El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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lunes, abril 24, 2006

En recuerdo de... Belarmino Tomás

Belarmino Tomás: Casi una biografía

Cuando Belarmino Tomás subió en el automóvil aquel que lo llevaría ante López Ochoa, el asunto de la valentía ocupaba probablemente muy poco espacio en su cabeza. Tenía 42 años, el cargo de Presidente de la Federación Nacional de Mineros, trabajó en la mina de San Vicente, la casa de Gargantada... la estabilidad que todo eso representaba no era demasiado comparando con todos aquellos 42 años.

En la Casa del Pueblo se Sama había leído novelas de Palacio Valdés; había leído La aldea perdida, y ese mundo idílico de la provincia montañosa verde y campesina, que se iba descomponiendo con las minas y el ferrocarril, le había parecido absurdo.

Porque Belarmino contaba en las charlas de chigre que su padre, Sandalio, había sido minero; y que su madre, Cándida, había sido campesina. Pero sabía que Sandalio era lo mismo minero que pinche de la construcción, que cargador, que cualquier cosa. Que había llegado a Lavandera huyendo del paro que había en Lieres. Que había encontrado dónde vivir en la casa de una viuda, Teresa. Que Teresa tenía una hija, Cándida, y ni un solo metro de tierra para cultivar; que se mantenía de lo que el hospicio de Oviedo le daba por cuidar algún huérfano, y que había empezado a no tener nada mucho antes que la mayor parte de los hombres y mujeres de su provincia.

Belarmino sabía que cuando nació, un 29 de abril de 1892, Sandalio no acompañó a Cándida al juzgado. Sabía que a los once meses los tres marcharon de Lavandera, y que Sandalio trabajó debajo del agua doce horas diarias durante muchos años, apuntalando los pilotes del hermoso puerto que se estaba levantando. Sabía que había vivido en una habitación de El Llano entonces, y también después, cuando nacieron las dos primeras hijas.

Recordaba que tuvieron que subir de nuevo a Lavandera, y que una mañana Sandalio lo llevó a las minas de yeso de La Sierra, donde los dos tuvieron trabajo. Que él, Belarmino, con sus once años, se metía por agujeros tan estrechos que apenas dejaban respirar.

Recordaba que el trabajo no duró mucho, porque una gran vía estaba construyéndose al borde de la casa de Teresa, por donde pasaría el tren que jamás llegaría a unir el Musel con las minas de San Martín del Rey Aurelio, y que había podido colocarse como pinche en las obras.

Recordaba la buena cantidad de gallegos, leoneses y castellanos, que cayeron de pronto sobre Lavandera para trabajar en la vía. Recordaba cómo la casa de Teresa se había reducido al piso pequeño de arriba, donde convivían 10 persones, porque en el de abajo hubo que dar pensión a “los gallegos”, para sacar un dinero extra.

Recordaba el atardecer aquel en que Sandalio tundió a “un gallego” de espalda ancha que se levantó del suelo con la navaja reluciente; y como él, Belarmino, había agarrado sin más discusiones la piedra más grande que podía coger para azotarla en la cabeza del “gallego”.

Luego las obras se suspendieron sin razón alguna, y la familia había arreado otra vez para Gijón. Había vivido en una casita por Ceares, trabajando en las obras, y luego en una fábrica de ladrillo. Había visto las huelgas de los trabajadores del muelle, las peleas de las pescaderas, el cuerpo del recién nacido aquel que había estado flotando dos días en el Piles. Y los acuchillados por la noche, y las casas de mujeres, y los locos y los deformes...

Recordaba su primera hermana, Paz, trabajando en el servicio en la casa de un doctor. Cómo la mujer del doctor era muy elegante y decía que Paz era una marrana, y cómo él había bajado un día a casa de la señora, le había repetido todas las lindezas que había aprendido en asturiano, en gallego y en castellano, y se había llevado a su hermana.

Otros se habían hecho albañiles, aprendieron a conocer una máquina, o fueron guardias civiles, o empleados de la municipalidad o manejaron un tranvía.

Sandalio y Belarmino, no. “Los salarios que se pagaban por aquel entonces no daban lo suficiente para poder vivir”, contaba Belarmino, así que la familia se fue a probar suerte en la cuenca de Langreo. Alquilaron una casa en Pando, siempre la más ruinosa, y los dos hombres, uno con 13 años, fueron a trabajar a las obras. Sandalio pidió favores y Belarmino entró de ayudante de herrero en la Tornillera del Nalón.

Luego siguió el rastro de Sandalio hasta La Teyerona, la fábrica de ladrillos refractarios de La Felguera. Cargaba y descargaba; las hermanas trabajaban en las escombreras de las minas, y Belarmino recordaba bien la tarde en que el jefe pasaba de largo por el patio, y la necesidad que sintió, y cumplió, de sacudirle un ladrillazo. No acertó, pero fue despedido “por revolucionario”.

“Esto sucedía en el mes de febrero de 1906” – cuenta Belarmino-. En marzo de 1906 empezó a trabajar en el 5º piso de Carbones Asturianos, en donde se afilia por primera vez a la Agrupación Socialista, “única organización que existe y que funciona a base múltiple”.

De allí al Fondón, a una explotación donde trabajaba Manuel Llaneza. En esta mina y a la hora de comer, se entablaban conversaciones donde se hablaba de socialismo..., tertulia a la que nunca faltaba “el Guaje”. Así le llamaban Llaneza y los otros.

Rcordaba que Llaneza y los compañeros habían sido despedidos. Recordaba sus primeros paseos por las aldeas, los primeros cortejos y las primeras batallas campales con el garrote y los puños.

Se acordaba de haber sido a los dieciséis años tesorero del primer Sindicato Minero de la provincia, El despertar del minero, del que era secretario general José María Martínez; y de que años después, en noviembre, ya vuelto Manuel Llaneza, él, Belarmino, había sido el único miembro del Despertar del minero que asistió a la reunión en la que se formaría el Sindicato Provincial de Mineros Asturianos.

Desde ahí su vida se fundía con la de el Sindicato. Formaba secciones, y cuando en mayo de 1911 hubo que hacer una huelga general para ganar el respeto de los mineros y de los patrones, Belarmino bajó con unos cuantos y voló los castilletes de los planos y las lampisterías de las minas del valle de Aller, que trabajaban con esquiroles. De regreso, dinamita en mano, había recorrido una por una las minas del Nalón provocando la huelga, incitándola, forzándola, intimando lo que hubiera que intimar.

No había sido fácil. Nunca nada había sido fácil. Ni siquiera cortejar a Severina, que era una de las mozas guapas de Gargantada, y que recibiría de su padre una cantidad nada despreciable de tierra.

“Yera feísimu”, decía Severina, “¡pero tinía una personalidad, un... qué se yo, fíu!”.

Se había casado, había seguido formando secciones, había sido Presidente del Sindicato Provincial de Labradores.

Y entonces la huelga, la huelga general de 1917... “tomé parte muy activa en la preparación del movimiento revolucionario, habiendo formado parte del Comité Revolucionario de Langreo. Este Comité me encargó la misión de ser enlace con el Comité Provincial que se encontraba en Oviedo”. Recordaba después.

Y también que desde entonces, ir a salto de mata era una nueva costumbre. Escapar tras el fracaso del movimiento, ir a parar a unas minas de Teruel, ser Presidente del Sindicato Minero Asturiano en 1919, y salvarse de milagro de la escabechina que la Guardia Civil hizo en Moreda al matar a trece mineros.

Y el Sindicato avanzaba, y los patrones se plegaban, y Belarmino era un hombre importante, pero ni Dios iba a evitar que bajara ocho horas a la mina, que tuviera que cargar la pistola cada vez que asomaba la cabeza un poco más allá de su concejo. Y había tenido una contrata, y cuando el Sindicato se hizo con la mina San Vicente había sido elegido vigilante general, y el hijo mayor pudo ir a estudiar para perito, y el Partido no dejaba de avanzar, pero en 1930 había que sublevarse contra la monarquía, había que hacer una huelga general... y se hizo. Y llevaba dos horas cuando Belarmino ya había sentado de un bastonazo a un guardia civil, y de pronto la contraorden, el movimiento abortado, la cárcel.

Belarmino recordaba enero de 1931, la muerte de Llaneza, su nombramiento: Presidente de la Federación Nacional de Mineros en el lugar de éste; el extraño encargo de ocuparse de los teatros del Sindicato, su alineamiento en la controversia dentro del Partido, con la política de Prieto, para él paciente y realista; de cómo había sido llamado viejo y reformista...

Se acordaba del calor de los acontecimientos, del principio del año 34, de la decisión de ir a la Revolución, de la entrevista con Largo Caballero, de las huelgas generales en Langreo, de las manifestaciones disueltas a tiros por la Guardia Civil y de aquella noche tendido en la playa de Aguilar esperando al Turquesa. Del asalto al cuartel de Sama, de la voz del cabo en el teléfono, de las camionetas de mineros que salían rumbo a Oviedo y no volvían... y sabía, sabía que quedaría ahí hasta el último momento. No había heroísmo, no había una estudiada razón política para subir al automóvil. Había 42 años recios y un largo sentido común aprendido por los días. La misma solidez, la misma cabeza firmemente puesta sobre el cabello grueso, que le había permitido recorrer todo ese largo camino.

Jorge Fernández Tomás


Publicado en: Historia General de Asturias, tomo VIII: Octubre 1934 (La caída); Paco Ignacio Taibo II. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Qué pasa compañeru, ¿ya no actualizamos?

Venga, saludos y que vaya bien.

8:37 p. m.  
Blogger Mazhuku said...

Ya está, que ya era hora.

Un saludu nin.

12:01 a. m.  

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