Coruña y en Palencia. En Alava, la huelga general decretada por los sindicatos no es reducida hasta el 21; mientras que en Guipúzcoa, los insurrectos fracasan después de unos días de resistencia en el cuartel de San Marcial y en el hotel “María Cristina”, en San Sebastián.

En La Coruña, al igual que en El Ferrol, los militares alzados contra la República no consiguen controlar la situación hasta el miércoles 22; mientras que en Noya y en algunos otros publecitos costeros, los republicanos resisten hasta el día 25. Cuando se insurreccionan los mandos militares de Palencia ese domingo 19 de Julio, se encuentran con gran resistencia en todos los pueblos de la cuenca minera palentina y a lo largo del ferrocarril que va de La Robla a Bilbao. En Vizcaya, la rebelión, iniciada ese domingo, es rápidamente sofocada, mientras que Santander permanece leal a la República y es la primera gran sorpresa que se lleva Mola. El lunes, día 20, se deciden los militares en Pontevedra, pero la resistencia republicana en Vigo, Marín, Villagarcía y Tuy va a durar en algunos casos hasta finales de Julio. Es el lunes también cuando se alzan en Orense y Lugo, que consiguen controlar, con resistencia republicana en las zonas de Monforte, Sarriá y Vivero; mientras que en León, la huelga general decretada por los sindicatos es enfrentada por los militares con la aplicación de la ley marcial, situándose los principales focos de resistencia obrera en Ponferrada y en la cuenca minera del Sil.

En Asturias, Aranda se insurrecciona definitivamente en la tarde del domingo 19, cuando se niega a obedecer un telegrama del ministro de la Guerra en el que se le ordenaba armar a los obreros de los sindicatos. Tiene a su lado al que quizás fuera el hombre encargado de controlarle, el comandante de Infantería Gerardo Caballero, antiguo jefe de los guardias de Asalto de Oviedo, de cuyo puesto había sido destituido por las autoridades republicanas, y que más tarde sería el primer gobernador nacionalista de Asturias. El coronel Aranda, previamente y con la aquiescencia del nuevo gobernador de la provincia, Liarte Lausín, había ordenado a la Guardia Civil, esparcida por los pequeños puestos de los pueblos de la región que, «donde no hubiera alcalde del Frente Popular, vinieran a concentrarse en Oviedo», consiguiendo así engrosar con un millar de hombres, armados, diestros y disciplinados, las fuerzas de que disponía en la capital. Isidro Liarte Lausín, anterior gobernador de Almería, Jaén y Mallorca, hacía ocho días que había tomado posesión de esta provincia en sustitución del destituido Bosque. Tanto Liarte como Bosque serían fusilados: Liarte en Oviedo y Bosque en Zaragoza. Aranda manda entonces que la tropa salga a la calle, dispersa a tiros a los obreros que, confiados, aguardaban delante de los cuarteles la entrega de las armas, y procede a reducir los pequeños focos de resistencia del cuartel de Asalto, donde muere en el combate el comandante que mandaba el grupo de guardias leales a la República; y se apodera del Gobierno Civil. En unas horas, las fuerzas de Aranda consiguen dominar Oviedo.

En Gijón, según Alvarez Palomo, el coronel Pinilla sacó sus tropas de los cuarteles al amanecer del lunes 20. Sus intenciones eran ocupar los puntos vitales de la ciudad y proclamar el estado de guerra. Pero en Gijón, al contrario que en Oviedo, las fuerzas republicanas, principalmente los sectores obreros nucleados en torno a la CNT, estaban sobre aviso de lo que se venía tramando en los cuarteles gracias a las confidencias de algunos oficiales leales y a lo que contaban los soldados de reemplazo que hacían la mili en los cuarteles de Simancas y Zapadores. Ante el cariz que van tomando los acontecimientos, una manifestación de obreros parte de la Casa del Pueblo de la CNT, en Sanz Crespo, y se dirige al cuartel de la policía de Asalto, situado en el antiguo instituto Jovellanos, en la calle homónima. Va surgiendo de esa forma un embrión de milicias obreras, pobremente armadas, que junto con las fuerzas de Asalto y Carabineros, que se consigue que permanezcan leales, van a ser las que frenen en los primeros momentos de la insurrección el despliegue de la tropa, obligándola a recular hacia los cuarteles. Algunas de las compañías salidas de Zapadores y Simancas, vista la resistencia, se entregan a las fuerzas republicanas después de que sargentos, cabos y soldados logren desarmar a los oficiales que las mandan; mientras que otros soldados consiguen escapar de los cuarteles.

Los planes del coronel Antonio Pinilla Barceló eran declarar el estado de guerra en Gijón el domingo día 19, pero la acción resuelta del capitán leal Nemesio Gómez se lo impidió.


Según la declaración firmada de Dionisio Lanas Crespo, cabo evadido del Simancas, el coronel Pinilla acuarteló a la tropa del Simancas a las ocho y media de la mañana del domingo 19 y ordenó que, una hora más tarde, una compañía estuviese lista con su equipo de combate. Aunque el capitán de esta compañía era el capitán Nemesio Gómez, el coronel Pinilla quiso sacarla a la calle conducida por el capitán Rivas, lo que impidió la oportuna aparición del capitán Gómez, que al sospechar lo que se estaba tramando, ordenó a sus soldados que se retirasen al dormitorio y que situaran a dos soldados y un cabo de guardia a la puerta del mismo, con la orden de no dejar entrar absolutamente a nadie; todo lo cual se cumplió a rajatabla.


Finalmente, el capitán Gómez fue arrestado por un teniente coronel, entregando el mando de la compañía al alférez Hilario Gómez Sánchez. De ese modo, la operación de salida para declarar el estado de guerra tuvo que ser retrasada hasta el día siguiente, el lunes 20. El capitán Gómez pereció en un calabozo del Simancas.


La Guardia Civil, reforzada con unos pocos falangistas, se atrinchera en el cuartel de Los Campos. Su comandante, Gay Planzón, había regresado precipitadamente de Madrid, donde se encontraba de permiso, con los primeros rumores de la insurrección de las tropas de Africa. Llega a Gijón antes de que se hubiera producido el levantamiento en la ciudad. Acude a la entrevista que mantienen los mandos militares con el alcalde y los dirigentes del Frente Popular en el Ayuntamiento y después se marcha a la casa-cuartel. Tras breve combate con las milicias obreras y con la promesa del recién nombrado comandante militar de la plaza, Gállego, de respetar sus vidas y ser sometidos a un juicio justo, se entregan. El comandante Enrique Gay Planzón fue condenado y permaneció encarcelado en El Dueso y en la cárcel del Coto hasta la entrada de los nacionales en Gijón en Octubre del 37; sometido por éstos de nuevo a un Consejo de Guerra, fue fusilado en los primeros días de 1938.


La lucha se generaliza en Gijón y pronto son tomados por las incipientes milicias otros focos de resistencia de los militares alzados, como el fuerte de Santa Catalina, la Fábrica del Gas y el Asilo de Ancianos. Se procede a la localización y detención de los “pacos” que, disparando tiros sueltos desde ventanas y tejados, trataban de sembrar el pánico y la confusión en la ciudad. El celo de las patrullas de milicianos debía de ser grande y quizás esta anécdota que alguna vez oí contar en casa sirva de ejemplo. Mis abuelos vivían, por aquel entonces, en la calle San Bernardo. Parece ser que un día de aquellos de Julio del 36, mi abuelo quiso asomarse a mirar por un ventanuco que había en la cocina y que daba a la playa, y al sacar una mano para agarrarse al marco y poder izarse encima del bañal, alguien, desde el Muro, debió de ver aparecer aquella mano, apuntó y disparó. La bala entró por el ventano, recorrió dos paredes de la cocina y terminó dentro de una tartera que había en una alacena, por fortuna, sin mayores consecuencias. Pero la cosa no quedó ahí, sino que al poco tiempo se presentó en el portal un grupo de milicianos armados con la orden de registrar el edificio de arriba abajo. Bajó mi abuelo y le dijo al jefe del grupo, al que seguramente conocería de vista, que, si valía de algo, respondía él de la lealtad republicana de todos los vecinos del inmueble. Gracias a eso, no se llegó a efectuar el registro y los milicianos se marcharon a continuar con su labor de vigilancia. Tiempo después, se supieron dos cosas relacionadas con este asunto: la primera, que en un piso del edificio tenían escondido a un cura, que se salvó por los pelos, tanto él como la familia que le cobijaba, de tener un disgusto muy serio; la segunda, que los milicanos no andaban muy descaminados, pues parece ser que desde un edificio próximo, otro clérigo más belicoso, disparaba, esporádicamente, unas veces, hacia la calle San Bernardo, y otras, hacia la playa.


Las fuerzas sindicales y políticas gijonesas fueron capaces de anticiparse y reaccionar contra los planes de los militares, y eso resultaría decisivo. A pesar del secreto con que los mandos de los cuarteles de Simancas y Zapadores planeaban sus próximos movimientos insurreccionales, las direcciones de los sindicatos y de los partidos del Frente Popular de Gijón disponían de información de primera mano de lo que se estaba preparando dentro de esos recintos. Ramón Alvarez Palomo menciona en su libro al capitán Angel Hernández del Castillo, leal a la República, pero hay también suboficiales y soldados de reemplazo que informan puntual y minuciosamente de las órdenes que dan los mandos.


Por otra parte, las fuerzas republicanas gijonesas cuentan casi desde los primeros momentos con el asesoramiento de militares leales. Hay que mencionar en un lugar destacado, al comandante José Gállego, que pasaba sus vacaciones en Gijón y sería nombrado Comandante Militar de la Plaza, dirigiendo las primeras operaciones contra los sublevados. José Gállego mandaría después las milicias que consiguieron detener en La Espina a las columnas nacionalistas procedentes de Galicia. Un año más tarde, sería capturado en Santander por los nacionales, juzgado, condenado y fusilado. Están luego otros muchos militares profesionales y mandos de Carabineros y Asalto que, o bien permanecen leales o bien se rinden a las pocas horas de lucha, prestándose después a colaborar con las fuerzas republicanas. Tal sería el caso de los tenientes de Infantería del Simancas Inocencio Frías, que al ir a ocupar la Telefónica, se pasó a las fuerzas gubernamentales, y Silvestre Curiel, que mandaba el fuerte de Santa Catalina y se rindió tras breve resistencia; el del alférez de Infantería del Simancas Hilario Gómez, que tras ocupar las posiciones ordenadas por sus superiores, se rindió a las 32 horas, prestando después servicio en las fuerzas republicanas, donde alcanzó el empleo de Habilitado de la Consejería de Guerra asturiana; el del alférez de Ingenieros Melchor Andrade, que se rindió al día siguiente de ocupar el Asilo de Ancianos; los cuatro serían fusilados al caer Asturias en poder de los nacionales. El capitán Población, de destacada actuación como jefe del Parque de Ingenieros; el capitán de Infantería retirado Juan Hernández; el capitán de Infantería, de complemento, Mariano Abad, nombrado posteriormente comandante militar de las plazas de Llanes y de Gijón, que murió en el penal de El Ferrol cuando cumplía los quince años de condena impuestos por los nacionales en Consejo de Guerra; el alférez de Infantería Santiago Gimeno, ayudante del comandante Gállego; el teniente de Cuerpo de Tren Ramón Echevarría, que se encontraba también de vacaciones en Gijón y se puso al servicio de las autoridades republicanas; el teniente de Intendencia Alvaro Linares, que se presentó a las autoridades republicanas de Santander y fue enviado a Gijón con una columna de carabineros; el alférez de Infantería José Barrios, que se presentó en Santoña y vino a Gijón reclamado por la Comandancia Militar, luego fusilado por los nacionales; los sargentos del Simancas, Rafael Sánchez, que se encontraba de permiso, y Alejandro Matilla, que fue uno de los que, junto con otros cabos y sargentos, desarmó a los oficiales de una compañía que salió del cuartel, ambos llegarían a tenientes de Infantería en el ejército republicano, siendo luego también fusilados por los nacionales. El cabo del Simancas Francisco Uruñuela, que aprovechó para escapar con otros muchos cuando la compañía al mando del capitán Rivas marchaba por las calles de Gijón, lo que impidió a éste cumplir la misión encomendada, que no era otra que la de declarar el estado de guerra en la ciudad; Uruñuela sería igualmente fusilado.


Los Carabineros, mandados por el teniente Claudio Martín, permanecieron leales al gobierno republicano y prestaron importantes servicios en aquellos cruciales días. Hay que mencionar a los tenientes de dicho cuerpo, Manuel López Rodríguez e Ignacio Cerezo Pérez; el primero de ellos, candasín de nacimiento, estaba destinado en Tapia de Casariego en el momento de producirse la sublevación y fue uno de los primeros organizadores de la resistencia contra las columnas gallegas; al brigada de Carabineros, destinado en Gijón, Julián Pascual Sanz; al alférez del mismo cuerpo, Francisco Martín Muelas, que estaba de permiso en Gijón y mandó una sección de Asalto; los cuatro serían fusilados al entrar los nacionales. Permanecieron leales a la República las fuerzas de Asalto, mandadas por el capitán Eduardo Carón, entre cuyos miembros estaba al cabo Manuel de La Chica, jefe de la escuadra que el día 19 custodiaba la Telefónica y que en el transcurso de la guerra llegaría a comandante de milicias, siendo fusilado por los nacionales; el sargento de Asalto Daniel Robles, herido en el frente y que alcanzó la graduación de teniente, fusilado por los nacionales; el sargento de Asalto, Esteban Redondo, que entregó a los milicianos el edificio de Comisaría; el cabo del mismo cuerpo Jaime Domínguez, que alcanzaría por méritos de guerra la graduación de teniente...


Los milicianos estaban mandados desde los primeros momentos de la lucha por los dirigentes sindicales más caracterizados
y comienzan a afluir a Gijón voluntarios de todas las aldeas próximas y de los pueblos costeros, que tienen su bautismo de fuego en el cerco a los cuarteles. El día 21 de Julio se forma un Comité de Guerra que tras ser reorganizado el día 27 pasa a tener, según Alvarez Palomo, la siguiente composición:


Presidente:
Segundo Blanco (CNT)
Secretario:
Carlos Díaz (CNT)
*Movilización:
Avelino G. Entrialgo (CNT)
Comunicaciones:
Ramón Álvarez (CNT)
Tesorero:
Eugenio Alonso (UGT)
Sanidad:
Marcelino Corbato (UGT)
Trabajo:
Rafael Hernández (UGT)
Instrucción:
Manuel Menéndez (UGT)
Investigación y Vigilancia
José Gallardo (PCE)
Abastos:
Emilio Fernández (PCE)
*Movilización:
Horacio Argüelles (PCE)
Vivienda:
Alberto Lera (Izq. Rep.)
Aviación:
Policarpo Menéndez (Izq. Rep.)
*

(Compartida por CNT y PCE)


En el cuartel de la Guardia Civil de La Felguera se habían concentrado 180 guardias
civiles armados con fusiles y munición en abundancia, cuatro ametralladoras y 200 bombas de mano. Estos guardias civiles se rindieron el mismo día 19 de Julio, a las dos horas de combate, después de haber sufrido cuatro bajas y unos ocho heridos. A partir de ese momento se desplazan a Gijón los primeros milicianos felguerinos. Vienen mandados por los cenetistas Higinio Carrocera, Onofre, Ramón Collado, Jerónimo Riera, Elías Ortea y Celesto “El Topu”; durante la guerra alcanzarían puestos importantes en el ejército republicano, destacando entre todos Carrocera, que al mando de la Brigada Móvil, por su tenaz y heroica actuación en Septiembre del 37 en El Mazucu, en el frente Oriental, le fue concedida la Medalla de la Libertad, máxima condecoración del ejército republicano. Al derrumbarse el Frente Norte, Carrocera fue capturado en el vapor “Llodio” cuando huía de Gijón en la trágica noche del 20 de Octubre de 1937; identificado, fue juzgado y condenado a muerte, siendo fusilado. Entre los dirigentes comunistas habrían de destacar desde estos primeros momentos de la guerra Muñiz, Somoza, Bárcena, Planerías...


El primer batallón regular se constituyó en Gijón, en un local de la calle Cifuentes. Era el batallón de Izquierda Republicana “Maldonado”, luego nº 222, que mandó Enrique, del barrio del Llano.


Publicado en: Asturias, octubre del 37: ¡El "Cervera" a la vista!, Marcelino Laruelo Roa. M. Laruelo Roa, Xixón, 1997.
Extraído de: Asturias Republicana.

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