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jueves, octubre 11, 2007

El día de la independencia



La segregación de la región con respecto al Gobierno de la II República, que apoyaban la FSA, Belarmino Tomás y CNT, tuvo el rechazo de comunistas, parte de UGT y Juventudes Socialistas

Hoy hace 70 años, en plena guerra civil y acechada por la presión de las tropas de Franco, Asturias se declaró independiente del Gobierno de la II República, ubicado entonces en Valencia. La constitución del Consejo Soberano de Gobierno de Asturias y León (dos meses antes de la caída del frente Norte) fue una medida para asumir la dirección militar y política en un solo organismo, independiente, para planificar la acción sobre el terreno. La decisión tuvo votos en contra, pero fue anunciada con entusiasmo por los periódicos socialistas y anarquistas asturianos. El Gobierno de la República lo consideró una rebelión y Manuel Azaña lo vio como una demostración del afán de Belarmino Tomás, presidente del Consejo, de ser ministro de la Guerra y mandar tropas.

«A las 24 horas del 24 de agosto de 1937» el Consejo Interprovincial de Asturias y León emitía un decreto por el que se declaraba la independencia de Asturias con respecto al Gobierno de la República, ubicado entonces en Valencia.

Aquella segregación se producía poco menos de dos meses antes de la caída definitiva del frente Norte, que iba a sobrevenir el 21 de octubre de 1937, con la entrada en Gijón de las Columnas Navarras, al mando del general José Solchaga Zala, del ejército nacional.

Era precisamente la percepción de las autoridades frentepopulistas asturianas acerca de que las tropas de Franco aceleraban su presión sobre el Principado, para liquidar ese frente antes de la llegada del invierno, lo que condujo al Consejo Interprovincial a dicha declaración de independencia mediante la fórmula de constituirse en Consejo Soberano de Gobierno de Asturias y León.

Además de este temor al avance nacional, en las mismas horas en las que el Consejo adoptaba esta medida, en un tensa y discordante reunión, la ciudad de Santander se tambaleaba ante las brigadas navarras e italianas y los dirigentes asturianos veían cómo la línea del frente penetraba ya por el oriente de la región.

Y otro hecho histórico sucedía en esa misma jornada: dirigentes políticos y militares republicanos del Partido Nacionalista Vasco y mandos italianos del bando nacional firmaban el Pacto de Santoña, por el cual el ejército vasco, a espaldas del Gobierno republicano de Valencia, ofrecía su rendición a cambio de que fueran declarados prisioneros de guerra y de ser evacuados por buques ingleses.

Aunque el pacto no se hizo efectivo, pues Franco lo revocó y mandó encarcelar a los vascos en la prisión de El Dueso (Santoña, Cantabria), el espíritu que revelaba dicha rendición era totalmente derrotista.

La caída de Santander, el día 26 de agosto, y la retirada del ejército vasco dejaba a Asturias en absoluta soledad bélica, de ahí que el citado decreto de declaración de soberanía iniciaba su razonamiento preliminar con las siguientes frases: «Quien repase en su memoria hechos históricos, hallará la confirmación de que una ciudad sitiada asumió siempre la integridad de su responsabilidad. Dos encontradas corrientes coinciden en el punto de esta necesidad: una, la dificultad, cuando no la imposibilidad, de consultar las decisiones con el supremo poder político del país; otra, la inaplazable urgencia de resolver minuto por minuto».
Tras advertir que «puede asimilarse el caso de una provincia o región sitiada hoy al caso de una ciudad y su contorno sitiada antaño», el decreto manifiesta que «caracteriza a una ciudad o región sitiada la desaparición de líneas divisorias entre lo civil y lo militar (...). No hay frente militar y retaguardia civil: todo es frente».
Por tanto, el Consejo Soberano de Gobierno de Asturias y León asume la jurisdicción militar y política, pero no las va a ejecutar cada una por separado, sino conjuntamente, declarando una especie de estado de guerra o unas medidas represoras contra la quinta columna, que van a afectar a toda la población, principalmente a Gijón y Avilés, mayores núcleos urbanos del momento.

La declaración de independencia, o de soberanía, iba a ser recibida con cierto entusiasmo interno impulsado por la labor propagandística de los periódicos «Avance» (socialista) y «CNT» (anarquista), pero, sin embargo, iba a recibir furibundas críticas, tanto en el seno del propio Consejo declarado soberano como en el Gobierno valenciano de la República.
En Asturias, se opondrán a esta medida los comunistas, una parte de la Unión General de Trabajadores (UGT) y las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), mientras que los anarquistas respaldarán aquella idea socialista, concebida por Amador Fernández, respaldada por la Federación Socialista Asturiana y por Belarmino Tomás, presidente del Consejo.
De hecho, tras una agitada deliberación en el seno del Consejo Interprovincial, formado por quince consejeros, el citado decreto recibirá cinco votos en contra: el de los comunistas Juan Ambou, Gonzalo López y Aquilino Fernández Roces, y el de los miembros de las JSU Rafael Fernández y Luis Roca de Albornoz.

Fernández argumentará que el presidente del Consejo y gobernador general de Asturias, Belarmino Tomás, podía asumir todas las atribuciones de mando, civiles y militares, sin recurrir a la fórmula soberanista, pero sí mediante las competencias de que gozaba dentro del Estado republicano.

Por su parte, Juan Ambou afirma que nunca el Partido Comunista dará un paso hacia la desmembración de la República.

Fuera de Asturias, la decisión soberanista recibirá críticas furibundas, comenzando por las del presidente de la República, Manuel Azaña, que las recogió en sus «Diarios de guerra».
Así, Azaña escribirá el día 26 de agosto en sus cuadernos: «Y van a encerrarse en Asturias. Naturalmente, lo primero que han hecho en tal situación los directores del cotarro asturiano es constituirse en Gobierno soberano. O sea, rebelarse contra el Gobierno, por las buenas. Digo naturalmente porque la reacción espontánea de cada cual, ante las dificultades, consiste en erigirse en mandamás».
A los pocos días, el 8 de septiembre, recibirá al ministro de la Guerra, el socialista Indalecio Prieto, que en aquel momento era presidente en funciones del Consejo de Ministros, por viaje al extranjero de Negrín, y Azaña añadirá en sus escritos: «Prieto está indignado y dolido con la disparatada conducta de los asturianos. Se ha conseguido sacar de allí al general Gamir, destituido por aquel Gobierno soberano, y debe de estar en Francia, aunque el Ministro no tenía noticias suyas. No dejan salir de allí a nadie. Todos han de morir... La comunicación aérea ya no funciona, desde que han derribado el avión regular con Francia y matado al piloto».

Algunos de estos datos que menciona Azaña corresponden a decisiones tomadas por el Consejo Soberano en sus primeros días de actividad, a finales de agosto de 1937. Así, el Gobierno independiente sustituye al general Gamir por el coronel Prada en el mando del ejército del Norte, el XIV Cuerpo.
Al mismo tiempo, el Consejo prohíbe la salida de cualquier persona del territorio asturiano. Cuenta en su libro «Guerra y vicisitudes de los asturianos» Julián Zugazagoitia, entonces ministro de Gobernación de la República, que la frase «de aquí no sale ni Dios» era la que había pronunciado algún «soberano», es decir, un miembro del Consejo.
La prohibición de salida, continúa Zugazagoitia, crea un conflicto internacional, ya que «la Embajada norteamericana, que había enviado a El Musel un buque para sus connacionales, se encontró sorprendida con la noticia de que no es posible porque de Asturias no salía nadie».

Volviendo a los diarios de Azaña, el día 9 de septiembre, anota su interpretación de lo que está sucediendo en Asturias con su declaración de soberanía.
Azaña cuenta que ese día ha recibido a «los diputados en Cortes de Izquierda Republicana por Asturias, Menéndez y Laredo». Y agrega que «la situación que pintan es como yo había podido figurármela». Recoge Azaña que ambos diputados «truenan contra Belarmino Tomás y su desmesurada ambición de mando y de dirigirlo todo. Los republicanos han estado y están reducidos en Asturias al papel de gente tolerada, cuando no oprimida. Reconocen que la empresa sobre Oviedo, el afán de tomar la ciudad, las fanfarronadas sobre el triunfo fácil y la dirección de las operaciones han sido funestos».
Todo lo hasta aquí relatado se lo atribuye negativamente Manuel Azaña a Belarmino Tomás, pero irá más lejos al afirmar que «en Asturias, aun antes de formarse eso que han llamado Gobierno soberano, existía un Consejo de Ministros, con trece o catorce ministros, más subsecretarios, directores generales, etcétera, etcétera. El afán de Belarmino era ser ministro de la Guerra y mandar las tropas».

Este juicio sobre Tomás, persona por la que el presidente de la República no sentía ninguna simpatía, podría ser uno de los que expliquen la declaración de soberanía en Asturias, pero ello no estaría del todo claro, pues Belarmino Tomás ya disponía de las atribuciones bélicas.

Al comienzo de la contienda civil española se había creado el Comité Provincial del Frente Popular de Asturias, con sede inicial en Sama de Langreo, que posteriormente se trasladaría a Gijón tras la caída del cuartel de Simancas, asediado por los milicianos frentepopulistas desde el 19 de julio al 21 de agosto de 1936.

El Consejo de Ministros de la República decreta el 23 de diciembre de ese año la constitución del Consejo Provincial de Asturias, que a los pocos días pasa a denominarse Consejo Interprovincial de Asturias y León, pues el norte de esta última región se hallaba bajo control republicano.

Presidía el Consejo Interprovincial el gobernador general de Asturias y León, Belarmino Tomás, encargado también del departamento de Guerra.

Por tanto, la presencia de Tomás y su hipotético personalismo ya eran factores previos a la declaración de independencia. Lo que se podría dilucidar es si la declaración de soberanía venía acompañada por ciertas y rectas intenciones defensivas del territorio de Asturias o era, en cambio, un Consejo Interprovincial que, según Ambou, no debería haberse denominado de la soberanía, sino de «la evacuación o de la huida».

J. Morán


Publicado en: La Nueva España, 24 de agosto de 2007.
Fuente: La Nueva España

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