¿Ofensiva sobre Oviedo o contra las columnas que avanzaban desde Occidente?
Asturias llevaba ya dos meses y medio combatiendo sin cesar, en un proceso constante de superación, tanto en cantidad como en calidad. Habíamos aprendido mucho en la resistencia, tanto en las victorias como en los reveses.
Llegó el momento de organizar una operación militar ofensiva de gran alcance. Y aquí estalla la polémica: ¿Qué hacer? ¿Atacar a Oviedo tratando de derrotar a Aranda o concentrar lo mejor de nuestras fuerzas contra las enemigas que avanzaban desde Occidente con el objetivo, reiterada e inequívocamente manifestado por el mando faccioso, de romper el cerco de Oviedo?
Nosotros, Partido Comunista, defendimos terca, pero vanamente, la idea de destruir la ofensiva de Mola y Martín Alonso volcando lo mejor de nuestras fuerzas combatientes contra las suyas, con el objetivo de cortar su línea de penetración por diferentes puntos de su larga retaguardia. Y mantener el cerco de Oviedo, proteger Gijón y Trubia con las fuerzas mínimas indispensables.
Entendíamos que su alargada línea no podría defenderse de un ataque bien organizado por la parte republicana. A pesar de los refuerzos recibidos, era perfectamente vulnerable. A esa conclusión se llegaba después de un estudio sereno, marxista, de la situación concreta, real, de aquellos momentos.
Pero Oviedo era el sueño dorado de Don Inda y de sus seguidores en Asturias. ¡Oviedo por encima de todo!, era el grito de guerra. Y ese grito, esa idea, prevalecieron. Todos queríamos, naturalmente, tomar Oviedo; sabíamos el valor moral que encerraba la reconquista de la capital; pero esto había que hacerlo cuando se dieran las condiciones para ello y no por amor ciego a la vetusta ciudad. A buen seguro que se podría conquistar cuando estuvieran protegidas nuestras espaldas, cuando estuviera bien asegurada nuestra retaguardia, que pudiera haber sido toda la zona occidental de Asturias y aun Galicia y León. La parte más estratégica de esta última provincia, casi todo el norte, estaba ya en nuestras manos.
Sin embargo, decidida la operación ofensiva sobre Oviedo, nos sumamos a ella sin ninguna vacilación, conscientes de nuestra responsabilidad y con indiscutible entusiasmo.
La ofensiva se inicia a las 5 de la madrugada del 4 de octubre con una preparación y organización militar de las unidades combatientes muy superior a la que teníamos dos meses antes.
La artillería juega un papel de alta importancia, tanto moral como material. Los facciosos cercados en Oviedo hablaron más tarde de las noches -y los días- de terror ocasionados por nuestra acción artillera. Acción que no fue más intensa debido a que a los pocos días de iniciada la operación empezaron a escasear los proyectiles, lo que originó enconadas discusiones, entre el coronel Franco, director de la fábrica de Trubia, y jefes artilleros auténticamente leales.
Sin menospreciar en absoluto la actuación de los artilleros profesionales, hay que destacar que los verdaderos héroes de esa acción fueron los hermanos Campa, comunista uno de ellos y socialista el otro —todo un símbolo de la unidad de comunistas y socialistas—, quienes participaron en el combate a veces en la misma vanguardia. Recuerdo como si fuera hoy cuando uno de los Campa atacaba, precisamente en vanguardia, la casa de Melquíades Álvarez, en la Silla del Rey… Después de la andanada artillera, Campa empuñó el fusil y se unió a los milicianos para tomarla. ¡Y la tomaron! Pero en esta ofensiva uno de los Campa perdió la vida, como más tarde había de ocurrirle a su hermano. ¡Qué revolucionarios dio nuestra Asturias!
La aviación, muy menguada en número, realizó auténticas proezas, empleándose a fondo, tanto en la preparación de las operaciones como en el apoyo a los infantes milicianos en las operaciones mismas. Téngase en cuenta que ya entonces la aviación nazi estaba interviniendo cada día con mayor intensidad. En la película de Karmén, famoso cineasta soviético, aparecen repetidamente, en un soleado día de octubre, los aviones de la Legión Cóndor. Von Faupel y Von Keitel ya mandaban en España.
También algunos blindados hacen su aparición en esta ofensiva. Son los construidos por nuestros técnicos y obreros en diferentes fábricas.
En cuanto a los servicios, ya hemos mencionado en el apunte anterior los notables éxitos logrados, lo mismo que en lo referente a la ingeniería militar.
Pero las irregularidades aún eran muchas. En lo militar podemos asegurar que por la base se progresaba más que en la dirección militar de la guerra. La ofensiva de octubre se realiza sin contar todavía con un verdadero Estado Mayor y un jefe digno del mismo. En lo que existía de Estado Mayor se incrustó un militar alemán que había participado en la primera guerra mundial. Desde luego, el delegado del Gobierno lo aceptó. Nosotros dudábamos mucho de él. No sabíamos ni de dónde ni cómo había llegado. Al parecer procedía de Euzkadi. Confiábamos en el que fuera teniente de Asalto, Francisco Lluch Urbano, extraordinariamente inteligente, y en los mandos principales del cerco de Oviedo: Damián Fernández y Francisco Martínez Dutor. Y en jefes milicianos y profesionales que habían probado su capacidad y lealtad en los combates. Y, naturalmente, confiábamos en nosotros mismos, es decir, en el Comité Provincial del Frente Popular. Finalmente, no sería justo omitir las tan valiosas como prudentes recomendaciones del principal consejero soviético que había llegado a Gijón recientemente.
Las fuerzas más importantes que atacaron Oviedo fueron: las de Damián Fernández, del capitán Calleja y del capitán Sacedón, que mandaba una unidad santanderina. Al mismo tiempo proseguía nuestra resistencia, tratando de frenar la progresión de las columnas que procedentes de Occidente tenían como meta romper el cerco de Oviedo.
Así las cosas, fuimos a visitar algunos frentes en compañía del notable escritor soviético y director de Pravda M. Koltzov y del famoso cineasta, también soviético, Román Karmén. El primero narró de una manera veraz, objetiva, todo lo que vivió en los frentes de Asturias, en crónicas que fueron publicadas por Pravda primero y posteriormente recopiladas en un libro universalmente conocido: Diario de la guerra de España.
Karmén se granjeó inmediatamente toda nuestra simpatía. Con su cámara lo captaba todo. Recuerdo que se enfurecía cuando las “pavas” nazis volaban demasiado alto. Quería que en la película salieran hasta los pilotos con los más mínimos detalles. Enamorado de su profesión, comunista convencido, alegre, seguro, valiente, responsable, hizo una o más películas que aún deben existir en alguna parte y que constituyen un documento vivo de inestimable valor de nuestra lucha en Asturias contra el fascismo…
En el curso de la resistencia se produjo un hecho en extremo emocionante para mí. Y fue que el día 7 de octubre cayó en nuestro poder el depósito de máquinas del Ferrocarril del Norte. Exactamente el mismo día que lo tomamos dos años antes, en octubre de 1934. Pero ¡qué diferencia! Lo de octubre de 1934 fue un asalto valeroso, temerario, con unos cuantos fusiles y dinamita. Ahora, octubre de 1936, la potencia de fuego, la dirección y concentración del mismo, eran realmente expresión de un gran combate que produjo la derrota y la desbandada de los facciosos… Y la hazaña fue del “Sangre de Octubre”, que actuó también en Olivares y Buenavista. La Argañosa completa fue reconquistada.
Ya hemos llegado a un punto que hace vibrar todo mi ser, pues la entrada en mi barrio me produjo una de las grandes emociones de mi vida. Siempre La Argañosa había sido espiritualmente mía aun después de haberla perdido. Pero ahora volvía a ser mía también físicamente. Nuestros bravos combatientes del “Sangre de Octubre”, muchos de ellos argañosinos, la estaban reconquistando palmo a palmo.
Con Koltzov y Karmén llegamos a la Fuente de la Plata —lugar de mis primeros amores—, y allí pude abrazar a los hermanos Arce, a Gustavo Fernández y a otros camaradas cuando precisamente estaban enfrascados en intenso cambio de disparos con los facciosos que defendían sus últimos reductos en las canteras de Modesto. Seguía, y ante nosotros estaba, la entonces más alta casa de San Antonio —la de Modesto—, en la cual nuestra artillería había abierto grandes boquetes por lo que penetraban nuestros milicianos para avanzar más y más. A la izquierda el Depósito de Máquinas del Norte, donde yo trabajaba y donde se instaló el Comité Revolucionario, elegido democráticamente en plena calle —donde terminaba precisamente la línea de tranvías— el 7 de octubre de 1934. Más allá estaba la escuela particular de San Antonio, del maestro Isidoro García —también vendedor de gramófonos—, en la que aprendí las primeras letras y a dar las primeras patadas de fútbol en el equipo infantil “Covadonga”. Entramos a la escuela. En las paredes, colgadas, no pocas fotografías de nuestra infancia. ¡Qué emoción! Y ya fuera, la “caleya” que conducía a las canteras y a la Ería.
Observaba cómo también Koltzov y Karmén compartían mi emoción.
Lo más impresionantemente humano se produjo cuando vecinos, amigos, compañeros de trabajo y algún que otro camarada, que habían abandonado sus casas convertidas en escenarios de la guerra, se abalanzaban sobre mí y me abrazaban llorando unos, riendo con inmensa alegría otros, gritando, maldiciendo a los fascistas; siempre con esas expresiones de humana emoción que sólo en estos singulares casos se dan.
¡Cuántas cosas decían! ¡Y con qué inigualable fuerza humana!
“¡Juan, Juan! Acaban de matar a Elías —el más pequeño de los Eusebio—, pues salió emocionado de su casa al ver que los suyos volvían y una bala lo mató.”
Otro me decía: “Mataron a mi padre, al hermano de Pepe, al hijo de Gustavo. ¡Asesinos falangistas!”
Atropellándose, queriendo todos decirme al mismo tiempo cuánto habían sufrido por las depredaciones fascistas, me ponían en un verdadero aprieto. ¿Cómo escucharlos a todos? Yo quería saber de todos, estaba ávido por saber todos. Y creo que pude escuchar, de alguna manera que no puedo describir, a todos.
Recuerdo:
“Todos los rateros y granujas del barrio son falangistas, así como los vagos de profesión: el Becerra, el sobrino del barbero y otros.” En efecto, la Falange reclutaba para sus filas a los lumpenproletarios, a la escoria de la barriada, incluso a elementos presidiarios…
“Saquearon tu casa”, decían otros. Y nombraban a los delatores, a los repugnantes confidentes, a los asquerosos soplones.
Preguntaba yo por todos y ellos querían saber de todos los que habían podido salir en los primeros momentos de la sublevación fascista.
Y seguimos nuestro camino, metiéndonos por los boquetes —obra de artilleros y dinamiteros— de los edificios y guiados por milicianos. Hasta que uno de ellos gritó: “¡Ya estamos en Facetos!” En la empinada Facetos sacó Karmén de nuevo su cámara. Y rodó la película que después pude ver en Barcelona. Sale la calle Facetos y La Argañosa, el Naranco visto desde allí; aviones nazis y milicianos, más milicianos.
Precisamente la casa de La Argañosa, que hace esquina con Facetos, es en la que yo vivía al estallar la guerra. Y al lado la de azulejos verdes, en la que viví durante toda mi infancia y juventud hasta octubre de 1934, en que me fui a Trubia y al monte con 400 pesetas que me dio mi padre, que era cuanto tenía…
Los dueños de la de azulejos eran los Arias, de Las Regueras. Y la Busdonga, dueña de carnicerías, lo era de la última en la que vivía después de regresar de la URSS, ya casado. Y con una hermosísima niña: Aída. Tenía que llamarse así, como mi inolvidable camarada Aida de la Fuente.
Subimos presurosos al segundo piso con Koltzov y Karmén. La puerta de la izquierda estaba precintada. La forzamos y entramos. En efecto, todo se lo habían llevado, todos mis libros. Y sólo dejaron algo que a Koltzov le llamó extraordinariamente la atención: una muñeca que había traído de Moscú. Todo un símbolo.
Bajada un poco a saltos, por los muchos peldaños rotos que había. La casa, como todas las demás, estaba desierta: era el frente de lucha.
Al salir a la calle, un miliciano argañosino me abordó: “Juan, vinieron por ti para que te presentaras en el cuartel y ascendido.” En efecto, yo había sido sargento de complemento, pues “serví al rey” y trabajé al mismo tiempo… “Pues que me vayan a buscar al Departamento de Guerra, allá en Gijón”, le dije al muchacho, conteniendo la risa. El miliciano siguió “Tus libros están expuestos para demostrar que eres extranjero y recibes órdenes de Moscú.” “Bueno, si posible fuera, les diría a estos felones que no recibo órdenes; pero sí a estos admirables camaradas soviéticos —apuntando a Koltzov y Karmén—, que vienen como internacionalistas a ayudarnos, como nos ayuda el Gobierno y todo el pueblo soviético…”
* * *
Lo bueno del barrio, lo humano, lo políticamente mejor era nuestro. Era mi barrio, mi casa grande, donde hablé por primera vez en 1933 contra la guerra y el fascismo, en el solar contiguo al bar de los Eusebio; el barrio obrero de los ferroviarios; el del Ateneo Obrero de La Argañosa, centro de conspiración juvenil y depósito de armas antes de 1934; el barrio donde organicé la primera célula del Partido Comunista, que actuaba coordinada con la del Depósito de Máquinas; el de octubre de 1934, bautizado por el gobernador del bienio negro como el “Barrio Rojo”.
Mi barrio, orgullo de la insurrección de 1934, estaba de nuevo en manos de sus legítimos dueños. ¡Qué amor siento aún por mi barrio!
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Y ya arranquémonos del barrio de La Argañosa. Vayamos de nuevo con los combatientes de otros sectores del cerco a Oviedo. Los nuestros obligan a retroceder a las fuerzas de Aranda. Se rompen sus tres famosas líneas de resistencia, penetrando profundamente en la ciudad. El día 16 de octubre interceptamos y desciframos un parte que Aranda envía a Martín Alonso, en el que aquél decía que la situación se agravaba de tal manera que en aquellos momentos estaba tomando las medidas necesarias para una retirada general hacia los cuarteles, donde esperaba defenderse.
Pero no pudimos simultanear los éxitos de la ofensiva sobre Oviedo con un esfuerzo tal que paralizara el avance hacia Oviedo de las unidades de Martín Alonso, constantemente reforzadas… No teníamos, sencillamente, efectivos para dos grandes operaciones militares. De ahí nuestra primera actitud contraria a que el grueso de nuestras fuerzas se concentrara en el cerco de Oviedo… La resistencia republicana fue rota en el cruce de El Escamplero. Desde ahí las vanguardias enemigas se lanzaron sobre el Naranco, un Naranco desguarnecido, pues las unidades de Damián estaban participando desde el comienzo de la ofensiva sobre Oviedo… Y así, el día 17 de octubre se rompe el cerco republicano a la capital. Por el Boquerón de Brañes y sobre el Pico del Paisano, con la ayuda de nuestros prismáticos, podíamos ver claramente los uniformes de los regulares, las fuerzas coloniales moras, la carne de cañón barata que una vez más empleaba Franco contra los asturianos…
Comenzaba una nueva etapa en nuestra lucha. Se había establecido, aunque débilmente, el “pasillo” o “corredor” desde Grado a Oviedo.
La oportunidad ideal para estrangular la resistencia facciosa en Oviedo fue al comienzo mismo de la sublevación; pero las columnas milicianas que podían haberlo realizado con los antifascistas de la capital habían sido llamadas a defender Madrid. Como si cupiera en cabeza humana —perdónesenos la insistencia— que los obreros asturianos podían atravesar tan fácilmente una Castilla en donde el fascismo, la vieja reacción y el más desenfrenado caciquismo eran dueños absolutos de todo, en general, y donde, naturalmente, triunfó el golpe militar fascista, pese al esfuerzo de soldados tan leales como los generales Caminero, Batet y otros, cuya fidelidad a la legalidad republicana no encontró eco en las guarniciones respectivas.
La ruptura del cerco de Oviedo tuvo entre nosotros repercusiones políticas. Hubo un intento de inculparme, como responsable del Departamento de Guerra, de lo ocurrido, y hasta se habló de sustituirme. ¡Cómo! Si había sido yo, en nombre del Partido, el que me había opuesto en el seno del Consejo a que se realizara la ofensiva sobre Oviedo, descuidando toda la parte occidental y menospreciando al ejército faccioso, que recibía constantes refuerzos en hombres y armas con el archiconocido objetivo de romper el cerco de Oviedo. Habló Amador del entusiasmo con que yo desempeñaba el cargo de Delegado de Guerra, y por esta vez se me perdonó la vida, políticamente hablando.
* * *
Nos dolió lo acontecido. Se estableció el contacto de las columnas facciosas con Aranda, a causa del segundo error que se cometía por la borrachera de ciertos dirigentes de Madrid y de Asturias, que querían tomar Oviedo sin tener en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas de la provincia y sus aledaños.
Estábamos obligados a tomar buena nota de esta nueva lección. Y repetirla para no olvidarla. ¿Quién puede dudar que si rompimos las defensas exteriores del cerco de Oviedo no hubiéramos también podido lograr, sumando las fuerzas que atacaban Oviedo a las que resistían el avance de Martín Alonso, la derrota de las columnas que éste mandaba?
Si, como dijimos, Aranda hablaba de retirarse a los cuarteles y Martín Alonso acusaba cansancio y no cesaba de pedir refuerzos a Mola, ¿no está claro como la luz del día —perdónesenos la insistencia— que sólo cuidando el cerco de Oviedo y volcando el grueso de las fuerzas disponibles sobre los facciosos que se acercaban a la capital, hubiéramos hecho morder el polvo de la derrota a nuestros enemigos, para proyectarnos después con fuerza sobre Galicia y en su día contra Oviedo mismo?
Esto estaba muy claro. Pero no para todos. Y tan es así, que volveríamos a cometer el mismo error en febrero de 1937, en las condiciones concretas de ese momento del que hablaremos en su oportunidad.
Pero aún reconociendo ese grave error, ¡qué maravillosa capacidad organizadora y combativa la del proletariado astur y sus aliados naturales, que en sólo tres meses pudieron poner en pie de guerra un ejército miliciano que atacó Oviedo al mismo tiempo que mantenía una resistencia heroica en occidente!
Y esto se hizo sin tener todavía un verdadero Estado Mayor, como hemos indicado en líneas anteriores; y no lo tuvimos hasta que se encontró un jefe de absoluta lealtad y capacidad como el teniente coronel Linares, con colaboradores de tanta valía como Francisco Ciutat y Francisco Lluch Urbano, entre otros.
Además, sabíamos que la lucha de octubre no había sido fácil ni gratuita para el enemigo: el número de sus bajas, como las nuestras, fue considerable; la distracción de fuerzas de otros frentes, muy importante, y con esas fuerzas, jefes enviados incluso directamente desde el cuartel general de Franco.
Éramos conscientes de que habíamos dado una no pequeña contribución a los ejércitos leales que preparaban la defensa de Madrid o actuaban en otros teatros de operaciones. Lo éramos de que en estos primeros tres meses la lucha continua e intensa de Asturias no encontraba parangón en casi ningún otro escenario de la guerra antifascista y de liberación nacional.
En el lugar llamado de “Las Varas de Hierba” (o en la Casa Negra, en la carretera del Naranco), por la loma del Canto, punto principal fortificado en la línea defensiva de Aranda y escenario de cruentos combates, cayó para siempre, entre otros, un auténtico héroe proletario: el capitán de una compañía del “Sangre de Octubre”, nuestro entrañable camarada Colombiano Machado, zapatero, viejo militante, destacado combatiente en octubre de 1934, con quien viví en la emigración hasta abril de 1936. Gravemente herido cayó el comandante del “Sangre de Octubre”, Manolín Fernández, en el puente de La Argañosa.
Por eso no cabía desmoralización. La clase obrera y sus aliados tenían conciencia de su propia fuerza y eran capaces de forjar nuevas hazañas. Sabían por qué luchaban, lo que el fascismo representaba para los trabajadores y para la nación misma… Oleadas de terror y de sangre en la retaguardia franquista habían de confirmarlo durante la guerra misma y el recrudecimiento del terror en los tenebrosos días de la posguerra.
Y la pelea continuó día tras día. Los ataques al “pasillo” se iniciaron inmediatamente. Y con inusitada furia, como lo demuestran los ataques sobre Peñaflor y El Escamplero, llevados a cabo por dos batallones hermanos del País Vasco: los mandados por nuestro gran dirigente Jesús Larrañaga y por Rehola.
No tiene, pues, nada de asombroso que nosotros, con renovados bríos, trabajáramos en el Departamento de Guerra sin tregua ni descanso, con el fin de mejorar día a día las condiciones combativas de nuestros héroes, alma de obreros conscientes, soldados ya con férrea disciplina.
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Cerramos este apunte con un hecho que no podemos dejar de reseñar: el envío al Norte de la escuadra republicana, precisamente cuando se desarrollaban las operaciones de que venimos hablando.
Hacer llegar hasta Gijón la flota republicana constituyó, sin duda, una audaz maniobra naval. Bombardeó el litoral por donde venían sobre Oviedo las fuerzas enemigas, desembarcó en Gijón más de 2.000 fusiles con su dotación correspondiente y elevó, desde luego, aún más la moral de los combatientes y de la retaguardia, a la que siempre hay que tener en cuenta.
Su estancia en el Norte fue breve, pues no contábamos con aviones ni con cañones antiaéreos para defenderla. En estas condiciones zarpó rumbo al Atlántico y al Mediterráneo el 10 de octubre. Como se puede observar, en plena ofensiva republicana sobre Oviedo.
En general, todos convinieron en que, pese a las buenas intenciones del Ministro de Marina, el desplazamiento de la flota al Norte fue, militarmente hablando, perjudicial. Téngase en cuanta que la flota tenía que custodiar a los barcos que con pertrechos de guerra y alimentos venían de otros países, particularmente de la URSS; que había limitado en buena medida —y podía seguir haciéndolo— el traslado de fuerzas coloniales y del Tercio de Marruecos a la Península, y que su ausencia podría facilitar, como así fue, que la flota enemiga dominara el Estrecho de Gibraltar… El destructor “José Luis Díez” y otras unidades navales de guerra quedaron en Gijón y otros puertos del Norte.
Juan Ambou
Publicado en: Los comunistas en la resistencia nacional republicana (la Guerra en Asturias, el País Vasco y Santander), Juan Ambou. Hispamerca, Madrid, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.
Etiquetas: Guerra Civil