La democracia de los pozos
La empresa negoció por primera vez en 1978 con los sindicatos libres un nuevo convenio laboral en el marco de una clima de huelgas políticas
El sindicalismo clandestino ya controlaba los pozos de Hunosa en los últimos años del franquismo. Con sigilo fueron incrustándose en los puestos clave del Sindicato Vertical y abajo, en la penumbra de las húmedas galerías, su voz comenzaba a ser ley. La muerte del dictador, en noviembre de 1975, convulsionó a la empresa. Los mineros estaban de nuevo al frente de la reivindicación social. Por entonces, Hunosa contaba con 24.930 trabajadores. Pero la incipiente democracia conllevaría una inevitable y fugaz mirada al pasado, ya que el futuro de la compañía requería cerrar viejas heridas. En 1976, el ya desaparecido José Manuel Fernández Felgueroso sustituyó al frente de la gran hullera a Andrés Martínez Bordiú. Una de sus primeras medidas fue readmitir a los cabecillas mineros expulsados de la empresa en las huelgas de la década de los sesenta. En total, 103 trabajadores regresaron a los pozos, en algunos casos, tras más de una década de exilio laboral forzoso. Entre ellos se encontraba un joven, José Ángel Fernández Villa, que no tardaría en liderar el SOMA-UGT. Un nuevo capítulo se abría en la turbulenta trayectoria de Hunosa. El movimiento obrero, mientras daba las primeras bocanadas de libertad, se preparaba para regresar a las barricadas.
Los primeros años democráticos se vivieron con mucha intensidad en Hunosa. El Gobierno Civil intervino en 1976 para poner fin a varios meses de huelga en las explotaciones, promoviendo un referéndum interno en el que se decidió la vuelta al trabajo de las plantillas. Con los pozos a pleno rendimiento y los principales líderes sindicales ya en sus puestos, el SOMA-UGT y CC OO comenzaron a ganar protagonismo. En enero de 1978, la dirección convocó a los representantes de los trabajadores para negociar el nuevo convenio, primero que se abordó al margen del Sindicato Vertical y a través de las centrales libres, forjadas en la clandestinidad. La representación de los trabajadores recayó en la denominada Comisión de los 16, integrada casi en su totalidad por representantes del SOMA y de CC OO. Al frente de cada formación estaban dos pesos pesados con una larga trayectoria de lucha social, el ya citado Fernández Villa y Marino Artos. «Fue un momento importante para nosotros y que llevábamos mucho tiempo esperando», recuerda este último.
El documento de acción sindical elaborado en el seno de Hunosa fue un referente a nivel nacional. Varios de sus apartados fueron copiados íntegramente en el Estatuto de los Trabajadores que se elaboraría meses después. El sindicalista morciniego Joaquín Uría asegura que fue un logro para la época: «La primeras elecciones sindicales fueron un éxito y recuerdo que estuvieron muy igualadas, el SOMA ganó por un delegado». La plantilla, de 23.923 trabajadores, eligió a 458 representantes; finalmente, las Asociaciones Profesionales obtuvieron 65, los independientes 2, el SOMA 196 y CC OO 195.
En cuanto a movilizaciones, 1978 acabó convulso. Los habituales conflictos se activaron en octubre con un episodio inesperado que situó a las Cuencas en las portadas de varios periódicos nacionales. Un reducido piquete de trabajadores retuvo al director de Minas de Figaredo en el castillete del pozo. Afortunadamente, la crisis, que levantó una gran expectación, se solucionó sin pasar a mayores.
Peor acabó la revuelta que tuvo lugar en el pozo Nicolasa en octubre de 1979. Una huelga de mantenimiento paró la explotación. Los mineros, tras varios días sin labores, se impacientaron y tomaron las oficinas del pozo para exigir que se les permitiera regresar al tajo. Tres trabajadores fueron detenidos y encarcelados en Oviedo. Se trataba de Manuel Méndez Carnero, Javier Carnicero y Pablo Ramírez. «En el penal estuvimos dos meses y, al final, nos pusimos en huelga de hambre», recuerda Ramírez. Una vez libres, la empresa se negó a readmitirlos. En mayo de 1980 se encerraron en la iglesia de San Juan de Mieres e iniciaron otra huelga de hambre que se prolongaría durante un mes. «Fueron semanas muy duras y finalmente percibimos que había posibilidades de negociar y regresamos a casa», apunta Méndez Carnero. No obstante, tuvieron que esperar hasta el triunfo electoral del PSOE, en 1982, para ser readmitidos en Hunosa. La nueva década, con el acercamiento a Europa y el Mercado Común, trajo nuevos retos para la empresa.
D. Montañés
Publicado en: La Nueva España (edición de las Cuencas), 19 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.
El sindicalismo clandestino ya controlaba los pozos de Hunosa en los últimos años del franquismo. Con sigilo fueron incrustándose en los puestos clave del Sindicato Vertical y abajo, en la penumbra de las húmedas galerías, su voz comenzaba a ser ley. La muerte del dictador, en noviembre de 1975, convulsionó a la empresa. Los mineros estaban de nuevo al frente de la reivindicación social. Por entonces, Hunosa contaba con 24.930 trabajadores. Pero la incipiente democracia conllevaría una inevitable y fugaz mirada al pasado, ya que el futuro de la compañía requería cerrar viejas heridas. En 1976, el ya desaparecido José Manuel Fernández Felgueroso sustituyó al frente de la gran hullera a Andrés Martínez Bordiú. Una de sus primeras medidas fue readmitir a los cabecillas mineros expulsados de la empresa en las huelgas de la década de los sesenta. En total, 103 trabajadores regresaron a los pozos, en algunos casos, tras más de una década de exilio laboral forzoso. Entre ellos se encontraba un joven, José Ángel Fernández Villa, que no tardaría en liderar el SOMA-UGT. Un nuevo capítulo se abría en la turbulenta trayectoria de Hunosa. El movimiento obrero, mientras daba las primeras bocanadas de libertad, se preparaba para regresar a las barricadas.
Los primeros años democráticos se vivieron con mucha intensidad en Hunosa. El Gobierno Civil intervino en 1976 para poner fin a varios meses de huelga en las explotaciones, promoviendo un referéndum interno en el que se decidió la vuelta al trabajo de las plantillas. Con los pozos a pleno rendimiento y los principales líderes sindicales ya en sus puestos, el SOMA-UGT y CC OO comenzaron a ganar protagonismo. En enero de 1978, la dirección convocó a los representantes de los trabajadores para negociar el nuevo convenio, primero que se abordó al margen del Sindicato Vertical y a través de las centrales libres, forjadas en la clandestinidad. La representación de los trabajadores recayó en la denominada Comisión de los 16, integrada casi en su totalidad por representantes del SOMA y de CC OO. Al frente de cada formación estaban dos pesos pesados con una larga trayectoria de lucha social, el ya citado Fernández Villa y Marino Artos. «Fue un momento importante para nosotros y que llevábamos mucho tiempo esperando», recuerda este último.
El documento de acción sindical elaborado en el seno de Hunosa fue un referente a nivel nacional. Varios de sus apartados fueron copiados íntegramente en el Estatuto de los Trabajadores que se elaboraría meses después. El sindicalista morciniego Joaquín Uría asegura que fue un logro para la época: «La primeras elecciones sindicales fueron un éxito y recuerdo que estuvieron muy igualadas, el SOMA ganó por un delegado». La plantilla, de 23.923 trabajadores, eligió a 458 representantes; finalmente, las Asociaciones Profesionales obtuvieron 65, los independientes 2, el SOMA 196 y CC OO 195.
En cuanto a movilizaciones, 1978 acabó convulso. Los habituales conflictos se activaron en octubre con un episodio inesperado que situó a las Cuencas en las portadas de varios periódicos nacionales. Un reducido piquete de trabajadores retuvo al director de Minas de Figaredo en el castillete del pozo. Afortunadamente, la crisis, que levantó una gran expectación, se solucionó sin pasar a mayores.
Peor acabó la revuelta que tuvo lugar en el pozo Nicolasa en octubre de 1979. Una huelga de mantenimiento paró la explotación. Los mineros, tras varios días sin labores, se impacientaron y tomaron las oficinas del pozo para exigir que se les permitiera regresar al tajo. Tres trabajadores fueron detenidos y encarcelados en Oviedo. Se trataba de Manuel Méndez Carnero, Javier Carnicero y Pablo Ramírez. «En el penal estuvimos dos meses y, al final, nos pusimos en huelga de hambre», recuerda Ramírez. Una vez libres, la empresa se negó a readmitirlos. En mayo de 1980 se encerraron en la iglesia de San Juan de Mieres e iniciaron otra huelga de hambre que se prolongaría durante un mes. «Fueron semanas muy duras y finalmente percibimos que había posibilidades de negociar y regresamos a casa», apunta Méndez Carnero. No obstante, tuvieron que esperar hasta el triunfo electoral del PSOE, en 1982, para ser readmitidos en Hunosa. La nueva década, con el acercamiento a Europa y el Mercado Común, trajo nuevos retos para la empresa.
D. Montañés
Publicado en: La Nueva España (edición de las Cuencas), 19 de abril de 2007.
Fuente: La Nueva España.
Etiquetas: Transición
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