El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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viernes, julio 28, 2006

Réplica a Juan Ambou


La Guerra en Asturias. Respondiendo a Juan Ambou

[Ramón Álvarez desmonta las afirmaciones hechas por el dirigente del PCE Juan Ambou en su libro sobre la guerra civil en Asturias, Cantabria y Euskadi]

Juan Ambou, miembro del Comité Provincial de Asturias, creado por las fuerzas antifascistas durante la guerra civil, en cuyo organismo desempeñó la delegación de guerra y fue más tarde, en el Consejo Interprovincial de Asturias y León, Consejero de Instrucción Pública, en representación del Partido Comunista. Ha publicado un libro titulado: “Los comunistas en la resistencia nacional republicana (La guerra en Asturias, el país Vasco y Santander)”. Ha sido ésta la segunda ocasión desaprovechada (la primera fue una entrevista concedida a “La Nueva España”, de Oviedo, e121 de mayo de 1978) para mostrarse prudente según conviene a la política nefasta de su partido en aquellos acontecimientos.

En más de una ocasión anuncié mi propósito de historiar la guerra civil en nuestra región y la tan traída y llevada revolución de octubre de 1934, porque son muy pocos los historiadores que conceden a nuestra región el espacio digno del esfuerzo consentido por los asturianos cada vez que la libertad estuvo en peligro, y casi ninguno registró la presencia de la C.N. T. y del movimiento libertario en las luchas desarrolladas en esta zona separada del mundo por los picachos que la rodean y la niebla espesa que la envuelve. Y lo más triste del espectáculo en ciertas tentativas proyectadas en esa línea reparadora es que, más que la restitución de la verdad arrinconada, se persigue el sensacionalismo comercial que abra triunfalmente las puertas que conducen al mundo conspicuo de las letras.

Cualquiera que haya leído la obra de Ambou encontrará justificada mi réplica, aunque sólo fuese para recoger el guante que me lanza el autor presentándome como «autor de libros anticomunistas». Desde la guerra civil a nuestros días ha corrido mucha agua río abajo, y ya nadie confunde comunismo con Estado totalitario, torturador, gobernando el triste universo concentracionario, en el que todo brote de oposición se paga con la muerte, la reclusión en centros de psiquiatría o con el agotamiento físico en el inmenso cementerio sin cruces de Siberia. Afortunadamente, el clamor que hoy se alza contra el despotismo, las aberraciones y los crímenes de los países falsamente llamados comunistas, se alimenta con los datos y testimonios acusatorios volcados al análisis y la polémica por Jesús Hernández, uno de los más fanáticos stalinistas de su tiempo; por el «Campesino», figura de leyenda fabricada por el aparato de propaganda del comunismo militante, y que acabó sufriendo en su propia carne las abominables torturas que, en otro tiempo y por mandato del Partido (según su propia confesión) aplicase a víctimas seleccionadas por el partido comunista, antes y durante la guerra civil.

La lista de los heréticos resulta interminable: Tagueña, Claudín, Semprún y tantos otros que han escrito diatribas y acusaciones de tal fuerza que constituyen sobrado arsenal de argumentos para combatir a los totalitarios, sea cual fuere la bandera con que se cubran y el territorio donde ejerzan su temible poder. Incluso Carrillo, en la nueva estrategia inventada para mejor embaucar, quiere presentarse como un enemigo de Moscú, aunque todavía no rehabilitó la memoria de su padre, al que llamó traidor por defender lo que él pretende representar actualmente.

Jacinto Toryho, que fue director de “Solidaridad obrera” de Barcelona durante la guerra civil, cuenta en su libro “No éramos tan malos” cómo organizó Stalin el traslado de Ovsenko, cónsul general de Rusia en Barcelona, desde la capital catalana a Moscú, donde fue asesinado, pagando «el crimen», según informes filtrados que llegaron hasta nosotros, de haber tenido contactos con anarquistas como Santillán y otros, dejándose influir por ellos. Otro síntoma que sirve de termómetro a la fiebre antiespañola de Stalin lo constituye el hecho de que, hasta donde llegó su brazo poderoso y vengador, fueron sistemáticamente liquidados los componentes de las brigadas internacionales ciudadanos de los países actualmente cautivos del Kremlim.
Fue tan notoria la monomanía staliniana contra el anarquismo español (culpable de muchas de sus noches sin sueño) que no se libró de su furia exterminadora Koltsov, enviado especial de la «Pravda», pese al escandaloso parcialismo con que informaba al pueblo ruso de las alternativas de la guerra y la política en España. Esos falseamientos que Ambou presenta como la obra veraz y objetiva de un gran escritor, no le salvaron del cadalso purificador levantado por Stalin para consumar una de las purgas contra la vieja guardia bolchevique. Dice Koltsov en su libro “Diario de la guerra de España”: «Los comunistas en la situación de guerra, se han situado en el primer plano (...) anarquistas aquí hay pocos; los republicanos de izquierda forman un partido pequeño burgués casi imperceptible en la vida política. Liquidados los dueños de las fábricas, la autoridad local se ha preocupado y a la vez socializado la industria pequeña, artesana y el pequeño comercio. Del gobierno regional forman parte dos socialistas, dos comunistas y cuatro republicanos. Las operaciones del asedio de Oviedo corren a cargo de los Comisarios de Guerra Gonzalez Peña, socialista y José Manso, comunista...». Para quienes ignoren los datos manejados en el libro, debemos especificar que, en el momento de la sublevación militar, los comunistas eran francamente minoritarios. Dice que los dueños fueron liquidados (la C.N.T. se limitó a desposeerlos) y añade que la autoridad socializó la industria, misión únicamente llevada a cabo por la C.N.T. a través de los Sindicatos, cosa que nos han reprochado ellos a menudo, deseosos como estaban de atraerse a los propietarios y engordar las filas del partido. Ignora voluntariamente nuestro Koltsov la presencia en el Consejo de cinco representantes libertarios, y no hace mención al Comisario de Guerra de la C.N.T. que por entonces debía ser Avelino G. Mallada o Avelino F. Roces. Cuando aparezca la versión libertaria del acontecimiento, quedarán al descubierto los atrevimientos de Ambou y de otros enemigos declarados y desarmados no pocos falsos amigos que, tras largas meditaciones en épocas de peligro, han pasado el rubicón y penetrado en la casona, sirviéndose de un estudiado radicalismo (de rigor en los tiempos que corren) para confundir y hacer olvidar que han llegado con la frente marchita, barba blanca, resultando penosamente corto el período de servicio activo, lo que determina prisas y empujones.

Entre las partidistas afirmaciones de Ambou que reclaman puntualización inaplazable, figura una que descubre la falta de honestidad de nuestro personaje. Dice, comentando la caída del cuartel de Zapadores, el 16 de agosto de 1936, que «la operación estuvo a cargo fundamentalmente de las milicias comunistas mandadas por el camarada Antonio Múñiz». Sin negar la valiente participación de las milicias armadas que rodeaban el cuartel, todos los que conocemos los pormenores de la lucha (yo llevaba con Entrialgo la secretaría militar del Comité de Guerra de Gijón) sabemos que el cerebro de esa y de otras muchas operaciones era el comandante Gállego, que requirió al grupo de Higinio Carrocera para el ataque frontal. Por fortuna aún viven los dos integrantes de ese grupo que fueron los primeros en poner pie en el recinto interior de la fortaleza militar. Con malévola intención pone en tela de juicio el valor de Higinio Carrocera, militante libertario apreciado de todos los combatientes y autoridades militares a lo largo de la lucha. Según nos dice Ambou en la página 27 de su libro: «La columna enemiga retrocedía. Se dio la orden al grupo de Carrocera para que le cerrara el paso por el desfiladero de Ablanedo; pero por lo que fuera, la orden no se cumplió... Estábamos todavía empezando... Si se hubiera cumplido hubiéramos realizado el primer copo de la guerra». Claro que el propio Ambou, obligado por la realidad histórica, impermeable a las manipulaciones sectarias, ha de restablecer la silueta heroica del guerrillero asturiano, cuando al referirse a la lucha del Mazuco escribe lo siguiente en la página 177: «Existe el firme convencimiento de que se está haciendo lo imposible para evitar la derrota... Consecuentemente, el gobierno condecora a la brigada de Carrocera con la medalla del valor».

Lo más increíble de cuanto escapa actualmente a la verificación personal, es la noticia que nos da Ambou, por primera vez, aprovechando que el comandante Gállego, fusilado por el enemigo, ya no puede desmentirle, de haber sido propuesto por éste (con una sorpresa de su parte que comprendemos muy bien) para sustituirle en el mando de las fuerzas que combatían en el frente occidental. Lamento en el alma que este hombre ejemplar, al que debemos un homenaje póstumo por su competencia militar y espíritu de entrega, no se encuentre entre nosotros para desmentir a Juan Ambou y confirmar lo que me confiase la última noche que pasó en Gijón, al ser destinado a Santander. Nos encontramos en el muro de la playa donde nos habíamos dado cita y fuimos a cenar juntos. Allí reafirmó Gállego lo que tantas veces habíamos comentado: «que era víctima de sus simpatías por la C.N.T. y sus milicianos... ». De todo esto hay unas frases reveladoras en la página 29 del libro de Juan Ambou: «Se decía (refiriéndose a Gállego) que pertenecía a la C.N.T. Francamente no lo sabía». Y luego, la insinuación capciosa, obra del subconsciente atormentado: «Además, en aquellos tiempos un carnet no era difícil de conseguir. Y a veces el carnet no identificaba, sino que encubría y confundía. Esto fue muy corriente durante nuestra guerra en muchos lugares de España». Al final de la misma página la revelación inesperada que todo lo explicaba: «Así y todo hubo alguien en la dirección de nuestro partido que desconfiaba del comandante Gállego». Luego pierde Ambou la pista de Gállego, limitándose a decir que cayó prisionero en la capital montañesa y fusilado más tarde. Nosotros, en cambio, sabemos cómo y dónde cayó, cuando intentaba ganar nuestras trincheras. De Santander, condenado a muerte, se le trasladó a la prisión de Larrinaga, en Bilbao, y desde su celda de condenado a la pena capital, con la complicidad de elementos vascos pudo hacer llegar un mensaje escrito a Segundo Blanco, entonces ministro del gobierno Negrín. Decía más o menos (cito de memoria) que gentes de buena fe trataban de persuadirle que estaba en aquella cárcel para ser canjeado, pero que no tenía ninguna confianza ni prestaba el menor crédito a la «palabra de honor» de los sublevados. Terminaba diciendo que esperaba de los bravos de la C.N.T. y la F.A.I. se opusieran a todo intento de negociación con el enemigo, pues era preferible morir aplastados por los tanques. Es curioso que no hubiese pensado en el hombre a quien confiase el mando provisional en el frente occidental de Asturias (?) ni en nadie del Partido Comunista para transmitir su último mensaje, haciéndolo llegar precisamente a un destacado militante de la C.N.T., a la que fueron siempre sus simpatías. Y conste que Gállego no solicitó nunca el ingreso en la C.N.T., ni los libertarios incurrimos en falsedad histórica por servir nuestros fines. Nuestra escuela condena la máxima común a jesuitas y totalitarios: «el fin justifica los medios». Antes de pasar a otro capítulo o tema, queremos estampar aquí lo que nos escribe Onofre García Tirador, comandante de un batallón confederal y más tarde Consejero de Trabajo, conmigo, de la F.A.I.: «Con relación a ese nombramiento (el de Ambou como jefe del frente occidental) debo decir que no me liga al mismo ningún conocimiento. Nunca le vi en los frentes acompañado de Gállego, que era buen amigo mío. En ninguna de mis intervenciones, en la resistencia asturiana, estuve ligado a Ambou y, por decir más, nunca le he conocido hasta que fui nombrado para formar parte del Consejo de Asturias estando yo en el frente occidental precisamente».

Desconsuela e irrita comprobar que empieza a desempolvarse la historia cuando han desaparecido muchos protagonistas, cuyos nombres y actitudes se manejan con la mayor desaprensión. Por mucho que Ambou se esfuerce en cargar a Amador Fernández la responsabilidad de que nuestras unidades militares fuesen siempre desfavorecidas en la distribución de armas y otros pertrechos de guerra, conociendo a los personajes afirmo categóricamente que durante la guerra civil Ambou siempre creó obstáculos a las fuerzas libertarias, como lo revelan las constantes denuncias que recibíamos de todos los batallones confederales, con los que estuve en permanente contacto, primero desde la Secretaría de movilización militar del Comité de Guerra de Gijón y posteriormente desde la comandancia de milicias confederales.

No hemos dejado de denunciar la cobardía de las democracias que toleraron el sacrificio sangriento de España, pensando que salvarían la paz si no el honor, aunque como pronosticó Churchill en proféticas palabras: «perderían el honor y tendrían la guerra». Negaron a la República el derecho (reconocido por los tratados internacionales) a procurarse armas para defender la legitimidad sancionada por el sufragio universal, cerrando los ojos ante la descarada ayuda que los países del Eje suministraban a los fascistas españoles.

Semejante situación de desventaja nos impuso servidumbres de todo carácter (dejando a salvo el honor y la hombría) para atenuar nuestro evidente y peligroso desequilibrio, y los comunistas aprovecharon la cegadora realidad para someternos a su vergonzoso chantaje, que se prolongó más allá de la derrota militar. Por eso nos subleva que Ambou compare la solidaridad generosa prestada por México durante la guerra civil con los “envíos pagados” que nos hizo Rusia.

México, después de enviarnos material de guerra y apoyar diplomáticamente la causa de la República, cuando la suerte de las armas se inclinó del lado franquista, obligándonos a la expatriación, abrió de par en par sus puertas para acoger a miles y miles de refugiados españoles, incluso cuando tuvo que afrontar las iras de los alemanes que invadieron Europa. Y hasta que no volvió a España un régimen democrático, la única representación diplomática española en México era ostentada por la República en el exilio.

Rusia, la famosa patria del proletariado, sólo entreabrió las suyas para determinados gerifaltes comunistas. Amador Fernández (por algo los comunistas lo combaten incluso después de muerto) estaba escandalizado del comportamiento ruso que aprovechaba, en su exclusivo beneficio, la situación de inferioridad en que se movía el pueblo español. Cuando Amador fue nombrado intendente general del Gobierno, pudo constatar que los rusos nos imponían cláusulas leoninas de las que brindamos un ejemplo: cuando un barco de lentejas (de la peor calidad) salía con dirección a España, teníamos que depositar, en una determinada entidad bancaria de París, el valor de la mercancía en divisas. El pago se hacía en cuanto el buque abandonaba el puerto ruso. Por el contrario, un cargamento de productos textiles, salidos de Cataluña, no nos era acreditado su valor mientras el buque no tocase puerto ruso. Con esa fórmula todos los riesgos marítimos, que eran inmensos por la estrecha vigilancia de la marina enemiga, corrían a cargo de España, tanto a la ida como al regreso. Finalizada la guerra y reconstituido el gobierno republicano, cada vez que reclamaba la devolución de las 500 toneladas de oro que constituían las reservas del Banco de España y que por medida precautoria se habían trasladado a Moscú, la respuesta era invariablemente la misma: esa fabulosa fortuna resultaba, en la estimación de las autoridades rusas, insuficiente para cancelar la deuda contraída por el material de guerra recibido, con lo cual lo de la solidaridad queda reducido a una vergonzosa transacción. Otro aspecto importante de la pretendida ayuda rusa a la causa española antifranquista, queda desmentida por su nefasta actitud diplomática de no reconocer la legitimidad del gobierno republicano exiliado, pese a la hipócrita campaña del comunismo internacional en favor de tal reconocimiento.

Llegado el relato de Ambou a la primera ofensiva contra Oviedo se complace, para no faltar a la costumbre, en descargar culpas y responsabilidades sobre los demás, que habían convertido en consigna el “¡Oviedo por encima de todo!”. Si fuésemos igual de ligeros al analizar el desarrollo de aquella emocionante operación que llevó el alborozo a todos los combatientes, podíamos hacer una aproximación acusatoria entre la postura intransigente de los comunistas, aconsejados por los militares rusos y la orden de retirada para batallones nuestros que avanzaban por la calle Uría. Medida que sublevó a los milicianos, según me contaba muy recientemente uno de ellos, perteneciente al batallón de Onofre, residente ahora en Villaviciosa. Leamos a Onofre: «Entendía que Oviedo era el imán de atracción de las fuerzas de maniobra del enemigo y que, liberada la capital, el ejército «nacionalista» iba a considerar demasiado costosa, en vidas y equipo, la lucha de montaña, optando por una batalla de trincheras sin grandes efectivos, más vulnerable a nuestros ataques por mejores conocedores del terreno. Iniciado el ataque a Oviedo entramos en acción por la parte denominada de las Cruces y, sin un tiro, sin ninguna resistencia nos encontramos en la Plaza del Ayuntamiento. Empezábamos a hacer planes para evitar desbordamientos, convencidos de que todo iba a ceder a nuestro avance, estudiando la forma de aprovisionarnos ajustándolo todo al orden que recomendaba el momento emocional. (...) Recibí una orden imponiéndome la salida de Oviedo, so pena de atenerme a muy complicadas consecuencias. La orden procedía del Estado Mayor (dominado por los comunistas). Y los ejércitos que ponían cerco a Oviedo estaban advertidos para entorpecer mis propósitos...». En prueba de buena fe y de que no invento el argumento para apoyar la tesis de esta denuncia, copiaré lo que el propio Ambou escribe en la página 51 de su obra: «La ruptura del cerco de Oviedo tuvo entre nosotros repercusiones políticas. Hubo intento de inculparme como responsable del Departamento de Guerra de lo ocurrido y hasta se habló de sustituirme ¡Cómo! si había sido yo, en nombre del Partido, el que me había opuesto en el seno del Consejo a que se realizara la ofensiva sobre Oviedo».

Para valorar con justeza la política sectaria del Partido Comunista se encuentran datos importantes incluso manejando sus propios documentos y fuentes. Al referir Ambou una entrevista con Aguirre, presidente del Gobierno Vasco, puede leerse la respuesta de este hombre a los eslogans de unidad que caracterizaban la propaganda comunista: «¿Pero, tras eso de la unificación no se esconden, como ocurre aquí, otros móviles políticos de captación de voluntades para determinado partido?». La crisis del Consejo de Asturias que costó el cargo a Ambou en el Departamento de Guerra se produjo y se resolvió conforme a los justificados deseos del movimiento libertario que disponía de pruebas incontestables sobre la campaña de proselitismo llevada a cabo en las filas del ejército. El Estado Mayor de la Junta de Defensa del Norte y más tarde el Estado Mayor del Ejército de Asturias, estaban prácticamente en manos de los comunistas, explotando nuestro antimilitarismo de los primeros días y el chantaje de la ayuda soviética, cuyos resortes utilizaban para obtener la adhesión de los mandos, manejando la sonrisa y la amenaza, llegando con frecuencia a los hechos, como revela la historia de la guerra civil en toda España. Claro que, en Asturias, como confiesa el autor del libro que comentamos, los «demás partidos del Frente Popular se pusieron de acuerdo proclamando: "Hay que cerrar el paso a los comunistas y aislarlos."» Si en toda España se hubiese aplicado el remedio, probablemente hubiera cambiado el rumbo de la contienda. Un ejemplo entre mil lo constituye lo sucedido en los frentes de Aragón, donde se paralizaron las columnas de la C.N.T., negándoles armas para proseguir el avance hacia Zaragoza, arrasando sus ejemplares colectividades con el concurso de los bárbaros de Líster, que ahora intenta pasarse de listo.

Explotando la inclinación al olvido del común de las gentes, asegura que octubre de 1934 fue el primer aldabonazo que penetró profundamente en la conciencia de los trabajadores. Si tuvieran los comunistas un átomo siquiera de pudor y la más pequeña idea del ridículo, hablarían poco de aquel proceso de unidad iniciado y consagrado por la C.N.T. y la U.G.T. pese a las insidiosas campañas de su partido, calificándonos de anarcotraidores y socialfascistas desde las columnas de la prensa burguesa. Aunque intenta atenuar la hondura de los lazos de sincera solidaridad nacidos del episodio revolucionario entre libertarios y socialistas (ellos tomaron en marcha el tren de la Alianza Obrera), no le queda otra alternativa que la de confesar: «en casi todo lo que restó de guerra en el Norte hubo una mayor aproximación entre anarquistas y socialistas contra el Partido Comunista. La constitución del Consejo Soberano, del que hablaremos más tarde, es testimonio excepcional de lo que acabamos de decir».

Al hablar de los anarquistas, el odio y los nervios le pierden, sean asturianos, catalanes o aragoneses. Así, la provocación arteramente montada por el partido comunista en el mes de mayo de 1937, con la vana pretensión de liquidar la presencia abrumadora y molesta de la C.N.T. en Cataluña, intenta presentarla, de acuerdo con la versión dada en su día por los servicios stalinistas, como un putsch protagonizado por anarquistas y troskistas del POUM. Ni se recata para escribir que el Consejo de Aragón, integrado por libertarios, ayudaba objetivamente al fascismo, pintándolo como un «Estado anarquista, dictadura de la F.A.I. con todos los métodos estatales y políticos del más feroz Estado burgués: ministros, militares, cárceles propias, campos de concentración, trabajo forzado...».

Recuerdo ahora un artículo de Juan Peiró donde escribía: «...Fulano de tal se ha mirado al espejo, ha contemplado toda su fealdad moral y ha confundido su imagen con la mía...». Así le sucede a nuestro «escrupuloso» historiador, olvidándose de traer al relato la etiqueta o representación con que se cubrían los «camaradas» soviéticos que ejercían funciones policiales en España (cual si estuviesen en territorio conquistado) dirigiendo equipos especiales como el que hizo desaparecer a Andrés Nin después de deshonrarle. También pasó por alto la serie de actos reprobables realizados en Asturias durante la guerra civil por un grupo («incontrolado» para usar el término tan caro a los comunistas) capitaneado por un zapatero llamado Benito, afiliado al Partido Comunista. Detenido él y los demás miembros del equipo, tras una de sus múltiples fechorías, pasaron a la cárcel del Coto en espera de responder judicialmente de sus actos de piratería. El Partido Comunista, después de servirse de ellos, los abandonó, según confesión de la mujer de Benito en visita al Comité Regional para que una representación nuestra se trasladase a la cárcel a fin de recoger informes y revelaciones. Y así pudimos saber que los sembradores del terror cada vez que operaban se ponían al cuello pañuelo rojo y negro, lo que permitía cargar la responsabilidad a jóvenes de la C.N.T. o de las Juventudes Libertarias.

Pudo igualmente dedicar un espacio al tema diplomático y argumentar sobre las motivaciones de alta política que aconsejaron a Rusia la reanudación de relaciones con la Alemania nazi, precisamente en enero de 1939, haciendo coincidir la llegada a Berlín del embajador ruso con el día de la caída de Barcelona en manos del ejército franquista, adelantándose en el gesto de amistad a todas las democracias; o las razones que determinaron la firma del indignarte pacto de no agresión entre Rusia y Alemania, causa principal de que Hitler se lanzase a la aventura de la guerra más espantosa que registra la historia de la humanidad, con su cortejo de dantescos campos de exterminio, en los que murieron miles de españoles antifranquistas. Sí, conocemos la estereotipada respuesta: la enorme contribución en vidas humanas del pueblo ruso y su heroica participación en la derrota final del fascismo. No lo negamos, pero tampoco debe quedar en el tintero el increíble acontecimiento (increíble y vejatorio) de una Rusia asistiendo pasivamente a las matanzas nazis y a sus éxitos militares (colaborando a veces, como en el despedazamiento de la sufrida Polonia) sin que se produjese la menor reacción hasta que las divisiones nazis tomaron la iniciativa de invadir los territorios rusos.

Cuando la C.N.T. denunciaba la manifiesta incapacidad de la Junta de Defensa del Norte, de la que se excluyó toda delegación libertaria con el falaz pretexto de que no teníamos representación parlamentaria, siendo más que importante y sobradamente conocida nuestra presencia en los frentes, llega a decir, a modo de justificación, que ya nos habían permitido entrar en las Alianzas Obreras y en el Consejo Provincial. En cambio toda esta gente, tan perspicaz, no descubrió en el Estado Mayor a un agente del enemigo, Angel Lamas Arroyo, que detalla sus traiciones desde las páginas de su libro, titulado: “Unos... y otros...”. Mientras el fascista incrustado en la Junta de Defensa del Norte entorpecía los planes militares de nuestras unidades y establecía contactos con el enemigo para informarle de todos los movimientos de tropa, sin alertar el instinto comunista, Ambou y los suyos perseguían sañudamente al coronel de la fábrica de cañones de Trubia denunciándole como fascista, sólo porque resistió a las presiones del Partido Comunista para que aceptase el carnet que había de convertirle en marioneta, como lo fueron la mayoría de los militares de carrera que, por interés de un codiciado ascenso o por simple cobardía, engrosaron la brigada de los «camaradas» de nuevo cuño. Angel Lamas Arroyo aprovechó la caída de Santander para unirse al ejército franquista. El coronel de Trubia fue fusilado cuando Gijón cayó en manos del enemigo.

La parte más escandalosa del libro está contenida en el capítulo XIII que trata sobre el «Consejo Soberano de Gobierno», a lo largo del cual, falseando la historia y los hechos, trata de hacer creer al ingenuo lector que el Consejo (impuesto en realidad por el apremio de unas gravísimas circunstancias que no permitían seguir supeditados a órdenes de Valencia, donde residía el Gobierno de la República), se constituyó para organizar la huida.

Para mejor confundir a Juan Ambou, autor de este libro que viene a justificar plenamente las razones de los libertarios para desconfiar de su honestidad, hemos recurrido a dos de los pocos consejeros aún en vida, para que su testimonio descubra el desenfreno de los «héroes» de pacotilla en el momento de la prueba que buscan en la confusión el jordán que lave sus culpas.

Onofre García Tirador, comandante de un batallón de la C.N.T. y posteriormente Consejero de Trabajo, declara: «Donde Ambou da a entender que Amador Fernández intentó negociar con el enemigo (con el conocimiento de todos los integrantes del Consejo y al margen de los comunistas) representa el mayor disparate que se le pudo ocurrir. Es una duda sólo dable en quienes ignoran el sentido de la solidaridad, en quienes carecen de leal comunicación y ciegos y falaces que no alcanzan a valorar los sentimientos nacionales ni las fuentes internacionales de donde procede».

José Maldonado, Consejero de Obras Públicas, y último presidente de la República española en el exilio, nos escribe: «Es insidioso decir que la constitución del Consejo Soberano se hizo con fines bastardos. La pérdida de Bilbao primero y el desplome de Santander después, nos obligaron a adoptar una decisión para reforzar nuestra autoridad ante los que huían de esas provincias. Y me parece sencillamente una calumnia decir que quisimos pactar la huida con nuestros enemigos en la guerra». «Es posible (según afirma) que no hubiese unanimidad en Izquierda Republicana de Asturias para aprobar la creación del Consejo Soberano, porque la unanimidad no es norma entre nosotros (¡bonita lección de Maldonado a los totalitarios!) pero sí estoy seguro de que hubo abrumadora mayoría. Y esta afirmación no desvirtúa el testimonio de mis correligionarios con representación parlamentaria en sus informes al Sr. Azaña... puesto que estos compañeros hacía tiempo que no estaban en Asturias, sino en Valencia».

Después de los testimonios registrados no sorprenderá que denuncie como embuste el siguiente párrafo de su libro: «Lo mismo ocurría en las cimas de la F.A.I. y de la C.N.T. Que Avelino G. Mallada era partidario de una rápida evacuación era «vox populi». Y así su cuñado, Ramón Fernández Posada, consejero en representación de las Juventudes Libertarias, que en un rasgo de franqueza había de confesármelo años más tarde». Sin duda Avelino, como todos nosotros, tenía conciencia clara del peligro que corría Asturias y no descartaba la eventualidad de la evacuación, pero llegada la hora y después de luchar para hacerla innecesaria. No como hicieron los comunistas, muy partidarios de la resistencia, pero que no esperaron por nadie para tomar las de Villadiego.

Ambou lleva su cinismo a la articulación de un plan de paz, seguramente inventado por el Partido Comunista para salvarse de la condena pública. Calla, en cambio, que la respuesta comunista a la creación del Consejo Soberano consistía en el clásico golpe de estado, apoyándose en la presencia de Galán y en la complicidad activa del Estado Mayor enfeudado al P.C. En la página 162 del libro tenemos la clave: «...hubo un momento en que se pusieron en estado de alerta algunas unidades con mandos comunistas que estaban reorganizándose en la retaguardia. Y a buen seguro que la J.S.U. tomaría también sus medidas». Nunca hemos pensado que Rafael Fernández, actual senador socialista por Asturias, estuviese en la conjura. Nadie mejor que él para despejar la incógnita formulada por Ambou y para decirnos lo que sepa de la entrega de Asturias, por parte de Amador Fernández, hombre de carácter, ya muerto y que no puede defenderse de las odiosas imputaciones. «Informados nosotros puntualmente de los propósitos y medidas tomadas por los comunistas para imponer su dominación (por eso nos ataca), colocamos en puntos estratégicos de la ciudad equipos seleccionados de compañeros dispuestos a hacer fracasar la conspiración».

Ponemos punto final con las mismas palabras que dedicamos a Juan Antonio Cabezas en una réplica a su libro sobre la guerra en Asturias: «Sepa, pues (...) que aún no lo hemos dicho todo...».


Publicado en: Historia libertaria nº4 (marzo-abril 1974)
Extraído de: Ateneo virtual de "A las barricadas".

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miércoles, julio 26, 2006

Bando del (2º) Comité Revolucionario de Alianza Obrero-campesina de Asturias (11 de octubre)

Comité Revolucionario de Alianza Obrera y Campesina de Asturias.

A todos los trabajadores:

Compañeros: Ante la marcha victoriosa de nuestra revolución, ya gloriosa, los enemigos de los intereses de nuestra clase utilizan todas sus malas artes en intentar desmoralizar a los trabajadores asturianos que en magnífico esfuerzo se han colocado a la cabeza de la Revolución proletaria española.

Mientras en el resto de las provincias se dan noticias de que en Asturias está sofocado el movimiento, el Gobierno contrarrevolucionario dice en sus proclamas a los trabajadores de nuestra región que en el resto de España no ocurre nada y nos invita a entregarnos a nuestros verdugos.

Hoy podemos decir que la base aérea de León ha caído en poder de los obreros revolucionarios leoneses y que éstos se disponen a enviarnos fuerzas en nuestra ayuda. Contra la voluntad indomable del proletariado asturiano, nada podrán las fuerzas del fascismo.

Estamos dispuestos, antes de ser vencidos, a vender cara nuestra existencia. Tras nosotros, el enemigo sólo encontrará un montón de ruinas.

Por cada uno de los nuestros que caiga por la metralla de los aviones, haremos justicia con los centenares de rehenes que tenemos prisioneros.

Sépanlo nuestros enemigos. ¡Camaradas: un último esfuerzo por el triunfo de la revolución! ¡Viva la revolución obrera y campesina!

11-10-1934.

El Comité.


Publicado en: La Revolución en Asturias, 1934. Pequeños anales de quince días; Aurelio de Llano Roza de Ampudia. IDEA, Xixón, 1977.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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Entrevista con Ramón Álvarez Palomo


–¿Cuándo y dónde se toma la decisión de evacuar Asturias?

–Esa decisión de evacuar se toma el mismo día veinte de Octubre del 37, en el transcurso de una reunión del Consejo Soberano de Asturias y León con el Estado Mayor del Ejército del Norte. La reunión debió de comenzar sobre las once y media o las doce del mediodía, aproximadamente, en la sede del Consejo, que estaba en ese edificio que todavía se conserva y que entonces llamábamos la “Casa Blanca”. Ahí tenía su despacho oficial y su residencia Belarmino Tomás, el presidente del Consejo Soberano, y, además, estaban allí las consejerías de Industria, Marina Mercante, Pesca y Sanidad.

En esta última reunión, presidida por Belarmino Tomás, estábamos presentes todos los consejeros y el coronel Prada con su Estado Mayor. Faltaba Amador Fernández, que estaba en Francia realizando gestiones comerciales.

El coronel Prada, en su intervención, pintó la situación como estaba, en negro, y dijo que se había llegado al límite de la resistencia. La propuesta de Prada y del Estado Mayor era que si se decidía la evacuación, tenía que ser aquella misma noche, porque al día siguiente ya sería tarde; y si no había evacuación, «entonces nada -dijo-, aquí todo el mundo a poner sacos terreros por las esquinas y cada uno que se busque un sitio y un fusil o una bomba, y a participar todos en la defensa.»

A petición mía, y antes de adoptar una decisión definitiva, se suspendió la reunión del Consejo durante una hora para ir a consultar con las organizaciones que representábamos y volver con el criterio o con la confirmación de lo que en principio se había acordado. Yo, en ese momento, por olvido, despiste o lo que fuera, ignoraba que la Comisión de Guerra había adoptado ya tres días antes, el 17 de Octubre, ese principio de la evacuación si la situación se agravaba, de acuerdo con las últimas instrucciones recibidas del Gobierno de Valencia. Porque aunque unas semanas antes, el Gobierno de la República, el Ministerio de Defensa, Negrín, había dicho que a Asturias se le podía pedir un milagro, y el milagro era que resistiera; después, modificó ese criterio diciendo que, llegado el momento, convenía evacuar y salvar la mayor parte posible del valiente y heroico Ejército del Norte, que tantas pruebas había dado de su capacidad militar y de lucha, y que esos soldados salieran porque serían necesarios en otros frentes donde habría de proseguir la guerra. Y la prueba de que esto fue así, es que muchos oficiales y jefes del Ejército de Asturias, al llegar a Barcelona y a Valencia, tuvieron un ascenso simultáneo de un grado. Esto es muy importante, porque luego, el día 20, los dirigentes comunistas armaron la de dios con lo de la evacuación, queriendo, como siempre, capitalizar el heroísmo de que ellos no querían evacuar; ¡y luego, marcharon los primeros!

–¿Qué ocurre en la reunión con el Comité regional de la CNT?

–La reunión fue breve. Aceptan el principio de la evacuación y de enviar enlaces propios a los frentes; porque también se había acordado que cada organización se ocupara de avisar a sus afines con sus propios enlaces para que, al anochecer, se volcasen sobre los puertos los más comprometidos. Eran enlaces personales, porque por teléfono, aunque funcionasen las comunicaciones, existía el peligro de las escuchas. Se utilizaron todos los medios disponibles, compañeros de confianza, gente incluso que estaba de permiso, para que los combatientes supieran que lo que les decían era verdad. Se trataba, sobre todo, de avisar a la milicia voluntaria, a los más comprometidos; pero luego, estando ya en Barcelona, supe por compañeros que hubo sitios en el frente en que no se enteraron de nada. El caso es que no teníamos ya ninguna posibilidad de comprobar si los enlaces cumplían las órdenes o no.

–¿Cómo se desarrolla la segunda parte de la reunión del Consejo?

–Después de acordar, digamos que oficialmente, la evacuación, entonces el Consejo movilizó con especial atención a la Consejería de Marina Mercante, cuyo titular era Calleja, y a la de Pesca, que dirigía yo y que éramos los que administrábamos y controlábamos los pesqueros, que serían los que se utilizasen para la evacuación esa noche. En pesca hubo algún fallo porque se había ordenado quitar todas las tapas de las calderas para inmovilizar los barcos y, a última hora, hubo algún problema con eso, pero la mayoría estuvieron listos y se utilizaron.

Lo de quitar las tapas de las calderas fue una medida tomada unos días antes para evitar que se repitiesen casos como el del “Somo”, en el que desde Avilés huyeron a Francia medio centenar de personas muy conocidas. Estos hechos, al saberse, causaban una enorme desmoralización en la gente. Por esas fechas también se había descubierto algún que otro grupo de milicianos merodeando por los puertos con intención de marcharse en algún pesquero; a los que se sorprendió, fueron enviados inmediatamente a primera línea del frente. Fue famoso el caso de Honesto Suárez, que era un personaje muy estimado en Gijón, yo era amigo suyo; lo cogieron dentro de un barco de refugiados que estaba a punto de salir de Ribadesella y dio la disculpa de que iba a acompañar a su padre hasta Santander. Lo juzgó el Tribunal Popular y lo condenó a muerte, pero no llegaron a ejecutarle. Luego, los de Franco, también lo condenaron a muerte, y tampoco le fusilaron. Dicen que decía: «soy el único condenado a muerte dos veces que se salvó.» Después se fue a vivir a Ribadeo o Vegadeo, a ejercer allí de médico, porque era médico, oculista, y allí murió.

–¿Qué hacen después de la reunión del Consejo?

–En lo que se refiere a mí, a Segundo Blanco, a Belarmino Tomás, a Calleja y algún otro, nos quedamos allí; Belarmino Tomás, en la Presidencia, dando la sensación de normalidad y asumiendo la responsabilidad del cargo hasta el último momento; y nosotros, dando el callo en las consejerías hasta la hora de salir; telefoneando, enviando mensajes, mandando motoristas, a Candás, aquí y allá, donde sabíamos que había surgido alguna dificultad, con el objeto de contar con la mayor cantidad posible de buques disponibles para evacuar esa noche. Esto demuestra que no es cierto lo que se escribió por ahí de que en la reunión del Consejo se había acordado esconderse hasta las cinco, para luego marchar al Musel y embarcar en el torpedero. No hubo tal acuerdo.

–¿Cómo funcionaba la Consejería de Pesca?

–La Consejería de Pesca tenía en cada puerto una comisión, formada paritariamente por miembros de la UGT y la CNT, que se encargaba de todos los asuntos profesionales, desde la reparación de los buques a la venta del pescado. Con esos compañeros fue con los que contacté esa tarde, porque, además de ser la autoridad legal, entre comillas, eran hombres que venían de la profesión y tenían una influencia, eran más o menos escuchados por la gente a quien tenían que dirigirse. En Gijón, el delegado de la Consejería era Eustaquio Pérez, que conocía muy bien el percal, como suele decirse, y él fue el que asumió buena parte de la actividad organizativa en El Musel.

La movilización no es que fuese especialmente difícil; la dificultad estaba en superar los obstáculos que iban surgiendo, como cuando no aparecía una tapa de una caldera, o el barco no tenía combustible o no encontraban al patrón; pero en lo demás, la colaboración fue efectiva, siendo para lo que era, que iba a servir también para los que lo hacían, para escapar.

–¿Cuánta gente estaba trabajando en la Consejería esa tarde?

–Diez o doce, todos en los que yo tenía más confianza.

–¿Quién da la orden de partir hacia El Musel?

–Se había quedado en que, los que estábamos en el edificio del Consejo, nos avisaríamos para marchar juntos. Luego, no fue así, porque Ramonín Posada, consejero de Sanidad y que estaba allí, que era cuñado del alcalde Mallada, debieron de venir a buscarle los hermanos; y Calleja también marchó por su lado, seguramente con algún equipo de la Mercante. Así que los que al final quedábamos allí éramos Belarmino Tomás, Segundo Blanco y yo. Sobre las siete de la tarde, marchamos juntos los tres para El Musel en el coche oficial y con el chófer de Belarmino Tomás.

–¿Cómo estaba la ciudad, había disturbios?

–La ciudad estaba tranquila y en orden. Tenía que haber ya mucha gente que supiese lo de la evacuación, pero hacían como que no lo sabían. Lo único, que ya se oía el estampido de los cañones por la parte de Villaviciosa. Nosotros, para ir al Musel en el coche, hicimos el recorrido normal: por Marqués de San Esteban y luego, hasta Cuatro Caminos, ahí giramos a la derecha y hasta El Musel, sin el más mínimo problema.

–¿Qué escolta llevaban?

–Nada, íbamos los tres y el chófer. Yo, igual que los demás consejeros, nunca tuvimos escolta. Durante los quince meses de guerra, yo iba y venía de un lado para otro solo, sin escolta de ninguna clase. En Gijón, aunque había “quinta columna”, nunca llegaron, como en otras partes, al atentado personal.

–¿Qué controles había a la entrada de El Musel?
–En El Musel había la vigilancia normal de cualquier puerto y cualquier día. Eso que dijeron por ahí de que se había puesto una vigilancia especial para seleccionar a la entrada, de eso, nada de nada. Y la mejor prueba la damos nosotros mismos: Belarmino Tomás, todo un presidente del Consejo Soberano, con dos consejeros, pues entramos sin más preámbulos ni consideraciones. Además, cuando llegamos nosotros, El Musel ya parecía “el Rastro”, abarrotado de gente y de coches. Empezaba a haber ya algo de barullo, gente que se enfadaba y echaba mano de aquí y de allí, y gestos, pero nada más.

Otra cosa que quiero puntualizar es referente a Belarmino Tomás. Han dicho y han escrito, que si Belarmino salió en avión, que si ya estaba dos días antes en Francia... Eso no es cierto, porque Belarmino salió de Gijón el día 20 conmigo. Belarmino no tendría muchas luces, pero sí que era un tío valiente y “echao p’alante”. Lo que ocurrió en realidad, fue que el día antes, el 19, los rusos vinieron a ofrecer a Belarmino una plaza en el avión en que iban a salir para Francia. Belarmino la rechazó y les dijo que él correría la misma suerte que el resto de los miembros del Consejo, pero que les agradecería si en ese avión podían sacar a no sé quién de su familia.

–¿Qué hacen en El Musel?

–Hay un momento en que el coche no puede seguir avanzando por el barullo de gente. Entonces, nos bajamos los tres y Segundo Blanco dijo: «voy a mirar a ver qué encuentro por ahí», y se fue a hacer una descubierta por...

–Pero, ¿qué es, que no tenían ningún barco esperándoles?

–Nada, nada. Estuvimos allí, Belarmino Tomás y yo, esperando un rato, en el muelle, entre la gente. Se nos fueron juntando los otros consejeros que andaban por allí, hasta que volvió Segundo:

–Vení p’acá, que hay un barco ahí en el que conozco al fogonero y es de confianza -dijo Segundo cuando nos vió.

Y para allá nos fuimos todos con él. El barco resultó ser el “Abascal”, pareja del “Bayona”, de la flota del armador Ojeda. Me acuerdo que, al poco de hacerme yo cargo de la Consejería de Pesca, hice una gestión con Bilbao para recuperar barcos asturianos que estaban allí, y entre los que se recuperaron estaba el “Bayona”.

En el “Abascal”, por toda tripulación, estaba un compañero de la CNT, Arturo Loché, que era el fogonero y al que conocíamos Segundo y yo. Así que nos embarcamos los tres en el “Abascal” junto con los otros consejeros que estaban allí.

–¿No sería, más bien, que no había ningún barco preparado porque contaban con escapar en el destructor “Císcar” hasta que lo hundió la aviación el día anterior?

–No, no, no. No es cierto tampoco que nosotros estuviésemos angustiados porque habían hundido el “Císcar”; porque, al parecer, según algunos, el “Císcar” no salió de El Musel porque se lo impidió el Consejo Soberano, con la esperanza de que ese buque nos sería útil para poder escapar. La verdad es que, efectivamente, el Consejo impidió a Valentín Fuentes, que era el jefe de las Fuerzas Navales del Cantábrico, que obedeciera la orden dada por Indalecio Prieto. Fuimos al Musel Segundo Blanco y yo para impedirlo, y trajimos a don Valentín medio como prisionero para que estuviera con nosotros. Porque todo tiene explicación cuando hay buena fe. Indalecio Prieto quería salvar el buque y todo lo que se pudiera si se perdía el Norte, porque veía el peligro de que hundieran al “Císcar”, entonces dio orden a don Valentín Fuentes de que mandara zarpar al “Císcar”, y él nos lo comunicó. Fue cuando nosotros fuimos allí a impedírselo, porque la opinión del Consejo era, no que podíamos salvarnos en el “Císcar”, sino que en cuanto el enemigo viera que desguarnecíamos de toda protección la costa, pues se darían cuenta, y si tenían un cerco, lo reforzarían, porque verían que estaban en vísperas de la huida. Es decir, que todo se explica: lo de don Valentín, que quería marchar por orden; lo de Prieto, que quería salvar el “Císcar”, y lo nuestro.

–¿Qué ocurre cuando se embarcan en el “Abascal”?

–Cuando subimos a bordo del “Abascal”, el compañero Loché ya tenía lista la máquina y la caldera. Había poca gente a bordo, pero alguna había. Nos juntamos allí algunos miembros del Consejo, como Rafael Fernández, Antonio Ortega, y creo que Calleja; hay quien dice que estaba también Ambou, pero a mí no me lo parece. Los que seguro que estaban eran Maldonado, diputado nacional, Maximiliano Llamedo, que había sido consejero de Asistencia Social; Onofre García Tirador; Camilo Otero y Manuel Pérez Cobián, dos compañeros de la CNT que habían ejercido de policías, y otra gente de cuyo nombre no me acuerdo o que no conocía. Se fue llenando de gente, jefes del ejército, oficiales de milicias, milicianos y no milicianos... Porque allí no se pedía carta de ciudadanía ni función social ni nada: llegaban y ¡pum!, saltaban al barco y allí se quedaban.

El único fallo, no achacable a nosotros, fue que pasó lo que suele suceder en estas situaciones caóticas, que cuando estaba a medio llenar de gente, los que estaban a bordo, por prisa de escapar, empezaron: ¡vámonos!, ¡vámonos!, ¡vámonos! Así que en este barco y en otros se pudo haber llevado más gente. También ocurrió lo contrario, casos como el del “Maria-Elena”, que estaba en el Muelle, en el que se había subido tanta gente que desde dentro tuvieron que amenazar con una ametralladora para que no subieran más, porque estaban viendo que se iba a hundir el barco; y algún caso de hundimiento por exceso de pasaje creo que hubo.

–¿El chófer que les llevó a El Musel embarcó con ustedes?
–No, no, no. Los chóferes iban y volvían a buscar otra gente, o eso decían. Al chófer mío le dije que fuera a buscar a mi hermano y a mi padre, que luego los fusilaron los de Franco, y a recoger a otros. Él, sin embargo, no quiso embarcarse, no porque fuera facha, no, sino que no quiso. Cuando vine del exilio, le encontré por ahí, Fombona se llamaba. Yo le quería mucho porque era valiente, muy decidido. Conmigo, había otros que no querían venir de chófer, porque yo estaba en la Consejería, sí, pero iba al frente, a donde sabía que había operaciones, por si había una espantada, por si había que animar a alguien, en fin, por aconsejar, por hacer acto de presencia; y Fombona siempre estaba dispuesto, nunca ponía reparos a ir a donde fuese.

Me viene a la memoria ahora una anécdota, y es que cuando estábamos ya desatracando, uno, que creo que era chófer de Amador Fernández, quiso saltar al barco y cayó al agua. Lo que ya no recuerdo es si luego lo subieron a bordo o lo recogieron de otro barco o qué pasó.

–¿Qué rumbo y qué navegación hicieron?

–Cuando salimos del Musel era de noche, las ocho o poco más, una noche serena con la mar en calma. Se decidió que en vez de navegar hacia el Este, hacia Francia, bien arrimados a la costa, como se hacía entonces para evitar la vigilancia de los buques fascistas, pues nosotros fue al revés, tomamos el rumbo de Galicia, y cuando llegamos a una altura en que nosotros calculamos que habíamos sobrepasado el arco del bloqueo, pues entonces cortamos en ángulo recto hacia el Norte. Después, Maldonado y otros, haciendo cálculos con cuerdas y con mapas, contando con la experiencia de algún marino, nos mantuvieron navegando hasta una altura que, según sus cálculos, cortando otra vez en ángulo recto, teníamos que ir a parar a Brest, que es una gran rada con toda la costa llena de pueblos, y, efectivamente, llegamos a Brest.

Teníamos que hacer guardias; recuerdo que me decían: «tú mira en el horizonte a ver si ves humo o luz, que es lo primero que se ve», pero yo no veía nada, sólo el mar con sus ondulaciones. Una noche en que estaba de guardia, todo oscuro, no se veía nada, y de repente, un chorro de luz de una potencia enorme que nos deslumbraba; y todo el mundo: «¡meca, el “Cervera”!», «¡el “Cervera”!, “¡el “Cervera”!» Entonces, fue cuando Onofre, que llevaba un fusil ametrallador, se tira al suelo y se pone apuntando al buque de guerra. Voy yo y le digo:

–¡Oye, Onofre!, ¿qué vas a poder tú solo con el “Cervera”? ¡Anda, no jodas!

Pero no, no era el “Cervera”, sino un destructor inglés que después se alejó. Claro, todo el mundo había salido de El Musel con el temor de que nos capturara el “Cervera” y veían al “Cervera” por todas partes.

–¿Qué comían, dónde dormían?

–De comer, nada de nada. Yo y todos los demás estuvimos en ayunas. Había allí unos garbanzos, pero, qué, catorce garbanzos en total, así que nada. En eso fue en una de las cosas en que se notó que nadie sabía nada de nada, en que no habían metido a bordo, por lo menos, algo de comida. Y de dormir, pues no se dormía, se echaban pigazos, en la cubierta o donde se podía. Llamedo, por ejemplo, hizo todo el viaje tirado en la cubierta como una cuerda; se mareó, se puso malo; todo el viaje como un saco; no se enteró de nada hasta que llegamos a Francia.

–¿Cuándo llegaron a Francia?

–Tardamos dos días. Salimos del Musel de noche y llegamos dos días después al anochecer. Entramos en la rada de Brest, que es enorme, y estuvimos navegando horas y horas hasta que fuimos a parar a Douarnenez, no sé si porque vieron allí un barco español o por lo que fuera. El caso es que estaba allí “Quilo el Ferreru”, Aquilino García Díaz, un buen compañero de la CNT de Gijón que había llegado de Asturias en otro barco poco antes; y cuando nos acercamos a donde estaban ellos, Quilo, a voces, empezó a preguntar por unos y por otros, y desde el “Abascal” le contestaba yo:

–Oye, ¿está Onofre?

–Sí, ta’qui- le respondía yo

–¿Y Segundo?

–Ta’qui

–¿Y fulano?

–Sí, ta’qui. ¿Y tú quién yes? -le pregunté.

–Quilo. ¿Ta mengano?

–Sí, ta’qui.

Y así preguntando por unos y por otros, y luego va y dice:

–¿Y Ramonín?

–Soy el últimu, pero toy aquí -le dije yo.

Y no veas qué carcajadas los dos. Y allí nos encontramos otra vez.

Cuando desembarcamos en Douarnenez nos metieron a todos en una escuela y nos dieron comida y café. Luego, vinieron las autoridades francesas, alguien les debió informar, y sacaron a Belarmino Tomás y a Maldonado, que eran diputados, y los llevaron a un hotel. Supongo que luego ellos, en la conversación, les dirían que allí estábamos también los del Gobierno de Asturias y León, porque al amanecer nos sacaron a nosotros, a todos los que éramos consejeros y nos llevaron al hotel en el que estaban Belarmino y Maldonado. Desayunamos y en unos coches que nos proporcionaron, no sé si a través de la embajada o cómo, fuimos hasta la frontera de Port Bou, y de allí, en el tren, hasta Barcelona. Yo, en el camino, en los puntos en que me habían dicho que había consulado y que pasábamos a una hora adecuada, en Quimper, en Burdeos, pues parábamos y preguntaba por los que habían llegado de Asturias en los barcos.

Al llegar a Barcelona, después de que cada uno contactase con la organización a la que pertenecía, nos pusimos en relación con el Centro Asturiano, que hacía un poco de consulado de Asturias, y en el que estaba un gijonés, Rafael Cavo, que estaba casado con una chavala que tenía un hotel ahí, junto a la estación de Langreo, en esas casucas que tiraron hace poco. Las primeras medidas fueron para ocuparnos de la gente que había llegado de Asturias, informarnos de dónde estaban los refugios con asturianos que había por Cataluña, tratar con las instituciones que se ocupaban de ellos, en fin... Luego, a las mujeres que habían dejado el marido aquí, o en el trabajo o en el frente, se les pagaron tres o cuatro mensualidades. Con la mercancía que teníamos allí pagada y que no había podido ser enviada a Asturias, se creó una cooperativa en el Paseo de Gracia y se repartía entre los asturianos como un suplemento al racionamiento. Recuerdo que lo último que quedó en existencia eran alpargatas, las repartimos también y luego, la gente las cambiaba por comida. En fin, se hizo lo que se pudo.


Publicado en : Asturias, octubre del 37: ¡El "Cervera" a la vista!, Marcelino Laruelo Roa. M. Laruelo Roa, Xixón, 1997.
Extraído de: Asturias Republicana.

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Ramón González Peña

Ramón González Peña nació en Valduno (Las Regueras), en 1888, pero su familia se trasladó a vivir a Ablaña (Mieres) cuando él tenía muy pocos años. Pronto comenzó a trabajar en la mina y algún tiempo después alternaba el trabajo con los estudios de capataz en la Escuela de Facultativos de Minas de Mieres. En 1905 ingresó en el PSOE y al año siguiente fue uno de los despedidos por su participación en la llamada Huelgona que paralizó la Fábrica de Mieres en 1906. Colaboró con Manuel Llaneza en la creación del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA) y fue uno de sus propagandistas más entusiastas. Desempeñó la secretaría de la Agrupación Socialista de Mieres y tras la huelga revolucionaria de 1917 estuvo una temporada escondido. En 1919 fue elegido secretario del Comité Regional del Sindicato Minero, presidido por Llaneza, y enviado por la Federación Nacional de Mineros a la cuenca del Pueblo Nuevo del Terrible (Córdoba), donde existían sociedades obreras sin conexión entre sí. Realizó una intensa labor de propaganda en toda la cuenca minera de Córdoba, dando a conocer la experiencia del Sindicato Minero asturiano. Regresó a Mieres, y en 1921 fue nombrado secretario general de la Federación Nacional de Mineros. Algún tiempo después se trasladó a Huelva, a las minas de Riotinto, con la misma misión que la realizada en las minas de Peñarroya en Córdoba. A la muerte de Manuel Llaneza, se hizo cargo, junto con Amador Fernández y Belarmino Tomás, de la dirección del Sindicato Minero, sin abandonar su misión en Huelva. Allí estaba cuando se produjo la intentona republicana de diciembre de 1930 en Jaca, siendo detenido junto con el comité revolucionario y encarcelado. Al proclamarse la II República fue nombrado gobernador civil de esta provincia andaluza, cargo que desempeñó por poco tiempo. También fue diputado por Huelva en las tres Cortes elegidas durante la República. De regreso a Asturias, fue alcalde de Mieres y presidente de la Diputación provincial desde 1931 hasta fines de 1933, al tiempo que vocal en el Consejo Ordenador de la Economía Nacional. Como otros socialistas, tras la derrota de 1933 y el fin del bienio reformador, evolucionó hacia una izquierda revolucionaria, hasta el punto de ser uno de los principales dirigentes de la revolución de octubre de 1934. Para la prensa de la época y la derecha, fue considerado su máximo dirigente. Mandó la primera columna de revolucionarios que salió de Mieres para atacar Oviedo. Fracasada la revolución, permaneció algún tiempo escondido hasta que fue capturado en Ablaña, el 3 de diciembre de 1934. Sometido a Consejo de Guerra fue condenado a muerte. La conmutación de esa pena por la de cadena perpetua, suscitó airadas protestas en las filas de la derecha. Estuvo preso en el penal de Burgos y recobró la libertad tras el triunfo electoral del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, en las que fue elegido nuevamente diputado. Aureolado de gran prestigio militar por su papel en la revolución de 1934, durante los primeros meses de la Guerra Civil actuó como comisario de Guerra en Asturias. Más tarde fue elegido presidente del PSOE y desempeñó los cargos de comisario de Guerra del Ejército del Norte y ministro de Justicia (1938) en el Gobierno presidido por Juan Negrín. Al finalizar la guerra civil emigró a Méjico y permaneció alineado con el grupo de Negrín, situado al margen de la línea oficial del Partido Socialista en el exilio que representaba entre otros Indalecio Prieto. Falleció en la capital mejicana en agosto de 1952.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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martes, julio 25, 2006

Los sucesos revolucionarios en Gijón

La huelga general -Primeros sucesos

La Confederación Nacional del Trabajo goza, en Gijón, de indiscutible influencia. Jamás pudo tendencia alguna de carácter social o político disputarle el control del movimiento del Trabajo. Su Federación Local agrupó hasta octubre veintidós sindicatos, con un total de 13 a 14.000 miembros. Fue, y sigue siendo, la sede de la Regional de Asturias, León y Palencia.

Gijón es ciudad eminentemente proletaria, de tipo industrial, con predominio de la metalurgia. Oviedo es de tipo comercial y burocrático. La primera es la sede del anarcosindicalismo en Asturias. La segunda del socialismo. Madrid y Barcelona en pequeño.

Oviedo, en la revolución, adquiere excepcional relieve por la influencia de fuerzas revolucionarias que van a la capital de la región a batir, en sus reductos, a las tropas del gobierno. La importancia del anarquismo como elemento revolucionario y reconstructor hubiera sido formidable si a Gijón hubiese llegado la avalancha minera. Pero los obreros de Gijón, escasamente armados y sin munición, no pudieron sostenerse mucho tiempo frente a la enorme suma de fuerzas destacadas contra ellos. La caída de Gijón restringe el área de influencia del anarquismo a través de la rebelión asturiana.

La noche del 4 es de expectativa. Los comités de Gijón están reunidos conjuntamente con los delegados de la C.N.T. que integran el Comité de Alianza. Estos no saben si el movimiento se producirá o no. No es el Comité de Alianza quien determinó.1a fecha para lanzarse a la calle. El movimiento fue declarado desde Madrid. A las doce de la noche, los comités de la C.N.T. y delegados al de Alianza reciben de los delegados de la U.G.T. la consigna de iniciar la lucha a primeras horas del día 5. Se forma el Comité Revolucionario local, integrado totalmente por elementos de la organización confederal.

El día 5, por la mañana empieza la huelga general, que es absoluta al mediodía. Nada se mueve en la ciudad. La vida normal ha interrumpido sus palpitaciones. La excitación del proletariado es enorme. El entusiasmo lo desborda todo. En los grupos que se forman por las calles, numerosos y espesos, se discute con pasión.

El día 6 prosigue la huelga, intensa, unánime, pacífica. No obstante el proletariado está electrizado. En muchas poblaciones de Asturias se han librado y se están librando rudos combates con la fuerza pública.

¿Cómo hacer desembocar este entusiasmo en el hecho insurreccional? No hay armas, y un proletariado desarmado en masa inerte y ametrallable, frente al Estado formidablemente equipado para la lucha. Se esperaba una cantidad de fusiles y de municiones que no llegó. Las armas disponibles no pasan de sesenta fusiles y la cartuchería apenas alcanza a veinte tiros por arma. Lo que más abunda son las pistolas.

Se ha dicho que nuestros compañeros de Gijón pretendían que los socialistas les armasen, que habían descuidado la labor de preparación insurreccional, y que no era justo ni lógico que los elementos de la U. G. T. de otras zonas de Asturias se desposeyesen de sus armas en beneficio de la ciudad confederal. Si los elementos de Gijón esperaban armas con que entrar en batalla con alguna garantía de éxito, no es porque pretendiesen que el socialismo se despojase de ellas. Las organizaciones anarcosindicalistas habían entregado a los socialistas una determinada suma de dinero para que les fuese enviada una partida de fusiles con su correspondiente munición. De esta partida solamente llegaron las setenta armas largas que constituyeron el único caudal de lucha de la C.N.T. ¿Se perdió el resto en el asunto del alijo? La verdad es que los obreros cenetistas de Gijón no pensaban armarse a costa de los socialistas, y la espera de elementos de combate estaba plenamente justificada.

Durante los días 5 y ó se reparten manifiestos dirigidos a la población civil ya los soldados, planteando la excepcional situación política y social por que atraviesa España, e incitando, como única solución, a la rebeldía franca por la conquista de la nueva sociedad.

El día 5 por la noche había sido iniciada una acción de sabotaje, volando en algunos puntos las vías de los ferrocarriles Norte y Langreo y cortando las líneas telefónicas y telegráficas. Toda clase de circulación quedó impedida; só10 rodaban los vehículos al servicio del movimiento.

Es evidente ya el día 6, que hay que provocar la lucha ateniéndose al caso material disponible. Se organizan y equipan los grupos que han de actuar. A las doce de la noche entran éstos en acción. La fuerza pública, que prevé el choque inevitable, ocupa los puntos estratégicos de la ciudad, sobre todo los edificios altos, desde los que es posible enfilar las calles y dominar a distancia. Correos y Telefónica, además de los cuarteles, son los edificios mejor protegidos. Las torres de las iglesias han sido convertidas en atalayas y parapetos.

Los centros oficiales no pudieron ser atacados en esas condiciones y con tan escaso armamento. Una ametralladora que se poseía no pudo entrar en acción en ningún momento de la lucha, por falta de peines y balas.

De una a tres de la madrugada del 7, los grupos atacaron intensamente batiéndose con heroísmo. Fue un combate general en todo Gijón, ya que cada edificio alto era una trinchera de las fuerzas gubernamentales.

Los grupos se replegaron sobre las barriadas de Cimadevilla y El Llano. Se levantan barricadas en La Calzada, Ceares, Pumarín, etc. En Pumarín cortan la carretera que conduce a Oviedo. Se intenta un ataque a la Radio Emisora, que es rechazado con intenso fuego por la fuerza pública y por grupos de reaccionarios que se han parapetado en las casas de los alrededores y cooperan en la acción gubernamental. El grupo que llevó este ataque, frustrado su intento, se repliega a la barriada de El Llano, sumándose a los revolucionarios que actúan en este punto.

Cimadevilla, barriada de pescadores

Es Cimadevilla barrio de pescadores, situado en la loma del cerro Santa Catalina, que comunica con la ciudad sólo por medio de cuatro calles. Posición excelente para la defensa, pero verdadera ratonera en caso de fuga, ya que sus cuatro vías de comunicación pueden ser fácilmente controladas.

En esta barriada se hicieron fuertes algunos grupos de revolucionarios, que empezaron inmediatamente las tareas de fortificación y defensa. El vecindario prestó su colaboración entusiasta, facilitando los medios a su alcance para levantar las barricadas emplazadas en las calles de acceso al resto de la ciudad. Estas pobres defensas fueron construidas con material heterogéneo: piedras, maderas, colchones, etcétera.

¡Hacía falta estar poseídos de una confianza inmensa en la revolución para disponerse en tales barricadas y casi desarmados a resistir un cerco! Más aún, era preciso ser locamente temerarios para acordar e intentar, en esas condiciones, un ataque al Ayuntamiento, emplazado a un costado de las bocas de las barricadas. Pero son los gestos valientes los que hacen la Historia.

Para fortalecer su posición, los revolucionarios tomaron los siguientes edificios: palacio de los condes de Revillagigedo, convento de monjas y pabel1ón del Club de Regatas, únicos útiles para este fin.

El domingo 7, la fuerza pública inicia un recio ataque a las diez de la mañana, que dura tres horas .Las barricadas son sometidas a intenso fuego de fusil. Los revolucionarios contestan con algunas armas largas y con pistolas, procurando ahorrar la munición. La fuerza pública se bate en retirada ala una de la tarde, para repetir el ataque algunas horas después. Hay bajas de parte y parte. El segundo ataque es tan violento como el primero. Evidentemente, hay prisa en tomar la barriada. Pero los rebeldes resisten el asalto con ánimo imperturbable. La fuerza tiene nuevamente que batirse en retirada, fracasando en su plan de conquista.

Como ya hemos dicho, el Ayuntamiento está emplazado al pie de la barriada de Cimadevilla. Es un só1ido edificio que defienden, en ese momento, los carabineros, la Guardia de seguridad y municipal. El día 8 por la mañana, los grupos de Cimadevilla, emprenden el ataque. El combate dura largo rato. Al saltar de la barricada a los porches situados frente ala entrada del Ayuntamiento, uno de los revolucionarios es alcanzado por una bala y muere en el acto. La lucha declina al irse agotando la munición de los rebeldes.

El ataque al Ayuntamiento ha traído una grave complicación. El crucero Libertad ha llegado horas antes y es advertido de esta lucha. Desde alta mar, frente al cerro Santa Catalina, bombardea la barriada. Las granadas producen estragos en diversos edificios y siembran el pánico entre los habitantes de la barriada. Uno de los tiros de artillería desmocha la torre de la vieja iglesia de San Pedro y cae en el casco céntrico de la ciudad, alcanzando al Centro Obrero. Una parte del vecindario abandona la barriada.

Los defensores de las barricadas ya no tienen posibilidad de seguir resistiendo. En el ataque al Ayuntamiento han agotado casi toda la munición. Mientras el Libertad bombardea el barrio, la fuerza pública ha tomado las calles situadas frente a las barricadas .El vecindario sigue abandonando Cimadevilla. Los rebeldes corren el riesgo de quedar solos y desarmados.

Optan por mezclarse con los últimos vecinos, abandonando las barricadas.
Los habitantes de Cimadevilla avanzan frente a la fuerza pública con los brazos en alto. Nada justifica la salvaje agresión de que serán objeto. La guardia municipal abre repentinamente fuego contra la multitud, dejando sobre el pavimento dos muertos y tres heridos.

El Llano. -Los combates de Sotiello y Pinzales

Después de los ataques frustrados a los centros oficiales alas tres de la madrugada del día 7, empiezan a levantarse barricadas en la barriada popular de El Llano. Aquí se ha concentrado el grueso de los grupos armados. Aquí es donde más se resiste y donde se realiza el mayor esfuerzo por extender el movimiento y por dotarlo de formas concretas en el orden de la reconstrucción. Como en Cimadevilla, el primer acto de los insurrectos consiste en proclamar la abolición de la propiedad y del Estado y en socializar la producción y el consumo.

Las calles son rápidamente fortificadas con barricadas en los puntos estratégicos. En la barriada, constituida en comuna revolucionaria, las armas son sesenta fusiles además de las pistolas.

El domingo 7, a las dos de la tarde, desembarcan en el puerto de El Musel 600 hombres del 29 regimiento de Infantería del Ferrol. Por la carretera de El Musel, avanzan contra la barriada revolucionaria. Pero en la denominada La Calzada, un corto número de rebeldes, desde una trinchera, hace frente a la tropa con singular valentía. No miden el número ni el peligro. La columna contesta con terrible fuego graneado, y avanza apoyada por la fuerza pública, parapetada en los edificios. Al llegar a la Gran Vía, se divide en dos, con intención de realizar sobre El Llano un movimiento envolvente.

Se traba una lucha tenaz. Los rebeldes logran paralizar el avance, impidiendo que el movimiento de copo se efectúe. Las tropas han sufrido algunas bajas. Los revolucionarios se muestran avaros con las municiones. Se dispara únicamente sobre blanco seguro. Las tropas se repliegan hacia el centro de la población. Este primer éxito, obtenido contra fuerzas superiores y bien pertrechadas, multiplica el entusiasmo y el deseo de lucha.

Sobre el horizonte hace su aparición el primer avión del ejército. Con potente zumbido de abejorro evoluciona sobre las barricadas rebeldes en tren de reconocimiento, y se pierde nuevamente en el espacio. Es un mensajero de la guerra aérea que el Estado ha declarado a la columna asturiana.

El lunes por la mañana circula el rumor de que se ha producido una sublevación de marineros en el Libertad. Se precisa incluso el número de ellos que habrían desembarcado en El Musel. Serían setenta. De El Llano se destaca hacia aquel lugar un grupo de rebeldes. En el camino se les unen unos hombres y mujeres entusiasmados. La sublevación de los marinos sería el síntoma de que se resquebrajaban los puntales más firmes del Estado. ¡El triunfo! Bien pronto el pequeño grupo se transforma en una verdadera manifestación delirante.

El Musel está cerca. Lo de la insurrección de los marinos no es cosa segura. Hay que ser cautelosos, para no caer en una encerrona. El pequeño grupo de gente armada se separa de la multitud y se interna en el monte, en dirección al puerto. ¿Existió sublevación? Difícil determinarlo. Lo cierto es que la manifestación llegó entusiasta y confiada y fue recibida a balazos, practicándose numerosas detenciones de hombres y mujeres. El mismo grupo, en el que se encuentra José María Martínez, se informa de que las fuerzas de Infantería desembarcadas el domingo, y que han actuado contra las barricadas de El Llano, marchaban sobre Oviedo. Sin regresar a Gijón se resuelve dar alcance a esta columna y tratar de cerrarle el paso. Alcanzan a las tropas en Sotiello, sosteniendo reñido y desproporcionado combate la guerrilla revolucionaria y la columna de infantería. Momentáneamente, se logra el objetivo de cerrarle el paso.

Se emprende el regreso a El Llano, donde mientras tanto se había sostenido otro combate violento; Hacia las diez de la mañana, las fuerzas de la Guardia civil y de asalto iniciaron un ataque a las posiciones revolucionarias. Por la calle Manuel Azaña presionó la Guardia civil; por la Puerta de la Villa (carretera carbonera) actuaron los guardias de asalto. Unos y otros atacantes se vieron constantemente apoyados por el vivo fuego de la fusilería hecho sobre las barricadas por las fuerzas apostadas en los edificios altos cercanos a la barriada. El arrojo y decisión del proletariado triunfó una vez más sobre la disciplina mecánica de los esbirros del Estado.

Apenas llegado el grupo que en Sotiello ha contendido con la tropa, El Llano resiste a las tres de la tarde un nuevo ataque más intenso y sostenido que los anteriores. Las fuerzas de asalto avanzan parapetadas en camiones cargados de arena, y hacen marchar adelante con los brazos en alto, dos paisanos cogidos en el camino. Dos horas largas dura el asedio, sostenido con fuego de fusil y ametralladora y también este ataque es victoriosamente rechazado por los rebeldes.

El Comité Revolucionario recibe la noticia de que las fuerzas de infantería, obligadas momentáneamente a estacionarse en Sotiello, prosiguen su marcha sobre Oviedo. No se piensa en el peligro inminente que corren las barricadas. Nadie objeta que las armas son escasas y hay que concentrarlas en la defensa del reducto revolucionario. Sólo domina la idea de que aquella columna no debe llegar a Oviedo.

José María Martínez sale nuevamente al frente de un grupo de veinte hombres para dar alcance a la columna y hostigarla desde las lomas y barrancos que dominan la carretera. Es entonces cuando, ya cerrada la noche, llegan refuerzos de La Felguera. Uno de los camiones de fusileros y el blindado salen en seguimiento de la pequeña expedición, para engrosar su número y hacer frente a las tropas. En la madrugada del día siguiente se encuentran los de Gijón con los de La Felguera. José María y su pequeña guerrilla han llegado a través del monte, marchando toda la noche a marchas forzadas y aguantando una lluvia persistente. Pinzales es el escenario del desigual encuentro.

Los revolucionarios se despliegan en abanico por las faldas de los montes que dominan la carretera. El camión atacará de frente con ametralladora.

La columna avanza hacia Oviedo, cogiendo prisioneros a los pastores y campesinos que encuentra a lo largo del camino, y haciéndoles marchar delante para evitar nuevos ataques de los revolucionarios. El conocimiento de los accidentes del terreno y el valor suplen el número. La columna llega a un paraje muy accidentado. Arriba, en las lomas, aguardan los rebeldes. «¡Ahora!" y se inicia sorpresivamente nutrido fuego de fusilería. Se presiona sobre los flancos. De frente, la columna es contenida por la ametralladora del camión blindado, que no cesa de disparar .Pero se rompe el trípode que la sostiene. Es una ametralladora pesada de guerra. El revolucionario que la maneja la levanta con esfuerzo hercúleo a la altura del pecho, y sigue haciendo fuego sobre las fuerzas.

En la columna se produce un movimiento de desconcierto rápidamente reprimido. Después, los soldados se despliegan en guerrillas y abren a la vez fuego con fusiles y ametralladoras. Desde cada accidente del terreno, los hombres de Gijón y de La Felguera defienden sus posiciones, intentando frustrar el contraataque. Los montes son batidos con terrible fuego por la tropa, que después avanza en abanico para despegarlos de revolucionarios. Tres horas largas dura el combate. Los rebeldes se van replegando, aplastados por la enorme superioridad de los adversarios. La columna ha logrado, al fin, tomar las lomas. ¿Pero siguió su marcha hacia Oviedo? Seguramente, no. Las primeras tropas que llegan a la capital son las de López Ochoa, y esto ocurre el día 12. Necesariamente tenían que haber llegado antes las de Gijón, o por lo menos haberse encontrado con los de López Ochoa, al unirse las carreteras de Gijón y Avilés. Por otra parte, fuerzas del 29 regimiento de Infantería -seguramente las misma- intervinieron después en el ataque final a la barriada de El Llano. Puede darse como seguro el regreso de esta columna a Gijón, temerosa de ser constantemente hostigada, o de caer en emboscadas en cada curva de la carretera y accidentes del terreno.

La forma en que regresaron a Gijón los integrantes del grupo rebelde no es para narrarse. Sus .vestidos estaban completamente destrozados por la marcha a través del monte. Sólo jirones de tela cubrían los cuerpos de algunos de ellos. La fatiga les agobiaba. Pero estaban satisfechos de haber cumplido con aquel deber de solidaridad hacia sus compañeros de Oviedo.

Cimadevilla ha caído. El Llano es el foco de la rebelión. Contra esta barriada se organiza la ofensiva. En El Musel comienzan a concentrarse unidades de la escuadra. Al Libertad se agregan el Jaime I, el Almirante Cervera. Otro día más y llegan el Cervantes y los transportes Cabo Rocha y Cabo San Antonio.

El día 9 desembarcan fuerzas del Tercio, Regulares de África y Artillería. El Musel, puerto de Gijón, queda convertido en zona militar .Para dificultar el avance de estas fuerzas, se corta la carretera que une el puerto con la ciudad.

AGONÍA DE LA INSURRECCIÓN

El día 10, vuelan sobre las barricadas cuatro aviones en tren de observación. Es el preliminar del ataque en que actuarán todas las fuerzas desembarcadas y las de guarnición en la ciudad. Los aviones irán señalando los puntos por donde debe atacar la tropa para quebrar la resistencia de los rebeldes. Se inicia el ataque.

La batalla es francamente desproporcionada. Un gigante atacando a un pigmeo. Pero el pigmeo es valeroso, despliega una audacia extraordinaria. Las pistolas y los sesenta fusiles de los rebeldes funcionan sin cesar .Las municiones están casi agotadas .Los defensores de las barricadas establecen una pugna de heroísmos. En los puestos de mayor peligro, los militantes desafían a la muerte con audacia suprema.

En el ataque a la barriada intervinieron zapadores, marineros, fuerzas del regimiento 29 de Infantería, la Sexta bandera del Tercio, guardias civiles y de asalto y cinco aviones. En esta operación es utilizado por primera vez, con fines de guerra, un autogiro. No queda hueco ni bocacalle por donde no presione la tropa. Se combate en todas partes, simultáneamente; de frente y por los flancos; en Puerta de la Villa, en Pumarín, en Ceares. Las fuerzas, como en ocasiones anteriores, hacen marchar delante paisanos con los brazos en alto, para protegerse.

Como grandes pájaros de presa descienden los aviones trazando espirales. Ya a poca altura, rompen fuego de ametralladoras sobre las barricadas y demás posiciones ocupadas por los rebeldes, a la vez que orientan el movimiento envolvente de las fuerzas del Gobierno. El zumbido de las máquinas se confunde con el tableteo de las ametralladoras. Desde las barricadas, algunos contestan con tiros de fusil; un disparo, otro y otro, y un avión es colocado fuera de combate. Endereza hacia el mar, buscando un lugar donde caer. Los demás responden bombardeando las barricadas.

Las municiones terminan. Economía estricta. Dentro de poco no quedará ni un cartucho. Los asaltantes se van acercando a las bocas de las barricadas. Dentro de poco éstas habrán caído en manos de las tropas. Se está combatiendo desde las once de la mañana, y van a dar las tres y media de la tarde. Tan heroica resistencia hace suponer a los sitiadores que se encuentran ante una fuerza de consideración. Pero no es así, las bajas van mermando las filas de los rebeldes. Como en la defensa de Oviedo por el proletariado, se derrocha audacia a manos llenas. Cada uno se mantiene firme en su puesto de honor.

Por el sector donde ataca el Tercio, acaban de ser desalojadas dos casas ocupadas por los rebeldes, después de haber sido éstas semidestruidas con granadas de mano.
Por fin es preciso abandonar la barricada. Las barricadas están cayendo en poder de las tropas. Se agotan los últimos tiros de fusil. La insurrección agoniza en Gijón. A las tres y media de la tarde todo habrá terminado.

Una de las barricadas está a punto de ser copada con todos sus defensores. Se adelanta un voluntario:

«Poneos a salvo, camaradas, yo me quedo aquí resistiendo a las tropas».

Y solo queda en la carretera carbonera, frente al lavadero, tras las barricadas. No flaquea su inmenso coraje. Mientras sus compañeros se ponen a salvo, él paquea [*] a los asaltantes. Hay que contenerlos un minuto, dos minutos, el tiempo preciso para que los fugitivos se pierdan en las calles próximas. Ahora un tiro; otro después. Por allí avanza sigilosamente un soldado. Hace fuego. No tiembla su pulso. Llueven las balas a su alrededor. Algunas le alcanzan. Siguen haciendo fuego tras el muro de piedras. Se doblan sus rodillas; se le nubla la vista. Por fin el silencio sobre la barricada. Ya nadie contesta al fuego graneado de los soldados, que se lanzan al asalto. Del otro lado yace muerto su único, su heroico defensor. El jefe que manda la fuerza se descubre ante el cadáver, impresionado por este valor sereno y fuerte.

* Disparos aislados. El paqueo fue muy utilizado por las cabilas rifeñas para hostilizar a las tropas españolas. [N. de los Ed.]

En otra barricada de la misma carretera se produce otro gesto de heroísmo. Como en el caso anterior, el héroe anónimo, es un muchacho del pueblo en la flor de la juventud. Hay que abandonar la barricada antes de que sea demasiado tarde pero él se niega con resuelta firmeza. Inútil convencerlo. Queda solo, terriblemente solo ante el Tercio, que se lanza a un asalto a la bayoneta. Su arma, una pistola.

Medio minuto de tiempo, menos quizá. ¿Qué pensamientos se atropellan en su mente en ese instante supremo? Dispara su pistola. Ve a un sargento del Tercio a la cabeza de los atacantes. Hace ademán de rendirse. Se acerca el sargento y, rápido como una exhalación lo encañona a boca de jarro y le mata con su último proyectil. Cien bayonetas ensartan su cuerpo que queda ahí, horriblemente mutilado, pero provocando la admiración de los vencedores.

Durante el movimiento, el Comité Revolucionario mantuvo constante relación con Oviedo y La Felguera. El triunfo de Gijón hubiera sido de gran importancia para el movimiento general de Asturias. Copado Gijón por las fuerzas del ejército, la insurrección pudo ser vencida con mayor facilidad.

La ruta hacia Oviedo quedaba abierta por la parte más accesible. Una mejor racionalización de las energías revolucionarias disponibles hubiera facilitado quizá el triunfo del movimiento en la segunda ciudad asturiana. Pero mientras Oviedo absorbía la casi totalidad de las masas insurreccionadas, Gijón quedaba solo con sus pocos fusiles, condenado a ser aplastado por la inmensa superioridad numérica de las fuerzas del ejército. Caído Gijón, el Estado conquistaba una inmejorable base de operaciones contra la región insurreccionada. Una estrategia inteligente y bien coordinada hubiera aconsejado fa fortificación del poder revolucionario en este punto, cerrando el paso de las tropas hacia la capital, y facilitando la terminación de la conquista del cuartel Pelayo. Por las vías abiertas con la sumisión del Gijón rebelde, se desplomó sobre Oviedo la masa de rifeños y legionarios desembarcados en El Musel.

LA BREVE EXPERIENCIA COMUNISTA LIBERTARIA

En la barriada de El Llano se procedió a regularizar la vida de acuerdo con los postulados de la C.N.T.: socialización de la riqueza, abolición de la autoridad y el capitalismo. Fue una breve experiencia llena de interés, ya que los revolucionarios no dominaron la ciudad.

En la barriada sitiada, sujeta a constantes ataques, donde los rebeldes dormían abrazados a los fusiles en los intervalos de calma, tuvo el comunismo libertario espléndida y brillante iniciación.

Los revolucionarios tomaron el gran almacén de comestibles de Faustino Forcet el día 7 por la mañana. Se adueñó igualmente el Comité Revolucionario de todas las existencias de consumo para organizar el abastecimiento.

Se siguió un procedimiento parecido al de La Felguera. Para la organización del consumo se creó un Comité de Abastos, con delegados por calles, establecidos en las tiendas de comestibles, que controlaban el número de vecinos de cada calle y procedían a la distribución de los alimentos. Este control por calle permitía establecer con facilidad la cantidad de pan y de otros productos que se necesitaban. El Comité de Abastos llevaba el control general de las existencias disponibles, particularmente de la harina.

El Comité del Sindicato de Alimentación fue encargado de organizar la fabricación del pan. Formó con este fin un equipo de cincuenta y seis panaderos divididos en turnos, y previa confiscación de las panaderías necesarias, comenzó la producción para la barriada. El Comité de Abastos señalaba diariamente la cantidad que producir y facilitaba la harina necesaria. Para un control más exacto de los vecinos y una producción mejor ajustada a las necesidades de la población, el mismo Comité de Abastos dispuso un servicio de vehículos para repartir el pan a domicilio.

Cuando comenzó a escasear este producto en el resto de la ciudad, a causa de la huelga general, muchos vecinos se presentaron a la barriada revolucionaria rodeada de barricadas, y obtuvieron el pan sin más requisito que comprobar su calidad de obreros.

A todos, especialmente a las mujeres, se recomendaba escrupulosa administración en los hogares, a fin de que gastaran solamente lo indispensable; sentido de la economía que era preciso mantener para poder afrontar dificultades que en el orden del abastecimiento surgirían, mientras la revolución no se afirmase ampliamente. ¡No dilapidar! era la consigna del Comité de Abastos. En los muros se fijaban carteles para llevar al ánimo colectivo este criterio de honrada administración revolucionaria de todas las existencias.

Se organizó el intercambio con los campesinos de los contornos. Estos proveían de leche y otros productos a la barriada rebelde. A cambio recibían de los almacenes las mercaderías que necesitaban.

El abastecimiento de leche se realizó de una manera perfecta. Primero se atendían las necesidades de los enfermos, de los niños y de los ancianos. Después, las del resto del vecindario. Con el control establecido por calles, fácil resultaba realizar la distribución.

Los vehículos fueron todos requisados y únicamente se usaban por los revolucionarios, con fines de enlace, transporte y abastecimiento.

A los que niegan la capacidad organizadora del anarquismo brindamos este ejemplo. En el fugaz espacio de dos días se estableció y funcionó, con el acierto y seguridad de un sistema que tuviera tras de sí larga experiencia, la comuna libertaria de El Llano. Un chispazo en la noche, un rayo que rasga las tinieblas y alumbra, durante un segundo, el panorama magnífico. Anticipo de la sociedad del porvenir, bella y libre, que será conquistada por el esfuerzo fecundo del proletariado.

Dentro del recinto rodeado de barricadas, en la capilla evangelista, fue establecido por los rebeldes un Hospital de Sangre, que cumplió excelente servicios durante los sucesos. Cuando Gijón fue reconquistado por las tropas, muchos de los camaradas que lograron salvarse marcharon a La Felguera y Oviedo, a luchar hasta el fin.


Publicado en: El anarquismo en la insurrección de Asturias, Manuel Villar. Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 1994.

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En recuerdo de... Graciano Antuña

Graciano Antuña Álvarez nació en 1903 en El Entrego, entonces denominado Ciaño-Santa Ana. Muy joven ingresó en las filas del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA) y formó parte como representante obrero en el consejo de la Caja Asturiana de Previsión Social. En 1932 fue elegido secretario del SOMA y en enero de 1934 presidente de la Federación Socialista Asturiana (FSA). Como representante de esta última participó en las reuniones que dieron lugar al compromiso de Alianza Obrera, firmado por él, entre otros, el 28 de marzo de 1934, y fue tesorero del Comité Ejecutivo Provincial de Alianza Obrera. Tuvo una destacada participación en la revolución de octubre de 1934, y tras su fracaso, se exilió a Francia. Fue incluido en la candidatura del Frente Popular que ganó las elecciones de febrero de 1936, y resultó elegido diputado al Congreso. Participaron en las reuniones que se celebraron en el Gobierno Civil de Oviedo una vez que llegó la noticia de la sublevación militar en África. Al producirse el levantamiento militar de la guarnición de Oviedo, encabezada por el coronel Aranda, el 19 de julio de 1936, no quiso, o no pudo, salir de la capital asturiana. Vivía en ella, con su mujer y su hijo en una pensión en la calle Posada Herrera, pero pasó esa noche en el domicilio de un conocido en la calle Matemático Pedrayes, donde fue detenido en la mañana del 20 de julio. Ingresado en la cárcel modelo de Oviedo, fue conducido a Luarca el 23 de marzo de 1937, siendo fusilado el 13 de mayo de 1937 delante de las tapias del cementerio de la villa marinera.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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En recuerdo de... Ramón Álvarez

Ramón Álvarez Palomo, “Ramonín”, fue un histórico responsable anarcosindicalista, figura clave de la Revolución de Asturias de octubre de 1934 y miembro del Consejo Soberano de Asturias y León.

Nació en Gijón en el año 1913 y falleció en dicha ciudad el 14 de noviembre de 2003. Panadero de oficio, entregó su vida a la lucha obrera. Comenzó a trabajar de aprendiz en una farmacia a los 12 años, tras formarse en la escuela neutra de Eleuterio Quintanilla. A los 15 años ingresó en la CNT, siendo elegido tres años más tarde secretario de la sección de Panaderos de Gijón. Los veteranos militantes de la organización, como Segundo Blanco, Mallada, José Mª Martínez y Avelino García Entrialgo, le cogen cariño y delante de los demás se referían a él diciendo: “esti ye como si fuera fíu míu”; así que bajo esa protección y tutela se inicia su militancia y formación sindical. A los 20 años fue elegido secretario general de la CNT de Asturias, León y Palencia.

Encabezó los movimientos revolucionarios de la CNT de 1933 y de octubre de 1934 en Asturias, lo que le llevó a la cárcel, donde entabló estrecha amistad con el dirigente anarquista Buenaventura Durruti y otros como Mera o Isaac Puente. Amnistiado en abril de 1934 por el gobierno de Lerroux, Ramón Álvarez, como secretario del Comité Revolucionario de Gijón, volvió a organizar las barricadas en su ciudad natal. Al fracasar el movimiento revolucionario, huye de Gijón con Luis Meana, que era vicesecretario. Caminando monte a través, consiguen llegar a Rengos, donde estaba casada una hermana de Meana. Pasan allí el invierno y en Marzo del 35 deciden intentar llegar a Francia. Ramón Álvarez sale de Avilés por mar y consigue llegar a Bilbao gracias al gijonés, capitán de la marina mercante, Santiago Cifuentes Díaz, que sería fusilado, al igual que uno de sus hijos, al final de la guerra. En Bilbao, toma un taxi hasta la frontera y logra pasar a San Juan de Luz; y de allí, a París, donde permanece hasta la amnistía del Frente Popular.

Al estallar la guerra civil, formó parte del Comité de Defensa de Gijón. También fue consejero de Pesca del Consejo Interprovincial de Asturias y León en representación de la Federación de grupos anarquistas (Federación Anarquista Ibérica, FAI). A principios de 1937 se casa con Carmen Cadavieco, con la que tiene una hija, Diana. Luego de la desaparición del Frente Norte, en 1937, se instala en Cataluña, donde fue secretario del ministro de Instrucción Pública, Segundo Blanco.

Al ser ocupada Cataluña, vuelve a exiliarse en Francia, residiendo primero en Toulouse y más tarde en París. Desde el país vecino viajó por distintos países de Europa dando charlas en favor de la causa de la República. En Francia le sorprende la II Guerra Mundial, que pasa oculto en una zona ocupada por los alemanes, donde estableció contactos con la Resistencia francesa. Secretario del subcomité nacional del sindicato en Francia, pasó a España para participar en Madrid en reuniones decisivas del Comité Nacional de la CNT, en las que se adhiere a la corriente contraria a las tesis de Esglés y Montseny. En 1945 es nombrado, en Toulouse, Secretario del Comité Regional de Asturias en el exilio. El mismo año conoce a la que será su segunda esposa, Aurora Molina Iturbe, hija de un destacado anarquista de la FAI.

Por su casa parisina de la calle Louvel pasó casi toda la totalidad de la clandestinidad anarcosindicalista de Asturias, encargándose el matrimonio de buscarles trabajo y documentación.

A fines de la década de los sesenta contribuyó, junto con líderes de la UGT, a la creación del Fondo Unificado de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA), caja de resistencia destinada a recoger fondos en los centros de trabajo y barrios para ayudar a los obreros encarcelados o despedidos. Su relación con otras organizaciones antifranquistas fue fluida, sobre todo con los ugetistas, pero también con los nacionalistas vascos.

Ramonín retornó a Asturias por vez primera en 1972 y, de forma definitiva, en 1976. En 1978 volvió a ser elegido secretario regional de CNT. En el quinto congreso del sindicato fue uno de los más firmes opositores a la ortodoxia anarquista defendida, entre otros, por José Luis García Rúa. Las discrepancias en el seno del sindicato anarquista propiciaron la ruptura y su participación activa en la llamada CNT renovada (en la que la Regional Asturiana tuvo problemas con el resto de la organización por su posición contraria al NO en el referéndum OTAN) y en la posterior Confederación General del Trabajo, CGT, de la que fue uno de los fundadores (1990), como defensor de la participación de los anarcosindicalistas en la negociación colectiva y en las elecciones sindicales a comités de empresa.Fue director de varios periódicos libertarios, tales como Acción Libertaria (1978-1994), publicación de la Regional de CNT primero, y de CGT después. También escribió varios libros, entre ellos: “Eleuterio Quintanilla. Vida y obra del maestro”, “Avelino G. Mallada, alcalde anarquista”, “José María Martínez. Símbolo ejemplar del obrerismo militante”, “Historia negra de una crisis libertaria” y “Rebelión militar y revolución en Asturias”.

Pocos días después de su fallecimiento, Holm-Detlev Köhler, profesor titular de Sociología de la Universidad de Oviedo, recordaba su figura: “Ramonín tenía una utopía y unos ideales muy claros y los practicaba durante toda su vida [...] Ramonín dedicaba miles de horas al trabajo sindical sin cobrar jamás un duro ni gozar de una sola hora sindical de liberado. Ramonín ponía sus ideales y convicciones siempre por encima de la disciplina de la organización, lo que le convirtió en un crítico incómodo y disidente en muchas fases de la CNT [...] Ramonín, a pesar de trabajar desde los 12 años, era un gran intelectual formado por la vida, la militancia y la escuela librepensadora de Eleuterio Quintanilla. Todas estas cualidades de Ramonín forman la esencia del movimiento obrero y todas estas calidades están ausentes en las organizaciones políticas y sindicales que hoy pretenden representar la tradición del mismo” (artículo “El movimiento obrero ha muerto”, en diario La Nueva España, Oviedo, 18 de noviembre de 2003).

Elaboración propia a partir de:

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lunes, julio 24, 2006

En recuerdo de... Segundo Blanco

Segundo Blanco González nació en Gijón en 1899. Comenzó a trabajar de albañil, actividad que alternó con los estudios nocturnos. Ingresó en la CNT, sindicato en el que pronto destacó y ocupó cargos directivos. Así, dirigió la CNT de Asturias durante la Dictadura de Primo de Rivera, en el período de clandestinidad. Fue detenido en múltiples ocasiones y pasó temporadas en la cárcel. Elegido secretario general de la Confederación Regional de la CNT, fue uno de los militantes anarcosindicalistas más solicitado para intervenir en actos públicos, y dirigió durante algunos períodos el diario sindicalista Solidaridad. Desde la cárcel de El Coto fue uno de los firmantes del escrito que propugnaba la Alianza Obrera con la UGT y los socialistas. No tuvo una participación destacada en la revolución de octubre de 1934, por encontrarse enfermo. Al estallar la Guerra Civil fue nombrado presidente del Comité de Guerra de Gijón. Posteriormente se hizo cargo de la Consejería de Industria en el Consejo de Asturias y León. Formó parte de la Comisión de Guerra creada al declararse “soberano” el Consejo Interprovincial de Asturias y León. Tras la caída de Asturias en poder de las tropas nacionales, fue nombrado por el Comité Nacional de la CNT, instalado en Valencia, secretario de Defensa. En el mes de abril de 1938, un Pleno Nacional lo eligió para incorporarse al Gobierno de Negrín, en el que desempeñó el ministerio de Instrucción Pública y Sanidad. Al terminar la guerra pasó a residir en Orleáns (Francia), pero tuvo que abandonar este país al ser invadido por el ejército alemán. Pasó entonces a México, donde falleció a comienzos de 1957.


Publicado en: La Guerra Civil en Asturias, VVAA. La Nueva España / Cajastur, 2006.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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