El cielu por asaltu

Recuperar la dignidá, recuperar la llucha. Documentos pa la hestoria del movimientu obreru y la clase obrera n'Asturies.

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jueves, junio 29, 2006

Intervención del PCE en el VII Congreso de la IC


Intervención del Partido Comunista de España en el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935)

Fragmento dedicado a Octubre de 1934

José Díaz, Secretario General

... Y en 1934 se desarrollan una serie de huelgas de carácter político, en las que participan grandes masas, acentuándose cada día más el carácter violento y la larga duración de la lucha.

Entre estas grandes campañas debemos destacar la grandiosa ola antifascista que nuestro Partido levanta en todo el país al advenimiento de Hitler al Poder, en Alemania, y la prisión de nuestros camaradas Dimitrov y Thaelmann. Manifestaciones, resoluciones, asambleas, mítines, huelgas pacíficas y violentas, letreros en todas las paredes de las ciudades llaman a las masas a la lucha contra el fascismo alemán y por la liberación de nuestros camaradas. En los puertos se producen infinidad de huelgas a la llegada de los barcos fascistas enarbolando la odiosa cruz gamada en presencia de la cual los obreros se niegan a trabajar. Podemos asegurar que no hay un solo Consulado y Embajada de Alemania en España que no hayan sido apredeados por las masas.

(...)

Nuestro Partido, que hacía una gran campaña de Frente Único para la lucha contra el Gobierno por su política de protección a las fuerzas reaccionarias y de represión contra el movimiento obrero, una fuerte crítica contra la política llevada a cabo por el Partido Socialista desde el Poder en colaboración con la burguesía, hacía difícil la estabilización de dicho Gobierno y la continuación de los socialistas en el Poder. Con la salida del Partido Socialista del Poder, nuestro Partido continuaba incansablemente la política de Frente Único para la lucha contra la reacción que cada día era más fuerte, señalando a la dirección del Partido Socialista como la más responsable del camino antiobrero y reaccionario que había tomado la política.

(...)

El odio contra la reacción, contra el fascismo, el deseo de Frente Único de las masas de la política desarrollada por el Partido Comunista, crece de manera considerable. Las fuerzas de la revolución ganan terreno en la lucha frente a las fuerzas reaccionarias y se desarrolla en todo el país una serie de luchas espontáneas de carácter económico y político de luchas armadas. De todas estas huelgas voy a enumerar algunas de ellas por su importancia y como demostración de cómo iba madurando día por día en la conciencia de las masas la idea del asalto al Poder.

En 1934, tenemos huelgas tan importantes como la huelga general de Zaragoza, que duró cuarenta días y terminó con un triunfo parcial. La huelga de metalúrgicos de Madrid, en cuya dirección la Oposición Sindical Revolucionaria y el Partido Comunista participaron activamente en la dirección del movimiento, termina con un gran triunfo y consiguiendo los obreros la jornada de 44 horas; huelga general preparada y dirigida por el Partido Comunista en solidaridad con los obreros de Austria, en la que se movilizaron más de 100.000 obreros. El Partido Socialista se negó a participar en esta lucha, lo que no evitó que los obreros socialistas lucharan con entusiasmo, sobre todo en la región asturiana. Huelgas y manifestaciones en Madrid y otros lugares el 22 de abril contra la concentración fascista de El Escorial. Por la campaña de nuestro Partido la concentración fascista se convirtió en una jornada antifascista. Huelga general violenta de Frente Único de comunistas y socialistas en Asturias contra la concentración fascista de Covadonga; huelga general de los obreros agrícolas en junio, que dura quince días, en la que se movilizan 500.000 obreros y en la cual nuestro Partido tuvo una gran participación; manifestación en Madrid de Frente Único, donde participan las milicias socialistas y comunistas uniformadas, a las que acuden más de 70.000 obreros con motivo del asesinato por los fascistas del camarada De Grado, miembro del Comité Central de la Juventudes Comunistas; la huelga general de Madrid y manifestaciones de Barcelona con motivo de la concentración de los agrarios catalanes en Madrid, en la que participaron 200.000 obreros, resultando dos guardias muertos, uno herido, dos obreros muertos y varios heridos en Madrid. El grandioso mitin de Frente Único en el Estadio de Madrid, donde se concentran más de 70.000 trabajadores, y, por último, tenemos la huelga general, la lucha armada del 5 de octubre, que se convierte en insurrección de Asturias, Cataluña, Madrid, Euzkadi y en localidades aisladas.

Todos estos movimientos dan una idea clara de cómo en las grandes masas maduraba la idea del asalto al Poder.

(...)

Al mismo tiempo, en el Comité Central, en el informe del camarada Díaz, se expuso con claridad el peligro fascista o el de un golpe de fuerza, preparando a todo el Partido para que estuviera en condiciones de dirigir la lucha, a la cual estábamos abocados. En la resolución que se hizo como resultado de este Pleno extraordinario, planteábamos la cuestión siguiente:

"A la burguesía y a los terratenientes ya no les es posible mantener su odiosa dominación cubriéndola con el manto de la democracia. Hoy este ropaje les sobra y descaradamente se desprenden de él, dando rienda suelta a las formas brutas de esclavización de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo. El bloque dominante y su actual bloque gubernamental, inspiran su política y sus medios de represión, perfilándolos hacia la dictadura sangrienta y terrorista del fascismo, buscando así ahogar en sangre y exterminar la creciente potencia de la revolución."

Y deducíamos:

"Partiendo de esta situación, el problema cardinal para asegurar el triunfo de la revolución lo constituye la organización y la unificación de las fuerzas de la revolución bajo una dirección firme y consciente de sus objetivos. Las masas trabajadoras así lo han comprendido."

"Organizar el Frente Único de lucha en forma permanente y con carácter nacional, para dar la batalla a la contrarrevolución, esto era sentido por las masas trabajadoras."

Esta era nuestra posición ante los combates de octubre.

(...)

¿Fue justo haber ido al movimiento en estas condiciones? Nosotros aseguramos que sí, a pesar de no desconocer la falta de organización del movimiento y los propósitos de la socialdemocracia y de la situación de nuestro Partido. Participamos en la lucha, dispuestos a corregir todas las faltas iniciales con que se producía el movimiento en el propio curso de la batalla, cosa que conseguimos allá donde nuestras fuerzas nos lo permitieron (Asturias). El movimiento ha representado, a pesar de su derrota momentánea, que el fascismo no se haya podido consolidar aún en España y que la moral y el espíritu de lucha de los trabajadores se encuentra hoy en las mismas condiciones que antes del movimiento de Octubre.

¿Se proponía el Partido Socialista la insurrección popular para la toma del Poder por los obreros y campesinos? Nosotros creemos que no. Los propósitos eran un movimiento armado que sirviera de presión para que el Gobierno presentara la dimisión y constituir un Gobierno republicano-socialista o socialista. En primer lugar, las armas, de una manera general, solo se habían repartido en cuatro o cinco localidades: Madrid, Euzkadi, Asturias, entre los socialistas de mayor confianza entre la dirección, con un cuidado especial para que las armas no llegaran a los comunistas, y, sobre todo, a las amplias masas, por temor a perder su control. Los depósitos de armas quedaron en gran cantidad intactos. No fueron distribuidos y, más tarde, fueron cogidas por la policía. Los socialistas no pusieron en juego todas sus fuerzas; hubo muchas provincias donde la orden de huelga llegó con cuatro o cinco días de retraso. No planteaban la cuestión de programa, y lo fundamental para ellos era exclusivamente un Gobierno socialista; los campesinos no fueron movilizados para la lucha. Y es característico que los dirigentes socialistas, en la mayoría de las provincias se hacían la siguiente pregunta durante el movimiento: <<¿Todavía no ha presentado el Gobierno la dimisión?>>. Todo esto demuestra que sus propósitos no eran la insurrección popular para la toma del Poder, sino un movimiento limitado a un cambio de Gobierno.

¿Cuál ha sido la participación del Partido Comunista en el movimiento de Octubre? Hablemos de Asturias. La orden del movimiento partía de los socialistas. Nuestros camaradas movilizaron todas las fuerzas del Partido y de la Juventud y se incorporaron a los Comités Revolucionarios. Con todas las debilidades y vacilaciones que se produjeron en algunos camaradas de la dirección que en algunos momentos se dejaron arrastrar por los socialistas –tal fue el caso del Primer Comité Provincial Revolucionario, en el que tenían la mayoría los socialistas y en el que nuestros compañeros consintieron en aceptar la orden de retirada-, podemos asegurar que si en Asturias pudo ondular victoriosa la bandera de los Soviets durante quince días, fue gracias a la iniciativa, al valor, a la decisión y al heroísmo de nuestros camaradas, que, ocupando las primeras filas en la batalla, conquistaron y merecieron la confianza de los heroicos hijos del trabajo en las cuencas mineras asturianas.

En su breve período de Poder, el proletariado asturiano ha evidenciado la enorme capacidad de organización y dirección que se oculta en el seno de la clase obrera. Por su táctica ofensiva, por sus métodos de lucha, los valientes mineros asturianos han llenado páginas de riquísima experiencia para el movimiento revolucionario mundial. La gloriosa epopeya asturiana nos da el ejemplo de cómo el proletariado en armas, cuando está dirigido por el Partido Comunista, consigue que el Poder burgués y el fascismo se hundan bajo el fuego de la fusilería de las tropas de la revolución.

Centenares de nuestros mejores camaradas han caído defendiendo el pabellón soviético, pero con su muerte han clavado en la conciencia de las masas proletarias de España la idea del Poder soviético como único camino para su liberación. Por eso, Asturias es hoy el orgullo de nuestro Partido, de nuestra Internacional y de todos los revolucionarios del mundo.

Relataremos algunos episodios de la lucha donde se ve la participación del Partido y de nuestra Juventud.

En Mieres, la zona minera más importante de Asturias, es donde se inicia el movimiento. Los Radios de Mieres del Partido y de la Juventud se reúnen y se plantea la cuestión de la insurrección. Ya se conoce la noticia de que la CEDA participaba en el Gobierno Lerroux. La reunión tiene por motivo discutir la situación y tomar las medidas prácticas de lucha, medidas que se cumplieron, y que fueron: ponerse en contacto todos los miembros del Partido y de la Juventud, ligazón con el Partido y la Juventud Socialista, ocupación de lugares estratégicos, organización de las columnas sobre Oviedo. La reunión terminó leyéndose con entusiasmo verdaderamente profundo las reglas de Marx sobre la insurrección.

El Partido y la Juventud movilizan a los obreros de Mieres. En los primeros combates por la conquista de las armas, muere el camarada Nazario, miembro que fue del Comité Provincial del Partido. Caído Mieres en poder de los revolucionarios, se formaron las columnas que más tarde debían de entrar victoriosas en Oviedo; la primera columna que entró en la capital de Asturias fue la de Mieres, mandada por un joven comunista y un socialista. En los últimos días sólo quedaba como jefe de la columna el joven comunista.

Las iniciativas fundamentales de organización y de ataque correspondían a los comunistas, aunque hay que hacer constar que los obreros socialistas rivalizaron y lucharon con el mismo heroísmo que nuestros camaradas.

En Sama de Langreo (zona minera), tan pronto como nuestro Partido recibió la noticia directamente de los socialistas, se movilizó en todas las direcciones para organizar estratégicamente la entrada organizada en la población y la toma de la misma. Otros camaradas responsables se dirigieron a Ciaño y Lena para formar columnas de obreros que ayudasen a la toma de Sama de Langreo. El ataque debía iniciarse a una señal convenida. A las tres y veinte de la madrugada del día 5 comienza el combate. Nuestros camaradas entran al frente de las columnas en los pueblos citados. La columna de Ciaño, que vacilaba, fue arengada por una comunista, animándola para la lucha. La columna de Lena, a su entrada en la población, se unió a las fuerzas de Sama de Langreo, permaneciendo nuestros camaradas al frente de los sectores mientras duró la toma de los cuarteles, polvorines, etc.

Dominadas las fuerzas gubernamentales, el día 6, a las diez y media de la mañana, se forman las columnas obreras y se les habla del resultado de la operación y del triunfo que acababan de obtener. Un camarada comunista que se incorpora a las fuerzas rojas de Sama dirige la palabra a la multitud, aconsejando la lucha unificada, cómo se había llevado a cabo la ocupación de Sama y que inmediatamente se marcharía sobre la capital, Oviedo.

Acto seguido, se reúne el Comité de Radio, compuesto de cinco miembros, y se acuerda proponer que dos comunistas sean incorporados al Comité Revolucionario y otro compañero de la Confederación Nacional del Trabajo (anarcosindicalista). Otro de los acuerdos fue que el Comité se denomine de Alianza Obrera y Campesina, y que a un camarada comunista se le nombrara jefe de la fuerza roja. Los socialistas aceptaron todas las proposiciones del Partido Comunista.

Dentro del Comité, nuestros camaradas intervinieron en la confección de programas, de decretos del Poder Obrero y Campesino, dando directivas y órdenes en general, como asimismo en la organización de todos los servicios de abastecimiento, sanidad y creación del Ejército Rojo, a lo que los socialistas no pusieron resistencia, ya que las masas demostraban su satisfacción por el triunfo de la España Soviética, a cuyos gritos se unían las descargas de los fusiles. Rápidamente se organizaron Comités de abastos, sanidad, circulación y guerra que funcionaban bajo la dirección del Comité de Alianza Obrera y Campesina, aparte de otros servicios como vigilancia, custodia de prisioneros burgueses, etc.

En Turón fueron nuestros camaradas quienes llevaron la iniciativa ocupando la mayoría de los puestos de dirección y aplicando las consignas del Partido.

En la zona oriental y occidental de Asturias, el movimiento estuvo en manos de los comunistas hasta el último momento.

Trubia jugaba un papel importante en la revolución. Allí se halla una importante fábrica de cañones del Estado. Los trabajadores de la Fábrica de Armas no vacilaron en incorporarse a la lucha, tomando con las armas en las manos todos los departamentos, bajo la dirección de la célula comunista y la Comité de fábrica, y como jefe máximo y organizador del asalto a la Fábrica de Trubia, una camarada miembro del Comité Provincial del Partido y obrero de dicha fábrica, es nombrado jefe del destacamento de luchadores de dicha empresa.

Dicho camarada, por su heroísmo, por su abnegación y por su acierto en la organización de los batallones que marcharon sobre Oviedo, se convirtió en un jefe popular de la insurrección en Asturias.

Dueños de los cañones, los obreros comenzaron a organizar el bombardeo de Oviedo para desalojar a las fuerzas del Gobierno, al mismo tiempo que las columnas de los mineros marchaban sobre la capital con arrojo inaudito.

Los batallones del Ejército Rojo, después de varios combates encarnizados, toman el depósito de máquinas de la estación de Oviedo, la fábrica de armas, en la que había 22.000 fusiles, con los que dotaron al Ejército Rojo de un mejor armamento. La lucha fue dura. Los mineros asaltaban las posiciones de las tropas del Gobierno, utilizando como arma la dinamita. En el depósito de máquinas se constituye un Comité de elección popular, compuesto por un presidente, joven comunista, que estaba en contacto con el Comité Regional; un jefe de milicia, también comunista; otro para la organización de los servicios ferroviarios, un campesino y un obrero socialista. Este Comité toma las siguientes medidas: llamamiento de los obreros para la producción y el abastecimiento de la población. Se organizan los trenes en combinación con Trubia para transportar armas, víveres, etc.; blindaje de máquinas, construcción de cocinas para los combatientes, se crea un almacén de pienso para el ganado de los campesinos; se les da al mismo tiempo a los campesinos comestibles, carbón y otros productos. A cambio de esto, los campesinos entregan para el Ejército Rojo, leche, huevos, gallinas, etc., en abundancia. El Comité, de acuerdo con los pequeños comerciantes, se encarga de organizar la distribución de comestibles para los obreros y los campesinos.

La revolución triunfa en Asturias. Pero en el resto del país el movimiento decae. En Cataluña, el Gobierno de la Generalidad había capitulado, rindiéndose al Poder central. Asturias era la única que permanecía en pie y luchando. Esto permitió al Gobierno el concentrar las tropas en Asturias. Veintidós aeroplanos bombardearon las montañas donde los mineros se habían hecho fuertes. Las tropas de Regulares de Marruecos y el Tercio Extranjero entraron en Oviedo, donde los revolucionarios hicieron una resistencia y organizaron la retirada hacia la zona minera. Se dieron casos de verdadero heroísmo, entregando la vida para cubrir la retirada de la mayoría de los revolucionarios. Para resistir a las tropas del General López Ochoa y poder organizar la retirada organizadamente, los revolucionarios surgían por centenares. Cuando el Tercio se disponía a entrar en el depósito de armas de la estación del Norte, cuartel general de los revolucionarios, nuestra camarada Aida Lafuente, miembro de la Juventud Comunista, de diecisiete años de edad, al pie de una ametralladora, hizo frente a una bandera (Batallón) del Tercio, disparando su ametralladora. Mantiene a raya a las tropas del Gobierno, dando tiempo a que se efectúe la retirada y salvando la vida de muchos revolucionarios. Estuvo haciendo fuego hasta agotar las municiones, causando infinidad de bajas en el enemigo. Aida Lafuente fue acribillada a balazos por las fuerzas del Tercio. Herida ya de muerte, en los últimos instantes de su vida, todavía le restaron energías para sacar un pañuelo rojo y gritar enardecidamente: <<¡Viva el comunismo!>>. <<¡Viva la Revolución Soviética!>>

Agotados ya los luchadores de Asturias, sin municiones, y teniendo enfrente de ellos a fuerzas armadas con toda la técnica guerrera moderna, el generalísimo de la Contrarrevolución, López Ochoa, para entrar en la cuenca minera, tuvo que parlamentar con los dirigentes del glorioso Ejército Rojo.

Así, pues, nuestro Partido y nuestra Juventud han participado en el movimiento insurreccional de Asturias, y la iniciativa en la lucha ha correspondido en su mayor parte a nuestros militantes. En Turón, Mieres, Trubia, Teverga, Grado e Infiesto, puntos fundamentales de la zona minera, los comunistas ejercieron la dirección. La lucha insurreccional en Asturias ha sido hecha sobre el más amplio Frente Único; han luchado con heroísmo por igual los comunistas, los obreros socialistas y los anarcosindicalistas en la parte donde éstos tienen alguna organización: Gijón y La Felguera. Pero sin la iniciativa de los comunistas y su participación en la dirección del movimiento, no hubiera sido posible llegar a la toma del Poder y mantenerlo durante quince días en Asturias.

Los Comités Revolucionarios, las Alianzas Obreras y Campesinas que dirigieron el movimiento en su conjunto, publicaron un decreto dirigido a los obreros y campesinos para la organización de la lucha y de la vida interior en Asturias. Con medidas tales como la de la creación del Ejército Rojo con su Comisión de guerra, abastecimiento, anulando los impuestos de los campesinos, organizando la producción de todas las medidas, en fin, de un Poder Soviético, aunque con muchos defectos.

(...)

En general, en todos los puntos de España, donde ha habido lucha armada, los comunistas han luchado en vanguardia. La debilidad mayor en otros puntos donde hubo movimiento, pero pacífico, fue el que nuestros camaradas esperasen, para entrar en acción, a que los socialistas les entregaran las armas. Esta falta de iniciativa facilitó el que en muchos lugares el movimiento no adquiriese la debida amplitud y envergadura. Cierto que los jefes socialistas y reformistas sabotearon la acción y se resistieron a declarar la huelga, pero de haber habido más decisión para la lucha independiente por parte de nuestros camaradas, se hubiesen logrado mayores éxitos en la lucha.

El proletariado ha sufrido una derrota momentánea: el movimiento revolucionario sufrió un fuerte golpe, las organizaciones obreras han quedado en su gran mayoría desorganizadas, pero el espíritu de lucha de los obreros está vivo. En la misma Asturias, donde se cometen por parte del Gobierno las mayores atrocidades y martirios con los obreros, donde se aplica la "ley de fugas", donde se fusila en masa a los trabajadores, no puede impedirse que los mineros asturianos sigan levantando el puño como expresión de que esperan un nuevo momento para empuñar las armas.La represión desencadenada por el Gobierno es salvaje. Los obreros son apaleados en los cuarteles y comisarías hasta dejarlos sin conocimiento. El Estado de guerra y de alarma se ha hecho permanente: aún subsiste en Cataluña, y en el resto del país, el de alarma y de prevención. En estos días, ante la ola antifascista que abarca a todas las provincias del país, el Gobierno ha prorrogado hasta septiembre el Estado de guerra en Cataluña y decretado el de alarma en toda España. Más de 30.000 obreros han sido encarcelados. Han sido condenados a penas de doce y treinta años millares de trabajadores. Cinco obreros socialistas y comunistas de Asturias fueron condenados a muerte y ejecutados. Más de 70 obreros fueron condenados a muerte; de ellos, 20 fueron indultados con motivo de la inmensa campaña contra las ejecuciones desarrolladas en todo el país. Las condenas monstruosas y la represión siguen aplicándose a los trabajadores revolucionarios.


Publicado en: Historia General de Asturias, tomo VIII: Octubre 1934 (La caída); Paco Ignacio Taibo II. Editor Silverio Cañada. Xixón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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La toma de los cuarteles

A partir de las doce de la noche del cuatro de octubre los cuarteles de la Guardia Civil en el interior de Asturias son cercados por las fuerzas de la Revolución. Entre tres y cinco horas más tarde se iniciará el asalto. Al llegar la noche del día 5 sólo resisten el de Sama, el de La Felguera y el de Nava que caerán el día 6.

Eso, en los cuatro focos insurreccionales más potentes: Mieres, Nalón, Aller, Centro-Oriente. Además han sido tomados los cuarteles de Quirós, Teverga, Riosa y Grado, y se combatirá en Arriondas y en San Esteban de Pravia; caerá Trubia, y se ha obligado a que la Guardia Civil abandone 29 cuarteles más al concentrar las fuerzas para evitar que sean fáciles víctimas de pequeñas escuadras revolucionarias (Colloto, San Claudio, Jove, Natahoyo, Pinzales, Villalegre, Miranda, Salinas, Castrillón, Cornellana, Belmonte, Somiedo, Corvera, Luanco, Candás, Soto del Barco, El Pito, Boal, Vegadeo, Salas, Cangas de Onís, Cabrales, Posada, Lieres, Libardón, Caravia, Villamayor y Lugones), cediendo el control de la mayoría de los pueblos en que se encuentran estos cuarteles a contingentes de revolucionarios campesinos.

Al margen de la concentración militar de Oviedo y las de Avilés y Gijón, sólo permanecen bajo control de las fuerzas del orden zonas campesinas del Oriente y del Occidente de Asturias de muy poca importancia estratégica en el proceso revolucionario.

En esta primera oleada sangrienta de fuego y plomo se ha demostrado la vieja máxima revolucionaria de que la cadena se rompe por el eslabón más débil. El Gobierno ha pagado caro su proyecto de carácter eminentemente defensivo que concebía a los cuarteles de la Guardia Civil distribuidos a lo largo de toda la región, como una primera fuerza de contención que frenaría la revolución el tiempo suficiente como para permitir la concentración de fuerzas de apoyo enviadas desde los dos centros de poder militar que había en Asturias: Oviedo y Gijón.

En función de este plan equivocado, los guardias civiles se encierran en los cuarteles y resisten en la mayoría de los casos desesperadamente, cediendo la ofensiva a las escuadras revolucionarias, superiores en número aunque muy inferiores en armamento.

La falta de previsión del Gobierno, que equipara el movimiento de octubre a experiencias anteriores en otras partes de España (sobre todo producto de los alzamientos insurreccionales de la CNT en 1932 y 1933), falla lamentablemente al no poder proporcionar refuerzos a los cuarteles sitiados. Los envíos de camionetas de Guardias de Asalto desde Oviedo y Gijón, en forma tardía y en pequeño número, sólo producen nuevas derrotas: en Carbayín, en Sama, en Ciaño, en Mieres y finalmente en Olloniego, obteniendo un triunfo de muy escaso valor en Llanera.

La Revolución ha aprovechado bien sus fuerzas, no ha dudado. Cada cuartel que cae suministra armas, deja libre la retaguardia, aumenta la moral de los combatientes, incorpora a los grupos triunfantes nuevos luchadores que sin haber formado parte de la conspiración ni estar integrados en las escuadras, militan en las organizaciones sindicales.

Los errores del plan revolucionario obedecen más que a la claridad y capacidad de los Comités Revolucionarios locales, al plan de conjunto.

Es cierto que el plan se ve forzado por la estructura defensiva del Gobierno, pero atendiéndose a ella (a la necesidad de dedicar la noche del día 4 y madrugada del 5 al asalto del poder local), se ha medido incorrectamente el tiempo que tomaría a las escuadras mineras sumarse al asalto de Oviedo. Por eso más que por problemas de coordinación o porque no hayan volado los postes de luz fracasa la acción sobre la capital de las milicias socialistas en la noche del 4 y fracasará nuevamente en la noche del 5.

Por otro lado, se ha descuidado la conexión con el movimiento obrero de León y Palencia hacia la creación de un frente único, y es tan sólo la acción de los trabajadores de Pola de Lena la que impide que quede abierta la carretera de Pajares permitiendo un camino fácil al ejército hasta las mismas puertas de Mieres.

Asimismo, el plan tiene la debilidad enorme de subestimar Gijón y Avilés acentuada por el desastre de Llanera, donde aunque los revolucionarios no sufren grandes bajas, pierden el control de los depósitos de armas y municiones.

En resumen, a pesar de las deficiencias del plan original revolucionario, los errores del Gobierno en la formulación de un plan defensivo y la combatividad de las milicias locales en el asalto a los cuarteles han lanzado a la Revolución hacia delante. Las victorias revolucionarias en Campomanes y Manzaneda contrapesan el aplazamiento del asalto a Oviedo. Como notas marginales habría que señalar:

1. El descubrimiento por parte de los mineros de la dinamita como un arma fundamental en el combate urbano y en la lucha en las carreteras; un arma que añade a su poder destructivo, su poder aterrorizador. Un arma que se convertirá en parte de una mitología revolucionaria íntimamente ligada a la palabra Asturias y que perdurará durante cuarenta años.

2. El odio mutuo entre los mineros y los guardias civiles, que sorprende al observador que no haya recorrido la historia de Asturias en el siglo XX, cuajada de enfrentamientos entre los trabajadores y la vanguardia represiva del sistema social. Odio que se concreta en multitud de pequeños actos, como el disparar ambos bandos contra parlamentarios (en Mieres y en Sama los guardias civiles, y en Laviana los mineros), como el celo que ponen los guardias civiles en la defensa de los cuarteles o el furor con el que se los ataca. Odio que dejará en Asturias una profunda huella de sangre, una cicatriz que se abrirá profundamente tras la Revolución de Octubre, a manos de los instrumentos de tortura.

3. El carácter racional, humanitario de los cuadros sindicales que a todo trance sacrifican la sorpresa en aras de ofrecer una oportunidad a los sitiados. Que permiten treguas para sacar de los cuarteles a mujeres y niños, y que en la mayoría de los casos protegen a los prisioneros de la venganza de la multitud.

4. Una pregunta que a estas alturas puede parecer absurda: ¿Dónde aprendieron los mineros asturianos el arte de la insurrección? La sincronización de los grupos, la valentía demostrada en todas partes, el que no se sucedan las habituales espantadas comunes a toda tropa que hace su bautismo de sangre; la habilidad en el combate callejero, el valor individual que raya con locura (los casos de los dinamiteros de Sama, del minero de Carbayín, de los tres “locos” que roban una camioneta en las narices de los guardias de Asalto, etc.), en fin, todas las características de una fuerza con un alto nivel político y una buena organización militar. Hay que atribuirlo en buena medida al trabajo que han realizado las escuadras de las Juventudes Socialistas a lo largo de 1934; y ya no existen más elementos para explicar este fenómeno a no ser que nos asomemos a la solidaridad que se gesta en el interior de la mina, a la solidaridad y decisión que se han construido en la calle a lo largo de 1934, al uso de la dinamita y el contacto con el peligro en la vida cotidiana, y a las escaramuzas contra las fuerzas del orden sucedidas en el verano y final de septiembre.

5. La unidad ha operado magistralmente en esta primera etapa. Los comunistas se han sumado decididamente al movimiento dando muestras de un extraordinario valor dondequiera que han combatido; y la CNT no ha dudado en salir a la calle, en Mieres, en Ciaño o en Aller, y donde ha dudado (La Felguera), una vez decidido el combate, se ha incorporado a las escuadras de las Juventudes Socialistas de toda Sama que marchan hacia Oviedo. Ni roces ni tensiones entre las fuerzas del movimiento obrero asturiano que han encontrado en estos dos días de combates el más alto nivel unitario de toda su historia.

6. Un último factor: las dos primeras jornadas de la Revolución han señalado a los futuros cuadros militares: Otero en Sama, que ha destacado particularmente por su valor y su capacidad como organizador; Arturo Vázquez, Llaneza, en Mieres junto con el cenetista Solano y el comunista de izquierda Grossi; Agustín González en Llanera; Belarmino García y Lucio Deago en Olloniego y en Manzaneda; Roces, Angelín Rodríguez, Alonso, Mata. Surgirán nuevos cuadros militares socialistas, anarcosindicalistas y comunistas en los futuros combates de Oviedo y Gijón, pero la primera hornada de dirigentes de la Revolución ya tiene el fusil en la mano.



Publicado en: Historia General de Asturias, tomo VII: Octubre 1934 (El ascenso); Paco Ignacio Taibo II. Editor Silverio Cañada. Xixón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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jueves, junio 22, 2006

Reseña periodística del Congreso Comunista Provincial

Marzo de 1932

EL DOMINGO TERMINARON LAS TAREAS

Continuó la segunda y tercera sesión del Congreso Comunista en el local de la calle de García, examinando los puntos del orden del día, girando gran parte de la segunda sesión en torno del informe del Radio de Sotrondio, que dio margen a una viva polémica en la que participaron la casi totalidad de los delegados, cerrando la discusión el representante del Comité Nacional, José Bullejos, con una brillante intervención, y algunas observaciones de los delegados de dicho Radio.

El informe de los delegados de Sotrondio fue calificado de trozkista, sin que esto quiera decir que el Radio de Sotrondio tenga ni la más remota relación con el tronskismo.

A continuación, informa el delegado del Radio de Oviedo, camarada Vega, haciendo especial mención en lo referente a las nacionalidades, ya que hay una resolución que dice que si las regiones galaica, vasca y catalana quisieran llevar sus consignas contra el Estado hasta la completa independencia, la revolución democrática orientada por el partido comunista garantizaría esta independencia.

Este punto lo impugna el camarada Vega, diciendo que se da más importancia de la que realmente tiene al espíritu de independencia de las regiones.

Se le contesta que el partido comunista no fomenta el regionalismo en este sentido, pero si para atacar el poder central de la burguesía, el regionalismo tiene fuerza, también el comunismo aprovechará este punto de apoyo.

Se discute la carta de la Internacional y el decreto ley agrario, y después de un amplio debate, son aprobadas tanto la carta como el decreto ley.

Las consignas de la carta señalan los defectos del partido al negar la entrada en el mismo a elementos obreros, por su impreparación marxista y a parte de la dirección por negar el acuerdo a elementos preparados por temor a que causaran desviaciones.

Se rectifica y se aceptará en adelante el concurso de todo el proletariado hasta formar un fuerte partido comunista de masas obreras y campesinas.

Se enfoca la cuestión sindical y se estudian las posibilidades de construir en España una sola central sindical de orientación revolucionaria que enrole al proletariado organizado en torno de consignas claras, determinadas previamente.

Señalan algunos delegados el hecho de que tanto en la C.N.T. como en la U.G.T. ocurre que aquellas secciones donde se eligen para las directivas a camaradas comunistas o se adhieren a la campaña pro unidad sindical, son expulsadas estas secciones.

Se toma el acuerdo de que se formen Comités de unidad en todas las regiones y los sindicatos partidarios de la unidad, expulsados o no formen en estos Comités.

Se enfocó la cuestión del socorro rojo, ya que los presos y perseguidos precisan una entidad que les atienda en toda la nación.

La discusión fue viva, lo que demuestra el interés de los delegados por los asuntos tratados. La Federación Comunista de Asturias, que consta de más de un millar de afiliados, sale de este Congreso fortalecida y orientada.

Se tomó sumo interés para la reaparición del semanario de la Federación.

LOS DELEGADOS AL CONGRESO NACIONAL DE SEVILLA

Se procedió en la última sesión, a elegir los delegados que han de representar a Asturias en el Congreso Nacional que se celebrará en Sevilla, siendo designados los siguientes:

Pilar Lada, Gonzalo López y Florentino Gallardo, de Gijón; Mariano Fernández, José Lafuente y José Solana, de Oviedo; Celestino García, y Regueiro, de Mieres; Jacinto Palacios y Fernando Rodríguez, de Langreo; Ceferino Rey, de Turón; Críspulo Gutiérrez, de Sotrondio, y José Antonio Conde, de Moreda.


FUENTE: El Noroeste, Gijón, 8 de marzo de 1932.



Publicado en: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea, Xixón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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miércoles, junio 21, 2006

A los mineros asturianos

Octavilla del PCE y la Federación Nacional de Juventudes Comunistas
Octubre 1927.

Fracasada la maniobra patronal concertada de acuerdo con el Sindicato Minero Reformista para aplastar el movimiento huelguístico, impotentes para hacer que os reintegréis al trabajo aceptando el aumento de una hora en la jornada de trabajo, se pretende ahora, lanzando contra vosotros todo el aparato de fuerza del Estado burgués, poniendo en vigor las medidas represivas más violentas, obligaros a someteros a las pretensiones patronales y haceros aceptar el aumento de la jornada. Para poner fin a vuestra resistencia, para romper vuestro frente de combate, la burguesía y la dictadura, secundados por los jefes reformistas del Sindicato Minero, proceden al encarcelamiento en masa de los mejores militantes comunistas y de los obreros revolucionarios, aplica destierros, maltrata, coacciona, ocupa militarmente la zona minera, hace ostentación de fuerza, declara que las cárceles se llenarán con todos los rebeldes, etc. El Gobierno de la dictadura, dócil servidor del capitalismo, no retrocede ante nada, y no titubea en encarcelar a mujeres, a pretexto de que éstas alientan la resistencia.

Pero los mineros de Asturias no deben dejarse abatir ni por las traiciones de sus jefes, ni por las medidas de violencia adoptadas por la dictadura, ni por las bravuconadas de un Gobernador idiota, inepto, fanfarrón, que pretende dar solución a un conflicto como el actual, a fuerza de sablazos y con las botas de montar. Las persecuciones de que son objeto los obreros de las minas, las violencias a las que se les somete, aumentando su indignación, sólo servirán para fortalecer su voluntad de lucha. A la política represiva de la burguesía responderán con un redoblamiento de su resistencia. Hay que defender la jornada de siete horas recurriendo a todos los procedimientos. Dejarse vencer por la presión del Estado burgués; aceptar porque se hayan provocado algunos encarcelamientos, las proposiciones patronales; retroceder asustados ante la violencia de la ofensiva; capitular porque la burguesía ejecute su atraco al hogar de los mineros con armas y medios de malhechor vulgar supone cubrir de lodo, de inludicia la historia revolucionaria del proletariado minero de Asturias.

Si hoy, mineros, cansados de la lucha, aceptáis con la derrota el aumento de la jornada, comenzáis a descender por una pendiente que os llevará a la más denigrante y negra de las esclavitudes. Hoy se os impondrán ocho horas de trabajo; mañana a pretexto de que la crisis prosigue se exigirá de vosotros un nuevo sacrificio y un nuevo aumento de la jornada se establecerá; después una disminución de los salarios. Y así, se os irán arrebatando las conquistas obtenidas en veinte o treinta años de lucha y se os reducirá a la mísera condición de esclavos privados de todo medio de vida. Moral y económicamente vuestra condición se asemejará a la de los más viles esclavos. Jornadas de trabajo, agotadoras; salarios ínfimos; sometidos en el trabajo a toda serie de vejaciones, etc. He aquí la situación a que se os reducirá si hoy os entregáis vencidos.

EN PIE, MINEROS DE ASTURIAS. Cuando los ladrones capitalistas asaltan tu hogar para robarte el pan, carga la escopeta, ponte a la puerta y defiende a tiro limpio tu hogar, el pan de tus hijos, tu dignidad y la de tu clase, el propio porvenir tuyo. Defiende la jornada de siete horas contra todas las violencias, y pese a todas las traiciones de los vendidos a la burguesía. La lucha a muerte contra la Patronal, contra los traidores, y contra el gobierno de la dictadura.

NI UN CÉNTIMO MENOS DE SALARIO. NI DISMINUCIÓN EN LAS PRIMAS DE LOS DESTAJOS. NI AUMENTO DE UN SOLO MINUTO EN LA JORNADA DE TRABAJO. READMISIÓN DE TODOS LOS DESPEDIDOS. LIBERACIÓN DE TODOS LOS PRESOS; prosigamos incansables, sin desmayos, la huelga general. PREPAREMOS LA HUELGA GENERAL DE TODOS LOS OBREROS DE ASTURIAS EN SOLIDARIDAD A NUESTRA CAUSA Y COMO PROTESTA CONTRA LA REPRESIÓN. ABAJO LOS TRAIDORES. MUERA EL GOBIERNO DE LA DICTADURA. VIVAN LOS MINEROS DE ASTURIAS.

El Partido Comunista de España.
La Federación Nacional de Juventudes Comunistas.



FUENTE: Archivo Histórico del PCE (Madrid), Sección Documentos, F.I (27).



Publicado en: Los comunistas en Asturias (1920-1982), VVAA (Coordinador: Francisco Erice). Editorial Trea, Xixón, 1996.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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martes, junio 20, 2006

Unificación de las Juventudes Socialistas y Comunistas

A diferencia de lo ocurrido en el resto del país, la unificación de las Juventudes Socialistas y de las Juventudes Comunistas no se logró en Asturias hasta el mes de octubre de 1936. La resistencia de un sector de jóvenes socialistas asturianos a la unidad (caso, por ejemplo, de Juan Pablo García, único que se opuso en la Comisión Ejecutiva Nacional a la fusión) y, vencida ésta, el estallido de la guerra civil que impidió la celebración de la conferencia de fusión prevista para finales de julio y originó la desaparición de varios miembros de la Comisión Provincial de Unificación (José María Castro, Bonifacio Fernández, Juan Alonso Cima y Alipio Morilla) retrasó el acuerdo y la constitución de la Federación Provincial de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) casi seis meses. En la nueva Comisión de Unificación quedaban como representantes de las dos organizaciones Rafael Fernández por las Juventudes Socialistas y Federico Patán, por las comunistas.

El pleno de unificación se celebró el 15 de octubre en el Teatro Robledo de Gijón (1). Previamente se había constituido a nivel local y comarcal y en los frentes, las distintas secciones de las JSU, bien por la fusión de las organizaciones socialistas y comunistas existentes, bien por la transformación de cualquiera de ellas en Juventud Socialista Unificada. Unas circulares elaboradas por la Comisión de Unificación sirvieron de punto de partida para las discusiones en las distintas secciones y de guía para los casi 300 delegados designados para el Pleno. Éste, que comenzó a las diez y media de la mañana, tenía el siguiente orden del día:

1º Apertura e informe de la Comisión Provincial de Unificación
2º Carácter y línea política de la nueva organización unificada y tareas
3º Elección de la Comisión Ejecutiva

Un mitin final, en el que intervinieron también representantes del Partido Socialista y del Partido Comunista selló el proceso unitario. La Comisión Ejecutiva de la nueva organización unificada quedó constituida así:

-Secretario General: Rafael Fernández
-Secretario Primero de Organización: Francisco Fernández (Pancho)
-Secretario Segundo de Organización: Lucio Losa
-Secretario Primero de Milicias: Andrés Ibargüen
-Secretario Segundo de Milicias: Emilio Bayón
-Secretario de Propaganda Oral: Luis Roca de Albornoz
-Secretario de Propaganda Escrita y Director del Periódico: Federico Patán
-Secretario Femenino: Purificación Tomás
-Secretario de Administración: Ángel León Camblor
-Secretario Sindical: Valentín Calleja
-Secretario de Deporte: Luis Coca
-Secretario Infantil: Marino Granda (2)

De los doce miembros, tres proceden del campo comunista (Pancho, Patán y León) y los restantes de las antiguas Juventudes Socialistas, mostrando la proporción el desequilibrio real que había en implantación entre una y otra organización.

Por eso no se comprende bien la oposición a la unificación de determinados líderes, sólo explicable desde posiciones políticas personales de rechazo a cualquier pacto con los comunistas, actitud que luego a lo largo de la guerra no iba a plantear ningún tipo de problema aunque tuviese alguna manifestación concreta (Valentín Calleja se inhibió por completo de sus obligaciones en la Ejecutiva Provincial por ese desacuerdo y fue sustituido avanzado ya el año 1937). La confluencia de criterios fue total sin que en ningún momento (a excepción, quizá, de los últimos días del Frente Norte) se trasladasen al campo de la juventud las discrepancias existentes entre socialistas y comunistas, adoptando la nueva organización una línea política claramente de izquierda más próxima a la del Partido Comunista que a la de los socialistas.

En Asturias, no obstante, el fenómeno tan corriente en otros puntos del país de absorción o integración paulatina de las Juventudes Socialistas Unificadas en el Partido Comunista no es tan apreciable y, por lo menos a nivel de cuadros dirigentes muy limitado. De los miembros de la Ejecutiva Provincial sólo Emilio Bayón y Lucio Losa se pasaron ya finalizada la guerra al Partido Comunista, permaneciendo los restantes en el PSOE. Para Rafael Fernández (3) la explicación está, aparte de en la mayor consistencia del movimiento juvenil socialista, en la batalla planteada a los comunistas en el seno de las JSU, batalla que no se dio en otras zonas del Estado. Lo que sí parece cierto, y en ello hay que coincidir con Rafael, es en el mayor peso de los líderes juveniles socialistas asturianos, curtidos muchos de ellos por la lucha revolucionaria de 1934 y con una formación y consistencia política e ideológica considerable que les llevó a ocupar simultáneamente cargos de dirección en el Partido Socialista (el propio Rafael Fernández fue Secretario Provincial del PSOE durante toda la guerra).

De los acuerdos tomados en el Pleno de Unificación tenemos referencia directa por el periódico de la organización, Vanguardia, que los incluye en su primer número (4).

TAREAS ACORDADAS EN EL PLENO

1º a) Normalizar la vida de las secciones. Dirección por Secretariados, reuniones, etc.
b) Extender la creación de Comités de Consejo que coordinen las actividades de la juventud y controlen las funciones de los gestores.
2º a) Acelerar la formación de unidades militares para los frentes, instruirlas en el manejo del fusil, los explosivos y las más elementales reglas de la instrucción militar.
b) Organizar de acuerdo con la Delegación de Guerra cursos de preparación militar en las casas de la Juventud.
c) Hacer un estudio para la formación de una escuela para mandos militares, de acuerdo con el Departamento de guerra.
3º a) Organizar y movilizar a la juventud de ambos sexos en la retaguardia para la ayuda constante a los frentes (talleres de costura, colectivos de calzado, colecta de víveres, ropa, etc.)
b) Impulsar la transformación de las fábricas para la producción de útiles de guerra, y organizar el trabajo de choque en todas las industrias.
c) Hacer una propaganda especial en los sectores campesinos, que les dé confianza en el triunfo, y velar por el logro y superación de la cosecha, ser los más fieles cumplidores de las disposiciones de la Delegación de Agricultura.
4º Iniciar la labor de militarización de toda la juventud tanto en el frente como en la retaguardia, inculcándoles por medio de la persuasión y el ejemplo esta necesidad, haciéndoles ver que en esta lucha se juega el porvenir de la juventud y por lo tanto no hay que reparar en sacrificios.
5º Organizar equipos de agitadores propagandistas que mantengan latente el espíritu del frente y la retaguardia y que realicen un trabajo especial entre las mujeres.
6º Cuidar de la educación y vida de los niños, particularmente de los hijos de los milicianos, trabajar de acuerdo con la A.T.E.A. para impulsar la creación de Orfelinatos.
7º Hacer la estancia agradable a los milicianos que vienen del frente (Organizando actos en su honor, etc.).
8º Realizar una gran labor de contraespionaje en la retaguardia, facilitar la labor de los agentes en la retaguardia, para que detengan a los agazapados, lanzadores de bulos y espías.
9º Hacer todo lo posible para establecer la unidad de acción con los jóvenes libertarios y demás juventudes antifascistas.

¡¡NI UN SOLO JOVEN INACTIVO, CADA UNO A SU PUESTO!!
¡¡EL QUE NO TRABAJE QUE NO COMA!!

Juan Carlos García Miranda

NOTAS
(1) El Noroeste de 16-10-1936 informa del desarrollo de la conferencia de fusión.
(2) Ver Vanguardia, de 19-11-1936, Pág. 2.
(3) Entrevistas con Rafael Fernández el 31-12-1974. Gijón.
(4) Vanguardia de 19-11-1936. Pág. 3.




Publicado en: Historia general de Asturias, tomo IX: La Guerra Civil (1ª parte); VVAA. Editor Silverio Cañada. Gijón, 1978.
Digitalización: El cielu por asaltu.

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lunes, junio 19, 2006

Uníos Hermanos Proletarios

A 69 años de la Revolución de Octubre:

El 4 de Octubre de 1934 tiene lugar en España una huelga general ante la entrada de elementos de la CEDA en el gobierno republicano. En la mayoría de las regiones la huelga a pesar de la violencia con la que la plantean los obreros es controlada y pacificada, por el PSOE y la UGT especialmente, que entorpecen e impiden el armamento y la organización del proletariado. En Catalunya aunque el desarrollo de los acontecimientos lleva al proletariado a la insurrección (ignorando la posición de la dirección de CNT que se oponía a ella) y a desbordar la actitud conciliante de la alianza obrera catalana respecto a la Generalitat, el fracaso en Barcelona hirieron de muerte los focos victoriosos, consiguiendo poco a poco retornar a la normalidad.

Es en Asturies donde el proletariado cambia el curso de los acontecimientos y pone sobre el tapete la necesidad de la revolución social. El proletariado de Asturies tiene en la huelga la excusa perfecta para salir en tromba a la calle y convertirla en insurrección, y esta, a su vez, en revolución social. Su alianza, UHP, gritada en las barricadas por los proletarios se diferenciaba netamente de todas las demás alianzas del resto del Estado, en primer lugar porque no era una simple pacto entre las grandes organizaciones sindicales (CNT y UGT) sino que la alianza la había forjado el proletariado en las barricadas obligando a todas las organizaciones de la región, sin excepción, a posicionarse en favor de ella sino querían ser barridas por el movimiento revolucionario. El acuerdo formal entre las organizaciones obreras era la consecuencia del contenido unitario del programa del proletariado que este llevaba desarrollando en las calles desde hacia ya tiempo es Asturies. Pocas veces el proletariado se ha constituido tan rápidamente en clase destruyendo sus divisiones, desbordando a sus organizaciones, afirmando claramente que no tiene otro objetivo que: "...frente a la situación económico-política del régimen burgués en España, se impone la acción mancomunada de todos los sectores obreros con el exclusivo objeto de promover y llevar a cabo la revolución social." Se sentaban las bases para la superación de las organizaciones obreras predominantes, con todas sus limitaciones y sus características burguesas, se ponía a la orden del día la creación de un verdadero órgano de poder proletario. UHP daba las premisas materiales para ello.

Bajo estas condiciones desde el primer día la huelga adquiere el carácter de insurrección. En la cuenca minera la burguesía no aguanta ni el primer soplo proletario y las demás localidades cercanas aguantan poco más. Las explosiones que se oían de una punta a la otra, de un valle a otro, eran la señal de que la revolución avanzaba rápidamente. Allí donde la resistencia de las fuerzas represivas de la burguesía se mantenía, como en Oviedo, la llegada de los mineros con su dinamita la aplastaba. Solo Gijón debido al desastre estratégico y a maniobras contradictorias y recelosas entre la CNT y la UGT de esa localidad (que no trataremos en este articulo por razones de brevedad) es controlada por las fuerzas gubernamentales. Este aspecto será una de las claves en la victoria militar de la burguesía ya que facilitará el desembarco de las tropas legionarias del tercio y de cazadores de África.

A medida que la insurrección se extendía el proletariado se procuraba un mejor armamento. De la dinamita y las armas expropiadas a la guardia civil se paso a la toma de las fábricas de armas de Trubia, de Vega y de Manjoya. Se realizar trenes y camiones blindados y equipados con ametralladoras en los que en las planchas figuraban las siglas de UHP e incluso ante la falta de gasolina se le busco un sustituto: combustible a base de carbón. El proletariado de Asturies no sólo pensaba ya en la victoria en su región, se preparaba para ayudar a sus hermanos de clase del resto del Estado. Desgraciadamente en el resto del Estado no había triunfado la insurrección como pensaban en Asturies. Una vez mas se repetía la misma situación que en la Comuna de París, una vez más el aislamiento condenaba a la revolución social a la derrota y desgraciadamente el final seria igual de dramático que en París: el aniquilamiento sangriento de los revolucionarios.

A pesar del armamento tomado y elaborado por la revolución fue imposible la victoria militar ante las fuerzas del Estado que podían desplegar y concentrar todo su arsenal sobre Asturies ante la pasividad del resto del proletariado español. 3 columnas militares por tierra, las tropas legionarias del Tercio, los Cazadores de África, y sobre todo la aviación que bombardeó las posiciones revolucionarias fueron haciendo retroceder al proletariado pueblo por pueblo. Durante todo este tiempo, el proletariado estuvo convencido de que la insurrección había triunfado en toda España, y desoyeron la propaganda gubernamental, considerándola como un intento de desmoralización. El 11 de Octubre parte del Comité provincial revolucionario al percibir el fracaso en el resto del país, abandonan sus cargos y hacen llamamientos para el fin de la insurrección. Sin embargo el proletariado aun no daba por terminada la batalla y restituyó los cargos y detuvo a los desertores. Seis días más consiguió el proletariado resistir las acometidas de la republica hasta que finalmente ahogado en sangre la revolución era abatida.

A pesar de todo, esos 15 días que duró la revolución de Asturies serán imprescindibles para la experiencia histórica de nuestra clase, para reafirmar y seguir concretando el programa comunista, para expresarlo mejor, para expresar de una forma práctica el contenido comunista de la revolución. Cuando los que cegados por la ideología son incapaces de comprender cuestiones como "constitución del proletariado en clase, y por tanto en partido" que miren la UHP, cuando se aterran ante la consigna de dictadura del proletariado, que miren a ver si se aterran también en su plasmación practica en Asturies, cuando el proletariado armado derribo autoritariamente el poder del Estado capitalista, la propiedad privada, el trabajo asalariado, expropió las fabricas a los burgueses y organizo mediante la UHP Comités revolucionarios que organizarían las nuevas relaciones sociales durante la revolución.

Sin duda el desarrollo de los acontecimiento y su extensión hubiera creado más problemas, conflictos (algunos llegaron a darse dentro de las estructuras de la UHP de forma suave), hubiera llevado a la necesidad manifiesta de destruir las organizaciones sindicales y los partidos en favor de la organización del proletariado como clase revolucionaria... Pero eso es otra historia que deberá ser analizada en otro lugar.

Y con todo esta realidad que contiene la historia y que hemos intentado redactar brevemente, todavía la socialdemocracia en sus diversas formas se atreve a falsificar los hechos de la forma más grotesca. Desde el ridículo e increíble invento de los nacionalistas sobre la lucha por una Asturies independiente que tuvo presidente y todo y que solo un imbécil se lo puede creer, hasta la tergiversación de los sectores reformistas que hablan de una simple respuesta al avance del fascismo. Poco hay que decir contra estas y otras patrañas, lo único que corresponde decir es contraponer a ellas la realidad de los hechos revolucionarios que llevaron a Asturies al enfrentamiento clase contra clase por la abolición del capitalismo.

«Las clases revolucionarias recordarán por siempre la Asturias roja de 1934, con un sentimiento de admiración y con el propósito de seguir su ejemplo hasta el triunfo. Aquellas iniciales horrendas a los ojos de la burguesía, UHP (Unión de Hermanos Proletarios), que los insurrectos grabaron en sus tanques toscamente fabricados, a cuyo grito cayeron acribillados miles de héroes, anónima grandeza extraída del fondo de las minas, son un guión de estrategia revolucionaria para el proletariado español y mundial».
G. Munis


U.H.P.



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En recuerdo de... Aida de la Fuente


De la Fuente, un alcuentru a la sombra'l mitu

"Deciseis años tinía, / guapos años gayasperos / que xueguen y salten / semeyando xilgueros. // Yeres una neña Aida, / que na rexón asturiana / xugabes dando a la comba, / ú tos amigos saltaben. // Llegó la huelga d'ochobre, / fuisti revolucionaria, / tu yá nun coyisti comba, / que coyisti la metralla..."

"Aida Lafuente" yera'l títulu d'una canción que na voz de Chus Pedro ponía la melodía a la mio adolescencia inquieta. Mui bien de tiempo foi una especie d'himnu. Na inconsciencia grande d'aquel tiempu, la lletra d'aquel cantar popular garraba la forma d'un espeyu dignu onde yo quería que la mio vida se reflexare. Hai veces que les canciones tienen esi poder.

Aquel cantar de Nuberu convirtió a Aida de la Fuente nun mitu, nel iconu de la revolución asturiana d'ochobre de 1934. Al traviés de la muerte cantada d'aquella adolescente comunista, los asturianos manteníemos viva l'alcordanza d'unos sucesos decisivos de la nuestra historia contemporánea.

Anque con una paulatina pérdida de pesu, la vida y l'asesinatu d'Aida de la Fuente continuaron teniendo una presencia fuerte na mio vida. Depués de lleer dalgunos llibros sobre la revuelta de los obreros asturianos y d'asentar la revolución nel so contextu social y políticu real -lloñe d'esta manera de veleidaes nacionalistes- sentí un gran interés, una necesidá d'afondar dalgo más na vida d'Aida de la Fuente y la so familia.

L'episodiu del asesinatu de Aida de la Fuente, más allá de la reconstrucción que nos aporta la música popular, recoyólu Paco Ignacio Taibo II nel segundu volume de la so obra "Asturias 1934". Nesi llibru recueye la versión más difundida nel momentu de la so muerte, la que'l lexionariu Torrecillas dio a la revista "Estampa": "Matónos con intervalu d'unos segundos a dos sarxentos. Debía de tirar mui bien... Cuando recibimos la orde d'entrar al cuerpu a cuerpu, nun quedaben yá na puerta más qu'otros dos revolucionarios y ella. Poco depués cayeron los otros dos. Nesi momentu, cuando yo, siguíu de dos lexionarios, avancé hasta cuasi tocála y gritába-y "¡Ríndete!", ella dióme un golpe mui fuerte con una barra que llevaba na mano derecha y derribóme. Los mios compañeros tropezaron comigo y cayeron tamién. Entós, anque taba mui aturdíu pol golpe, vi qu'ella sacara una pistola del pechu. Diba a disparar... Pero yo fuí más rápidu en disparar la mía y cayó... Diba toa vistida de colorao y yera guapa. Depués pesóme muncho...".

La otra versión, más rigurosa, que Paco Ignacio Taibo II recueye nel so llibru pertenez al testimoniu de Juan Ambou, líder comunista y una de les últimes persones que vio a Aida con vida: "Aida y otros doce compañeros más resistieron coles armes pa protexer la retirada del gruesu de les fuerces revolucionaries... Morrieron dos. A otros mancáronlos. Tolos que quedaron con vida fueron puestos contra'l paredón de la Ilesia, más bien del cementeriu... Ente ellos Aida... Executáronlos y enterráronlos nuna fosa común... Desnudaron el cadabre de la nuestra heroina. Buscaben, al dicir del so asesín, Dimitri Ivan Ivanoff, oficial del Terciu, documentos. Nun alcontraron nada... les prendes afuracaes y manchaes de sangre fueron rescataes por unos vecinos, lleváronles y entregáronles a la madre d'Aida".

Recordando

La tarde que m'alcontré por primer vez con Pilar de la Fuente, hermana pequeña d'Aida, foi estraña. Tenía una rara mezcla de sensaciones. D'un llau, sentía que taba mui cerca de tener "un alcuentru cola historia". D'otru, la normalidá yera total.

Pilar de la Fuente, 85 años, presentóse con una chaqueta crema con un par de rayes más escures alredol de les muñeques y una saya negra. Mui amable y con munches ganes de falar de la so hermana mayor y del restu de la so familia.

Nun primer momentu, sintió cierta intimidación pola presencia d'una cámara de vídeu dixital cola que queríamos recoye-y el testimoniu. Posaba pa ella, con cierta rixidez, como si'l más mínimu movimientu fuere a estropiar les nueses intenciones. Vera Robert, la mio muyer, tranquilizóla: "Pue movese, Pilar, nun pasa nada". Pilar sorrió y de manera automática recuperó la tranquilidá y la pallabra.

"Esta fotografía -comentó Pilar, refiriéndose a la qu'acompaña a esti textu- ye la única que se conserva d'Aida. ¿Sabes ónde apareció? Nun quioscu de la Escandalera. Nesa fotografía Aida diba poniendo banderines coloraes, que facía mio madre, a la xente pa sacar dineru pal Partíu. Ella foi una de les primeres pioneres y depués, mui moza, pasó a les xuventúes, yo entré nos pioneros".

De la que dicía esto, sentada nuna siella, con un bolsu marrón apoyáu nes piernes y cambiando de gafes, entamó a enseñanos documentos suyos: el so primer carné del Partíu Comunista, del añu 40, el so carné actual. "Y estes son les medalles que recibí na Unión Soviética por lluchar na Guerra d'España. Vienen en rusu. Diéronnosles a tolos españoles que tabemos ellí nel trenta y nel cincuenta aniversariu. "Xustificamos y entregamos a la camarada De la Fuente, Pilar, como reconocimientu por tomar parte na Guerra d'España en 1936...".

Del bolsu marrón siguieron saliendo recuerdos. Con una fotografía familiar ente les manes, señalando a una de les muyeres presentes, y cola voz tomada per primer vez pola emoción, dixo: "Esta ye la mio hermana, la famosa María de la Fuente que n'ochobre de 1934 tuvo condenanda a seis años y un día que nunca llegaba... Diéron-y unes palices tremendes na cárcel. Sacáron-y tolos dientes. Teníenla nuna celda minúscula de cementu con un colchón y un cubu pa facer les sos necesidaes, namás. Horrible". Quedó en silenciu. Hai recuerdos qu'inda pesen muncho.

Recuperando cierta alegría, recordó de repente que nun yera cierto lo que nos dixere enantes de la fotografía. Existía otra imaxen d'Aida de la Fuente qu'ella tenía colgada na so casa de Simferopol, en Crimea, país nel que vivió sesenta años: "Ye una fotografía mui guapa que-y fixo mio padre. Ye de cuerpu enteru, ella ta de pie col puñu n'alto y col uniforme de les xuventúes: camisina azul, faldina azul y corbata colorada". La descripción d'aquella otra fotografía trúxo-y l'alcordanza de la historia de la imaxe recuperada n'Uviéu: "Esa otra fotografía fíxo-yla un fotógrafu de la cai. Taba colgada nun quioscu qu'había na Plaza de la Escandalera. Pasó per ellí ún del terciu y dixo-y a un compañeru: "Mira, la rapaza que matamos ayeri nel Naranco"... Un paisanu que yera conocíu de casa pidió por favor a los dueños del quioscu que-y la dieren y llevó-yla a mio madre. Ye la imaxe d'Aida que foi per tol mundu."

Nel alcuentru con Pilar nun buscaba'l rigor de la historia, sinón el pesu de la historia. El so recuerdu, erráticu y mui probablemente inexactu y contaminau pol pasu del tiempu, yera la única verdá. L'últimu día d'Aida de la Fuente consérvalu na cabeza como una fotografía. Ensin taramiellar, sal como si les pallabres formaren un bloque indivisible: "Cuando ya sabíemos que taba too perdío, Aida siguía yendo a los hospitales a dicí-yos a los firíos que lo teníemos too tomao, que tábemos ganando. Quería da-yos ánimos. Aquel día tábemos toos menos ella en casa la mio cuñada -a la nuestra yá nun podíemos dir- y mio padre dixo: "Neñes, tocónos perder, hai qu'escondese onde se pueda pa poder sobrevivir". Nesto llegó Aida y dixo: "Vengo a davos un besu". Mio papá preguntó-y: "¿Ú vas?", "Al Naranco", contestó. Mio padre dixo-y: "Pero si yá ta too perdío". "Papá, hai dalgo que facer ellí", contestó-y. Diónos un besu y marchó".

Depués d'una pausa breve, como pa garrar aliendu dende otru tiempu, Pilar fai, de manera natural, un saltu temporal nel relatu: "Cuando la mataron, quitaron-y el vestíu pa ver si llevaba dalgún documentu. Aquel vestíu tenía trenta y dos furacos de bala. Una muyer que vivía cerca de la Ilesia San Pedro, garrólu y foi a llevá-ylu a mio madre. Nun lu llavaron nin nada. La mio hermana Maruja fixo una caxa de cristal pa él y mio madre teníalu puestu nel tocador de la so habitación".

Na descripción hai firmeza, nun se dexa llevar pola emoción de lo descrito, anque los güeyos inda se-y humedecen. Nes sos pallabres hai una decicida aceptación de la traxedia: "Ella podía salvase, pero... yera'l so destín, yera'l so destín. Un final que buscó poles sos idees, pol so compromisu", diz.

Nunca apareció'l cuerpu d'Aida de la Fuente. Namás el so vistíu, mancháu de sangre y afuracáu como prueba doliente del cuerpu d'una adolescente de deciséis años nel que nun garren más bales. "Nun sabemos ónde ta enterrada. Sabemos ónde la mataron, pero ónde ta'l furacu nel que metieron el so cuerpu, non. Sigún nos dixeron, construyeron una casa enrriba. Onde ta'l monumentu agora ye onde taba ella cola ametralladora".

¿Cómo yera la vida de la vuestra familia enantes de la Revolución de 1934?, pregunté-y alzando la voz pa esquivar los sos problemes d'oyíu. "Nos vivíemos mui bien porque mi padre yera pintor-decorador y llevaba tola decoración de los grupos que veníen al Teatru Campoamor. Tamién decoraba munches cases y facía coses divines... Tenía obreros trabayando pa él. Económicamente nun teníemos problemes, pero siempre teníemos presente qu'había xente que vivía peor que nós. En mio casa siempre s'ayudó a los obreros que nun teníen trabayu y a la xente probe. Dábamos-yos comida, ropa...".

Como si fuere posible'l milagru, anque namás fuere por unos minutos, intenté devolvé-y la vida a Aida de la Fuente na voz de la so hermana: "Enantes de la Revolución, Aida tenía una vida normal, estudiaba y al salir de clase diba a la Casa'l Partíu porque la nomaran presidente de les Xuventúes Comunistes... Paseaba, diba al baille a onde'l Bombé... tenía una vida mui normal, estudiaba mui bien y dábase-y el dibuxar. Facía dibuxos mui guapos, seguro qu'acababa siguiendo los pasos de papá. Salía coles sos amigues a divertise, pero tamién diba tolos díes al llocal del Partíu, que taba na cai Santa Susana, y a facer colectes pa los presos políticos. La pidigüeña, llamábenla los socialistes. Yera siempre la que más perres sacaba. Tamién tenía un mozu, un xoven comunista al que mataron n'ochobre, enantes qu'a ella, nuna barricada". Produzse un nuevu silenciu prolongáu, que xenera un espaciu equidistante ente l'alcordanza y la reflexón. Llevanta la mirada y diz, buscando unos güeyos cómplices: "Aida yera mui bona, non como yo, que yera un bichu de pequeña... vivió mui poco, pero lo poco que vivió tuvo metida en too, ayudando a tol mundu que podía. Yera una rapaza mui voluntariosa. Pero dio-y tiempu a facer poco, nun cumpliera los decisiete...". Depués, con una notable sorrisa esbozada na cara y na voz, recuerda un fechu pre-revolucionariu protagonizáu pola hermana: "N'apoyu a una fuelga que taba convocada, Aida organizó a los Pioneros pa romper los cristales de los comercios qu'abrieren. Nun dexaron un cristal enteru. Depués vinieron a casa a buscala, pero nun la llevaron porque yera una neña. Mio ma díxo-yos qu'ella nun fuere".

Una historia del padre

A pesar de la so pertenencia a un estratu burgués, tola familia taba comprometida colos valores de la esquierda, realidá esta que foi la base del munchu sufrimientu vivíu. Yá de mui neña, Pilar recuerda una anécdota divertida nesti sén: "En casa yéremos toos comunistes, menos dos hermanes. Una d'elles yera mui beata y más mala que Dios. Yo dicía-y siempre: "Yá se ve que yes de Cristo". Yera la que dormía comigo y peles nueches dicía: "Vamos a rezar por mamá y papá, pa que nun-yos pase nada". Yo dicía-y: "Anda, reza tu... ¿a quién voi rezar? ¿Al cura esi?... yo rezaré a Lenin".

Los rezos de la hermana Beata tuvieron el mesmu efectu que los de Pilar a Lenin. Depués de la Revolución, cuando entamó la guerra, cuasi tola familia taba na cárcel. Pilar recuerda la situación como se recuerda l'estribillu d'una canción pop munches veces cantada: "A papá pidíen-y tres penes de muerte; al mio hermanu Daniel otres tres; a la mio hermana Maruja, una pena de muerte... Mio padre taba mui mal de salú, tinía asma. Cuando taba na cárcel parecía que diba morrer y too. Cuando-y fixeron el xuiciu -mamá taba al so llau poniéndo-y inyecciones pa qu'aguantare- preguntáron-y qué yera lo últimu que quería facer enantes de morrer. Yo y una hermana yá tábemos viviendo en Madrid, porque nun podíemos volver a Asturies. Mio padre dixo: "Lo único que quiero ye baxar a Madrid pa poder despidime de les mios fíes". Dexáronlu dir. Imaxínate que sorpresa. Nun se m'olvidará nunca, taba depilando-y les ceyes a una amiga, cuando llegaron unos vecinos diciendo: "Pili, Pili, pregunten equí por ti". Cuando miré pela barandiella que daba a la cai, ví que yera'l mio padre acompañáu por tres policíes, dos guardies civiles y ún de paisanu. Tirélo too y baxé corriendo... Dexáronlu dos díes... dáte cuenta que me tenía que despidir d'él sabiendo que lu diben a matar". La narración párase bruscamente, la historia tupe una voz cada vez más afogada pola emoción: "Lo que pasemos foi... que nun sé como aguantemos... Asina tamos toos de los nervios". Depués de mover la cabeza pa los llaos, cola intención declarada d'alloñar el pesu de la traxedia, Pilar consigue terminar la narración del padre: "Mi hermana la mayor foi a falar col tribunal militar que lu diba a xulgar. Preguntó-yos que si por ser comunista teníen derechu a matalu. Nel xuiciu, como vieron que moría solu, quixeron dar la sensación de que los fascistes nun mataben a tolos comunistes. Al día siguiente del xuiciu lleíase en tolos periódicos d'España: "El padre d'Aida de la Fuente, en llibertá". Dieron-y 24 hores pa salir d'Asturies y marchó pa Madrid".

Últimu capítulu de la madre

La madre de Pilar nun corrió meyor suerte que'l restu la familia. Na guerra civil, alcontró un final parecíu al de la so fía, Aida de la Fuente. Pilar baxa la cabeza y entama a falar, una vez más cola emoción en primer planu de la voz: "Voi cuntar una cosa... tengo la impresión de que yo tuvi muncha culpa de que mataren a mio madre...". Depués d'una descripción confusa, pero d'imáxenes exactes y respingantes, de la toma d'Uviéu polos fascistes, Pilar continúa col relatu de la última vez que vio a so madre: "La mio cuñada díxo-y a mio madre que nun me dexare salir, que taba la cosa mui fea na cai. ¿Yo yo que fixi? Vinieron dos amigos de Xuventúes a buscame y decidimos dir pola parte del cementeriu a ver quién taba na cai porque munchos socialistes y dalgún comunista pasaron pa ellos. Cuando intenté salir la primer vez, mio madre vióme y mandóme subir pa casa, pero depués conseguí marchar. Queríemos dir per onde'l cementeriu pero nun nos dexaron pasar los fascistes, asina que fuimos per onde la salida pa Xixón. Ellí vivía un hermanu de mio padre que yera de dereches; cuando me vió, díxome: "Ten cuidáu, fía", porque sabía lo que pasaba. Na salida pa Xixón había un bar nel que paraba muncho la xente; cuando lleguemos ehí teníemos muncha fame y yo tenía un reló que me regalare mio papá. Diximos nel bar que cambiábemos el reló por un bollu de pan y aceptaron. Siguimos caminando y yá alcontremos un coche con una bandera colorada colgando. Parémoslu. El conductor díxome: "¿Tu nun yes la rapaza pequeña de De la Fuente?". Yera un paisanu del Partíu de Xixón que tuviere munches veces en casa y que, tando presu na cárcel d'Uviéu, llevábamos-y coses. "Subir, que vos llevo pa Xixón", dixo. Y llevónos al Comité de Guerra del Partíu. Uviéu yá lu tomaren enteru. Yo dixi que tenía que volver pa Uviéu, porque mio mamá nun sabía nada de mi. Tuviéronme tres díes encerrada: "El dir a Uviéu ye matáte. Nun te lo consentimos". A mio madre lleváronla a esconder, pero depués entregáronla. Una vecina que yera de les esquierdies vió dende'l balcón cómo llevaben a mio madre tirando-y del pelo hasta'l Parque San Francisco, onde la estatua de Clarín. Llegaron ellí y fusiláronla. A la nueche dicen que yá había ellí más de cien cuerpos, pero'l primeru foi'l d'ella, el de mio madre".



El poder d'un cantar popular

Cuando la vida d'Aida de la Fuente y, sobre manera, la so prematura muerte, asesinada, se conviertieron en canción popular, creóse un mitu perenne de la historia del sieglu XX del nuestru país. "La canción d'Aida nun la escribió nengún escritor -anque depués dalgunos poetes como Rafael Alberti o Federico García Lorca escribiéron-y poemes- sinón un amigu d'ella. Los amigos trabayaben na Fábrica D'Armes. Siempre diben pela cai cantándola y cuando pasaba por delante de la nuestra casa, vivíemos na cai Arzobispo Guisasola, dexaben de cantala", recuerda Pilar.
Hai unos años, el grupu Xana, de Perlora, y el folclorista Fernando de la Puente, editaron con Fono Astur un trabayu de recoyida de cantares populares de la revolución asturiana d'ochobre de 1934. Naquel discu apaecíen delles versiones del cantar dedicáu a Aida de la Fuente. El más llargu d'ellos, recoyíu d'Encarnación Ruíz Gómez, nacida en 1916 en Castrillo de la Haya (Reinosa, Cantabria) y vecina d'Aguilar de Campoo (Palencia), cuenta asina'l sucedíu:

Dieciséis años tenía,
edá hermosa y llozana
que como los paxarinos
los neños xueguen y salten.
Una neña Aida de la Fuente
na so rexón asturiana
xugaba dando a la comba y les sos amigues saltaben.
Llegó la fuelga d'Ochobre
que foi revolucionaria
envede garrar la comba
tu garraste la metralla.
Colos valientes mineros
que bien que la remanabes,
entrabes colos primeros
saltando les barricaes.
Nel furor del combate
firió to pierna una bala
y nun podíes movete
la to vida peligraba.
Dos mozos socialistes
qu'intentaben de salvala
por ser vida mui hermosa
la vida de llibertaria.
Nun pudieron consiguílo
pues cuando a ti s'acercaben
quedaron ellí los sos cuerpos
barríos pela metralla.
Dícente los asesinos:
¿Cómo te llames, rapaza?
tu gristasti puñu n'alto:
¡Comunista llibertaria!
Nun terminasti dicilo
la to voz quedó na garganta
y el to endeble cuerpecín
foi acribilláu de bales.
Pero'l to humilde vistíu
que lleva unes manches roxes
bésenlu con gran cariñu
to bona madre y hermana.
Cola sangre que vertisti
na to rexón asturiana
has ser de los mineros
la bandera proletaria.
Saldrán preciosos rosales
con roses bien encarnaes
nel primeru de mayu
llevarán per toa España
les mocedaes marxistes
roses de la Llibertaria.
Dende la caleya al Payo
ensin dexar Villafría
hasta la cuesta'l Narancu
yera una carnicería.
Haber si pa otra vuelta
preséntense más valientes
que pongan el so pechu al frente
como Aida de la Fuente.
Aida qu'asina se llamó
Aida que morrió lluchando
a la boca d'un cañón,
Aida que morrió diciendo:
¡Viva la Revolución!
Nel Campu San Francisco
van face-y un monumentu
con lletres d'oru que digan:
"Equí descansa'l so cuerpu"
Ramón Lluis Bande

Espublizao en: Les Noticies, ochobre'l 2004.
Dixitalización: El cielu por asaltu.

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Octubre, segunda etapa

Con este folleto no pretende la CE de la Federación Nacional de JJSS hacer una crítica completa del movimiento de octubre, que deja para un futuro próximo. Sólo quiere señalar, justificándolas, las tareas inmediatas que se presentan hoy a los jóvenes socialistas.

Antecedentes de la revolución
La crítica de las grandes jornadas revolucionarias de octubre no puede hacerse desestimando todos aquellos acontecimientos acaecidos en nuestro país en estos últimos años. Para enjuiciar, aunque objetivamente, la revolución de octubre, es imprescindible acudir al examen de todos los acontecimientos, ya que sería necio querer analizar una revolución solamente por sus efectos, sin tener en cuenta su largo proceso de formación y sus causas históricas.

La solvencia y responsabilidad política del movimiento socialista español, bien patentizada en todos sus actos a través de su partido y de sus juventudes, impone una crítica severa, pero elevada, que responda a los compromisos históricos del PSO, teniendo siempre en cuenta que ha sido y será la columna vertebral de todos los movimientos revolucionarios de España.

No es la revolución un hecho casual, ni la determina la voluntad de los hombres: mucho menos, la engendra y desencadena el verbalismo revolucionario de quienes sistemáticamente han sido nuestros enemigos y detractores por creerse en posesión del aparato que regulaba la marcha de todo un proceso revolucionario.

Sería imperdonable que el PSO y sus juventudes enjuiciaran la revolución de octubre sin tener en cuenta los hechos y las razones fundamentales que la determinaron, y que, más tarde o más temprano, volverán a darse sobre bases más sólidas y condiciones más objetivas.

Es evidente que no pueden escamotearse las verdades de la revolución, ni rozar simplemente sus problemas, en nombre de una posición de crítica revolucionaria que sólo expresa una impaciencia y una miopía absoluta para distinguir las causas que imponen la insurrección del 4 de octubre y el fracaso momentáneo de ésta.

Las masas que han participado en las luchas de la revolución no pueden admitir, en nombre de ésta, una crítica torpe e irreflexiva dirigida solamente en un interés de partido y con la pretensión de responsabilizar a quien ha sido su motor y guía. La crítica está por encima de una concreción de hechos. Es preciso buscar los antecedentes de la insurrección y sacar de ellos las deducciones justas que pongan al descubierto los errores y los aciertos de las epopeyas de octubre; con ello contribuiremos a enriquecer la experiencia revolucionaria de nuestro movimiento obrero.

Etapas de la revolución
En febrero de 1917 el proletariado ruso se sacudía el yugo de los zares, haciendo triunfar una revolución democrático-burguesa. En el mes de agosto del mismo año el proletariado español, conducido por el PSO y la Unión General de Trabajadores, en alianza con la CNT y en inteligencia con la pequeña burguesía, se lanzaba a un movimiento revolucionario. Lleva las de perder. La burguesía triunfa, derrota al proletariado e instaura una etapa de terror blanco.

Se rehace el movimiento obrero y empieza de nuevo a formar sus cuadros políticos y sindicales. En el mismo ciclo histórico registran los trabajadores alemanes y húngaros la derrota de sus revoluciones.

La revolución rusa influye poderosamente en el movimiento socialista español como en el de todo el mundo. Con Rusia o contra Rusia. He ahí la consigna que flotaba en todos los medios proletarios. En 1919 surge la escisión dentro de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas y se constituye el primer Partido Comunista, que se denomina Partido Comunista Español, Sección española de la III Internacional.
El PSO vivió esa crisis de crítica de la socialdemocracia mundial. En su seno se abrieron las discusiones más violentas en torno a la revolución rusa. Termina enviando una delegación al país de los sóviets.

La III Internacional establece las 21 condiciones que, lejos de permitir y posibilitar la solución del problema que latía en el seno del proletariado mundial, significaban un obstáculo y un emplazamiento. La intransigencia e incomprensión caracterizaban las 21 condiciones. Se pretendía absorber a todos los partidos socialistas del mundo bajo la acción revolucionaria de dicho organismo, erigido en director de la revolución mundial.

En el año 1921 se produce una nueva escisión en el Partido Socialista Obrero, y se constituye un nuevo Partido Comunista Obrero con carácter independiente. El primero tenía su órgano de expresión, El Comunista; el segundo, La Antorcha. El Partido Socialista no ingresa, pues, en la III Internacional. La historia del movimiento obrero español no designó aún quién debe cargar con la responsabilidad de este hecho, cuyas causas hay que buscarlas más en Moscú que en Madrid.

El PSO resiste todas las pruebas y va reconstruyéndose después del fracaso de la revolución de 1917.

El movimiento obrero se divide, gastando sus energías en luchas fratricidas entre sí. Los partidos comunistas se atacan mutuamente, y éstos, a la vez, combaten al PSO. La CNT, en su concepción del Estado y en sus posiciones apolíticas, ataca a todos, y ella es atacada a su vez. No obstante esta lucha, la CNT es uno de los primeros organismos sindicales que había aceptado la revolución rusa, que participaron en la constitución de la Internacional Sindical Roja. En el año 1919 había pactado con la UGT para una acción conjunta y concreta. Pacto que no ha respondido a ninguna realidad.

Los dos partidos comunistas terminan fundiéndose y haciendo un solo frente atacan violentamente en el terreno político y sindical todas las posiciones socialistas. Tienen la consigna de la absorción del movimiento obrero.

La lucha de clases, en este período, adquiere caracteres alarmantes; el desastre de África, el problema de Cataluña, la radicalización de las masas va acercando al proletariado a la revolución. El problema de las responsabilidades por la muerte de once mil trabajadores en tierras marroquíes aglutinaba a las masas obreras y a la pequeña burguesía. La ola revolucionaria crecía. El espejismo de la revolución rusa, los acontecimientos de Italia y Alemania hacían aumentar el sentimiento revolucionario del pueblo.

La gran burguesía española cortó el peligro de la amenaza revolucionaria con un golpe de Estado militar en el mes de septiembre de 1923, instaurando un régimen dictatorial. Queda deshecha la bandera de responsabilidades, la legalidad de los partidos y organizaciones obreras, sometiendo a la clase trabajadora a los fueros de lo arbitrario, arrebatándole todas sus conquistas.

La única voz de protesta que se levanta en toda la opinión es la del PSO y la UGT., que lanzan, conjuntamente, un manifiesto nacional poniéndose enfrente de aquel Gobierno faccioso. Ni una palabra más de protesta se oye de ninguna de las agrupaciones políticas y sindicales del país. El PSO se queda solo en su postura. El golpe de fuerza ahogaba su acción. Queda el país sometido a un Gobierno dictatorial; pero la clase obrera, agrupada en el PSO y en la UGT, había descargado su responsabilidad denunciando a la opinión pública la gravedad de aquel hecho. El dictador ha tenido muy en cuenta este gesto de la clase obrera. Para los socialistas no cabía duda que aquel régimen no tardaría en caer, dando con ello un avance a la revolución, puesto que la situación económica de España así lo determinaría, cumpliéndose, como siempre, las leyes materialistas de la historia.

El movimiento obrero español entra en este momento en un período difícil de ilegalidad. Únicamente salva esta etapa, aceptando un juego de oportunismo revolucionario más o menos acertado, el PSO, sus Juventudes y la UGT.

Las masas sufren una crisis psicológica, se dejan arrastrar, en parte por el señuelo de que el nuevo régimen venía a purificar la Hacienda y borrar las vergüenzas de los anteriores Gobiernos, caracterizados por el despilfarro y el latrocinio más descarado. Pronto se consume esta ilusión. El régimen dictatorial había venido a salvar a la Monarquía, a aplastar las ansias revolucionarias de la clase obrera y a servir los intereses de la gran Banca, de la Iglesia y de los terratenientes, con el propósito de iniciar una política de monopolios y de desarrollo de un plan de gran capitalismo en un país cuyas posibilidades no lo permitían. El empobrecimiento del pueblo, por su baja de poder adquisitivo, la creación de monopolios y de una gran burocracia, la inmoralidad política y administrativa, la falta de libertades mínimas, la situación de angustia de la pequeña burguesía, del proletariado y de los campesinos, el descontento de una parte del Ejército, las rebeldías de la juventud estudiantil, hizo que una coincidencia de sentimiento creara una fuerte opinión pública en contra de aquel régimen de oprobio y tiranía. Los problemas de la clase obrera coincidían con los de la pequeña burguesía, o los de la pequeña burguesía con los del proletariado, dando como resultado una rebeldía común.

Las masas productoras no disponían de más aparato político y sindical que aquel que ofrecía el PSO, sus Juventudes y la UGT. Orgánicamente interpretaban los intereses de la clase obrera en general, en coincidencia con los de la pequeña burguesía. La revolución se hallaba ante una nueva coyuntura histórica. Sólo podía salvar a la burguesía una salida democrática hábilmente manejada. El proletariado se aprovecha de aquel nudo histórico. El Partido Socialista Obrero y la UGT establecen un compromiso revolucionario con la pequeña burguesía que tienda a derribar la Monarquía e instaurar una República, para con ella abrir paso a una legalidad, a un Parlamento, al disfrute de unas relativas libertades y concesión de unas reivindicaciones fundamentales para la clase obrera. (Jornadas de trabajo, ley de contratos, jurados mixtos, control obrero, etc.)

Para la burguesía ya no era garantía el Gobierno dictatorial presidido por un general. La situación económica del país reclamaba con urgencia una legalidad, una estabilidad política. Nuestra divisa alcanzó en aquella fecha su mayor depreciación. Se hacía preciso un cambio radical en la política. A esta situación se unía el creciente descontento de la pequeña burguesía y del proletariado. El dictador, en su agonía política, no hacía más que cometer verdaderos dislates. La Monarquía tenía minados todos sus fundamentos políticos.

Fue preciso dar paso a un Gobierno de simulado carácter civil, que venia a ofrecer la legalidad: unas elecciones y una normalidad política. (Gobierno Berenguer.)
A mediados del año 1930 cae, al fin, la Dictadura. Las masas populares acogen el acontecimiento con verdadera satisfacción. El ánimo se eleva y se vive una intensidad política formidable. En medio de una semilegalidad, la revolución se va madurando.

En diciembre estalla el movimiento revolucionario, con el fracaso momentáneo del proletariado. No obstante, la moral de las masas se eleva y radicaliza.

Una ola sentimental envuelve el ambiente en torno a los héroes populares de diciembre, simbolizados en los dos capitanes fusilados en Huesca (Galán y García Hernández) y en el Comité director del movimiento, que se halla en la cárcel.

La gran burguesía, a través de su equipo gobernante, convoca unas elecciones para salir taimada y falsamente a una legalidad. La clase obrera y la pequeña burguesía, fieles a un compromiso y en coincidencia de posición histórica, desprecian la llamada electoral. Las elecciones no se producen. El Gobierno-puente cae envuelto en el odio popular más feroz. Le sustituye un nuevo equipo con tonos más liberales, para que presida unas elecciones sinceras. Las masas populares, fervorizadas, llenas de ilusiones democráticas, elevan el concepto República a la categoría de mito. Así acuden a las elecciones del día 12 de abril de 1931, y se hacen con la casi totalidad de los Municipios españoles. La República burguesa se imponía, la voluntad popular soberana había triunfado. Los hombres que representaban al proletariado y a la pequeña burguesía en un compromiso (Pacto de San Sebastián), lo llevaban a la realidad, y el 14 de abril se hacía cargo de la gobernación del pueblo, mientras huían los representantes típicos de una Monarquía secular, entre la mofa y exaltaciones de triunfo de las multitudes enardecidas.

La revolución democrático-burguesa había triunfado gracias a la acción conjunta del proletariado con la pequeña burguesía, representada en todos los grupos republicanos del país.

Después del triunfo de la República
El triunfo de la República significa abrir grandes perspectivas para el movimiento obrero en general. Hay una basculación de situación, haciendo caer al proletariado de una situación de excepción ilegal, de un régimen de Dictadura y tiranía, en uno de libertad y democracia burguesa. Las ilusiones democráticas invaden a todas las capas de las clases medias, que vienen del campo de la burguesía, y al proletariado.

El movimiento sindical marcha a un ritmo acelerado y en un sentido ascendente va absorbiéndolo todo. Se constituyen sindicatos médicos, se organizan los maestros, los trabajadores de la administración, se fortalecen y multiplican en sus efectivos todos los Sindicatos veteranos de los oficios liberales y manuales. Esta potencia sindical logra mejorar las condiciones de vida del proletariado, aumentando sus salarios, haciendo respetar la jornada de trabajo y conquistando una personalidad social antes negada. El panorama del movimiento obrero cambia de fisonomía y adquiere tonos fuertes y esperanzadores.

Las mejoras económicas de la clase trabajadora influyen, como es natural, en su mentalidad política, que, poco a poco, va transformándose y adquiriendo una mayor conciencia de clase. Esto le lleva a cubrir la etapa democrática y de ilusiones sociales para caer en las grandes realidades de la lucha de clases observadas a través de las contiendas sindicales y el forcejeo sostenido constantemente con las fuerzas patronalitas antes de arrancarles ninguna conquista económica. El proceso ascendente de la revolución es alarmante para la gran burguesía, y en el temor empieza a contagiarse la pequeña burguesía, que teme perder el control de la revolución democrática.

De todos estos movimientos de opinión y masas es eje el PSO y la UGT. Las demás fuerzas obreras, excepción de la CNT, se mueven en torno a estos grandes movimientos como satélites insignificantes de la revolución.

Hay en este período un hecho que no puede olvidarse por lo que significa y por lo que revela; él dice, por sí solo, hasta qué grado ha sido influyente en las masas, cómo han conmovido a todas las capas del proletariado, las ilusiones democráticas y el mito republicano. La Monarquía y la Dictadura habían tenido en el mayor abandono a todo el campesino español, que se debatía entre la más espantosa miseria, padeciendo los rigores de un caciquismo cerril y retrógrado, la tiranía económica del usurero a los pequeños propietarios y arrendatarios y los salarios de hambre y las jornadas agotadoras a los campesinos pobres.

El nuevo régimen abrió grandes posibilidades. Desató las rebeldías de los campesinos, que desde aquel momento impusieron sus derechos, y con ellos lograban sus mínimas reivindicaciones. Gran parte de los campesinos habían vinculado en el triunfo de la República como el triunfo de su revolución, apoderándose de la tierra en muchos sitios y repartiéndosela, hasta que la Guardia civil les hacía ver prácticamente la diferencia que existía entre la República democrática y la revolución de los obreros y campesinos. (Toma de tierras de Andalucía y Extremadura en los primeros meses de la República.)

Lo cierto es que las masas campesinas luchan valientemente por sus reivindicaciones de clase, se organizan, establecen contratos de trabajo, imponen jornadas legales en el campo, donde se conocían jornadas de sol a sol; se racionaliza el trabajo, encerrando las máquinas para no producir paro. Sus condiciones de vida mejoran notablemente, alcanzando los jornales el índice más elevado en toda la historia de nuestro agro.

Esta situación permite la organización nacional de los campesinos en torno a una federación, que, para constituirse, reúne en la capital de la República a unos centenares de campesinos, que en un Congreso histórico por su significado, no por su contenido, dada su dirección, representaban a medio millón de esclavos de la tierra. Comicio de más valor revolucionario tardará en producirse.

El movimiento sindical de UGT, que hasta entonces se apoyaba en los trabajadores industriales, contaba, desde aquel momento, con una organización de campesinos y con la incorporación de la mayor parte de las colectividades liberales, que por primera vez militaban en una Central sindical bajo la bandera de la lucha de clases. La marcha ascendente de la revolución amenazaba para dentro de un plazo breve el régimen democrático, que era evidente que no podía dar satisfacciones plenas a los intereses de clase de los trabajadores y campesinos.

La pequeña burguesía y su papel en la República y en la revolución
El compromiso revolucionario de San Sebastián, plasmado en la realidad de un nuevo régimen republicano, hace que el desarrollo de la revolución democrático-burguesa se efectúe por la pequeña burguesía con el apoyo de la clase obrera (tres ministros socialistas en el Poder), que ofrece una colaboración ministerial.

La colaboración del PSO era tanto como asegurar la existencia o no de la segunda República española. La pequeña burguesía no tenía, por sí sola, fuerza suficiente para asumir la responsabilidad del Poder; ni el proletariado, por otra parte, podía dejar en manos de éste el nuevo régimen. Pero, a su vez, el movimiento obrero era incapaz de asegurar, por sí solo, la revolución democrática, ya que no podría sostenerse en el Poder de no hacer una política abiertamente burguesa.

Eran, pues, razones fundamentales e históricas las que se interponían entre el proletariado y la revolución. ("Seguramente, ahora casi todo el mundo ve que los bolcheviques no se hubieran mantenido en el Poder, no dos años y medio, sino ni siquiera dos meses y medio, sin la disciplina severísima, verdaderamente férrea, de nuestro Partido, sin el apoyo completo e incondicional de toda la clase obrera, esto es, de todo lo que ella tiene de consecuente, de honrado, de abnegado, de influyente y capaz de arrastrar tras de sí a los demás sectores...", Lenin).
Estas razones hacen que el régimen republicano tenga, en su desarrollo, tres fases fundamentales: aquella que corresponde a una composición de gobierno de la pequeña burguesía y proletariado (Gobiernos republicano-socialistas) y la que sigue caracterizada exclusivamente por la pequeña burguesía (Gobiernos Lerroux-Martínez Barrios), con el apoyo directo e indirecto de la gran burguesía, para caer más tarde en Gobiernos representantes directos y genuinos de la gran Banca, de la Iglesia y de los terratenientes, que en bloque gubernamental representan los altos intereses nacionales...

El primer impulso del régimen es elaborar una carta constitucional amplia en todos sus sentidos: social, religioso, político, económico y jurídico. Recoge en su articulado los derechos a expropiaciones sin indemnización, posibilidad de socializar las industrias, anteponer los intereses colectivos a los privados. La pequeña burguesía aprueba la carta constitucional. Pero pronto la presión de la gran burguesía y de la Iglesia impone sus intereses y empieza a ejercer su influencia en las tareas legislativas de las Constituyentes. Roma había estado siempre presente en ellas y en el primer Gobierno de la República, que mantenía dos ministros fervorosamente católicos...

Los socialistas no podían cifrar grandes esperanzas en la letra y espíritu de la Constitución sin olvidar su sentido de clase para todas las cosas. (La lección de Weimar estaba presente.) Sin embargo, era evidente que, aprobada la carta fundamental del nuevo régimen, existían posibilidades revolucionarias. Las leyes complementarias habían de sujetarse al espíritu y letra de la Constitución.
La pequeña burguesía se asusta de su propia obra. Da marcha atrás. Las Constituyentes conocieron la obstrucción más vergonzante de la pequeña burguesía inspirada en los altos intereses del clero y del capitalismo. Las Cortes Constituyentes cayeron sin razón constitucional porque así lo exigieron los intereses reaccionarios, inspirados siempre por el Vaticano, quien tenía y tiene a su primer representante en el Palacio de Oriente...

La primera etapa de la República se caracteriza por su contenido democrático, por el aumento incesante de los cuadros sindicales y políticos, por las luchas reivindicativas del proletariado, que, aprovechándose de unas circunstancias relativamente favorables, logra mejoras económicas inmediatas. La conciencia política de las masas se consolida a medida que disfrutan de las pequeñas concesiones democráticas y legalitarias. La fuerte corriente ascensional del proletariado va absorbiendo y desplazando a la pequeña burguesía, que cada vez se siente más débil y empequeñecida. (Lucha entre los partidos republicanos y choque de posiciones en el propio Parlamento.)

Es natural que, a medida que el proletariado lograba ganar posiciones en el terreno de la revolución, la pequeña burguesía las perdiera en perjuicio de los intereses de todas las oligarquías existentes. Se iba dibujando el peligro de perder la hegemonía política, social y económica de la República.

La República, desde el primer momento, legisla débilmente, sin audacia, sin canalizar la gran corriente de opinión que posee, que le permitía cubrir los puntos programáticos más esenciales de toda revolución. No profundiza su acción innovadora en contra de todas las viejas instituciones estatales del régimen derrocado. Actúa a la superficie de todos los problemas, atiende a las ramas del viejo régimen sin tocar su tronco ni sus raíces. He ahí la razón por la cual, paralelamente al proceso ascendente del proletariado, van retoñando todas las oligarquías financieras y políticas, si cabe, más vigorosas que antes. Van reagrupándose las fuerzas de la contrarrevolución apoyándose en los errores de la República, en sus debilidades, al no saber interpretar los postulados históricos de la revolución burguesa. Con ello cree contener los ímpetus de las masas trabajadoras, y lo que logra es acercarlas más a sus batallas decisivas.

La presión que ejerce la gran burguesía, con su juego de intereses económicos, obliga a que el proletariado salte de la participación ministerial para dejar paso a un Gobierno netamente republicano. (Segunda fase que interpreta fielmente los intereses de la burguesía.)

Pero, antes de este hecho, se produce (l0 de agosto) el intento de un golpe de Estado de extrema reacción, que el Gobierno republicano-socialista reprime, sin poder el proletariado imponer la condición de armarse y defender la República. La burguesía sabía que aquello hubiera significado abrir una coyuntura favorable a la revolución profunda y auténtica del proletariado, desposeído, en parte, de las ilusiones democráticas y del mito republicano...

Nuestra salida del poder
La salida del PSO del poder significaba la paralización, absoluta y violenta, del desarrollo de la República democrática y burguesa. La pequeña burguesía se hacía cargo del poder, alentada por la defensa de los altos intereses nacionales. Desde ese momento se inicia una acción regresiva en la legislación y en todos los órdenes de las actividades políticas y económicas.

La colisión de intereses entre burguesía y proletariado se va poniendo de relieve. Estos antagonismos hacen que pronto las masas trabajadoras se den cuenta de que el movimiento obrero empezaba una nueva era social llena de peligros. Es entonces cuando empiezan a enfrentarse dos posiciones históricamente antagónicas. Se había abierto una etapa, más o menos bien aplicada, de coincidencias, y se abría otra nueva con todas sus consecuencias.

El PSO, al salir del poder, rompía definitivamente su compromiso con la pequeña burguesía y se replegaba a sus disposiciones de clase para dar continuidad a la revolución y prepararse para el asalto del Poder político, y desde él iniciar la trasformación profunda y radical del régimen, atendiendo a sus realidades económicas.
Las ilusiones democráticas se van perdiendo a medida que las luchas se desarrollan. El mito de la República se deshace así que van quedando al descubierto todas sus características propias. Las masas, con nuevas experiencias, radicalizadas, consideran que la democracia desde aquel momento es un mito; que el Parlamento, desde aquel instante, es una entelequia; que se ha llegado al momento histórico de decir que hay que prepararse para la insurrección, para la conquista violenta del poder político, y tras él implantar la dictadura del proletariado. (Dictadura por dictadura, la nuestra).

La pequeña burguesía es incapaz de resistir la nueva etapa revolucionaria que se desencadena por todo el país. El capitalismo exige de ella las garantías suficientes para tener a salvo sus intereses de clase, cada vez más comprometidos. Impone para ello el estrangulamiento del movimiento revolucionario, el desmontaje de toda la legislación de la primera etapa del régimen republicano. (Ley de Jurados mixtos, Asociaciones, de Contrato, Términos municipales y toda clase de intervencionismos del Estado. Campañas furibundas de prensa de izquierda y de derecha...)

La pequeña burguesía, que no habla sido lo suficientemente fuerte para asumir la responsabilidad del poder desde el primer momento de la República, tampoco lo era para deshacer el peligro de la revolución, ni para hacer retroceder al proletariado.
Ha sido preciso que se aliara a la gran burguesía, que se apoyara en la gran Banca, en la Iglesia, en los grandes terratenientes, para asegurarse así la hegemonía política y poder cumplir con las exigencias de la reacción. (Elecciones de noviembre de 1933, de Martínez Barrio, confabulado con todas las fuerzas de la reacción y tolerando toda clase de atropellos a las derechas desde el poder.)

En estas condiciones responde a la lucha el PSO, enfrentándose con todas las fuerzas de la burguesía, y con el Partido Comunista, que, situado en intención a la extrema izquierda del movimiento, coincidía en sus ataques al Partido. Las elecciones escamotean al Partido más de cien actas. Con ello surge un Parlamento monárquico en una República de Trabajadores de todas clases. La pequeña burguesía había o estaba a punto de cumplir con su deber, y procuraría traspasar los poderes a la gran burguesía para que pudiera defender directamente sus intereses de clase.

El efecto moral que produce en las masas obreras el resultado de las elecciones es enorme. Desde aquel momento se desenvuelve el proletariado en una constante defensiva por todas sus conquistas logradas.

Desde este momento empieza la ofensiva de la reacción, envalentonada por su triunfo electoral. Se vulnera la legislación, no se respetan los contratos colectivos, los salarios tienen una caída vertical, se clausuran los centros, las detenciones arbitrarias están a la orden del día, se destituyen Ayuntamientos injustamente, los caciques recobran su libertad de acción, se condena al hambre y a la mayor miseria a los campesinos; empieza, en fin, el acorralamiento de la clase obrera, como si fueran verdaderas alimañas. Esto determina que la radicalización se vaya acentuando, que el sentimiento revolucionario se extienda y las bases de la revolución se ensanchen constantemente. La reacción había emprendido, apoyada descaradamente por la pequeña burguesía, un desquite, polarizando la lucha de clases en sus grados más extremos: fascismo o revolución.

El campesino empieza a sufrir las consecuencias de la reacción brutal del campo, exaltando las más fuertes rebeldías que habrían de producir constantes luchas. Se produce la huelga nacional de campesinos.

La gran burguesía, que había llevado a extremos exagerados su victoria ficticia, empezaba a enfrentarse de nuevo con las capas de la pequeña burguesía.
Una correlación de clases y de hechos fue conduciendo históricamente a las masas laboriosas hacia la revolución...

El problema de Cataluña
La concesión del Estatuto de Cataluña por las Cortes Constituyentes y por el Gobierno republicano-socialista coloca a la región autónoma en. unas condiciones de privilegio para su desenvolvimiento político con respecto al resto del país.

Las aspiraciones tantos años sentidas de la pequeña burguesía catalana a través de sus hombres políticos, simbolizadas en Maciá, habían logrado captar la voluntad de una gran masa de opinión en torno a los problemas nacionalistas exaltados por el Avi y recogidos en programa político por el Estat Catalá.

Cataluña había sido, en efecto, la primera región que proclamó su República después de las elecciones de abril de 1931. La pequeña burguesía catalana incorporó su República a la española porque un problema común lo exigía. (Pacto de San Sebastián, conversaciones en Barcelona entre Maciá, Marcelino Domingo y otros para convencer al Avi de que no debía crear ningún problema al Gobierno central, que desde aquel momento se comprometía a conceder a Cataluña una Autonomía o un Estatuto.)

La República viene a calmar las aspiraciones de la pequeña burguesía catalana. La concesión del Estatuto lleva a la dirección política de la región a las fuerzas de izquierda que habían acaudillado el movimiento nacionalista durante tantos años.
Las ilusiones democráticas crecen y se desarrollan en Cataluña con la misma rapidez que en el resto de España. Las masas de la pequeña burguesía, llevando tras de sí a una gran parte de la opinión pública, que se deja arrastrar por una ola de ilusiones, por un verbalismo pequeño burgués, sin contenido que caracterizaba a los hombres más responsables de aquella situación política. (Maciá, Companys, Gassol, etc.)

La CNT se enfrenta con aquella situación falsa, sin arraigo social y sin base. Sobre una atmósfera corrompida y un sentimentalismo infantil demagógico se estaba construyendo un castillo de naipes.

Las fuerzas del PSO y de la UGT también se colocaron al margen de aquella marcha triunfal de la pequeña burguesía, embriagada de frases y ausente, por el contrario, de las realidades políticas. El panorama político de Cataluña ofrecía en aquellos instantes el contraste, fuerte y vivo, de que a medida que en el resto del país las masas se radicalizaban, destruían el mito de la República burguesa y se deshacían de los prejuicios de la democracia burguesa, en Cataluña iba profundizándose estos conceptos y ganando a las masas.

El Gobierno central iba abriendo un proceso de retroceso; la pequeña burguesía del resto de la península cedía ante el empuje de las masas revolucionarias, perdiendo posiciones que eran ganadas en la polarización de la lucha por la gran burguesía. En Cataluña se efectuaba el proceso contrario. La pequeña burguesía se afianzaba, aunque en posiciones falsas, con perjuicio aparente para los altos intereses de la gran burguesía catalana, interpretados fielmente por la Lliga y sus secuaces. (Elecciones del Parlamento catalán. Derrota de la Lliga. Retirada de la Lliga del Parlamento catalán. Elecciones municipales.)

El choque entre los dos Poderes era evidente; tarde o temprano había de producirse. La política del Gobierno central y la de la región autónoma marchaban en dirección diametralmente opuesta. Uno era la representación típica de la pequeña burguesía en una etapa de ilusiones democráticas, y otra era la representación genuina de la gran burguesía en el papel de desmontar toda una etapa de Gobierno anterior caracterizado precisamente por otra etapa democrática.

El aniversario de la República, el 14 de abril de 1934, se manifiesta en toda España con frialdad. La clase trabajadora nada tenía ya de común con una República reaccionaria que iba entregando poco a poco el régimen a sus enemigos más abiertos. Donde únicamente se celebra la conmemoración del tercer aniversario de la proclamación del nuevo régimen es en Cataluña. Cada edificio ostentaba la bandera catalana y la bandera de la República; se hacen grandes fiestas, y las masas populares las suscriben lo mismo que en años anteriores lo habían hecho en Madrid. Esto ponía de relieve dos situaciones, dos corrientes políticas, que marchaban a estrellarse, y en las que se apoyarla la clase obrera en un oportunismo revolucionario en beneficio de sus intereses de clase y de su revolución.

Al amparo de aquella situación de fervor republicano, las masas campesinas reaccionan en torno a sus problemas económicos inmediatos. (Luchas de los rabassaires. Huelgas.) Sostienen sus luchas. La CNT, declarada casi ilegal, está frente a la Generalidad con toda violencia, porque el trato que se la dispensa es semejante o peor al que estaba acostumbrada a recibir de los que fueron virreyes de la Dictadura y de la ignominiosa Monarquía. El consejero de Gobernación, Dencás, que personalizaba la política de persecución, sufre un atentado.

Las fuerzas políticas encuadradas en la UGT, Bloque Obrero y Campesino, Sindicatos Autónomos (Treintistas), PSO, Juventud, Unió Socialista, constituyen en Cataluña la primera Alianza Obrera de España. Empezaba a penetrar en las masas un sentido de responsabilidad revolucionaria con esa intuición que caracteriza a los trabajadores durante la formación histórica de los grandes acontecimientos.

En el resto de España se iba acentuando la política de derechas en forma escandalosa y arbitraria. En Cataluña la de izquierdas, la de la pequeña burguesía. La idea de la revolución flotaba en el ambiente. La Alianza Obrera de Cataluña marca una pauta. La consigna de Alianzas Obreras la aceptan las masas y cunde por todas partes. Éstas se van constituyendo allí donde la armonía de la clase obrera y el sectarismo no lo impide. La alianza de todos los trabajadores era imprescindible para poder responder a las grandes batallas de clase que se avecinaban.

La Alianza Obrera de Cataluña tiene su primera crisis al plantearse la necesidad de que Unió Socialista retirara la colaboración que venía prestando al Gobierno de la Generalidad (un consejero). La Unió Socialista, aliada a la pequeña burguesía, no tenía en cuenta las grandes lecciones de la historia. Encerrada en una falsa realidad catalana, despreciaba olímpicamente las grandes realidades de la revolución, siempre por encima de todas las particularidades, y se niega a retirar su colaboración y se aparta de la Alianza Obrera.

La lucha va perfilándose y los campos van definiéndose, para que en su día la historia pudiera catalogar a quienes estaban sobre una base auténticamente revolucionaria y quienes contribuían, jugando con los intereses de la clase obrera, a montar un falso tinglado revolucionario para representar una farsa.

Los rabassaires quieren lograr sus reivindicaciones fundamentales. Nunca mejor que en aquel momento, que, muerto Maciá, dirigía el Gobierno autónomo su presidente, el honorable Companys. Este tiene que dar satisfacciones a los rabassaires. El Parlamento catalán vota y aprueba una ley de cultivos. El Gobierno central, que va a la deriva movido por los fuertes oleajes de la gran burguesía, impugna la ley promulgada por el Parlamento de la región autónoma. El Tribunal de Garantías Constitucionales acuerda la inconstitucionalidad de la ley y decreta su incumplimiento. La colisión, el choque de dos posiciones políticas, surge. La guerra entre los dos Gobiernos estaba declarada.

Desde aquel momento la pequeña burguesía española se aglutina y se pone al lado de Cataluña. Empiezan a considerarla como el baluarte más firme de la República.
El ataque a la Autonomía catalana, al Estatuto, que había establecido un precedente apoyándose en textos constitucionales, pone en guardia al nacionalismo vasco, que anhelaba y venía luchando por lograr su propia autonomía. Esto lleva a los dos nacionalismos a un compromiso de solidaridad. Cataluña, regida por un Gobierno de izquierda, hace un compromiso político con el nacionalismo vasco, que se caracteriza por su mentalidad política medieval y por su archirreaccionarismo.

Un nuevo aspecto de la lucha se pone al desnudo, aunque no habría de tener en la hora de la verdad grandes resultados. Pero, sin embargo, el conflicto de las Vascongadas es un episodio más en los antecedentes de la revolución de octubre y una manifestación más de nuestra pequeña burguesía en torno a los problemas de la revolución.

Frente a todo el movimiento reaccionario se opone Cataluña la rebelde. Allí se establece el cantón de la pequeña burguesía. Pero, frente a todos, queda el proletariado revolucionario, que estaba dispuesto a una lucha por su propia revolución, aprovechándose de sus fuerzas y de las contradicciones de sus enemigos de clase.

La gran burguesía, que no había logrado prender en las multitudes un odio hacia la región autónoma, en su campaña feroz en contra del Estatuto, emprende de nuevo una acción conjunta en contra de Cataluña. El motivo es el estado de rebeldía en que se encuentra su Gobierno. Se pide su destitución, una invasión militar. Los tópicos y las frases patrióticas son la cantinela diaria de la prensa mercenaria de todas las clases y categorías. Se amenaza por todas partes. El Gobierno es impotente para imponer su autoridad, la gran burguesía lo comprende y no compromete las cosas más allá de lo prudente. Una corriente de opinión se incorpora al problema de Cataluña, solidarizándose con él.

A medida que los problemas de la revolución se iban perfilando, la pequeña burguesía se agrupaba en torno a Cataluña, "baluarte" inexpugnable de la República, como cobijándose de los grandes nubarrones que se acercaban. Así fue situándose y encajándose en las situaciones políticas que se iban dando. De Cataluña sería de donde partiría la reconquista de la República. Pero los problemas históricos del momento empujaban las cosas por otro camino. La hora de la pequeña burguesía había pasado. Revolución o contrarrevolución. No había más camino.

Con insistencia, la pequeña burguesía llamaba al proletariado. Era inútil. El proletariado, el PSO, había roto definitivamente con quienes traicionaran su propia revolución. Las masas trabajadoras no querían más ensayos republicanos. El PSO aceptaba la coyuntura del problema catalán, no por creer que en él descansaba una posibilidad, sino por interpretarlo como una condición más de la revolución. Se aceptaba como una coincidencia histórica. Si la revolución obrera triunfaba en el resto de España, ¿qué haría la pequeña burguesía acantonada en Cataluña? Nada. Si, por el contrario, la revolución fracasaba en el resto de España y en Cataluña subsistía el Gobierno de Esquerra, ¿Cuánto hubiese durado? Nada. No tenía, pues, salida la situación de Cataluña. O con el movimiento o perecer.

Los hechos consumados han demostrado que pretendió fingir que estaba con el movimiento y que luchó al lado de la revolución. La realidad es que lo que hizo fue simplemente cubrir las formas.

A la pequeña burguesía le asusta la revolución. No quiso armar al pueblo; quería una nueva farsa republicana de izquierda, sin darse cuenta de que los hechos ya habían demostrado que la pequeña burguesía era incapaz de hacer su propia revolución. El proletariado no podía apoyarla una vez más. Fatalmente la historia la empuja a sucumbir entre las dos fuerzas que hoy luchan por la hegemonía política, social y económica del mundo: fascismo o socialismo. Revolución o contrarrevolución.

Posición ante las huelgas
Es natural que, a mayor densidad de la revolución, la clase obrera fuera provocada a conflictos, muchos de ellos mal enfocados y con graves peligros para los intereses generales del proletariado. La burguesía estaba en un plan de propaganda fantástica. Necesitaba contrarrestar los efectos del entusiasmo revolucionario. Pretendía desviar la atención de las masas trabajadoras, haciendo grandes movimientos de opinión con mucho aparato espectacular, con el propósito de influir en el ánimo y en la moral de las masas, al mismo tiempo que elevaba la propia.

Exponente de esta forma de actuar lo encontramos en las concentraciones fascistas de El Escorial y de Covadonga. A las dos contesta la clase obrera con huelgas generales magníficas, que deshacen todos sus propósitos, logrando efectos contrarios de los que la burguesía esperaba. El acto de El Escorial tiene como contrapartida la huelga general madrileña, que sorprendió al Gobierno y a toda la burguesía. La clase obrera se ponía frente a toda provocación fascista.

La madurez de la revolución se medía, en gran parte, por estas grandes huelgas de carácter político que iban destruyendo el germen fascista y preparando a las masas para sus grandes batallas.

Pero es evidente que el arma de las huelgas debe ser manejada en períodos prerrevolucionarios con gran habilidad y tacto. Si se reconoce que históricamente se está abocado a una revolución, es imprescindible colocar por encima de los intereses específicos de las colectividades, los intereses generales del proletariado. Estos intereses siempre los recoge y representa la revolución.

No quiere decir esto que los Sindicatos descuiden sus luchas parciales, sus reivindicaciones profesionales de clase, si es que su patronal pretende arrebatar alguna conquista; pero sí que se reconozca que en un período prerrevolucionario es preciso actuar procurando no quebrantar las fuerzas a los elementos que han de ponerse al servicio de grandes luchas, para conquistas integrales, definitivas.

Sobre todo, saber tener muy en cuenta que en períodos agudos, cuando una revolución está encima, la burguesía, por instinto, por intuición de clase, es agente provocador constante. Procura penetrar en las fuerzas de la revolución, para desmoralizarlas y destruirlas.

Es ahí donde radicaba la oposición a todo movimiento esporádico que no respondiera a "intereses calculados". Por eso nuestra posición se encontraba siempre en situación opuesta a la que sostenía sistemáticamente el PC, que a cada conflicto pequeño respondía con la proposición de declarar una huelga general de masas. Rara era la semana que por un motivo u otro no aparecía la hoja pidiendo una huelga general. En realidad, no existía más que un problema de responsabilidad revolucionaria. Quienes tenían un control sobre las cosas, quienes creían y veían que caminábamos hacia la revolución, no podían jugar con los sindicatos, con las fuerzas que cuanto más preparadas mejor responderían a un futuro que cada vez estaba más inmediato. La posición ante las huelgas era esa. Creer o no en la revolución, tener y participar en una responsabilidad histórica, o vivir a espaldas de las realidades y de los problemas de la revolución.

La huelga de Artes Gráficas ha sido negativa para los intereses generales de la clase obrera y para los propios de la profesión. Lo fue porque no ha respondido a ninguno de los fines que en aquellos momentos debieran guiar a los sindicatos responsables.

La de los metalúrgicos madrileños y de la construcción lo fue asimismo, y lo hubiera sido mucho más, hasta la catástrofe, de haber arrastrado al paro general a todos los gremios.

No se miden estos hechos por los efectos que han producido en nuestras filas simplemente, sino por las consecuencias que tienen y han tenido en un período prerrevolucionario para nuestros enemigos de clase.

El Gobierno, representación de la clase dominante, Estado Mayor de los intereses de la gran burguesía, sigue con toda atención los pasos de la clase obrera. Con todo el poder coercitivo del Estado capitalista en sus manos, monta el aparato represor de la contrarrevolución. Cada triunfo nuestro en una etapa revolucionaria es, evidentemente, un golpe que asestamos al enemigo, pero es también un aviso. La justeza de nuestra posición ante las huelgas lo justifica; primero, la convicción revolucionaria que pesaba sobre todos los instrumentos responsables del PSO, y segundo, la interpretación histórica de los momentos que vivía España, que determinaban fatalmente la salida a una revolución. Así lo entendía también la burguesía, cuando uno de sus mejores chacales decía, a propósito de las huelgas, y con motivo de algunas de las que hemos referido, lo siguiente:

"(...) La huelga de Artes Gráficas era uno de los conflictos que más inquietaban. Había razón para la inquietud. La veterana sociedad obrera, solera del partido, había sido de las que marcaron una nueva orientación. Desplazados sus dirigentes por los pasadizos de la acción violenta, era presumible que cualquier conflicto fuera aprovechado para exteriorizar la táctica triunfante...".

"(...) Por eso para nosotros aquel conflicto era sobre todo un acto de una serie que significaba el desarrollo de la voluntad revolucionaria representada por el grupo de Largo Caballero...".

"(...) Con el Arte de Imprimir, la Federación de Trabajadores de la Tierra había sido elemento principal del triunfo de la vía revolucionaria...".

"(...) Para nosotros, el problema aparecía claro. Si la revolución era inevitable, cada aplazamiento, con merma de la autoridad, significaría un fortalecimiento de la fuerza revolucionaria. Cada éxito era un aliciente. Cuando se lucha contra el Estado, cuanto le debilite supone triunfo de sus enemigos, camino para su derrota...".

"(...) Decisión. La teníamos firme. Por eso, cuando, lograda una fórmula que Luca de Tena aceptó, para no aparecer obcecado, NO LA EXPUSIMOS ANTE LOS OBREROS porque com-prendimos que era inútil, que iban alocados a realizar su torpe designio...".
Palabras de Salazar Alonso, ex ministro de la Gobernación. ¿Está clara la posición ante las huelgas después de oír a este sapo repugnante?

La huelga de campesinos
El sentimiento revolucionario es algo que se puede interpretar así como un gran imán que va atrayendo los propios objetos de la revolución. La burguesía se resiste y tira de ellos. Es la lucha por la cual se van polarizando las posiciones entre las diferentes capas de la sociedad, hasta ponerse frente a frente.

Es indiscutible, para toda acción, que cuando la correlación de clases se manifieste abiertamente, los campesinos serán siempre uno de los factores determinantes fundamentales. Es, pues, indispensable que para que en España triunfe una revolución habrá de contarse con el campesinado, quien tendrá sobre sí tareas primordiales de la insurrección.

Consciente o inconscientemente, la historia de nuestro movimiento de octubre registra en sus antecedentes el hecho provocador de haber eliminado a los campesinos de la revolución. ¿Por qué?

Hemos dicho y sostenemos que el proletariado español estaba abocado a la revolución si es que quería librarse de un régimen de tiranía de fascismo. Las premisas de la revolución se iban dando a medida que se agudizaba la situación. No podía tenerse en cuenta un atropello, una arbitrariedad, una injusticia. La burguesía había entrado en el plano de las provocaciones, y la clase obrera tenía que estar por encima de lo concreto para estimar los hechos en conjunto y canalizar la rebeldía colectiva de las masas. Caminábamos hacia conquistas integrales que se ventilaban, si se quiere, por encima de la voluntad del individuo.

Lo que estaba en la arena de las luchas sociales era un problema de conjunto, de masas, de clases. Los campesinos representaban la clase más considerable de la revolución. No podía nadie disponer de ellos sin tener en cuenta los acontecimientos que se avecinaban, de no traicionar sus propios intereses y los de todos los trabajadores españoles.

Es cierto que los campesinos sentían las injusticias del momento, salarios de hambre, paro caprichoso, destitución de Ayuntamientos, furia caciquil, el atropello descarado de las autoridades, vejaciones. Todas las injusticias características del ambiente feudal de nuestro agro.

Por otro lado, el campesino se sentía radicalizado, influenciado poderosamente por el ambiente general de la clase obrera. También los esclavos de la tierra conocían la experiencia dolorosa de una República burguesa que en nada se diferenciaba del régimen tiránico y absoluto del rey felón. Los campesinos habían comprendido la gran verdad de que sólo con revolución obrera y campesina podrían alcanzar su liberación social. Por ello anhelaban la hora de su emancipación, sentían ansias revolucionarias, sus rebeldías coincidían con la de todos los trabajadores industriales, que no ocultaban su preparación y su marcha hacía acciones definitivas.

En medio de este ambiente, actuando sobre un volcán revolucionario, se plantea, en el mes de junio, a los campesinos la consigna de ir a una huelga general. Las masas del campo encontraban en aquella posición la salida de sus anhelos revolucionarios. Se planteaba una huelga nacional de campesinos sin conectarla a los intereses de los trabajadores industriales, ligados en aquellos momentos a los intereses generales de la revolución.

Los campesinos creyeron, y con ellos los trabajadores industriales, que aquel movimiento era el principio de la insurrección. Porque teniendo en cuenta el ambiente que vivía España, nadie puede desconocer que si el sentido preside las acciones de la clase obrera, una huelga general del campesinado es indiscutiblemente una salida a hechos violentos y revolucionarios, tanto más cuanto las masas estén predispuestas a ello.

Al propósito de la huelga de campesinos se opuso el sentido de responsabilidad. Para ello no bastaba más que una reflexión. Si se lanzaba al campesino a una huelga general, debería arrastrar inmediatamente en su solidaridad a los trabajadores industriales. La hora de la revolución había llegado. Si los trabajadores industriales no podían, no tenían preparación suficiente para acudir en ayuda de los campesinos, los campesinos no deberían ser lanzados a una huelga general que interpretaban ellos mismos y nuestros enemigos como el principio de la revolución, para que fueran desechos y la insurrección española perdiera uno de sus puntales más importantes.

Concretamente el problema se planteaba: ¿es la hora, se puede o no se puede aceptar en este momento la batalla? La contestación nos la daba el examen objetivo y subjetivo de las condiciones precisas de la revolución. Ni se podía ni era la hora.
¿Por qué? La historia contestará.

Desde aquel momento no quedaba más camino que evitar una provocación tan trascendental. Evitar que los campesinos confundieran su hora, su misión, para que más tarde pudieran ser útiles a las grandes batallas que se avecinaban. Con ello lograrían sus reivindicaciones máximas y contribuirían con su aportación y su esfuerzo a las tareas de la insurrección. Todo fue inútil. Los campesinos fueron lanzados a enfrentarse con la burguesía y un poder político que de todas formas interpretó aquella acción como la iniciación del movimiento. Los campesinos también. Gastaron sus elementos y sus energías. Fueron condenados centenares, cerrados sus centros y deshechas las organizaciones. Los trabajadores industriales no habían podido descender a luchas falsamente planteadas, y velando por los altos intereses del proletariado siguieron su marcha, perdiendo a sus aliados campesinos, que habían derrochado heroísmo revolucionario inútilmente...

Entonces, como hoy, decimos que una huelga nacional del campesinado sólo se explica como el motivo de desencadenamiento de una insurrección. Sindicalmente es una monstruosidad, si no tiene ese carácter, porque no se da la circunstancia en ningún país de que la fisonomía agraria sea unilateral y uniforme. Sino que todos tienen características propias. Una zona produce trigo, otra arroz, una es de pequeños propietarios, otra de asalariados. Las cosechas se dan en una zona en una época; en las demás, en otra, Es obligado, en buena táctica sindical, acomodarse a las características de la colectividad para ponerla en juego y poder defender con eficacia sus intereses.

Frente al movimiento irresponsable se manifestó:

"La revolución española pierde uno de sus puntales. La historia medirá la responsabilidad, pero quienes han aceptado este papel, este compromiso, merecen, en nombre de la revolución y de los intereses generales del proletariado, ser fusilados...".

Huelga del 8 de septiembre
El problema de Cataluña con el Gobierno central se agudizaba extraordinariamente. Los terratenientes de Cataluña organizan en Madrid (Instituto de San Isidro) una gran concentración de propietarios para el día 8 de septiembre. Era una provocación que el Gobierno amparaba, mientras suspendía toda clase de manifestaciones de la clase obrera y aun de la pequeña burguesía. El proletariado madrileño, como en el mes de abril, responde a la concentración fascista con una huelga general. Tácitamente se solidarizaba con los rabassaires catalanes. Este hecho tiene una gran simpatía en Cataluña. El Gobierno responde a la huelga con detenciones y la clausura de la Casa del Pueblo y de todos los sindicatos. La revolución se acercaba.

Pero con la huelga del día 8, uno de los errores más formidables de la Alianza obrera, se había asestado a la próxima insurrección un golpe fatal. Fue clausurada la Casa del Pueblo y, en general, acelerado el ritmo de la política de represión y persecución contra las organizaciones sociales, justificándolo con los hallazgos de armas.

La huelga general se había utilizado contra el fascismo y el Gobierno, con éxito, el 22 de abril; pero fue porque intervino en ella el factor sorpresa, el más eficaz. En cambio, la del 8 no sorprendió a nadie; ya se daba como segura por el Gobierno, que anunciaba por radio su propósito de atajarla y sancionarla con energía antes de estar acordada. El factor sorpresa quedaba descartado.

El error estratégico fue reproducir el mismo tipo de ataque que en abril. Otros procedimientos hubieran tenido inmensa eficacia y no hubieran comprometido el éxito de la insurrección.

Unos días más tarde la juventud madrileña convocaba, de acuerdo con la comunista, a un gran mitin de masas en el Stadium. En él se congregan más de setenta mil trabajadores, que con todo entusiasmo aclaman y puño en alto vitorean la revolución social. En aquel mismo momento la Policía desvalijaba la Casa del Pueblo, sacando armas de todas partes.

La impresión del gran espectáculo del Stadium enardece a las masas, pero advierte también a la burguesía. Se prepara el Gobierno. Es el último acto de la clase obrera. Desde el Stadium a la insurrección, desde la insurrección...

La UGT y el reformismo
Sabida es la posición del PS con respecto a la acción a desarrollar para la implantación de la República. La Unión General de Trabajadores suscribió esa actitud y colaboró en todos los trabajos preparatorios de la revolución de diciembre de 1930 de acuerdo con la pequeña burguesía, representada por los Alcalá Zamora, Lerroux, Azaña, etc.

El reformismo entonces (Besteiro, Trifón, Saborit y compañía) estaba enfrente del movimiento, porque en realidad no creían en él. No tenían fe ni querían interpretar aquella hora decisiva que vivía España. Sólo un hombre, de todos conocido, interpreta aquella hora.

Cuando surge en diciembre la revolución, el reformismo la traiciona, sabotea las órdenes, en Madrid no se produce la huelga. Vuelan sobre la capital los aviones sublevados y tienen que marcharse a Portugal, porque la población presentaba una vida absolutamente normal. Pocos días más tarde, los "traidores" se congratulaban del fracaso del movimiento. Habían acertado: No se podía hacer nada... La República estaba muy lejana...

La derrota de diciembre de 1930 fue momentánea; en abril de 1931 se implantaba la República. Qué visión política la de nuestros reformistas!

Después de la implantación del nuevo régimen se celebra el Congreso Nacional del PS (octubre de 1931). Allí se plantea el problema de tendencias y se enjuician las actitudes de cada uno y las posiciones adoptadas en torno a la revolución de diciembre. También se discuten las responsabilidades por no haberse declarado la huelga en Madrid. Las traiciones quedan dibujadas con claridad meridiana.

La UGT vivió al margen de estos problemas, actuó en todo momento de acuerdo con el PS. En el mes de septiembre de 1931 se celebra el Congreso Nacional de la Unión General de Trabajadores. El reformismo reconcentra todas sus fuerzas, acude a todas las maniobras y habilidades, moviliza todo su aparato caciquil para caer sobre aquel Congreso como grajos sobre un cadáver. Habían perdido la batalla del Congreso del Partido y no estaban dispuestos a perder la de la UGT. Largo Caballero estaba enfermo; no asistiría a sus deliberaciones; era, indudablemente, una buena ventaja.
Nuevamente se discuten las responsabilidades sobre el movimiento de diciembre. Igual que en el Congreso del PS, las traiciones quedaron al descubierto, sin lugar a dudas.
En el Congreso se ponen frente a frente las posiciones de tendencia en cuanto se trata de nombrar una nueva dirección.

Parecía lógico pensar que si el Congreso del PS acababa de aprobar la gestión de su dirección, implícitamente se hacía lo mismo con la de la UGT, reconociendo la influencia que un organismo ejerce sobre el otro. Más teniendo en cuenta que el problema de responsabilidades no podía desligarse y tenía que tener las mismas consecuencias. En realidad, así era. El reformismo acudió a una de sus maniobras más indignas. Se presenta a una de las sesiones, después de agotado el Congreso, don Julián Besteiro. Alguien es el encargado de decir: "jQue hable Besteiro!..." Y Besteiro habla. Hace un discurso "marxista" (?), justo en la palabra y en muchos de sus conceptos, pero falso en absoluto en cuanto a sus propósitos. El Congreso se deja llevar por aquella palabra "autorizada"..., sin contrincante. Alevosamente se acababa de hacer un pequeño "chantaje", un verdadero fraude político...

El representante de la Federación de Campesinos (Lucio Martínez) obliga a que deleguen en él todos los Sindicatos de la Federación; representa, pues, directamente, y en nombre de la Ejecutiva de su organismo, a más de 400.000 campesinos españoles. Trifón Gómez, en igual forma, a unos 40.000 ferroviarios. Todo el movimiento sindical giraba en torno a estos dos organismos.

La maniobra estaba hecha y el problema de tendencia solucionado bajo el peso de dos organizaciones nacionales manejadas caprichosa y arbitrariamente por dos señores. El reformismo arrastra tras de sí a alguna otra organización bisoña e indocumentada.

Así se cancelan en el Congreso las responsabilidades de diciembre, las traiciones. La más elemental decencia y ética sindical no aparece por ninguna parte.
La dirección de la UGT es desplazada y cambiada radicalmente. Se apodera de ella el reformismo típico, el reformismo cien por cien. Besteiro es nombrado presidente; Saborit, vicepresidente; Trifón Gómez, vicesecretario, y, para mayor escarnio, Largo Caballero, secretario general. En el propio Congreso se lee la renuncia del compañero Caballero. Desde aquellos momentos los destinos de la UGT están en manos de los "héroes" del año 30. Poco a poco la UGT va colocándose frente al PS. Existe entre ambas direcciones un divorcio ideológico, de tendencia. La dirección del Partido es consecuente con el movimiento de diciembre de 1930, le da continuidad; la de la UGT es su negación, su dique; el primero caracteriza la política progresiva que va preparando el camino de la revolución; la segunda, quien va frenando, traicionando los anhelos del proletariado. Besteiro llega a apuntar la necesidad de que la UGT pierda todo contacto con el PS. En su audacia, propugna porque las organizaciones sindicales presenten candidatos propios. Quería, seguramente, establecer los cimientos de su cámara corporativa. En la prensa aparecían declaraciones suyas que son una verdadera vergüenza y una provocación para los trabajadores conscientes y revolucionarios...

Estábamos ante dos años de experiencia republicana. Como en 1930, la revolución vuelve a cobrar rasgos inconfundibles, a estar nuevamente emplazada (1933). Los Besteiros y Trifones la niegan. Siguen sin fe, sin ánimo y sin valor. Cuando las masas exigen, ellos niegan; cuando se piden acciones revolucionarias, ellos se oponen en nombre de la legalidad y de la democracia...

La posición revolucionaria de las masas es tan fuerte que en febrero de 1934 saltan de la dirección de la UGT y de la casi totalidad de las organizaciones.

Una nueva dirección, de acuerdo con la del Partido, rige desde ese momento los destinos de nuestra central sindical; pero los reformistas apartados siguen su política de traiciones: boicotean, desprestigian. Sus charlas, sus conversaciones, son ataques al Partido y a la UGT. Ponen en juego su caciquismo y extienden sus tentáculos, los tentáculos de la contrarrevolución, por todas partes.

En octubre estalla la insurrección. El reformismo se pone frente a ella. La traiciona. La huelga general revolucionaria, como en 1930, no se produce en muchas localidades. ¿Qué ha pasado?... Después de ahogada la revolución, el reformismo pretende caer sobre las organizaciones sindicales como los grajos sobre un cadáver. Todos los medios son lícitos. Los militantes están encarcelados, otros condenados; tienen, pues, el camino libre para sus repugnantes acciones. La burguesía les aplaude y les ayuda. Están, por ello, ufanos y siguen adelante su trayectoria vergonzante en la historia del proletariado.

¿Se repetirán los hechos?... Los trabajadores han visto claro: 1930-1934 son dos fechas que marcan toda una epopeya de los trabajadores; en ellas ha quedado enfangado el reformismo para siempre. También en este problema tenemos unos antecedentes de la revolución que arrancan desde el último Congreso de nuestra central sindical. De haber dotado en aquel Congreso a la UGT de una dirección consecuente con la posición política del PS, la revolución no hubiese estallado en octubre. Las clases oprimidas habrían salido por los fueros de sus libertades y de sus derechos de clase mucho antes.

El aspecto sindical
El movimiento de octubre ha demostrado claramente que la actual estructuración de la UGT no responde a las exigencias de las circunstancias por que atraviesa el proletariado español. Se hace imprescindible una nueva estructuración sindical que centralice el movimiento obrero, que simplifique las federaciones de industria, solucionando de una vez los problemas de fronteras sindicales.

Se demuestra esta imperiosa necesidad en cuanto se examina el número de Federaciones de industria que existen y su composición. Hay que ir a un reagrupamiento de nuestros organismos nacionales para establecer definitivamente fuertes y auténticas Federaciones de industria que recojan a todos los asalariados de una colectividad y aquellos otros que tengan una función de trabajo similar. Es preciso acabar con el criterio de que "un oficio, una federación, un sindicato".

La dirección de la UGT debe atender el problema sindical teniendo en cuenta cómo van evolucionando los medios de producción, y con ello transformándose las formas de trabajo, para ir adaptando a estas nuevas modalidades a nuestras organi-zaciones. Con ello no haremos más que ir ajustando nuestros medios defensivos a los de nuestros enemigos de clase.

La falta de un control directo, de una dirección única de nuestro movimiento restó fuerzas enormes a la insurrección. Ahí está la huelga de campesinos de Valencia, de Madrid, e infinidad de conflictos que iban produciéndose por todas las provincias sin responder a un plan de estrategia, a una subordinación a los intereses generales que estaban en juego.

Se dirá que es necesario desencadenar movimientos parciales, que no se puede hipotecar la libertad de las organizaciones ni ahogar las expresiones democráticas de las masas en torno a sus luchas por reivindicaciones inmediatas. Exacto. Tampoco se puede jugar en momentos dados con las fuerzas de la revolución. ¿Por qué no han respondido ciertas ciudades a la huelga de octubre con la intensidad y la pujanza que lo habían hecho poco tiempo antes?...

Hemos sostenido y sostendremos que cuando se está abocados a una revolución, cuando el proletariado se desenvuelve en una etapa prerrevolucionaria, tiene que someter todas sus acciones a los intereses supremos de esa revolución. Debe quedar automáticamente subordinado a las instrucciones generales, al control central del movimiento, que es en esos momentos históricos quien conduce y combina todas las fuerzas.

Una disciplina férrea, una subordinación absoluta, debe imponerse al movimiento sindical, que habiendo aceptado una posición revolucionaria quedó comprometido para las tareas de la insurrección en colaboración con aquel partido que sea su guía y su expresión política.

La falta de coordinación de nuestro propio movimiento sindical (UGT), por no tener una articulación entre sí y gozar las Federaciones de industria de una independencia exagerada, ha venido siendo interpretada en un sentido general. Pero siempre debió sobreentenderse que esta independencia dejaba de existir en cuanto estaba planteado un problema de interés general por encima de todas las particularidades de cada organización. Esta es una de las faltas de la preparación de la insurrección, que dio como resultado el fracaso de la huelga en infinidad de localidades.

Las Juventudes Socialistas deberán luchar implacablemente por la centralización de nuestro aparato sindical; porque se simplifiquen las federaciones de industria, recogiendo en ellas a todas las actividades de cada una, constituyendo verdaderas piezas sindicales capaces de aglutinar a todas las masas laboriosas del país.
En la nueva estructuración de nuestro movimiento sindical, en su reconstrucción, deberá tenerse muy en cuenta, con vistas a un futuro más o menos inmediato, las experiencias de octubre. Si ésta se sabe interpretar, la clase obrera se remontará con rapidez inusitada por encima del pasado.

Jefes y masa
Las masas habían elevado su conciencia política en los tres años de República más que en diez de las épocas anteriores. Así se explica que los problemas fueran situándose, empujados por la fuerza política de la clase obrera, hasta hacer quebrar todos los viejos fundamentos de la sociedad.

La intensidad revolucionaria de los tres años de República habían transformado radicalmente la fisonomía de nuestras masas laboriosas, de nuestras juventudes, del Ejército y de los campesinos. Todas las capas inferiores de la sociedad estaban irradiadas de un fervor revolucionario que se exteriorizaba por todas partes. Estábamos no ante un fenómeno, pero sí ante un problema de grandes magnitudes sociales. Canalizar aquella corriente, conducirla justamente, sin desviaciones, por el camino histórico de la revolución que estaba en curso era la tarea primordial para todos los elementos responsables de nuestro movimiento obrero.

Arduo problema; la conciencia colectiva de las masas estaba por encima de los jefes y jefecillos, salvando las excepciones de rigor. Únicamente las Juventudes Socialistas y el Partido, en la posición política de su presidente, estaban por encima de las masas, señalando a éstas el camino de su liberación.

El lastre que esta posición arrastraba era enorme. No parecía fácil transformar la mentalidad de los jefes y jefecillos, que se habían abrazado para siempre a los mitos de la democracia, de la legalidad, del Parlamento, y que consideraban consustancial la República burguesa con los intereses de la clase obrera. Seguían aferrados a los tópicos, al mito de la República, sin desprenderse de ellos, como había hecho el proletariado después de unas cuantas lecciones de democracia burguesa bien aplicada.

La resistencia pasiva y activa que han ofrecido y ofrecen a la revolución estos elementos es incalculable.

Desde las secretarías, desde los actos en que han intervenido, en las conversaciones, en el Parlamento, en todas partes acumulaban obstáculos, entorpecían la marcha arrolladora de los acontecimientos, que tenían en ellos su mejor contén. Se saboteaban órdenes, se colocaban en actitud pasiva, ahogaban las expresiones de la masa en lo que podían, no empujaban, sino todo lo contrario. Su colaboración no aparece por ninguna parte. Todo esto, como es natural, hacía perder eficacia a todas las consignas y acciones de quienes eran intérpretes del momento, y con ello de los intereses auténticos de los trabajadores.

Los jefes y jefecillos, que no han podido desprenderse de una educación tradicional, cuya mentalidad quedó retrasada, sin tener capacidad ni audacia para marchar al ritmo de los acontecimientos, se convirtieron, unos conscientes y otros inconscientes, en el freno más terrible a los impulsos y anhelos revolucionarios de las masas que falsamente estaban representando. No han contribuido en lo más mínimo a encauzar el sentimiento unánime de las masas, no ayudaron a esclarecer a éstas los problemas de la revolución. No participaban de los entusiasmos y del estado de ánimo que invadían todos los medios proletarios. Iban arrollados, sin tener el timón de los acontecimientos, sin comprender las realidades. Fueron incapaces de ello. Hicieron, en su mayor parte, el papel de un corcho sobre corrientes de aguas tumultuosas.

Sólo, repetimos, las Juventudes Socialistas y la posición del PSO, caracterizada en su presidente y en quienes seguían sus consignas sinceramente, empujando, estaban de acuerdo con la gravedad del momento, que amenazaba en toda la línea los intereses del proletariado.

Nadie ha traicionado tanto a la clase obrera como quienes personifican su reformismo. En segundo lugar, el centrismo.

Las luchas sostenidas con la fracción que dirigía la Unión General de Trabajadores ponen de relieve el papel que tenía asignado el reformismo, aquella dirección claudicante que, no obstante estar divorciada de las masas, se mantenía en sus puestos para servir intereses que no eran ciertamente los de la clase obrera.
La traición a la revolución la personifican Besteiro, Trifón y compañía. Ellos la han frenado desde el momento histórico en que se inicia. Han estado sistemáticamente enfrente de toda acción, de toda labor que tendiera a recoger los anhelos revolucionarios del movimiento obrero. Oponían el peso de una burocracia insensible cuando los problemas de la reacción apuntaban. Cuando se advertía y señalaba la necesidad de virar nuestra nave sindical, la necesidad de estar a la altura deunas circunstancias imperativas, Besteiro, interpretando el sentir de todo el reformismo traidor, decía solemnemente en un comicio de gran trascendencia lo siguiente:

"Con el Estado democrático que hemos creado, con la Carta fundamental como pieza jurídica que tiene nuestro país, existe margen suficiente para defender los intereses generales de la clase obrera..."

"El fascismo es el ruido de unos ratones en un caserón viejo, que asusta a los pusilánimes y a los cobardes" (Él era el valiente). "No hay ningún peligro".

Acto seguido empezaba a cantar unas cuantas endechas a la democracia, a la legalidad y al parlamentarismo. Esto lo decía el presidente de la UGT el 14 de octubre de 1933, cuando Lerroux subía al poder y Samper en el Ministerio de Trabajo cometía las mayores barbaridades en contra de la clase obrera.

Sus palabras merecieron contestación. Se le negaron todas las virtudes que él atribuía a la democracia burguesa, al Estado que habíamos creado, a la Constitución, al mito de la República. Se le hacía ver también que el fascismo no podía ser explicado por un socialista, menos por un profesor de lógica, como el ruido de unos ratones. Era algo que salía de las propias entrañas del régimen capitalista. Se denunciaba y censuraba una dirección que en aquellos momentos hablaba así, contrayendo con ello, por sus acciones pasadas y presentes, graves negligencias revolucionarias. Había estado ausente de una crisis política tan peligrosa como la que se acababa de solucionar (3 de octubre de 1933), que había tenido preocupado a todo el proletariado, a todas las fuerzas populares, sin que la UGT diera la más insignificante señal de vida.

Las federaciones de industria iban fijando su posición política en El Socialista una tras otra sin que el organismo superior se enterara.
Se advertía también al señor Besteiro de que el nuevo Gobierno tenía como misión desmontar toda la legislación social promulgada en la primera etapa de la República. A esto contestó, con una solemnidad mucho mayor y en tono confidencial y misterioso, lo siguiente:

"El presidente de la República le había jurado que ni el Gobierno Lerroux ni nadie tocaría la legislación social, que sería respetada y ampliada". Tenía en estas palabras del traidor de los traidores absoluta confianza. Eran para él, y debieran serlo para todos nosotros, una garantía...

Así se engañó miserablemente a una reunión que será histórica (la lógica de nuestras teorías le era indiferente). Así se hicieron concebir esperanzas y confianza a los dirigentes de las organizaciones, traicionando alevosamente los intereses generales del proletariado.

El ¡Alerta! que ya había sido dado no lo escuchaba la soberbia de quien anteponía su posición política a la defensa de la clase obrera. Fue inútil toda oposición a aquellas palabras falsas, vacías, sin encaje en las concepciones socialistas. Aquellas palabras ganaban la voluntad de jefes y jefecillos (salvando excepciones) que se agrupaban en torno a aquella ejecutiva de Besteiros-Trifones-Saborit, que, divorciados de la masa, se oponían a sus impulsos, justos porque ya hacía mucho tiempo que ésta había roto con la democracia y con una República envilecida.

Los jefes siguen resistiendo todas las exigencias revolucionarias del proletariado. Se colocan de muro entre la revolución y la burguesía. Ha sido necesario, para romper su resistencia, el impulso, la fuerza máxima de las masas revolucionarias. Entonces saltaron; se rompió en parte, el dique del reformismo. Pero esto fue un poco tarde. Había transcurrido medio año, en el que la reacción avanzaba sin cesar, fortaleciendo sus posiciones.

La capacidad directiva del movimiento obrero se reveló como insuficiente para dirigir y asumir las responsabilidades que estaban encima. Es cierto que no se presentaron facilidades de ningún género para ello, porque los capitostes eran barrera infranqueable. Las masas no apreciaban la importancia tan extraordinaria de este hecho; de haber percibido su gravedad hubiesen arrojado sin piedad de sus trincheras sindicales a todo el reformismo. La hora brutal que vivía y vive el proletariado todo lo exigía y sigue exigiéndolo.

Cuando el reformismo típico y el claudicante abandona al fin la dirección de la UGT, ya había cumplido con su deber: permitir que la reacción avanzara a sus espaldas. Las Juventudes Socialistas señalan y denunciarán en su día hechos de lesa traición revolucionaria de quienes antes y después de octubre estaban y están colocados frente a los intereses de nuestra clase.

La responsabilidad de la minoría parlamentaria
La minoría socialista del Parlamento tiene en la derrota de octubre una gran responsabilidad. Desde que las Cortes ordinarias comenzaron a funcionar, la minoría inició una labor confusionista que había de resultar muy perniciosa. Perniciosa, porque la vida de las Cortes ha coincidido con los momentos más agudos del período revolucionario. Durante ellos se intensificó la labor de preparación y de agitación de la clase trabajadora. Fue entonces cuando los órganos directores del Partido lanzaron sus consignas para la lucha. Las masas, acreditando una fina sensibilidad revolucionaria, supieron recogerlas. Mas si en algunos sitios no prendieron con el arraigo preciso, habrá que responsabilizar a la minoría parlamentaria.

La gestión de ésta provocaba, como ya hemos dicho, la confusión. Tan pronto se anunciaba por boca de uno de sus diputados que íbamos a desencadenar la revolución, como se defendía la constitución contra los mismos republicanos, o se dejaba pasar con una débil protesta el atropello más inicuo. Otras veces sonaba la voz de un francotirador que defendía la necesidad de una cámara corporativa, sin que se levantara nadie en nombre de la minoría a decir que éste era un criterio aislado, ni que se expulsase al indisciplinado.

Esta heterogeneidad, este caos de opiniones contradictorias, propio de otra entidad que no fuese la fracción parlamentaria de un partido revolucionario, sembraba la desconfianza. Los no iniciados pensaban que una de dos: o era falsa la posición de la minoría o lo era la del Partido. Los cómodos. los remolones, los eternos incrédulos, alentados por nuestros adversarios e incluso por los que luego habían de ser aliados, preferían pensar que la falsa era la actitud revolucionaria, que ellos consideraron una maniobra demagógica. A fuer de sinceros, hemos de declarar que esta confusión ha servido de justificación para la lenidad que en orden a la preparación revolucionaria se observó en algunas provincias, en las cuales la organización estaba dirigida por gentes no muy convencidas, o, por mejor decir, reformistas, que interpretaron la posición adoptada como una maniobra demagógica también, y tras las alianzas obreras no veían la lucha insurreccional, sino el acta de diputado, la popularidad fácil, conseguida a fuerza de estridencias.

Ni por arte de taumaturgia se hubiera podido conciliar la posición revolucionaria del Partido con la incoherente y reformista de su minoría. Esta contradicción tan voluminosa, tan brutal si se quiere, tenía su explicación no sólo en la diversidad de las tendencias que se agitaban en nuestro seno, sino en la defectuosa estructura orgánica de nuestro Partido, hecha con vistas a la lucha legal, pero ineficaz en aquellas circunstancias revolucionarias.

Según los Estatutos, la minoría sólo respondía de su gestión ante el Congreso; poseía una independencia casi absoluta para fijar su posición en todas las cuestiones. Y aun dentro de este cantonalismo, en virtud de la composición diversa del grupo parlamentario, había además el libre albedrío de los diputados, que decían en el salón cuanto les parecía bien, sin ningún control firme. Por consiguiente, nos hallábamos con una minoría convertida en cantón independiente, sin sujeción orgánica a la dirección del Partido y libre de la disciplina de éste, e incluso de la que hubiera debido imponer la minoría a los diputados que decían libremente las cosas más contradictorias y opuestas entre sí.

La estructura del Partido, eminentemente federalista, habría de esterilizar innumerables energías. Una minoría disciplinada al Partido, convertida en el brazo de éste, hubiera representado en el período prerrevolucionario un arma de incalculables proporciones, capaz de dirimir el resultado de la contienda.

Lo natural hubiera sido que en un período de presión gubernamental en el cual se suspendían casi todos nuestros actos y se prohibía nuestra prensa, la minoría parlamentaria se hubiera convertido en la más alta tribuna de la revolución. Desde ella se hubiera debido orientar a todo el proletariado, lanzando las consignas para la lucha, que hubieran tenido en este caso una resonancia infinita. La minoría hubiera debido ser el instrumento más formidable para la preparación insurreccional, ya que los diputados gozaban de una serie de privilegios no comunes a los demás.
Pero en vez de esto, los discursos parlamentarios eran jarros de agua fría en el entusiasmo revolucionario de los trabajadores; no contentos con esto, algunos diputados, cuando recorrían su distrito, sembraban el desánimo diciendo a los trabajadores que "eso de la revolución era la manía de unos locos y de unos chiquillos". Otros eludían todo trabajo revolucionario, no queriendo comprometerse. Es decir, que salvo excepciones naturales, la minoría torpedeaba de una y otra forma la cercana insurrección.

No es ésta ocasión de extremar la crítica; sin embargo, en su día seremos implacables juzgando a los que tienen una gran responsabilidad en que del movimiento de octubre no saliera la victoria proletaria.

Lo que significa la bolchevización del Partido
Tras las jornadas de octubre se alinean ante las Juventudes Socialistas de España una serie de tareas, cuyo enunciado queremos hacer aquí, aunque no vaya acompañado de un estudio profundo, que desbordaría los fines y propósitos de este folleto. Si la forma como emprendimos los jóvenes socialistas la resolución de alguna de estas tareas antes de octubre sorprendió en el seno de nuestro movimiento por su audacia, hoy, tras la experiencia adquirida en la lucha, parecerá natural a la mayoría de los militantes jóvenes y adultos, y aún no desconfiamos de que a algunos les parezca incluso corta y medrosa. Es preciso advertir que las jornadas revolucionarias han precipitado el proceso de radicalización de los cuadros socialistas. En este aspecto —lo mismo que en otros a los que ya aludimos en este trabajo—, la insurrección de octubre significó un progreso formidable para la clase obrera española. Sólo una experiencia tan dolorosa, un acontecimiento tan trascendental, podía llevar a la conciencia de las masas socialistas, y de los núcleos directores mejor dispuestos, el convencimiento de la necesidad de romper definitivamente con el reformismo.

Hoy es ya una necesidad reconocida por todos la de la depuración revolucionaria del Partido Socialista; lo que nosotros denominamos su "bolchevización". Ante todo es preciso decir lo que significa este término, para comprender cómo va ligado al proceso de depuración orgánica de una manera muy estrecha.

En los años precedentes a 1903 el Partido Socialdemócrata ruso era un conglomerado confuso, en el cual convivían los que el destino había de llevar en octubre de 1917 a intentar sofocar la Revolución desde el Gobierno al servicio de la burguesía, y los que, tras de derrotarles, les iban a sustituir en la dirección del país representando al proletariado. Los Dan, los Tsereteli y los Chernov marchaban al lado de los Lenin, los Trotsky y los Zinoviev. Las discrepancias entre quienes más tarde habrían de dividirse y declararse una guerra a muerte fueron constantes. La primera, que por su importancia ha pasado a la historia del movimiento obrero ruso, se polarizó entre los "economicistas" y los marxistas. Aquellos preconizaban la necesidad de limitar las luchas obreras a la conquista de las mejoras económicas; olvidaban el complemento imprescindible para llegar a la victoria real: las luchas políticas. Con esto hacían un servicio inestimable al zarismo y a la burguesía, al distraer a los obreros de la cuestión de la lucha contra la autocracia y por la conquista del poder. Un trasunto de los "economistas" rusos, adecuado al ambiente español, eran nuestros reformistas de hoy en el año 1930, cuando se oponían a la inteligencia de los socialistas con los republicanos para derribar revolucionariamente a la dinastía de los Borbones y establecer la República democrática, alegando que los primeros debían ocuparse única y exclusivamente de las "reivindicaciones obreras". Entonces nuestros reformistas adoptaban, para encubrir su mercancía contrarrevolucionaria, un barniz dogmático intransigente. El reformismo, siempre que halla ocasión, procura disfrazarse. Si los minoritarios del Partido hubieran impuesto entonces su criterio, aún habría en España monarquía y los obreros no hubieron adelantado mucho en el camino de sus reivindicaciones.

La denominación de bolcheviques y mencheviques no se utiliza en el Partido Obrero ruso hasta su II Congreso, en el año 1903. Se produce entonces una viva polémica entre reformistas y revolucionarios alrededor de la composición que ha de darse a la redacción de Iskra (La Chispa). Los reformistas pretendían mantener en ella a Martov, Potressov, Axelrod y Vera Zasulich, sus jefes; los revolucionarios, tras una votación, consiguieron limitarla a Lenin y a Plejánov —éste todavía no había virado entonces hacia las filas de la burguesía—. Se planteó asimismo en el Congreso la cuestión del programa del Partido, y volvió a repetirse la votación. Los menchinstvo —minoritarios en el idioma ruso— se retiraron del Congreso, vencidos. A la hora de elegir el Comité Central se quedaron solos en el Congreso los bolchinstvo —mayoritarios—.

De ahí nacen los términos de bolcheviques y mencheviques. Así es que interpretándola en sus justos términos, la bolchevización del Partido Socialista no significa otra cosa que la lucha de su mayoría revolucionaria —las grandes masas del Partido lo son sin ningún género de duda— contra el grupo de "generales" reformistas y centristas, por la depuración orgánica y el afianzamiento de una política revolucionaria justa.
Por todo esto es indiscutible que las Juventudes Socialistas de España son hoy unas falanges verdaderamente bolcheviques en la justa acepción del término, puesto que son el motor de la depuración y radicalización del Partido.

La trayectoria del reformismo
La fracción reformista tiene unos contornos muy precisos. Comienza a dar señales de vida, como tal fracción, cuando la revolución democrática de 1930. Por contraposición a los partidarios de una inteligencia revolucionaria con los republicanos para derribar la Monarquía, ellos defienden la necesidad de entregarse a una política de "reivindicaciones obreras". Con objeto de despistar al proletariado sobre sus verdaderos fines, se cubren con una apariencia revolucionaria; se presentan como los más fieles depositarios del espíritu de clase, y acusan a los partidarios de ir a la revolución democrática —paso insoslayable para poder llegar a la revolución proletaria— de colaborar con la burguesía. Sin embargo, las masas comprendían claramente que lo revolucionario entonces era ir contra el trono; que implantar la República significaba abrir un período revolucionario que hoy no ha sido liquidado, sino que continúa, y que sólo cerrará con la victoria proletaria. Y los que se oponían a la inteligencia republicano-socialista lo hacían no tanto por el temor de que se desnaturalizara el sentido clasista dentro del Partido obrero, como por las perspectivas poco halagüeñas que encerraba para ellos el período que iba a inaugurarse, en el cual se pondría a prueba la capacidad de lucha de dirigentes y dirigidos.

Durante el período de participación en el Gobierno, ellos se opusieron a la política del Partido, no porque preconizaran otra más revolucionaria, no porque quisieran el alzamiento armado del proletariado frente a la burguesía liberal, sino porque estimaban que la presencia de los ministros socialistas era una provocación para la gran burguesía, que ésta a la larga no toleraría, colocando al proletariado en trance de ir a luchas sangrientas; pretendían, de consiguiente, que el Partido pasara a una oposición parlamentaria, desde la cual se haría una defensa platónica de los ideales socialistas, actitud que no heriría a nadie y permitiría a todos un desarrollo "pacífico". Si hubieran podido, el socialismo español sería hoy una pieza más del aparato burgués, al modo de algunos partidos de la socialdemocracia europea.
En el instante en que el Partido tuvo que prepararse para la lucha revolucionaria, ellos se vieron forzados a mostrarse al desnudo, tal cual eran. Fue la piedra de toque. Adueñados de los mandos de la UGT, que habían tomado por asalto, defendieron una política de contemporización; resistieron a los embates del empuje revolucionario de las masas todo el tiempo que les fue dado, retrasando así la labor de preparación revolucionaria. De aquí les vienen a ellos las responsabilidades en el movimiento de octubre, para cuyo examen no podemos constreñirnos al momento de las luchas, sino que tenemos que remontarnos por todo el período de su gestación. Y al ser desalojados de la dirección, no se recataron en manifestar públicamente su discrepancia con la fracción revolucionaria. Hicieron toda una campaña de fracción en las Cortes, en la calle y a la sombra de los procedimientos caciquiles,
Surgió la contienda de octubre, y ellos —que habían preconizado una política buena para entregar mansamente al proletariado en manos de sus enemigos— se mantuvieron alejados ostensiblemente de la lucha, dando muestras con ello al poder de que no tenían nada que ver con lo que sus oscuros cerebros de reformistas calificaban de locura. El poder burgués les compensó con largueza. Entonces se envió a los Gobiernos civiles, desde el Ministerio de la Puerta del Sol, la famosa circular en la que se daban instrucciones para no detener a los "socialistas moderados".

Cuando la lucha no había terminado, las Cortes, en su primera sesión, al lado de las gruesas frases de condenación para la insurrección, tuvieron otras de gratitud para el personaje más destacado de la fracción reformista, expresadas por boca del señor Lerroux y coreadas por los que autorizaron las matanzas de Asturias. La pocilga parlamentaria premiaba así a los enemigos de la Revolución. Y expresaba también su esperanza de que tras aplastar a la dirección revolucionaria con el peso del aparato gubernamental, el Partido y las organizaciones obreras caerían otra vez bajo la dirección reformista, pasando a ser una pieza más del engranaje del Estado.

Unas declaraciones hechas por un personaje radical, el señor Samper, durante un viaje a París, hicieron luz sobre estas esperanzas. El desafortunado ex gobernante dijo claramente a la prensa francesa que en el Partido Socialista es precisa una dirección reformista, es decir, la vuelta de los reformistas a la Comisión ejecutiva, con lo cual los obreros "volverían al seno de la República".

En este aspecto, los propósitos del Gobierno que realizó la cruel represión de octubre coincidían en un todo con las de los reformistas. Estos, libres las manos, cuando aún alentaba la insurrección, comenzaron sus trabajos de zapa para adueñarse de la dirección de las organizaciones obreras; gestionaron la libertad de los dirigentes que ellos consideraban propicios a ellos, y la consiguieron; escribieron a provincias cartas en las que difamaban a los compañeros presos, y que, por consiguiente, no podían defenderse.

Asalto reformista a la dirección del Sindicato ferroviario
Pero el caso más monstruoso, más indignante y que muestra la falta de escrúpulos en quienes lo han ejecutado y alentado es el del Sindicato ferroviario. En la ejecutiva de este organismo —y a consecuencia de un plebiscito entre los afiliados que derribó a la dirección reformista— se hallaban, desde poco antes de octubre, compañeros afectos a la tendencia revolucionaria. Vencida la insurrección, los reformistas, dueños del Comité de la Zona Primera de Madrid, iniciaron el asalto a la dirección nacional. Primero utilizaron el soborno.

No hemos de utilizar nosotros datos caprichosos para informar a los trabajadores. Nos atendremos a la circular número 14 de la Comisión ejecutiva del propio Sindicato ferroviario, uno de cuyos párrafos dice así:

"A los pocos días de iniciarse el restablecimiento de la normalidad en los servicios ferroviarios, y cuando nosotros habíamos dado comienzo a nuestras gestiones en la jefatura de algunas empresas, se nos acercaron unos emisarios que decían representar a la Zona Primera para proponernos algo insólito, como era el propósito que nos manifestaron de que los hiciésemos entrega del Sindicato con todos los enseres, valores, etc., so pretexto de que a nosotros nos sería imposible actuar por considerarnos perseguidos, y que, además, podíamos disponer de quince o mil pesetas para nuestros gastos, estando ellos dispuestos a defendernos en todas partes, porque les constaba que nuestro proceder era noble y elevado.

Semejante absurdo no encontró nuestra colaboración para que prosperase, porque ello hubiera sido hacer abstracción absoluta del resto de la organización".

Después sigue diciendo la circular:

"Bien; pues como por medios persuasivos no conseguían sus fines, cuyas raíces deben ser muy hondas, tomaron el acuerdo —todo por la Zona Primera— de enviarnos una carta en términos conminatorios, señalándonos fecha y hora exacta para que resignásemos en ella todo lo que el Sindicato tenía confiado a la Comisión ejecutiva. No faltaba en el comunicado de referencia la insidia lanzada con mala fe, viéndose que cambiaban la táctica de persuasión que emplearon en sus entrevistas con nosotros por la de la agresividad del lenguaje y la de la coacción que representa los términos conminatorios en que nos escribían".

Como se verá, los reformistas se mostraron incansables y ensayaron todas las armas, sin escrúpulos de ningún género —pelillos a la mar—. Veamos el tercer recurso a que acudieron:

"Como con la segunda modalidad de actuación tampoco consiguieron sus propósitos, enfilaron sus baterías en un radio de mayor amplitud, invitando ‘particularmente’, según expresión de ellos, a los presidentes de todas las Zonas de España, que, como sabéis, son vocales del Comité nacional. De los invitados ‘particularmente’, sólo ocho respondieron, tomando acuerdos ‘oficialmente’, manejando para su uso ‘particular’ la representación que los afiliados les han dado".

"Pues bien —omitimos una parte de la circular por innecesaria—, a la Comisión ejecutiva se la comunicó el acuerdo recaído, que era el de que hiciésemos entrega del Sindicato con todos sus valores, enseres, etc.".

Es preciso advertir que el Comité nacional del Sindicato sólo puede ser convocado por la Comisión ejecutiva. Los reformistas, tan respetuosos siempre con el Reglamento, no vacilaron en saltar sobre él para obtener sus fines. A estas horas la Comisión ejecutiva que escribió la circular cuyos párrafos transcribimos ha sido sustituida porque las indignas maniobras han sido secundadas por la burocracia esparcida en todas las zonas ferroviarias de España. Ya veremos lo que ocurre el día que los obreros del carril puedan reunirse y expresar claramente su opinión.

Táctica de lucha contra el reformismo
Está justificado, pues, que las Juventudes Socialistas de España nos asignemos la tarea de expulsar al reformismo de nuestro seno, como una de las primordiales. Porque el reformismo no es sólo ese grupo de "ex generales" del movimiento obrero; lo componen también otros jefecillos distribuidos por algunas localidades y provincias, con los mandos de la organización en la mano. Esos jefecillos han saboteado el movimiento de Octubre; fingieron desear la insurrección para no indisponerse con las masas, hasta que llegó el momento de la lucha, y entonces la eludieron.

Esto viene a plantear un problema de regular envergadura: ¿cómo expulsar al reformismo? El Congreso de octubre de 1932 fue, a este respecto, una experiencia de gran valor para el proletariado socialista. Se hallaba en él un gran sector de delegados —los delegados tradicionales— educados en el respeto a los antiguos militantes, sin una conciencia revolucionaria clara, inclinados por temperamento y por historia al reformismo. Cuando se planteó el problema de escoger entre los que habían organizado y preconizado la revolución de diciembre de 1930, y los que la habían entorpecido y saboteado, de decidirse por unos o por otros, ese gran sector de congresistas cerró los ojos; no quería saber nada de aquellas diferencias políticas e ideológicas que algunos habían llevado hasta el borde de la traición; prefirió la confusión, el impunismo, y votó una resolución ambigua que no daba ni quitaba la razón a nadie. Con ello el reformismo salía limpio de polvo y paja, en condiciones de contender con todo el mundo y de conservar su control sobre ciertas organizaciones.

Para que esto no vuelva a suceder jamás en el Partido es preciso que las secciones de la Federación de Juventudes Socialistas, y los militantes adultos, comiencen la lucha en el terreno local contra el reformismo. Es preciso fomentar resueltamente la depuración del Partido. En cada localidad los militantes deben esforzarse por sustituir a los dirigentes de las agrupaciones y los sindicatos que no hayan defendido y defiendan una posición claramente revolucionaria, y que en octubre no hayan puesto todo su esfuerzo por llevar a las masas a la victoria.

Esta transformación debe realizarse en el marco de las organizaciones constituidas; pero nuestros camaradas no deben vacilar en denunciar las vacilaciones de los que están llamados a ser sustituidos, en atacarles con energía, puesto que así lo requiere la prosperidad del Partido Socialista. Sólo por medio de una autocrítica enérgica y audaz podremos llegar a la bolchevización completa y total.

Las Juventudes y los militantes que no lo hayan hecho ya deberán iniciar esta lucha en el terreno local, elevándola luego al provincial, despojando a los reformistas y a los indecisos de los puestos de dirección de la redacción de los periódicos obreros, sitiándoles hasta expulsarles definitivamente.

Únicamente tras esta labor de depuración por la base de las organizaciones podremos llegar a la depuración en el terreno nacional. La bolchevización del Partido ha de ser, pues, un movimiento que irá de la base a la cúspide. Es preciso que todos nuestros militantes se claven esta idea en el cerebro.

El centrismo: sus características principales
Pero la expulsión de los reformistas no es más que una etapa del proceso de bolchevización del Partido Socialista. Una etapa que nosotros consideramos preciso vencer rápidamente para que las demás puedan realizarse con facilidades mayores. Quedan otras, que vamos a ir examinando, como, por ejemplo, la eliminación del centrismo.

Renovación, el órgano de las Juventudes Socialistas, que tan gran papel jugó en la insurrección de octubre, publicaba meses antes de las gloriosas jornadas un artículo al cual pertenecen los párrafos siguientes:

"Pero ahora parece surgir otra nueva —tendencia—, más peligrosa porque encierra un principio de acción, cosa hasta de la cual carece la primera —la fracción reformista—. Es la tendencia que desea un movimiento revolucionario para ir a una solución socialista republicana, en vez de republicana socialista. Es decir, para ir a un Gobierno de mayoría socialista, con republicanos, experiencia cien veces peor que las pasadas. A esta nueva tendencia —que en el devenir del tiempo puede llegar a atraerse algunos adherentes del reformismo declarado— se la ha encontrado ya una denominación: es la tendencia de los ‘equidistantes’".

"¿Qué quieren los ‘equidistantes’? ¿Recorrer de nuevo el camino de abril de 1931 a septiembre del 33? Pues que lo recorran solos, si pueden. Pero que no piensen en matar el espíritu de clase de los proletarios en la repetición de una experiencia que nos ha traído a la situación actual. Si no creen en la capacidad directora de la clase obrera, que no se llamen socialistas. Que vayan a engrasar la máquina del despotenciado tren republicano. Pero que no intenten la adhesión del socialismo a su criterio. No lo conseguirán. Por lo pronto, las Juventudes Socialistas permanecerán vigilantes y combatirán violentamente esta desviación".

Los "equidistantes" o —acudiendo a una denominación más exacta— la fracción de los centristas, no se ha extinguido en la revolución de octubre. Ha colaborado en el movimiento, con sus miras y dándole una interpretación propia; pero a la hora de los laureles, a la hora de discutir en el seno del Partido, querrá que se la discierna su parte en la insurrección, y con estos valores en la mano pretenderá hipotecar el futuro del Partido.

Es preciso que los jóvenes socialistas se preparen ante esta contingencia. El centrismo pretendió que a la insurrección contra el fascismo se fuese del brazo de la pequeña burguesía, junto con los partidos republicanos. Con esto, el resultado de la lucha, al haber triunfado, no hubiera sido la hegemonía total y absoluta de la clase obrera, la dictadura del proletariado, como deseaba la gran mayoría del Partido, sino una situación de colaboración que respetaría más o menos los privilegios de la clase burguesa.

Cuando el movimiento obrero se decidió a ir solo a la lucha, sin dar participación en la dirección —como ellos querían— a la pequeña burguesía, los centristas continuaron en su puesto, no sólo por disciplina, sino porque tenían la esperanza de que aún triunfante el movimiento se presentarían para el naciente poder obrero situaciones tan angustiosas que le obligarían a pactar con la pequeña burguesía —por medio de sus organizaciones políticas—, dándole entrada en la dirección del nuevo régimen. Esta esperanza, que no se formuló concretamente nunca, estaba comprendida en aquel constante desconfiar de la posibilidad de mantener una dictadura proletaria, que mostraron los centristas, incrédulos siempre respecto a la capacidad de la clase trabajadora para regir sus destinos y los del país.

En el momento de enjuiciar su actuación en el movimiento insurreccional de octubre será preciso tener en cuenta los móviles que les llevaron a la lucha. Pues no es tan importante para el curso de la revolución la actuación personal de un militante en el momento de la contienda como los fines a que ese militante pretende conducirla. Y aunque reconozcamos su sacrificio, no debemos dejarnos llevar por el sentimentalismo. El centrismo nos llevaría, de no tener en cuenta esto, hacia los caminos de la colaboración de clases, por los cuales tenemos que negarnos rotundamente a transitar.

En el artículo de Renovación que reproducimos, ya preveíamos que "algunos adherentes del reformismo declarado" terminarían pasándose al centrismo. ¿Qué es lo que en realidad separa a estas dos corrientes del movimiento socialista? Antes de octubre, sólo el criterio sobre los medios de llegar a una situación democrática más o menos avanzada. El centrismo ha heredado la audacia de los jacobinos. El reformismo, menos audaz, quería llegar a dicha situación con una política "pacífica", de contemporización, creyendo que poniendo la otra mejilla a la agresividad fascista habrían de resolverse las cuestiones mejor. De haber triunfado la insurrección nos hubiéramos encontrado ligados a ambas tendencias a la hora de intentar mixtificar el carácter proletario del nuevo poder, dando entrada en él a los partidos de la pequeña burguesía. Fracasada, en cambio, se ligarán andando el tiempo, para llevar al Partido a una colaboración de clase.

El centrismo, refugio de los reformistas
A este respecto debemos examinar un problema muy importante. El reformismo está hoy tan desprestigiado en el Partido que su expulsión parece tarea sencilla. Efectivamente, hoy en el seno de nuestro movimiento no se tiene ninguna simpatía por los "generales" reformistas. Sus actos les han creado, justamente, un ambiente de adversión y antipatía tan denso que sólo un milagro podría librarles del vergonzoso final. Pero si bien la tarea de expulsar a los "generales" reformistas no es irrealizable, en cambio la de aplastar los pequeños tocos reformistas que se refugian oscuramente en los entresijos de la organización del Partido y los sindicatos, sí lo es. Y mucho. Pues la misma oscuridad en que se desenvuelven —que no les priva de cierta influencia en el aparato general— es su mejor protección.
¿Qué harían estos sectores en el momento en que dejaran de recibir la inspiración de los "generales" reformistas? ¿Les seguirían en la expulsión? Cabe dudarlo mucho. ¿Iban a pasarse lealmente al revolucionarismo? Aunque pusieran la voluntad en ello, su mentalidad se lo impediría. Irían, sin duda, a reforzar el centrismo, con el cual se identificarían más fácilmente. Por lo que se deduce que el centrismo puede ser —y será probablemente— refugio seguro para los restos del naufragio reformista.

No es sólo esto. Tal como se van desarrollando los acontecimientos, cabe pensar que el centrismo enarbolará en el seno del Partido la bandera de la "unidad". Cuando vayamos contra el reformismo, el centrismo le acogerá bajo su manto, y so pretexto de la unidad del Partido, intentará defenderle y evitar su expulsión.

La bandera que utilizarán será buena para despertar el sentimenta-lismo; pero la clase obrera sabe de sobra que lo que ellos llaman "unidad" del Partido no existe, no podrá existir. Y que por otra parte la expulsión de los reformistas no supone ningún quebranto para la fuerza del Partido, pues hoy son un apéndice perturbador y confusionista que no hace más que perjudicarnos. Con sentimentalismos no han triunfado nunca las revoluciones.

Los presuntos peligros de la depuración
¿Qué puede significar para el Partido la expulsión del reformismo y la eliminación del centrismo en la dirección? No faltan comentaristas que suponen que la expulsión de los "generales" reformistas sería la escisión. Los que esto hacen reconocen, de consiguiente, que el reformismo posee masas propias. ¿Es esto cierto?
¿Dónde se hallan las masas del reformismo? No las hallamos por ninguna parte. Todo el mundo reconoce que si el reformismo tiene alguna simpatía, no es en el seno de nuestro movimiento; la presión de las masas, y no otra cosa, fue la que les expulsó de un baluarte que parecía inexpugnable: la dirección del Sindicato ferroviario, que luego han reconquistado como sabemos; la presión de las masas, y no otra cosa, les desalojó de la dirección de la Unión General de Trabajadores. Son las masas las que han ido acorralándolos.

Puede ser que fuera de nuestro movimiento, en algunos sectores de la clase media, posean simpatías. Nosotros no lo creemos, pero lo admitimos para el razonamiento. ¿Qué puede suceder en tal caso? ¿Que estos supuestos sectores dejen de discernirnos su simpatía? Pues aunque esto sucediera, nadie podría hablar de que en el Partido Socialista se había producido una escisión. Nuestros cuadros no mermarían en nada. En cambio, ganaríamos a sectores muy apreciables de la clase obrera, para los cuales la heterogeneidad de tendencias en nuestro partido merece desconfianza, y nos pondríamos en condiciones de mantener, por modo constante, una línea revolucionaria justa, alejada de los zigzás a que, de otra forma, permaneceríamos expuestos.
En cuanto a la eliminación del centrismo en la dirección del Partido, sólo resultados satisfactorios para la marcha de nuestra política podría traer.

Contra la alianza de los republicanos
Se habla de la posibilidad de una lucha electoral. De diversos sectores políticos ha partido la consigna de unir a las fuerzas de los partidos obreros con las de los republicanos que representan a la pequeña burguesía.

A este conglomerado, los comunistas, que son quienes primero han publicado la consigna, la denominan "Bloque popular antifascista".

No hemos de caer en el "blanquismo" al criticar la posición de los comunistas. Estamos de acuerdo con Lenin en que la clase obrera no debe temer los compromisos políticos en circunstancias en las cuales pueden favorecerla. ¿Pero son esas circunstancias precisamente las actuales?

Nosotros creemos que no. La clase obrera no se halla tan maltrecha que se vea obligada a servirse tan estrechamente de la pequeña burguesía por salir a flote. Muy al contrario; tras las jornadas de octubre, sus organizaciones y su Partido siguen en pie, más fuertes, con más prestigio revolucionario, dispuestas a tomar la ofensiva con grandes probabilidades de éxito en cuanto se presentara, por ejemplo, la perspectiva de una contienda electoral.
¿Qué ha sucedido para que el Partido Comunista lance una consigna tan inoportuna? Para nosotros, la respuesta es clara. La dirección de la Tercera Internacional vio que, a raíz de las jornadas de octubre, las fuerzas de la reacción clerical-fascista desde el poder pretendieron responsabilizar en el movimiento insurreccional a los partidos republicanos. Azaña, el jefe de la izquierda, fue encarcelado; se le rodeó de una aureola de mártir. Con esto las derechas fomentaban inconscientemente la posibilidad de que el republicanismo de izquierda reviva.

La Tercera Internacional ha creído que con esta persecución arbitraria iba a resucitar en las masas populares el entusiasmo por la coalición republicano-socialista; alejada del sentir de aquéllas; ha supuesto que el Partido Socialista se va a dejar llevar por la nostalgia de los tiempos de la coalición y va a decidirse por la alianza electoral con los republicanos.

Partiendo de esta falsa suposición, la Tercera Internacional construye su consigna. En el año 1930, por hallarse al margen de los acontecimientos, no participó en la alianza revolucionaria de los socialistas y republicanos, y su partido en nuestro país quedó tan rezagado que luego le ha sido muy difícil levantar la cabeza. Para que ahora no suceda igual, los comunistas se adelantan a publicar la consigna, y de esta forma suponen ellos que si llegara el momento de la coalición tendrían derecho a ocupar su puesto en ella.

Esa consigna hallará en el seno de nuestro Partido unos defensores: los centristas. Es preciso que todos los militantes estén prestos a impedir que triunfe. El centrismo intentaría en tal ocasión dar la batalla a la fracción revolucionaria y convertirse en el eje del Partido. La lucha sería dura. Seria puesta a prueba nuestra capacidad revolucionaria. Es preciso luchar por aplastar los más ligeros brotes de este criterio contrarrevolucionario en cada localidad, en cada provincia, para que no triunfen en el terreno nacional.

Es preciso desarmar a los comunistas, identificados con la derecha del Partido Socialista en la apreciación de esta cuestión, poniendo de relieve cómo los verdaderos bolcheviques somos nosotros, que, frente a la consigna de Bloque Popular Antifascista, levantamos la de la Alianza de los proletarios.

Las Juventudes, fuera ya de la Segunda Internacional, tienen que impulsar al Partido por el mismo camino
Ante el Partido y las Juventudes Socialistas, como una etapa más del proceso de bolchevización, se presenta, cada vez con mayor apremio, la cuestión de la Internacional. Nuestro objetivo no es sólo la revolución española, sino la revolución mundial, la dictadura proletaria en todos los países. ¿Es la Segunda Internacional el organismo que puede conducirnos a este fin?

La Segunda Internacional desarrolló un gran papel en la historia del proletariado hasta que se produjo la debacle de 1914-18. Antes de que aconteciera esto, había albergado al proletariado revolucionario, separado de Bakunin y sus epígonos. Realizó una inmensa labor de captación de masas, contribuyendo notablemente al desarrollo de los partidos obreros en Europa. Pero no resistió la prueba del fuego. Cara a la guerra, el grueso de sus partidos se pasó de lleno al lado del imperialismo, en una claudicación indigna y condenable.

Terminada la guerra se reconstruye la Segunda Internacional, y vuelven a ella los que votaron los créditos, los que se rindieron a los favores del imperialismo.
Se incautan de su dirección los socialdemócratas alemanes, compendio y suma de todas las iniquidades y claudicaciones. Los que en 1914 amparaban al kaiser votando los créditos de una guerra; los que en 1918 se encontraron con todo el poder de su país en sus manos y lo entregaron en las de la burguesía acobardada, apoyándose en los oficiales del kaiser. Desde su reconstitución, la Segunda Internacional tuvo la fatalidad de caer en poder de los que aplastaron el alzamiento espartaquista, dirigido por Liebknecht y Rosa Luxemburgo, los que salvaron al capitalismo alemán, los que impidieron una revolución.

Esto había de provocar un recelo justificado en el proletariado internacional contra la Segunda Internacional. Sin embargo, los críticos de esta organización han cometido un craso error al medir a todos sus partidos por el rasero de la socialdemocracia germánica. Es preciso reconocer que la Segunda Internacional es un conglomerado heterogéneo y confuso en el cual predomina el reformismo, sin que esto suponga que no haya otras organizaciones dignas de tenerse en cuenta.

Al lado de los socialistas escandinavos, de los laboristas ingleses y de los socialdemócratas alemanes ha coexistido el "austromarxismo", que tenía aceptada en su programa la violencia como arma revolucionaria. Sin tener al socialismo austriaco como un perfecto partido marxista, habrá que reconocerle méritos que no podrían discernirse a los citados anteriormente. El austromarxismo ha sido, teórica y políticamente, mucho más audaz y más honesto, y al final ha sabido lavar sus culpas en la gloriosa Comuna de Viena, dando un ejemplo de heroísmo y dignidad admirables.
Al lado de todos estos partidos, y en la extrema izquierda de la Internacional, ha estado siempre el Partido obrero español. Los que conozcan, siquiera sea superficialmente, la historia de nuestro movimiento, sabrán que el Partido obrero español estuvo conforme en todo con el programa de la Tercera Internacional y fue de los primeros en solidarizarse prácticamente con la Revolución rusa, a la que defendió ardientemente.

¿Cuál fue el obstáculo a que nuestro Partido ingresara en la Tercera internacional? Sólo las "veintiún condiciones de Moscú" —como se ha denominado históricamente a las proposiciones de la Tercera—. La supeditación de los partidos nacionales y todos sus órganos —congresos, comités, etc.— al Ejecutivo de la Internacional. Sin estas condiciones leoninas, en virtud de las cuales quedaba eliminada la democracia interna en los partidos, pues hasta los acuerdos de los congresos podían ser modificados por la Internacional, a estas horas nuestro Partido estaría en las filas de la Tercera. Las "veintiún condiciones" nos expulsaron de ella. Y para no permanecer desconectado del proletariado internacional, el Partido Socialista continuó en la Segunda, forzado por las circunstancias, y sin que se le pueda responsabilizar en la dirección de aquélla, a la cual fue siempre ajeno.

Nadie hallará en el socialismo español, a pesar de los errores que puede haber cometido —sólo luchando se yerra— los rasgos característicos de la socialdemocracia europea. Nuestro Partido ha sido partidario siempre de la violencia revolucionaria y la ha utilizado en diversas ocasiones, la última en octubre. No ha dado muestras de compartir el pacifismo pequeño burgués de la Segunda Internacional, que confiaba toda la labor antimilitarista a la Sociedad de las Naciones; ha mantenido unos principios revolucionarios, y frente a las posibilidades devictoria que se presentan en la etapa actual para la clase obrera, ha lanzado y propagado ardorosamente la consigna de la dictadura del proletariado y de la alianza obrera contra la burguesía.
En este período de lucha intensa es cuando se han agudizado más las contradicciones entre el socialismo español y la Segunda Internacional. En una etapa tan adelantada del desarrollo político de nuestro país se pone de manifiesto la incompatibilidad ideológica que antes permanecía en estado de latencia.

Porque si la Segunda Internacional no ha tenido el valor de formular un juicio acerca de la insurrección de octubre, limitándose a prestar su solidaridad a los perseguidos, la Internacional Juvenil Socialista, hechura suya, en la última reunión de la Mesa, fue más clara. Por boca de Ollenhauer dijo: "Estamos moralmente al lado de las Juventudes Socialistas de España. Sin embargo, tenemos que hacer grandes reproches a su línea política, con la que no nos hallamos conformes".

La Federación de Juventudes Socialistas no tiene, en cambio, ningún lazo moral con Ollenhauer ni con la Internacional que él controla, y de lazos políticos, ni hablar. Las Juventudes Socialistas de España se hallan fuera de la disciplina dela Segunda Internacional. Al adoptar esta actitud, la Comisión ejecutiva sabe que interpreta el sentir de los jóvenes militantes.

Pero adelantaríamos poco, poquísimo, si no impulsáramos al Partido Socialista a seguir la misma ruta. Nuestra resolución hay que llevarla al seno del Partido, y es preciso conseguir de su primer Congreso el acuerdo de retirarse de la Segunda Internacional. Para ello es preciso que los jóvenes socialistas comiencen una activa campaña entre los militantes adultos, convenciéndole de que la Segunda Internacional es un organismo muerto, que no ha sabido interpretar el sentido de la revolución de octubre, que ha demostrado su falta de vida al no poder trazar a sus secciones una línea en el problema de la unidad obrera, por lo cual continuar en su seno es retrasar el desarrollo de nuestro movimiento en el interior del país y comprometernos en unas responsabilidades que no son nuestras.

En el proceso de la bolchevización del Partido Socialista, la salida de la Segunda Internacional es, como hemos dicho, una etapa indispensable. Tenernos que dedicarnos a penetrar al Partido este convencimiento.

El camino a tomar en el terreno internacional
Cuando el Partido Socialista abandone la Segunda Internacional ¿cuál va a ser su actitud? ¿Va a quedarse al margen del proletariado de los demás países, aislado entre el Cantábrico, los Pirineos, el Mediterráneo y Portugal? ¿Podemos luchar eficazmente contra la burguesía en el terreno nacional, desentendiéndonos de lo que pasa en el resto del mundo?

No hará falta demostrar que la revolución en un solo país, máxime si éste tiene las condiciones económicas y geográficas de España, no puede llevarse a sus últimas consecuencias. La URSS, que en este aspecto está en condiciones muy superiores a las nuestras, lucha contra los grandes inconvenientes que provienen de su aislamiento. Los años heroicos del comunismo de guerra, los sacrificios para llegar a la realización de los planes de reconstrucción industrial, todo el esfuerzo que esta costando al proletariado ruso la edificación del socialismo sería baldío si Rusia no contara con el apoyo y la salvaguardia moral y material del proletariado de todos los países. Para llevar la revolución en España a la victoria precisamos del mismo apoyo, dado, si cabe, en una proporción mayor a los revolucionarios españoles que a los rusos, puesto que las dificultades que encontraremos nosotros serán, dentro de la proporción, mayores. Sin ese apoyo y el de la Unión Soviética, nosotros no podríamos ir adelante una vez conquistado el poder.

Sin referirnos ya al Partido, descendiendo al problema que tienen las mismas Juventudes, ¿es que nuestra Federación podría quedar aislada al abandonar la Internacional? Todo lo contrario; fuera de dicho organismo, nosotros reforzaríamos nuestros lazos de unión con las Juventudes Socialistas belgas, francesas, austriacas e italianas, a las cuales sólo separan de nuestro pensamiento matices que en el curso de la lucha en sus respectivos países serán salvados. Reforzaremos el contacto con esas organizaciones, fomentaremos unas relaciones que hasta ahora eran débiles, pero que con nuestra salida se consolidarán. Haremos ver así a esas Juventudes que no abandonamos la Internacional por sectarismo, sino por incompatibilidad ideológica y moral; incompatibilidad que ellas a su tiempo tendrán que publicar, cuando se convenzan de que no hay posibilidad de regenerar un organismo podrido, muerto. El Partido deberá hacer lo mismo al abandonar la Segunda Internacional con los demás partidos de izquierda de dicho organismo.

Pero esto no es suficiente en el terreno internacional. Es preciso someterse a una dirección.

Una consigna infortunada: La Cuarta Internacional
A raíz de la derrota del proletariado alemán, Trostky lanzó su consigna para la fundación de la Cuarta Internacional. El célebre revolucionario había examinado la situación alemana y había llegado a la conclusión de que sólo con la unidad de la socialdemocracia y el Partido Comunista podría cerrarse el paso al fascismo. No cabe negar a Trotsky, en este aspecto, una visión clarividente. Mas, por aquellas fechas, la Tercera Internacional no había renunciado aún al principio pragmático según el cual la socialdemocracia es tan adversaria de la clase obrera como el fascismo, y lo único que perseguía era atraerse a las masas obreras que marchaban bajo las banderas reformistas. Y junto a este sectarismo erróneo de los comunistas se hallaba el conformismo de la socialdemocracia aliada a los católicos y que consideraban nefanda toda aproximación al bolchevismo. Estas condiciones dejaron abierta la puerta al fascismo. Las recomendaciones de Trotsky no tuvieron ninguna eficacia. Dieron la vuelta al mundo, pero allí donde debían ser atendidas no se les prestó ningún interés. La personalidad de Trotsky no era la más indicada para conseguir una conciliación.

Trotsky creyó hallar en la desunión del proletariado alemán, y en su consecuencia en el advenimiento del fascismo, una gran posibilidad histórica de crear y fomentar un partido que siguiera sus inspiraciones. Deducía, certeramente, que en el seno del proletariado internacional se produciría, tras la experiencia alemana, un movimiento de unidad arrollador.

Pero cuando erraba era al suponer que tanto la Tercera Internacional como los partidos de la Segunda no iban a ser capaces de acomodarse a los nuevos deseos del proletariado. Y partiendo de este supuesto falso, Trotsky llegaba a la conclusión de que la clase obrera, disgustada con ambas Internacionales, buscaría la unidad por nuevos derroteros, cuyo cauce podría ser muy bien el que le ofreciese una Cuarta Internacional.

Desde el momento que la Tercera renunció, aleccionada por los hechos, a seguir manteniendo la teoría del socialfascismo, sus consignas de unidad por la base y propuso la unidad en la dirección de los partidos socialistas, sin tener en cuenta si su actuación era revolucionaria o reformista, los fundamentos que pudieron ser base de la Cuarta Internacional se esfumaron.

Ni Trotsky ha vuelto a ocuparse de su consigna, tras el viraje de la Internacional de Moscú, sino de una manera explícita y pública; tácitamente ha renunciado a ella.
Está claro, pues, que la Cuarta no es la Internacional del Partido ni de las Juventudes Socialistas de España.

Lo que nos une a la Tercera Internacional
Si hay que abandonar la Segunda y la Cuarta no existe, tendremos que volver la vista hacia la Tercera Internacional. Examinemos primero los puntos que nos unen a este organismo. Luego veremos los que nos separan.

La Tercera Internacional celebró su último Congreso mundial en el año 1928, en Moscú. Desde entonces no ha vuelto a reunirse. Parece ser que lo hará esta primavera. Pero hasta ahora no ha modificado, por consiguiente, el programa y los estatutos que entonces fueron aprobados.

La primera parte del programa estudia el imperialismo como la etapa en que el capitalismo moribundo hace un esfuerzo supremo por perpetuarse. Para ello incrementa sus formaciones militares y las lanza a la conquista de nuevos mercados; utiliza a la socialdemocracia como ligazón para atar a las masas obreras a la política imperialista. En este período es cuando los contingentes de parados aumentan fantásticamente, se desarrolla la técnica llegando a grandes extremos de perfección, se realiza el movimiento de concentración del capitalismo, la trustificación, y el capital financiero se convierte en señor y árbitro de la vida de los países.
El proceso de concentración va acelerando la caída capitalista. "La forma imperialista del capitalismo, al expresar la tendencia a la cohesión de las fracciones diversas de la clase dominante, opone las grandes masas proletarias no a un patrono aislado, sino, en proporciones cada vez mayores, a la clase capitalista entera y a su poder estatal".

Esto pone a la orden del día la lucha por conquistar el poder del Estado, por implantar la dictadura del proletariado, lucha que sólo puede conducirse por medio de la violencia revolucionaria.

La guerra europea minó las bases del régimen capitalista. En este período del imperialismo, las guerras "por un nuevo reparto del mundo" tienen siempre consecuencias revolucionarias. Tras las del 14-18 vino la revolución rusa, la caída de las monarquías en los imperios centrales, el intento comunista de Hungría.
En este período también es cuando surge el fascismo, último resorte del gran capital, que implanta su dictadura terrorista. Sin embargo, las contradicciones del capitalismo, que se manifiestan más claras que nunca en este período, aseguran la victoria proletaria en la arena mundial.

En el período de transición del capitalismo al socialismo, el proletariado acude a su dictadura de clase, tras haber tomado el poder. Para este período la IC preconiza unos objetivos relativos a la "industria, transportes, servicios de comunicaciones, economía agraria, comercio y protección del trabajo y las condiciones de existencia, vivienda, cuestiones nacional y colonial y medios de influencia ideológica", con los cuales, salvando las diferencias entre nuestra situación y la de Rusia, no podemos más que hallarnos de acuerdo.

En estas líneas queda condensado lo fundamental del programa de la IC, que aceptamos. Quedan otros puntos, a los que aludimos más adelante, y de los cuales haremos una crítica objetiva y serena.

Lo que nos separa de la Tercera Internacional
¿Qué nos separa, en cambio, de la Tercera Internacional? Ya hemos dicho que en el año 1921 nos separaron las "veintiún condiciones". Ahora, fundamentalmente, nos separan los estatutos elaborados en el Congreso de 1928. En ellos se consagra la dictadura del Comité ejecutivo de la Internacional. Se difumina, hasta hacerla desaparecer, la democracia en el seno de los partidos obreros. La Tercera Internacional, al intentar convenirse en heredera de la Primera, ha copiado, extremándolas, las características que produjeron —entre otras causas— la disgregación de esta última. Franz Mehring, el gran escritor alemán, amigo de Liebknecht y Rosa Luxemburgo, en su biografía de Marx explica cómo, según se desarrollaban los partidos socialistas por el mundo y adquirían personalidad política en sus respectivos países, les iba siendo más difícil someter todos sus movimientos a las consignas tácticas y políticas de la Internacional. El sistema centralista de ésta había servido mientras los partidos fueron insignificantes, reducidos a un papel de propaganda y apostolado; en cuanto comenzaron a influir en la política, a tener peso específico, surgieron a la superficie las contradiccio-nes de un sistema tan rígidamente centralista. Y la Primera Internacional se vino abajo, tanto por la acción perturbadora de los bakuninistas como por esas contradicciones.

La prueba de esto es que los partidos de la Tercena Internacional, salvo en muy contados países, apenas han podido crecer; son, como ellos mismos confiesan, una minoría, y la causa de que en Europa no hayan arrebatado al reformismo sus masas obedece a que la dictadura del Comité ejecutivo impone a veces consignas torpes e inadecuadas a la situación política nacional.

Al hablar de dictadura del Comité ejecutivo (CEIC), no lo hacemos a humo de pajas. Los estatutos de la Internacional Comunista la consagran en todos sus artículos. En el 7º, "observación 11", se dice: "La estructura orgánica de los partidos, las reformas de dirección de su actividad son fijadas por medio de instrucciones especiales del Comité ejecutivo de la Internacional Comunista y de los Comités centrales de las secciones de la misma".

A su vez, en el artículo 13 se establece lo siguiente:

"Las resoluciones del CEIC (Comité ejecutivo) son obligatorias para todas las secciones de la Internacional Comunista y deben ser puestas en práctica inmediatamente. Las secciones tienen el derecho de apelar al Congreso mundial de las resoluciones del CEIC; sin embargo, mientras dichas resoluciones no hayan sido anuladas por el Congreso, su ejecución es obligatoria para las secciones".
Sin embargo, esto no es todo; donde la democracia interna queda totalmente yugulada es en el artículo 14, cuyo texto es éste:

"Los Comités centrales de las secciones de la Internacional Comunista son responsables ante sus Congresos y ante el CEIC. Este último tiene el derecho de anular y modificar tanto las resoluciones de los Congresos de las secciones como de sus Comités centrales, así como de tomar decisiones obligatorias para los mismos".

Es decir, que los Congresos nacionales, los órganos más elevados de la democracia interna, a la cual no podrá renunciar nunca el proletariado consciente y revolucionario, quedan sometidos a la autoridad del Comité ejecutivo de la Internacional, que desde Moscú puede rectificar acuerdos que todo el Partido ha considerado como los más adecuados a la situación en que se desenvuelve. El Partido Socialista español, precisamente por su capacidad y por su instinto revolucionario, no podría someterse nunca a esta dictadura, que no tiene justificación de ningún género. El CEIC posee, además, medios coactivos para aplicar sus decisiones:

"Artículo 15. El CEIC tiene el derecho de excluir de la Internacional Comunista a secciones enteras, grupos y miembros aislados que infrinjan el programa y los Estatutos de la Internacional Comunista o las resoluciones de los Congresos mundiales y del CEIC".

Creemos que no será preciso más para demostrar que en la actual estructura de la IC no queda ni el más leve resquicio para la democracia interna. Los demás artículos, que no transcribimos por innecesarios, refuerzan y consolidan el poder absoluto del Comité ejecutivo.

¿Es que el Partido y las Juventudes Socialistas de España, aunque acepten el programa, pueden estar en una Internacional en la cual todas las inspiraciones vienen de arriba; con un comité ejecutivo que no sólo marca las directrices políticas de la organización, sino que puede expulsar por cuenta propia a los militantes sin escuchar la opinión de las masas, incluso desatendiéndola; que puede modificar los acuerdos de los Congresos, en los cuales está representado el sentir de todos o la gran mayoría de los afiliados? ¿Pueden todos los militantes socialistas, desde el primero al último, resignarse a perder la facultad de autodirigirse y de ejercer la crítica proletaria que tan beneficiosa es para el movimiento?

Resueltamente no. Esas condiciones estatutarias son las que nos separan hoy de la Tercera Internacional.

Algo de lo que hasta ahora ha rectificado la Tercera internacional y lo que debe rectificar
Sin embargo, nosotros no perdemos la esperanza de que la Tercera Internacional reforme sus estatutos. Lo mismo que ha rectificado en otros aspectos, tendrá que rectificar en éste. La lección de los hechos la obligará a ello. Los comunistas pretenden infantilmente que la Tercera Internacional no ha rectificado. Sin embargo, aun los obreros menos cultos han podido advertir el viraje.

Hasta el hundimiento del proletariado alemán, la IC mantuvo íntegramente su programa, en el cual se hace constar que los cuadros dirigentes de la socialdemocracia y de los sindicatos "se han mostrado como los transmisores directos de la influencia de la burguesía en el proletariado y como el mejor sostén del régimen capitalista". "La socialdemocracia internacional —sigue diciendo el programa de la IC— de todos los matices, la Segunda Internacional y su sucursal, la Internacional de Amsterdam, se han convertido, pues, en la reserva de la sociedad burguesa, en su apoyo más seguro".

Por consiguiente, "... el proletariado internacional no puede cumplir su misión histórica —destrucción del yugo imperialista y conquista de la dictadura proletaria— sino luchando ‘sin piedad’ contra la socialdemocracia".

De esta concepción teórica sobre la Segunda Internacional, totalmente errónea, provenía la consigna que se mantuvo hasta poco después de la subida de Hitler al poder, de frente único por la base y de combate constante contra los Partidos Socialistas. Como decimos páginas atrás, los críticos de la Segunda han sido demasiado unilaterales al no apreciar en dicho organismo matices muy distintos a los de la socialdemocracia alemana, por cuyo rasero ha medido la Tercera a todos los partidos socialistas. Que esto es falso e injusto lo dice la historia del Partido obrero español, cuajada de luchas revolucionarias. La injusticia con que se nos ha tratado ha repercutido en la sección comunista de nuestro país, que aún no ha podido desarrollarse, mientras nuestra fuerza aumenta cada día.

Ahora la IC, también unilateralmente, sin tener en cuenta si tal o cual partido socialista es revolucionario o reformista, ha cambiado de actitud y propone la unidad de acción a la socialdemocracia. Ya no es preciso, a lo que parece, luchar "sin piedad" contra la Segunda Internacional; al contrario, lo preciso es luchar unidos a ella.

¿Qué ha sucedido para esta repentina mutación? Que los hechos han tirado por tierra la tesis comunista que se ha dado un llamar del "socialfascismo", porque si se ajusta a la situación de Alemania, no le sucede lo mismo con relación a la de otros países.

Pero ¿se han radicalizado acaso los partidos socialistas, exceptuando el nuestro? ¿Se han radicalizado los socialdemócratas escandinavos, a los cuales se propone la unidad de acción por la IC? ¿Se han radicalizado los franceses, los suizos? Nosotros opinamos que, por el contrario, mantienen sus características anteriores. Siguen siendo iguales; sin embargo, la IC les propone la unidad en la dirección. ¿No está claro que quien ha rectificado es la IC y sólo la IC?

A pesar de que los comunistas lo nieguen, la cosa está demasiado clara. Lo mismo sucede en cuanto se refiere a la Sociedad de Naciones. En el programa de 1928 se habla de ella repetidas veces con desprecio y enemistad. "El mundo capitalista —se dice—, impotente para superar sus contradicciones internas, esfuérzase en crear un organismo internacional (Sociedad de Naciones) con un objetivo principal: detener el avance ininterrumpido de la crisis revolucionaria y estrangular por medio del bloqueo o de la guerra a la Unión de Repúblicas Soviéticas". (Página 28 del Programa dela IC)

En otra parte del mismo se denomina a la Sociedad de las Naciones "La Santa Alianza contrarrevolucionaria de las potencias imperialistas". A pesar de todo esto, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha ingresado hace unos meses en la Sociedad de las Naciones. Es esto una rectificación, ¿sí o no? Nosotros afirmamos que sí.

Pues bien: la dialéctica histórica obligará a la IC a rectificar también sus estatutos. A perder su carácter rígidamente centralista o, mejor aún, militarista, y a abrir cauce a la democracia interna en los partidos. Llegará un momento, cuando el movimiento obrero haya adelantado en el proceso que estamos viviendo, singularmente rico en experiencias, en que los dirigentes de la política comunista rusa se percatarán de que la única forma de volver al espíritu dela Primera Internacional, de heredar sus tradiciones y continuar su obra será la de reconstruir la dirección del movimiento obrero internacional sobre bases programáticas rígidas, decididamente marxistas y revolucionarias. El caos de ideologías y de tácticas políticas que se albergan en la Segunda Internacional, conjunto anárquico incapaz de establecer una línea general de acción para todos los partidos, es algo odioso. Un solo programa, una sola línea general de acción, pero libertad amplia en el marco nacional, teniendo en cuenta una frase de Lenin, según la cual el proletariado tiene que vencer primero al capitalismo de su país; libre decisión de los Partidos nacionales para afrontar como convenga las situaciones en los respectivos países. Soberanía de los congresos para decidir los destinos de los partidos. Derecho a la crítica proletaria interna. Libertad para elegir a los dirigentes, sin que el Comité ejecutivo de la Internacional pueda destituirlos ni coaccionarlos.

Y por lo que se refiere al Partido obrero español, la Tercera Internacional tendrá que convencerse de que es el partido bolchevique de nuestro país; el eje de la revolución y, por consiguiente, el único partido con el cual tiene que tratar y al que ha de converger tarde o temprano toda la clase obrera española.

Si creemos que es la Tercera Internacional la que habrá de amoldarse a este género de transformación es por considerar que siendo Rusia el primer país socialista, la Meca del proletariado, en ella y sólo en ella puede estar el centro del proletariado mundial, mientras la revolución no vaya triunfando en otros países.

Hacia la centralización en el terreno nacional
De todo esto se desprende que una vez fuera de la Segunda Internacional, el proletariado español ha de luchar en el terreno internacional por la reconstrucción de la dirección del movimiento obrero. Es preciso que los jóvenes socialistas se convenzan ello y a la vez procuren convencer a los militantes adultos. Sólo en esa Internacional podrá entrar sin reservas nuestro Partido. Sólo en una Internacional así podrá realizarse la unificación del proletariado.

Debemos tener fe en que se llegará a ello. El desarrollo de nuestro partido, que cada día más se convierte en el eje indiscutible de la revolución española, tendrá que llevar al convencimiento de la Tercera Internacional que lo lógico, lo revolucionario, es apoyar nuestra acción.

La experiencia de nuestro movimiento y la que proporciona el examen de la situación de la clase obrera en todo el mundo llevará a aquel organismo a la conclusión de que es preciso reconstituir el movimiento obrero internacional sobre las condiciones que de una manera superficial hemos mencionado.

La tarea que se nos impone a los jóvenes en nuestro movimiento es ardua. Tenemos, no obstante, fe en verla coronada por el éxito. La expulsión de la fracción reformista, la eliminación del centrismo en la dirección y la adopción de una política clara sobre la Internacional, cual que proponemos, son condiciones indispensables para llegar a la bolchevización de nuestro movimiento.

Al mismo tiempo, en el seno de nuestro movimiento habremos de luchar por la centralización de la dirección y de los mandos, que nosotros reputamos como una consecuencia de la eliminación de las fracciones que propenden a convertir el partido en un conglomerado confuso.

Si conseguimos realizar nuestras tareas, heredaremos un partido de la clase obrera robusto, único, con una política justa, que será el guía férreo e implacable de la revolución española, cuya aurora se inició en los gloriosos combates de octubre.

Jóvenes socialistas, a la tarea con valor, energía y audacia!


Federación Nacional de Juventudes Socialistas


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